Rosario de leyendas; prólogo de Alfonso Reyes

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Avila, Tip. de S. Martín, 1924 - 208 páginas

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Página 185 - El general Alvear salió el 17. Debo decir a usted, en prevención de lo que pudiera escribírsele por otros, que este señor tuvo la imprudencia de verificar su entrada en las mónicas, y, sorprendido por la superiora, tuve yo que poner manos en el asunto para evitar escándalos. Pude hacer que saliese sin que la cosa hiciese gran alboroto; pero no hay títere en la ciudad que no esté impuesto del hecho.
Página 21 - Su estilo no tiene sobresaltos, ni esfuerzos artificiales de color local — con tratar a veces motivos muy locales — ni americanismos inútiles; siendo poemático no se hincha de pueriles lirismos. Todo es normalidad, mesura...", dijo de ól Alfonso Reyes hace 33 años, en Madrid.
Página 130 - ... lana del rebaño. ¡Ah las llamas, dóciles, de alma de paloma, protegiéndose siempre las unas a las otras, eran mejores que los hombres y formaban una sola familia, la familia grande, la familia ideal, sin odios ni amores violentos! . . . El frío de la altiplanicie, azotándole el rostro, incrustándosele en la carne y en los huesos, era un rudo tormento para Gualpa. Durante largas horas tiritaba como un enfermo. El no había nacido para vivir en esas llanuras donde el sol parecía extenuado,...
Página 129 - Y pasaban los días, y los meses, y aun los años... Muy de tarde en tarde los recuerdos acudían a la mente de Gualpa. ¡Ah, los recuerdos! Era lo único que a él le quedaba. Porque, eso sí, aún veía a su padre, al gran curaca Alcaxuca, — el indio que más tierras poseía en el pueblo Yauqui, de la nación Chumbíbílca, — y le veía bueno, justo, amado y respetado de los suyos.
Página 128 - ... que desde niño le habían enseñado a bendecir; y faltándole ese sol — ¡su sol! — , era como si le faltase el aire, la luz, todo. Sometido a los blancos, había aceptado sin embargo su esclavitud sin protestas, con la paciencia del buey que ara. En las minas de Porco, donde le llevó su amo, comenzó lo más rudo del trabajo de Gualpa. Allí aprendió a conocer el valor de la plata, que los indios nunca habían tenido en gran estima. Y al convencerse de que con la plata o el oro los débiles...
Página 129 - ¡Y a ese viejo fué a quien un día los blancos hicieron arrastrar amarrado a las colas de dos caballos que partían en distintas direcciones, arrojando luego sus despojos de pasto para los perros!... ¿Todo por qué? Por haber sido leal a su pueblo. Después de la tragedia, Gualpa y su madre quedaron abandonados, sin consuelo; y entonces comenzó para ellos la peregrinación amnrga, de puerta en puerta, comiendo lo que los otros arrojaban y escarbando basuras como los puercos.
Página 187 - El hábito le da apariencia de imagen. La palidez de sus mejillas acentúa el color negro de sus ojos, las cuencas moradas de sus ojeras, la fina pincelada de sus cejas. Sus manos exangües, delgadas, largas, — diríase hechas de cera, — van a esconderse entre las mangas del hábito, como palomas. Hace dos años que llegó al convento, dos largos años... La han llevado allí por fuerza. Ella se ha resistido tenazmente; pero los que mal la quieren han acabado venciendo.
Página 133 - ... rancho caían por los agujeros del techo gruesos chorros de agua, Gualpa cubría a la llamita con su poncho y, semidesnudo, abstraído, acababa por olvidarse del frío, de la lluvia, de todo, viendo que el animalito dormía plácidamente. Así, gracias a la llamita, Gualpa pasó a ser dichoso. Vio su vida menos vacía, menos amarga. Pensó que tenía ya para quien y para qué vivir. Y acabó llamando al animalito Cusi-Sonkoy, esto es, Alegría de mi corazón. Comparando después los días pasados...
Página 130 - En la tierra donde pasó su infancia, todo era distinto: hacía calor, y en el valle riente y perfumado había árboles, flores, pájaros, verde por doquiera. La altiplanicie, en cambio, era árida, parda, sin el consuelo de un árbol, y sobre la costra de la tierra seca sólo crecía la paja brava que, azotada a todas horas por el viento, no dejaba de quejarse jamás, jamás. . . Hacia el atardecer, Gualpa conducía el rebaño al aprisco, castañeteándole los dientes, adormecidos los miembros,...
Página 132 - A su vez, el animalito no se separaba de su dueño, durmiendo a los pies de éste, 108 siguiéndole a todas partes como un perro. Por las mañanas, momentos antes de partir con el rebaño, comían los dos juntos: él mascaba su maíz tostado, y la llama, a su lado, mordía las hojas frescas del pasto, espiándole siempre con sus ojos humanos. Cuando llovía y dentro del rancho caían por los agujeros del techo gruesos chorros de agua, Gualpa cubría a la llamita con su poncho y, semidesnudo, abstraído,...

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