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vento. El asunto pareció inmoral y hasta sacrilego, y después de la primera representación, el Gobernador del Distrito, que era nada menos que D. Juan José Baz, dirigió á la Empresa un tronante oficio, prohibiendo su repetición. El mismo Maestro Altamirano, nuestro querido amigo, después de asentar en su crónica que en la "Velada" de Luis Gonzaga Ortiz "la comedia fué calificada favorablemente, que la versificación es fluida y llena de lirismo, que el plan de la pieza es ingenioso y buenos los caracteres," vínose encima del misero autor, reprochándole que “por el deseo de agradar á algunos libertinillos, hería la moral y la susceptible delicadeza de la sociedad, ponía en ridículo al clero regular," y cometía quién sabe cuántas enormidades más contra la Religión, que no podían ser aprobadas ni aun por un hombre que, como él, "era sabido no ser beato." La filípica iba endulzada con el siguiente final: "Por tanto, recomendamos á nuestro caro Enrique que no malgaste su bello talento en tales piezas; sino que lo emplee en la comedia de carácter ó en la de costumbres, que en ese género no sólo conquistará aplausos, sino que inmortalizará su nombre, y sus amigos que hoy ven con placer sus concepciones, serán más felices viéndolas dirigidas al bien de la sociedad." La comedia corre impresa desde el mismo año de 1868 por Díaz de León, y editada por La Iberia, y si alguien se tomase el trabajo de compararla con el libreto de Los Mosqueteros en el Convento, encontrará que en aquella que tanto escandalizó y en ésta que tanto se aplaude, las situaciones y las escenas son idénticamente las mismas.

Con razón en la citada crónica y refiriéndose á los perjuicios que á los teatros trajo aquella cuaresma, decía el Maestro: "la sociedad mexicana permanece fiel todavía á las antiguas tradiciones, que no pierden terreno sino lentamente. ¿Será esto por verdadero sentimiento religioso? Tal vez, si osásemos creerlo cándidamente, nos acusaría de ligeros la autorizada voz de un hombre irrecusable en tal materia, como lo es Alamán, que no se muestra muy convencido de la sinceridad religiosa de los mexicanos, con todo y que hablaba de ellos en una época en que sus virtudes cristianas eran menos sospechosas." A pesar de toda esa tempestad, la Empresa consiguió que D. Juan José Baz levantase la prohibición fulminada, y la comedia se repitió con buen éxito y fué celebrada y aplaudida por quienes sin duda adivinaban que veintidós años después, por el mismo público y en el mismo teatro, había de ser festejada y vista y oída sin escándalo, puesta en música y adornada con el título de Los Mosqueteros en el Convento.

Para la temporada de después de la Pascua, que empezó en 12 de Abril, la Empresa de Iturbide reformó su Compañía, aumentándola con la primera actriz Pilar Belaval, la primera dama joven María de Jesús Servín, la segunda dama Remedios Amador, y el segundo ac

tor y primer galán joven Eduardo Irigoyen. La Belaval y el galán Irigoyen, recién venidos de la Isla de Cuba y ambos españoles, se presentaron el martes 14 con El Tanto por ciento, de Ayala, y ambos agradaron en extremo, y con justicia, y llevaron á Iturbide numerosa y escogida concurrencia. Sus triunfos fueron mayores en Lo Positivo, de Tamayo, que les salió á la maravilla, y en el magnífico Drama Nuevo, del mismo egregio autor. "Osorio estuvo como siempre, dice el cronista; la Belaval ese día desplegó todas sus facultades como actriz dramática, y verdaderamente subyugó á su auditorio, que la aplaudió á más no poder. La escena de la confidencia á Shakespeare en el primer acto, fué hermosísima: el público la escuchó sin respirar, y al terminarla, una salva estruendosa de aplausos y de vivas llenó el salón por algunos minutos. La Belaval estuvo inimitable en la escena final del drama: aquella mujer moribunda de dolor y espanto por la muerte de su amante, que se queda sin voz, que agita los brazos, que corre desatinada, con los ojos queriendo salir de las órbitas, pálida, desencajada, vacilante, loca, produjo una impresión dificil de pintar. Irigoyen estuvo muy bien: es un joven actor que reune á una figura de galán como hay pocas, un empeño y un estudio eficaces."

Por el mismo tiempo se representó Un drama en familia, obra de D. Sebastián de Movellán, escrita en fluidos versos, que hizo un fiasco completo: en la temporada anterior había hecho representar un apropósito patriótico intitulado "México en consejo de guerra" que fué extraordinariamente aplaudido por sus tiradas de versos entusiastas y armoniosos.

Siguieron á estas obras El amor y el interés, de Larra, y El hombre de mundo, de Ventura de la Vega, obra en que María de Jesús Servín estuvo tan perfecta que mereció que se dijese de ella: "es una joven actriz de gran porvenir; bella figura, esbelta como una palma, con linda voz, con mucho talento y con mucha modestia; la Servín, que no está viciada aún en su declamación y que tiene finísimos modales, es susceptible de aprender mucho y será en breve una actriz de que nos podremos enorgullecer."

La brillante temporada de Iturbide sufrió un terrible golpe con la publicación de un prospecto en que se anunciaba el próximo arribo á México del insigne primer actor español D. José Valero, con la siguiente Compañía: Actrices, Salvadora Cairón, Carolina Fernández, Carolina Márquez, Teresa López, Carolina Montijano. Actores: Juan López Benetti, José Navarro, Juan Montijano, Antonio García, Francisco Arellano, Octavio Baeza y Rafael López.

Los abonos fueron de diez y seis funciones, á los precios de sesenta pesos los palcos y nueve las lunetas y bueno es hacer notar esa extraordinaria baratura de las localidades con aquella compañía, mu

cho mejor que la mayor parte de otras que después nos han visitado sin traer una tan incontestable eminencia como D. José Valero.

La primera función se dió el sábado 9 de Mayo con El Patriarca de Turia, de D. Luis de Eguilaz que para Valero escribió el papel de Timoneda. "Numeroso y escogido público invadía las localidades del Gran Teatro Nacional, deseoso de conocer habla el Maestro - al eminente artista, cuyo nombre, traído en alas de la fama á la América española, resonaba glorioso en todos los oídos, bien dispuestos á escuchar admirados á aquel que se presentaba en nuestra escena en el último tercio de su carrera y con la frente ceñida por la triple guirnalda de la ancianidad, de la experiencia y de la gloria. Aquel fué un momento solemne. El grande artista se presentó, y una nutrida salva de aplausos le saludó durante algunos minutos."

Todas las miradas, todos los anteojos, estaban fijos en él. Se le examinaba minuciosamente, se estudiaban su gesto, su ademán, su mirada, el temblor de sus labios, todo. Su semblante, su mirada, su gesto dramático, la flexibilidad con que le era fácil erguir su cuerpo ó inclinarlo débil y tembloroso, todo estaba en armonía y lógicamente encadenado: su voz era débil ya, pero como el gran artista no representaba sino viejos, hasta esa voz estaba en lo natural, y la variedad de inflexiones que sabía darle era muestra de cómo debió ser en su juventud y en su vigor. Al venir esa vez á México, Valero contaba más de sesenta años de edad. El enternecimiento, los sollozos, los suspiros de pesar, en general, todas las emociones dolorosas, fingíalas con maestría y esto explicaba su preferencia por los caracteres dramáticos, á pesar de su grande habilidad en el género cómico. Inútil es decir que no daba grandes pasos, ni se descoyuntaba, ni gritaba, ni escandalizaba como esas medianías estrepitosas, que expresan todas sus emociones de alegría, de dolor y de cólera, á fuerza de pataleo y de ruido. Valero poseía en alto grado el arte de la naturalidad; ese fué su gran secreto, el poderoso resorte que ponía en juego para subyugar á su auditorio. En literatura y en todo arte declamatorio es una gran verdad la sentencia del Horacio francés: "Rien n'est beau que le vrai."

Las subsiguientes funciones durante el primer abono fueron: Vanidad y pobreza; En brazos de la muerte; Las querellas del Rey Sabio; El Tio Pablo ó la Educación; La Levita; El cura de Aldea; Oros, copas, espadas y bastos; La Huérfana de Bruselas; El dómine consejero; Lo positivo; La Campana de la Almudaina; La novia impaciente y El Maestro de Escuela (29 de Mayo); Un avaro; La Aldea de San Lorenzo; y para décimasexta y última del primer abono, La primera piedra.

En el segundo abono que principió en la noche del 7 de Junio, se dieron: Jugar por tabla; El Payaso; La Levita; El Alcalde de Zalamea;

El corazón en la mano; Luis Onceno; El Maestro de Escuela y Don Gasparito y la Mujer de Ulises, sin tomar parte en éstas Valero; Deudas de la honra; Tio Pablo; Flor de un dia; Sancho Ortiz de las Roelas; Las travesuras de Juana; La voz del corazón; Un dia de campo; Don Francisco de Quevedo y para décimasexta y última de ese segundo abono, Del dicho al hecho, en que Valero era inimitable.

Durante el referido segundo abono, tuvieron lugar en funciones extraordinarias, el jueves 18 de Junio, el beneficio de Valero con La Carcajada, el sainete Los dos viejos, y un coro de orfeón Los Placeres de la caza, desempeñado por los miembros del "Aguila Nacional,' dirigidos por el Maestro Julio Ituarte; y el sábado 27 el de Salvadora Cairón con el drama de la Avellaneda, Baltasar: En el mismo tiempo y á 2 de Julio el gran actor cedió el producto de una función extraordinaria, compuesta de La familia del boticario, La primera escapatoria y No siempre lo bueno es bueno, á Sánchez Osorio, el actor cómico de la Compañía de Iturbide.

Esto necesita una explicación. El éxito de la temporada abierta por el gran actor, causó la completa ruina de la Compañía de González y Osorio en dicho Iturbide, así como mucho antes había causado la de la antigua del Principal. El de Iturbide había cerrado sus puertas desde el 7 de Junio con la comedia Dulces cadenas, quedando solitario y mudo su elegante salón, que, en funciones salteadas, ocupó, á partir del 21, una modestísima Compañía de vaudeville francés.

Aquel cuadro excelente, que ofrecía un buen conjunto y trabajaba con positivo empeño, se vió en la necesidad de disolverse ante la deserción de su público. De nada le valieron sus muy buenas damas y sus delicados actores, que sin contar una notabilidad de los tamafios de Valero, eran de una incontestable superioridad sobre los de la compañía del Nacional. La Suárez era una característica como no la tenía Valero; la Belaval encantadora por su talento y su gracia, era una artista de mérito sobresaliente, y así lo acreditó en Un drama nuevo, La Campana de la Almudaina, Los soldados de plomo, La cruz del matrimonio, El tanto por ciento y otras muchas; su vis cómica se acreditó en Lo positivo, La escuela de las coquetas y Jugar por tabla; simpática de figura, con ojos expresivos, graciosa boca y correcto cuerpo, llevaba el lujo en el vestir hasta el refinamiento. Amelia Estrella, hermosa y rebosando gracia, era digna hija de aquella María García, que en su tiempo atravesaba corazones cantando La tintorera, La Colasa y el Agua va, "cuando los que hoy son gallos eran pollos," como dice Altamirano.

Lo cierto es que la compañía de Iturbide, no sólo quedó disuelta, sino dispersada: la Belaval, la Suárez, González, Rodríguez y otros, salieron para Guanajuato; Osorio y Amelia Estrella, para Toluca; Manuel Irigoyen fué contratado por Valero para su Compañía, á la

que le faltaba galán joven; Sánchez Osorio, el gracioso tan querido del público, quedó sin colocación, y tan escaso de recursos, que según hemos visto, hubo de recurrir al gran actor para que le auxiliase con un beneficio en el Nacional.

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La función de gracia de Valero se verificó con teatro lleno á no caber más, y los aplausos y las ovaciones casi rayaron en delirio, pues en realidad de verdad el espeluznante y feo drama La Carcajada, estuvo magníficamente desempeñado por el eminente artista, tanto más admirable, cuanto que la ilusión no podía ser completa porque el papel del protagonista se despegaba de la edad de Valero. Pero ¿á qué no podría suplir un genio artístico como el suyo?

En cuanto al beneficio de Salvadora Cairón, oigamos al Maestro: "Su función de gracia atrajo una concurrencia brillante; la hermosa é inteligente actriz se ha conquistado grandes simpatías por su talento artístico y por su figura escénica, que es la más á propósito para cautivar en su favor el cariño de todos. Así es que, en esa noche, el gran vestíbulo del teatro, iluminado espléndidamente, daba paso á lo más escogido de la sociedad mexicana, que acudía presurosa á contemplar un espectáculo nuevo y á arrojar sus coronas y sus ramilletes á los pies de su querida artista.

"Resplandecían los palcos con la belleza de las hijas de México, y en el patio se ostentaba toda nuestra elegancia. Cuando se alzó el telón, una tempestad de bravos y de aplausos estalló en todas partes, saludando á la eminente actriz que se hallaba en la escena; multitud de coronas volaron á sus plantas, así como centenares de ramilletes, símbolo de ardiente afecto de los mexicanos que se concede sin reserva y que dura hasta que muere el corazón.

"Comenzó luego el drama. Todos los actores se esmeraron en su representación. Montijano hizo un Rey Joaquin, magnífico; Navarro caracterizó bien al Profeta; Irigoyen representó á Rubén con inteligencia, y como su figura juvenil le ayuda mucho, el mancebo judío salió muy bien; Benetti y García sacaron todo el partido posible de sus sátrapas; la Márquez jamás nos ha agradado tanto como en el papel de la Reina Nitocris; pero Valero y la Cairón fueron los protagonistas. Cada vez tenemos motivos para admirar el talento del gran actor español; cada vez nos sorprende con su prodigiosa comprensión y la flexibilidad de su gesto dramático. En Baltasar no hay detalle que no haya marcado, nada escapa á su perspicacia artística; con el más ligero ademán, con el más pequeño gesto, da vida á una expresión ó indica un sentimiento. No se puede pedir más. La Cairón estaba bellísima en el papel de la joven judia. Su tocado, su traje pintoresco del primer acto, y de los dos posteriores, realzaban su magnífica hermosura. Estuvo conmovida, llena de expresión, y su acento, que es tan sonoro de suyo, aquella noche estuvo más armonioso y

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