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Enero del año de 542; llegado al valle de Copiapó, le mataron los indios los cuatro compañeros y prendieron á él y al otro, é tomáronles hasta ocho ó diez mill pesos que llevaban, y rompiéroples los despachos. Dende á tres meses, mataron al cacique principal, é se huyeron al Perú en sendos caballos de los que les habían tomado los indios, que por ser la puerta del despoblado, se pudieron salvar, mediante la voluntad de Dios. Con su buena diligencia llegaron á la ciudad del Cuzco, al tiempo que Vaca de Castro gobernaba, y en la coyuntura que había desbaratado á los que seguían al hijo de Almagro y preso á él.

Allí trató con Vaca de Castro que le diese licencia de sacar gente para esta tierra; hizo sesenta de caballo, y con ellos dió la vuelta á donde yo estaba: tardó dos años justos en su viaje. Halló hasta doce mill pesos de ropa, y caballos para tracrme esta gente y darles socorro, y un navío en que metió los cuatro mill dellos; pagué acá, á las personas que se los prestaron, ochenta y tantos mill castellanos.

Por Enero de 544 fué de vuelta en la ciudad de Santiago el capitán Alonso de Monroy con los sesenta de caballo; y el navío que envió del Perú echó ancla en el puerto desta ciudad, que se dice Valparaíso, cuatro meses antes. En lo que entendí en el comedio destos dos años, fué en trabajos de la guerra y en apretar á los naturales y no dejarlos descansar con ella, y en lo que convenía á nuestra sustentación é guardia de sementeras; porque como éramos pocos y ellos muchos, teníamos bien que hacer; y en esto me halló ocupado.

En descansando un mes la gente y regocijándonos todos con su venida, apreté tan recio á los naturales con la guerra, no dejándolos vivir ni dormir seguros, que les fué forzado venir de paz á nos servir, como lo han hecho después acá.

Andando ocupado en esto, el Julio adelante del año dicho de 544 llegó al dicho puerto de Valparaíso el capitán Juan Bautista de Pastene, ginovés, piloto general en esta Mar del Sur por los señores de la Real Audiencia de Panamá, con un navío suyo, que por servir á V. M. y por contemplación del Gobernador Vaca de Castro, le cargó de mercaderías él y un criado suyo para el socorro desta tierra, en que traería quince mill pesos de empleo. Compré de esta hacienda otros ochenta y tantos mill castellanos, que repartí en toda la gente que tenía, para la sustentación della.

El mes de Septiembre adelante, del mesmo año de 544, sabiendo la

voluntad con que el capitán y piloto Juan Bautista de Pastene había venido é se me ofrescía á servir á V. M. y á mí en su cesáreo nombre, y la autoridrd que tenía de piloto, y su prudencia y experiencia de la navegación desta mar y descubrimiento de tierras nuevas, y todas las demás partes que se requerían para lo que convenía al servicio de V. M. y al bien de todos sus vasallos y desta tierra, le hice mi teniente general en la mar, enviándole luego á que me descubriese ciento y cincuenta ó doscientas leguas de costa, hacia el Estrecho de Magallanes, é me trajese lenguas de toda ella. Y así lo puso por obra; y en todo el dicho mes fué y vino, con el recaudo que de parte de V. M. le encargué.

Oída la relación quel capitán y los que con él fueron me daban de la navegación que hicieron y posesión que se tomó, y prosperidad de la tierra, abundancia de gente é ganado y las que las lenguas que trajo me dieron, trabajé de echar á las minas los anaconcillas é indios de nuestro servicio que trujimos del Perú, que por ayudarnos le hacían de buena gana, que no fué pequeño trabajo, que serían hasta quinientas pececillas; y con nuestros caballos les acarreábamos la comida desde la ciudad, questá doce leguas dellas, partiendo por medio con ellos la que teníamos para la sustentación de nuestros hijos é nuestra, que la habíamos sembrado y cogido con nuestras propias manos y trabajo. Todo esto se hacía para poder tornar á enviar mensageros á V. M., á dar cuenta y razón de mí y de la tierra, y al Perú á que me trajesen más socorro para entrar á poblarla; porque no llevando oro, era imposible traer un hombre, y aún con ello no se trabajaría poco, cuando se sacase alguno, según la esensión y largura que han tenido los españoles en aquellas provincias, y fama que había cobrado esta tierra.

Andovieron en las minas nueve meses de demora; sacáronse hasta sesenta mill castellanos ó poco más; acordé de despachar á los capitanes Alonso de Monroy y Juan Bautista de Pastene con su navío, para quel uno por tierra y el otro por mar, trabajasen de me traer socorro de gente, caballos é armas. Y en este navío envió á un Antonio Ulloa, natural de Cáceres, por ser tenido por caballero é hidalgo, por mensagero, con los despachos para V. M. En ellos daba relación, de lo que hasta allí había de qué darla, de mí y de la conquista, población é descubrimiento de la tierra. Entre los tres, y otros dos mercaderes que también fueron á traer cosas necesarias, se distribuyó el oro que se había sacado para que el Ulloa tuviese con que ir á V. M., y los capitanes é los

mercaderes algún resuello para traer el socorro que pidiesen.

En lo que entendí con la gente que tenía, en tanto que parte della atendía al sacar del oro y guarda de nuestras piezas, fué en poblar la ciudad de la Serena, á la costa de la mar, en un muy buen puerto, en el valle que se dice de Coquimbo, por ser en la mitad del camino que hay del valle de Copiapó á donde está poblada la de Santiago, que es la puerta para que pudiese venir la gente del Perú á servir á V. M. á estas provincias, sin riesgo. E fuí á ella é fundóse el Cabildo y justicia, y puse un teniente; y de allí á los 4 de Septiembre de 545 años, despaché á los mensageros é nao dicha, con quedar confiado que al más tardar ternía respuesta de Alonso de Monroy dentro de siete ó ocho meses. Y para esto llevó indios desta tierra, que se ofrescían á venir del Perú á donde yo estoviese, con cartas, en cuatro meses y en ménos.

Hecho el navío á la vela de la ciudad de la Serena, dejando buena guarda en ella, dí la vuelta à la de Santiago. El Enero adelante de 547, dí órden en que se tornase á sacar algún oro, como en la demora pasada, porque ya aquel año se cogió más número de trigo que los pasados. Y porque me pareció no podía tardar el socorro, determiné entrar descubriendo 50 leguas de tierra adentro, por ver donde podía poblar otra ciudad, venidos que fuesen los capitanes que había enviado por gente. Apercibí sesenta de caballo, bien armados y á la ligera, é puse por obra mi descubrimiento, dejando recaudo para que se sacase oro en tanto que iba é volvía con el ayuda de Dios, teniendo para mí estaba más lejos el principio de la tierra poblada, de donde la hallé.

A 11 de Febrero de dicho año, partí é caminé treinta leguas, que era la tierra que nos servía y habíamos corrido; pasadas diez leguas adelante, topamos mucha población, é á las diez é seis, gente de guerra que nos salían á defender los caminos y pelear. Nosotros corríamos la tierra, y los indios que tomaba los enviaba por mensageros á los caciques comarcanos, requeriéndolos con la paz. Y un día por la mañana salieron hasta trescientos indios á pelear con nosotros, diciendo que ya les habían dicho lo que queríamos, y que éramos pocos y nos querían matar; dimos en ellos y matamos hasta cincuenta, é los demás huyeron.

Aquella misma noche, al cuarto de la prima, dieron sobre nosotros siete ó ocho mill indios, y peleamos con ellos más de dos horas, é se nos defendían bárbaramente, cerrados en un escuadrón, como tudescos: al fin dieron lado, y matamos muchos dellos y al capitán que los guiaba.

. Matáronnos dos caballos, é hirieron cinco ó seis y otros tantos cristianos. Huídos los indios, entendimos lo que quedaba de la noche en curar á nuestros caballos y á nosotros; y otro día anduve cuatro leguas é di en un río muy grande, donde entra en la mar, que se llama Bíu-bíu, que tiene media legua de ancho. Y visto buen sitio donde podía poblar," y la gran cantidad de los indios que había, y que no me podía sustentar entrellos con tan poca gente; y supe además que toda la tierra, desta parte é de aquella del río, venía sobre mí; y á sucederme algún revés, dejaba en aventura de perderse todo lo de atrás, dí la vuelta á Santiago dentro de cuarenta días que salí dél, con muy gran regocijo de los que vinieron conmigo é quedaron á la guarda de la ciudad, viendo y sabiendo teníamos tan buena tierra cerca y tan poblada, donde les podía pagar sus trabajos en remuneración de sus servicios.

Con mi vuelta, aseguramos los indios que servían á la ciudad de Santiago y los de los valles que servían en la Serena, que estaban algo alterados con mi ida adelante, y tenían por cierto, segund eran muchos los indios y nosotros pocos, nos habían de matar á todos; y con esto estaban á la mira y en espera, para en sabiendo algo, dar sobre los pueblos y tornarse á alzar; quiso Dios volver sus pensamientos al revés. Luego envié á la Serena á que supiesen de mi vuelta, con la nueva de la buena tierra que había hallado. de que no se holgaron poco. El Mayo adelante hice sembrar gran cantidad de trigo, teniendo por cierto no podía tardar gente, porque toviésemos todos en cantidad que comer; y así hicimos, con el ayuda de Dios, gran cantidad de simenteras.

Había siete meses que partieron mis capitanes al Perú, y no tenía nueva cierta ni carta dellos; é un barco que había hecho hacer para pescar en el puerto con redes, le hice aderezar de manera que pudiesen ir al Perú siete ó ocho hombres cuando conviniese.

Yo repartí esta tierra, como poblé la ciudad de Santiago, sin tener noticia verdadera, porque así convino para aplacar los ánimos de los conquistadores; y dismembré los caciques para dar á cada uno quien le sirviese; é como después anduve conquistando la tierra trayéndola de paz, tove la relación verdadera, é ví la poca gente que había, y que estaban repartidos en sesenta y tantos vecinos los pocos indios que había; é á no poner en esto remedio, estuvieran ya disipados y muertos los más, acordé para la perpetuación de los naturales y para la sustentación desta ciudad, por ques la puerta para la tierra de adelante, y

donde se rehace la gente que ha venido é la que viniere á poblarla é conquistarla, de reducir los sesenta y tantos vecinos en la mitad, y entre éstos repartir todos los indios, porque tuviesen alguna más posibilidad para acoger en su casa á los que vinieren á nos ayudar. Hícelo esto por la buena tierra que había descubierto, y que podía dar muy bien de comer á los vecinos que quité los pocos indios que tenían para repartirlos en los que quedaron, certificando á V. M. no se podía hacer cosa más acertada ni más provechosa para que la tierra se perpetúe y sustente á V. M., é los naturales no se disipen.

Era por Agosto, pasados once meses, y no sabía nada del Perú. Con el oro que habían sacado unos indezuelos míos, y lo que los vecinos por su parte tenían, que todos me lo prestaron, parte de buena gana, despaché otro mensagero á V. M., que se llamaba Juan Dávalos, natural de las Garrobillas, con los despachos duplicados que había llevado el Antonio de Ulloa, y con lo que había de nuevo que decir de la jornada que había hecho é tierra que había hallado; y para que diese socorro á algunos de mis capitanes, si los topase de camino con alguna necesidad.

Partió este barco, como digo, llevando los que en él iban, míos y de particulares, casi sesenta mill pesos, que á ir á otra parte que al Perú, era gran cosa; pero como aquella tierra ha sido y es tan próspera é rica de plata, estimarían en poco aquella cantidad, y acá teníamosla en mucho por costarnos cada peso cient gotas de sangre y doscientas de sudor. Hiciéronse á la vela del puerto de Valparaíso por el mes de Septiembre del año dicho de 546.

Como esperaba de cada día socorro, mi cuidado é deligencia era en hacer sembrar maíz é trigo en sus tiempos, y en sacar el oro que con la poca posibilidad que había se había se podía, para enviar siempre por gente, caballos y armas, que esto es de lo que acá teníamos necesidad, porque lo demás que venimos á buscar, como gente no falte, ello sobrará, con el ayuda de Dios.

Trece meses había quel barco era partido del puerto de Valparaíso con el mensagero Juan Dávalos, cuando llegó á él de vuelta del Perú el piloto y capitán Juan Bautista de Pastene, con gran necesidad de comida, en un navío que no traía sino el casco dél, sin tan sólo un peso de mercadería, ni otra cosa que lo valiese. Estando sin esperanza de verle más, teniendo por cierto, pues habían tardado tanto, que eran

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