Imágenes de páginas
PDF
EPUB

formado en Acapulco, haciéndosele ciertas modificaciones con el objeto de atraer á los liberales moderados enemigos de là Federación. Esta conducta podía atribuirse entonces al deseo de asegurar el éxito de la revolución, pero por desgracia había de descubrirse más tarde, que tenía su origen en una falsa apreciación de las condiciones político-sociales predomi nantes en la nación.

No era, pues, como veníamos diciendo, el mérito positivo del Plan de Ayutla ni el de sus iniciadores el que decidió el triunfo del movimiento revolucionario, sino la oportunidad de ese movimiento en vista de la convicción que habían ido ad-` quiriendo las clases pensadoras de la sociedad, de que una reforma radical se hacía necesaria para que la sociedad se pudiera reconstituir sobre bases más amplias y sólidas, y que tal reforma no se podría lograr nunca mientras subsistiese el régimen á que estaba sometida la nación. Tan cierto es esto, que en varios lugares, como en Tamaulipas, se produjo un movimiento revolucionario á favor del Plan de Ayutla, sin conocer siquiera el texto de éste, tan sólo porque los iniciadores sabían que dicho plan iba dirigido contra la tiranía de Santa-Anna.

La resistencia del gobierno dictatorial frente á la revolución, fué en extremo débil, si se toman en consideración los elementos con los cuales cada parte contaba; quedando demostrada una vez más la fuerza de la opinión pública, siempre que se manifieste unida y decidida, aun cuando sea relativamente reducido el círculo de las personas que la forman, por falta de ilustración las masas. Habiendo hecho Santa-Anna en el año de 1854 una campaña infructuosa contra las fuerzas de Alvarez y Comonfort, la revolución cundió á Michoacán y en seguida á los departamentos del Norte, no faltando las demostraciones hostiles al Gobierno casi en ninguna parte. El Dictador, que sentía ya temblar el suelo bajo sus piés, perdió el valor mucho antes de que se le agotaran los recursos y abandonó la capital el día 9 de Agosto de 1855 con rumbo á Veracruz y de allí al extranjero. Cuatro días después de esa vergonzosa fuga, la población de México forzaba al comandante

de la plaza General Díaz de la Vega á proclamar el Plan de Ayutla, á lo cual éste accedió aparentemente sin mucha difi· cultad.

No podía sin embargo inspirar mucha confianza ese jefe, que hasta la víspera había sido partidario incondicional del Dictador y hubiera sido en efecto de temerse, que la revolución tomara, después de tantos sacrificios, un sesgo poco satisfactorio á no haber sido por el pronunciamiento de Haro y Tamariz en San Luis Potosí, que vino á alejar el peligro á causa de la división que introdujo en las filas conservadoras. Hubo aun más, pues ese jefe conservador, acosado por las huestes liberales del Norte, encabezadas por Don Santiago Vidaurri, y sin esperanza de ser auxiliado por sus correligionarios de la capital, á quienes había abandonado, convino en firmar con Comonfort-el cual se había apoderado entretanto de Guadalajara-lo que se llamó el Convenio de Lagos, que obligaba á ambos jefes, en unión de Doblado, á reconocer á Don Juan Alvarez como jefe de la revolución.

Vidaurri no aprobó el Convenio de Lagos, dirigiendo con motivo de ese arreglo una notable y un tanto profética comunicación á Comonfort, en la cual decía:

"Si los convenios que V. E. celebró en Lagos el 16 del corriente con los Sres. Don Antonio de Haro y Tamariz y Don Manuel Doblado; si la adopción del Plan de Ayutla funda en México un gobierno estable, justo y bienhechor, que lejos de convertirse en tirano, marche á la vanguardia de las ideas, restableciendo la moral perdida, y levantando á este desgraciado país del anonadamiento en que se halla, yo seré el primero, y conmigo la frontera del Norté, que tanto ha sufrido hasta aquí, en bendecir esa era de felicidad tan suspirada; pero sea porque no me hallo en el teatro de los sucesos que se están verificando para desenlazar la revolución, ó porque las cosas se me presentan á esta distancia con un carácter confuso en que no veo la verdad, que debe ser nuestro norte en las presentes circunstancias, temo mucho que la admisión del ejército para que sea el sostén de la nueva composición política, dé resultados opuestos á los que V. E. se ha prometido,

porque no puedo persuadirme que el autor mismo de las desgracias que deplora la patria, sea el que las remedie con su obediencia al gobierno nacido de la revolución. Más V. E., que ha cargado con la responsabilidad de hacer esa transacción sin la concurrencia de los legítimos representantes de la opinión pública, que somos, sin disputa los que con las armas en la mano hemos derrocado la tiranía, que parecía eterna, tendrá sus razones para obrar así, como yo las tengo para ver en dichos convenios, el germen de la reacción y el elemento que antes de mucho ha de oprimir otra vez á los mexicanos."

"Es ingrata la tarea de contradecir lo hecho por una persona que ha sabido captarse la benevolencia de sus compatriotas en la lucha contra el despotismo; pero precisamente esta consideración me obliga á exponer brevemente los motivos de mi desacuerdo respecto de los citados convenios. Si bien el Plan de Ayutla garantiza la existencia del ejército, al mismo tiempo condena como enemigos de la independencia nacional á todos los que se opongan á los principios en él consignados. ¿Cómo, pues, dejar impune la tenaz oposición que hizo el ejér cito al Plan de Ayutla? Si lo que hoy se tiene por única regla se refringe en un punto capital; si así se sacrifica una de las principales exigencias de la revolución y la primera garantía del porvenir que nos ofrece, no sé á dónde vayamos á parar. inaugurando ese porvenir con una ruptura manifiesta del programa que debe dar á México nuevo ser. Con esto no quiero decir que no haya ejército; debe haberlo precisamente, pero purificado y sujeto á reglas y condiciones que lo alejen del campo de las disensiones civiles, y sea el escudo de su patria y el monumento vivo de su gloria militar; pero pretender que la fuerza organizada, y por otra parte herida en su amor propio por los triunfos del pueblo, se preste dócilmente á la reforma de los vicios de que adolece, cuando se hayan desorganizado las tropas restauradoras de la libertad, es para mí una ilusión, que acaso habrá engendrado en V. E. el noble deseo de restablecer la paz, sin recordar que esto es lo mismo que aplazar la guerra, dejando viva la causa que la ha producido por tantos años."

Estas desavenencias en el partido liberal no tomaron por fortuna entonces un carácter agudo, antes bien fué decisiva la unión de sus ejércitos. Ante esa unión el General Martín Carrera, nombrado Presidente interino por una Junta convocada por el General Díaz de la Vega conforme al art. 2 del Plan de Ayutla tuvo que renunciar el cargo á que había sido elevado accidentalmente, reconociendo también lo pactado en el Convenio de Lagos.

Entre tanto marchaba Don Juan Alvarez lentamente hacia la capital, no habiendo llegado á Iguala sino el 24 de Septiembre, desde donde convocó para el día 4 de Octubre una Junta Nacional que debería reunirse en la Ciudad de Cuernavaca, á fin de nombrar un Presidente interino, conforme al mismo artículo del Plan de Ayutla de que se había servido Díaz de la Vega para instalar á Carrera. La Junta que se reunió en Cuernavaca nombró Presidente interino al mismo Alvarez, el cual fué prontamente reconocido como tal en casi toda la República. Ya con ese carácter y antes de proseguir su camino rumbo á México, convocó Alvarez un Congreso extraordinario, que constituyera á la nación, bajo la forma de república democrática, representativa y que debería reunirse el día 14 de Febrero de 1856. Conforme á ese decreto, el lugar de reunión debería ser la Ciudad de Dolores Hidalgo, pero un decreto posterior derogó esa disposición, designando la capital de la República para el mismo objeto.

CAPITULO II.

LOS PARTIDOS POLITICOS.

Derrocada por fin la dictadura militar, proclamados los principios liberales, devueltos los desterrados á sus hogares, suprimido el espionaje político y las delaciones que mantenían en contínua zozobra á las personas independientes, abolidos los castigos por simple desafección al Gobierno; no parece, sin embargo, si se recorren los anales de nuestro país, que hacia fines de 1855 y principios de 1856, se entregara el pueblo mexicano á francas demostraciones de alegría y satisfacción, ó que contemplara el porvenir bajo un aspecto risueño.

Todos parecían sentir por lo contrario, que la terrible crisis, por la cual atravesaba la nación aun no se había resuelto y que antes de que se llegara á un desenlace final había de correr mucha sangre y se habían de presenciar inauditos desastres.

Encontrábanse, en efecto, frente á frente, dos partidos, cada uno de ellos convencido de tener el mejor derecho de su parte y confiando ambos en su mayor fuerza para el combate; á lo cual se agregaba, que no había entre los partidos ni aun conformidad de ideas en cuanto al origen de la soberanía como base del orden social, ni confianza en el contrario de que, encontrándose en el poder, fuera capaz ó tuviera la voluntad de consultar imparcialmente la opinión pública, y de llevar á efecto lo que la nación resolviera con referencia á las cuestio

« AnteriorContinuar »