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la Compañía á México.-Enero 18 de 1887. Por la empresa, Edgar Strakosch."

Ciertamente no hubo necesidad de apuntalar las Cajas del Banco de Londres por causa del depósito del importe del abono. Ni sombra siquiera de aquel furor por concurrir á los conciertos de la Patti. El pícaro Charles Bourton, el falso Marcus Mayer, se hubiese llevado un frentazo piramidal, si hubiese reservado para entonces su celebérrima estafa. Pero fué hombre de ingenio y no tuvo sucesor; para desgracia de nuestro público se le brindaba con la garantía de respetabilísima institución de crédito cuando no había necesidad de ello. Tal fracaso hecho público díjose que Sarah Bernhardt ya no nos visitaría, pero, por fortuna, la actriz sublime, impulsada quizás en su Vuelta al Mundo por la misma fuerza que al héroe de Julio Verne le hace arrostrar con toda clase de tropiezos y fatalidades, á su vez no paró mientes en las malas noticias de Strakosch, y arrastrada por el anda! anda! de Ashaverus, vino á pesar de todo á la ciudad, y en el Gran Teatro dió en 6 de Febrero La Dama de las Camelias, el 7 Fedora, el 9 Frou-Frou, el 11 Le Maitre de Forges, el 12 Adriana Lecouvreur, el 13 Frou-Frou por segunda vez, el 15 Le Sphinx, el 16 Theodora, el 17 La Dama de las Camelias, por segunda vez, el 18 en función extraordinaria y á su beneficio Hernani, y el 19, para décima y última de abono y despedida, Theodora por segunda vez: todavía le alcanzó el tiempo para asistir á un asalto que en su honor dió la Sociedad de Tiradores en la Sala de esgrima del Callejón de Santa Clara, y concurrir á un coleadero con que la obsequiaron algunos charros elegantes, y á las ocho de la noche del 21 tomó el Ferrocarril Central con destino á Washington, donde el 29 dió su primera representación.

Difícil sería vivir más de prisa que aquella original mujer y muy

eminente actriz.

Como la Civili, como la Ristori, como la Pezzana, como la Rodríguez, vió el Teatro Nacional casi vacío, como no lo vieron actores y actrices de mucho menos talento que ellas. Como ellas también fué, sin embargo, comprendida y admirada por los inteligentes y aplaudida con frenesí, y nuestro Gran Teatro se gloría y honra de haberle dado albergue como á tantos otros ilustres artistas que le hacen olvidar de que en malas horas y tristes días han profanado su escena mil y un titiriteros, saltimbanquis, y cómicos y zarzuelistas de la legua.

Sarah Bernhardt, cuyos verdaderos nombre y apellido son Rosine Bernardt, vino á México casi de la misma edad que la Patti, puesto que había nacido en París el 22 de Octubre de 1844. Actriz maravillosamente inspirada; pintora y escultora de talento; escritora fácil; hermosa mujer; caprichosa y extravagante sobre toda pondera

ción, es, dice uno de sus biógrafos y compatriotas, una de las curiosas y originales personalidades parisienses. Produciendo en la escena admirables creaciones; improvisándose dueña y directora de teatros; escribiendo en los periódicos; haciendo arresgadas ascensiones en globo libre; casándose, divorciándose de hecho; tirando el oro por la ventana; perseguida por sus acreedores; pasando de un palacio propio á un humilde cuarto de alquiler; rehaciendo en unos cuantos días su fortuna; buena é insoportable; adorada y aborrecida, con su nombre ha llenado ambos mundos, y en todas partes sus glorias y sus aventuras son sabidas, aun por aquellos que no la han visto jamás.

Describir su carrera artística es de todo punto imposible en reducidas páginas; no cabe en ellas ni aun la simple enumeración de sus triunfos colosales. Sólo diré que hay papeles en los cuales nadie se ha atrevido á ponerse en parangón con ella. En 21 de Noviembre de 1877 en la tragedia Hernani, hizo una Doña Sol tan supremamente maravillosa, que el nombre de la actriz vino á ser inseparable del de la heroína de Víctor Hugo. Gala y principal atractivo fué durante muchos años del Teatro Francés, como socia de la Comedie Française; pero á lo mejor desconoció todos sus deberes y obligaciones para con ella, dimitió todos sus derechos, se ausentó de París, consiguió, merced á grandes influencias, recobrar su honroso puesto, y otra vez volvió á abandonarle y á fugarse, viéndose por ello envuelta en una demanda judicial en la que salió condenada á pagar ciento cuarenta y cinco mil francos. Mientras, expedicionó por Inglaterra y los Estados Unidos, causando en todas partes verdadero frenesí con su talento y con sus excentricidades. Tampoco es fácil detallar éstas, pero nadie ignora la de haber hecho construir un magnífico ataúd en el cual dormía muchas noches, amortajada como podrá estarlo el día de su fallecimiento; también es muy conocida la de su ascensión en un globo con el pintor Jorge Clairín, sobre lo cual escribió su espiritual libro En las nubes, ilustrado por ese artista. Deseando conocer la vida de mujer casada, en 1882 se unió en matrimonio con un diplomático griego, Jackes Damala, á quien hizo entrar en su compañía dramática como actor, con nombre de Daria: pronto se cansó de él y de su experiencia matrimonial, y sobrevino una ruptura entre ella y su marido.

Ni sus desórdenes, ni sus escándalos, asunto de libelos como el titulado Sarah Barnun y Marie Pegeonier, le perjudicaron jamás en el aprecio y entusiasmo de sus admiradores y de los más distinguidos literatos, alguno de los cuales, Victoriano Sardou por ejemplo, casi exclusivamente para ella escriben, porque nadie como ella sabe interpretar sus obras, ni eternizarlas en los carteles, ni conmover á toda una sociedad con el anuncio de una creación escénica. Fedora en II de Diciembre de 1882, Theodora en 26 de Diciembre dé 1884, la

R. H. T.-T. IV.-3

Tosca en 24 de Julio de 1887, Cleopatra hace poco tiempo, han importado para el autor y para su intérprete triunfos que el telégrafo y el cable han comunicado á todo el Universo, como sucesos memorables. Mentira parece, hace notar su biógrafo, que en un tan débil individuo como ella puedan caber, sin perjudicarse ni corregirse, tanto genio y tanta excentricidad, tanto exceso de vida y tantas causas que debieran aniquilarla. Ese cuerpo de apariencia débil, eternamente enfermo, perdidamente neurótico, ha consumido no sólo diez fortunas sino también veinte existencias de mujer: sus nervios le comunican una actividad eléctrica; para ella el reposo es la muerte; su capricho es su sola ley; el arte su único culto firme; lo demás nada le importa ni le merece ni la más mínima consideración: sus dos divisas Quand même, y Tout passe, tout lasse, tout casse, forman el credo de su vida. Contratada Sarah Bernhardt para América en 1886, contrata á la que debimos el verla en nuestro gran teatro, volvió á París en 31 de Julio de 1887 con ochocientos mil francos ganados en su excursión, llevando sujeto á una cadena de oro su muy amado Minete, nada menos que un pequeño tigre, tan mal domesticado que en Nueva York lastimó gravemente á un mozo y al restaurateur del hotel en donde se hospedaba la artista.

Sus triunfos en México fueron los mismos que en todos los teatros que visitó. Estremeció al público concurrente á La Dama de las Camelias, con aquella verdad con que se desmayaba en medio del walse, con sus conflictos amorosos con Armando, con su entrevista con el anciano Mr. Duval, y sobre todo al escribir la carta de despedida al amado de su alma: en ese momento estuvo sublime, como en la escena final del cuarto acto y en la de la muerte de la infortunada Margarita, fingida con positivo artístico derroche de detalles y actitudes supremamente verdaderos. En Fedora, en Frou-Frou, en Theodora, en Le Maître de Forges, en Adriana, en Le Sphinx, en Hernani, estuvo la sublime actriz.... pero ¿á qué tratar de decir cómo estuvo? Para quienes la vieron y oyeron, nuestras explicaciones resultarían pálidas; para quienes no tuvieron esa fortuna, cuanto dijésemos no podría darles ni siquiera aproximada idea de lo que puede ser una tan grande artista como ella.

Después...... después...... La pluma se resiste á escribir! Después.... Todos los públicos que faltaron en las representaciones de la Civili, la Ristori, la Pezzana y Sarah Bernhardt, no pudieron caber en las cien plazas de toros de la Capital y de los Estados vecinos, para los cuales se organizaron inmensos trenes que eran, no obstantomados por asalto por la multitud expuesta á no hallar cabida en sus coches innumerables.

te,

Con mucha anterioridad, en uno de los dos años de vida del duodécimo Congreso de la Unión, habíale sido presentado un proyecto de

ley por la Diputación del Distrito Federal, consultando la derogación del art. 87 de otra ley de 28 de Noviembre de 1867 sobre dotación del Fondo Municipal. La Comisión de Gobernación del décimotercero Congreso no quiso dejar dormir ese proyecto, y en 28 de Noviembre de 1886, firmado por los diputados D. Ramón Rodríguez Rivera y D. Tomás Reyes Retana, presentó dictamen favorable, haciendo notar "haber consagrado preferente atención á su estudio," "su afán de dar lleno y cumplir con acierto su cometido," "pesado sus ventajas," y "explorado con detenimiento la opinión." De todo ello dedujo la Comisión "que sólo el sentimentalismo exagerado de unos cuantos podía condenar el espectáculo á que se refiere el art. 87 de la ley citada, porque la gran mayoría afirma que en esa clase de fiestas debe señalarse una costumbre nacional, determinada por una afición peculiar á nuestra raza, que revela sus precedentes históricos y que marca al mismo tiempo el genio é indole propios de nuestro pueblo." Por estas y otras razones, conveniente era echar al diablo la pragmática de Carlos Tercero, y cuantas prohibiciones legales habían tratado de extirpar esa diversión, que "considerada bajo el aspecto utilitario era una fuente de recursos para los municipios, y una medida preventiva para los delitos." Además, y en esto sí estamos de perfecto acuerdo, "el ejemplo del Distrito Federal al abolir en 1867 las lides de toros, no había sido secundado por los Estados de la Federación, ni aun siquiera por los limítrofes, y no dejaba de ser un ridículo para la ley que existiesen plazas de toros en las inmediaciones de la Capital, concurridas y favorecidas por los habitantes de ésta, cuyo tesoro municipal pagaba en una de ellas el servicio de la policía haciéndolo con sus gendarmes propios."

Con estos fundamentos la comisión consultaba el que fuesen permitidas las lides de toros mediante el pago de cuatrocientos á ochocientos pesos por cada licencia, destinándose los fondos así recaudados á la obra del desagüe de la ciudad de México.

Como, según se dijo, poderosas influencias se empeñaban en la derogación de tal art. 87, obtúvose al fin y acto continuo comenzáronse á levantar y construir plazas de toros, tocándole la suerte de ser la primera en inaugurarse á la que en la Colonia de los Arquitectos y Calzada de San Rafael, alzaron con asombrosa rapidez D. Eduardo y D. Lorenzo K. Ferrer, vecinos de esta Capital. A mediados de Enero pudo ya admırarse el colosal esqueleto del nuevo circo taurino, que, según El Arte de la Lidia, periódico cuasi oficial acabado de establecer, constaría de cincuenta y cinco lumbreras altas ó palcos, ciento sesenta con gradería, y extensa serie de tendidos; el redondel seria de sesenta varas de diámetro, con su barrera y callejón de dos varas de ancho: los toriles se construirían al estilo moderno para evitar desgracias y el mal trato de los toros. La plaza que podría dar

cabida á doce mil personas, debía estar terminada para fines de Febrero de 1887, debiendo estrenarla el espada mexicano Ponciano Díaz lidiando toros de las acreditadas ganaderías de Parangueo, de Guanajuato, y Ramos, de Durango.

A la vez, y no habiendo autorizado la ley privilegio alguno, á fines de Enero estaban en construcción otras dos plazas, en terrenos de los paseos de la Reforma y de Bucarelli y potreros de la Alberca Pane, y se proyectaban otras dos en distintos puntos. Mientras, las de Tlalnepantla y Toluca, puestas, gracias á los trenes rápidos, á unas horas de México, hacían indecibles esfuerzos para explotar la diversión antes de que la Capital se llevase todas las utilidades. Ese riesgo tardó poco en sobrevenirles, pues el domingo 20 de Febrero se realizó el estreno de la plaza de San Rafael, título que tomó la plaza de la propiedad de los Sres. Ferrer.

No se busque aquí la reseña de esos espectáculos, de los que no soy enemigo, pero que sólo por incidencia toco en este capítulo, para ponerlos en contraste con el fracaso de otros verdaderamente artísticos y civilizadores. Búsquense sus revistas en el citado Arte de la Lidia, y aquí digamos sólo que el éxito de la primera corrida fué en cuanto á productos para el empresario, supremamente bueno, aunque la competencia de sus rivales en los Estados llegó al extremo de que el de la Plaza de Puebla contrató al célebre diestro español Luis Mazzantini, con el preciso compromiso de no admitir contrato ó ajuste para la Capital. Así convenido, Mazzantini vino de la Habana á la República, causando su entrada en ella más sensación que la de la misma Adelina Patti, y para los Domingos 27 de Febrero, y 6 y 13 de Marzo, anunciáronse tres corridas que tendrían lugar en la Plaza del Paseo Nuevo de Puebla, con los siguientes precios de localidades: Lumbreras, cuarenta pesos; silla numerada de barrera, seis pesos; silla numerada bajo la lumbrera, cinco pesos; Entrada á sombra, cuatro pesos; Entrada á sol, un peso cincuenta centavos. Para que de México pudieran ir á Puebla los aficionados, pusiéronse trenes especiales y directos. Como entre corrida y corrida habían de trascurrir seis días, Mazzantini deseó pasar algunos en la Capital, y á ello fué invitado por altos círculos de ella. El famoso diestro llegó aquí en la noche del 2 de Marzo, encontrando en la Estación un número infinito de personas de todas clases, que deseaban conocerle, y varios distinguidos miembros del Jockey Club que le condujeron al Hotel del Jardín, en que se le había preparado cómodo alojamiento. Allí Mazzantini cambió de traje y poco después se dirigió á la casa palacio de D. Eduardo Rincón para asistir á la suntuosa cena con que le obsequió el opulento capitalista. El siguiente día fué D. Pablo Escandón quien le ofreció en su quinta de Tacubaya un espléndido banquete.

No sé cómo, ni importa averiguarlo, sus admiradores en México

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