Imágenes de páginas
PDF
EPUB

público concurrente á ese divertido espectáculo fué durante muchas tardes y noches muy numeroso, bastante más numeroso que el que asistía á las funciones dramáticas que daba en Arbeu, allá por Octubre, un modestísimo cuadro de actores dirigidos por Segismundo Cervi, al que á mediados de mes unió su escasa suerte Francisco Solórzano con la primera dama Sra. Villó. En el Principal hacía á su vez cuanto podía el bueno de Manuel Estrada. Uno y otro teatro y también el de Hidalgo, exhumaron, según la costumbre anual, y ante bastante público, el famoso Don Juan Tenorio, en los primeros días de Noviembre, mes que entonces se presentó muy animado con su salón de conciertos y almacén de pulmonias de la Alameda, sus teatrillos de títeres y zarzuelas por tandas, y los muy vistosos bailes infantiles, celebrados algunas tardes en el Pabellón morisco con abundante concurso de preciosos niños, algunas veces vestidos primoro. samente de fantasía; fué esa una novedad del mejor gusto y digna del mayor aplauso.

También los jóvenes y aun muchas personas que ya no lo eran, tuvieron su modo de divertirse con el suntuoso baile ofrecido al Presidente de la República y á su hermosa y distinguida consorte Da Carmen Romero Rubio de Díaz, en los Salones del Palacio Nacional, cedido para ese objeto al círculo de sus amigos, quienes adornaron el vasto recinto con positivo buen gusto. La gran escalera, grande, se entiende, por tamaño y no por lo cómodo ni artístico, cualidades ambas de que carece en lo absoluto, presentaba un magnífico golpe de vista, transformada en frondoso jardín, y convertido su descanso en hermosa gruta con una excelente perspectiva pintada al fresco por diestro pincel. Los amplios corredores dispuestos para salones de desahogo y descanso; el gran salón de Embajadores, iluminado y alhajado regiamente, viéronse entonces honrados por numerosísima y escogida sociedad, presentando todo ello un golpe de vista deslumbrador. La fiesta resultó magnífica no sólo por el lujo desplegado en ella, sino porque permitió ver reunida á la crema de las familias mexicanas, que aparte de ciertas temporadas teatrales, jamás se reune en parte alguna que le ofrezca distracción y solaz. Nuestros ricos son la gente más falta de buen humor de todo el universo: sus enormes caserones que al buen Barón de Humboldt antojáronsele palacios, más parecen recintos conventuales: jamás por sus balcones se percibe iluminación interior, ó concertados ecos que denuncien una fiesta; las calles en las que moran mayor número de opulentos son las más silenciosas y tristes durante las noches: sus moradores ofrecen un prodigioso ejemplar de cómo un individuo puede aburrirse á solas. Nada más inactivo que un rico de los nuestros: ni siquiera se mueven para acrecer ó aumentar sus riquezas: las haciendas ó las fincas heredadas de sus mayores les dan anual

R. H. T.-T. IV.-6

mente lo necesario para sus gastos, más un sobrante casi fijo en numerario, y con esto les basta y sobra, sucediendo además que en la generalidad ni siquiera ellos personalmente atienden á su giro, confiado á un administrador no muy ampliamente pagado: allí no hay más gasto no común que el de la modista y el sastre, y el del abono á compañías de ópera, drama, comedia ó variedades de algún mérito. Es un buen modo de conservar un capital sin preocupaciones para conservarle. En cuanto á los ricos nuevos, los que disfrutan de capitales hechos por ellos mismos, son aún menos afectos á diversiones y recreos sociales: estos opulentos improvisados saben bien el trabajo que les ha costado enriquecerse, y no están dispuestos á emplear el producto de sus sudores en obsequiar á los demás. Los ricos de verdad, los que lo son porque lo heredaron y porque siempre lo han sido, no se divierten por indolencia: los ricos nuevos, los improvisados, los que cubren el plebeyo cobre de que están formados con un más o menos grueso baño de plata, no se divierten por egoísta economía. Aquéllos no se divierten porque no quieren divertirse; éstos no se divierten porque no saben divertirse, y de todo ello resulta que no existe en todo el universo una sociedad menos animada que la sociedad mexicana. Quizás los opulentos por herencia y por abolengo no abren sus inútiles salones por no tener que dar entrada en ellos á los ricos improvisados; quizás éstos no abren los suyos por temor de que aquéllos les hagan el desaire de no querer honrar sus invitaciones. La clase media, la que vive de pequeñas rentas ó de sus empleos y trabajo diario, no quiere divertirse modestamente; cuando algo inicia, lo realiza gastando más de lo que puede, y el miedo á la deuda de mañana le hace abstenerse de sacrificios semejantes. Por todo esto cuando se verifica una fiesta á la que todos, los unos y los otros indiferentemente, pueden concurrir, falta en ella la homogeneidad; la división aparece pronunciada, tangible por así decirlo, y si la limitación y la selección en las invitaciones no pueden ser completas, el conjunto de los reunidos aparece abigarrado. Pero abandonemos este tema que no es para tratado en pocas líneas y por incidente y á la ligera.

Volvámonos á los teatros, sin deternernos sino lo muy indispensable en nuestras plazas de toros, cada día más animadas y bulliciosas, ya por la llegada de Hermosilla, que por más artista en su arte quitó mucho prestigio á Cuatro Dedos, ya por el arribo del famoso Mazzantini, que dando al olvido las heridas que su amor propio recibió en su primera corrida en la Plaza de San Rafael, se dignaba volver á visitarnos con sus alternativas Valentín Martín y Gabriel López, alias Mateito, sus banderilleros Regaterin, Regatero, Tomás Mazzantini, Galea, Corito, Ramón López, y sus picadores Badila, Agujetas, Cantares, y Sastre, más el puntillero Montañés. Puede quien

guste rectificar esa curiosa enumeración, aumentándola ó disminuyéndola ó sustituyendo unos á otros, pues no quiero hacer aquí historia del toreo, que sólo traigo á cuento para haber de decir á su tiempo cómo algunos de esos personajes hubieron de improvisarse actores en los teatros de la Capital.

La cuadrilla de Luis Mazzantini se presentó en la Plaza de Colón el Domingo II de Diciembre del referido 1887. No asistí á esa corrida y no tengo á mano ninguna revista de ella, pero sí conservo dos recortes de El Monitor del Pueblo y de El Partido Liberal que refieren lo que sigue. Dice el del primer periódico citado:

"A pesar de las precauciones que se habían tomado el domingo último para evitar cualquiera demostración hostil hacia el diestro Mazzantini y demás toreros de su cuadrilla, no pudo evitarse que terminada la corrida y cuando se disponían á salir de la plaza, algunos pelados reunidos en las puertas diesen algunos gritos arrojando piedras. Afortunadamente la gendarmería montada logró aprehender algunos, restableciéndose momentáneamente la calma, y pudiendo los toreros acomodarse en los coches que los esperaban. El primer coche, ocupado por Mazzantini, iba escoltado por una sección de gendarmería montada; luego seguían otros dos coches conduciendo al resto de la cuadrilla y detrás un acompañamiento de pelados; al llegar al "Caballito," la escolta tuvo necesidad de dar una carga, pues comenzaban á llover las piedras; una de ellas alcanzó á Mazzantini en la espalda sin que afortunadamente le hiciese daño; otras cayeron en los demás coches. La policía detuvo á muchas personas cogidas en el momento de arrojar los proyectiles, y según nos informan, ayer mismo fueron despachados para Yucatán varios de los alborotadores, asegurándonos que algunas otras personas detenidas por igual motivo harán un viaje más largo."

El párrafo del Partido Liberal sobre el mismo asunto, añadió otros pormenores que merecen ser conocidos, y son los siguientes:

"Al salir los toreros y Mazzantini de la plaza de toros, se dirigieron al Hotel Gillow, pero al llegar á la calle de Patoni, un populacho inmenso que seguía el coche á pesar de haberlo escoltado más de veinte gendarmes á caballo, gritó mueras á Mazzantini y le arrojó multitud de piedras que felizmente no ocasionaron el mal que quizá se propusieron los que las arrojaban. El Sr. Gobernador del Distrito á quien vimos desafiar el peligro por defender á los toreros, estuvo expuesto á ser herido y se salvó gracias á la actividad y energía que usaron los gendarmes, lo que merece los mayores elogios. Ya los toreros en Gillow, se aglomeró el populacho frente á aquel edificio y gritó mueras á su gusto. Allí vimos al Sr. Ignacio Bejarano herido de una mano, lo que le sucedió al quitarle á un leperillo una punta con la que se le fué encima con intención de darle una puñalada al

oficial mayor del Distrito. Al Sr. Bejarano secundó muy bien el oficial de policía Sr. Lagarde, habiendo cumplido satisfactoriamente este subalterno. A las siete de la noche los grupos de las calles de San José el Real y Cinco de Mayo, se disolvieron y nadie se ocupó más de Mazzantini. Los presos fueron diez y ocho por diversas causas." La enérgica actitud de las autoridades consiguió que esos alborotos no se reprodujesen, máxime cuando no tenían fundamento alguno pues parece que toros y toreros se portaron bien, resultando muy brillante el espectáculo; la asistencia á él valía, al menos en las primeras tardes, cinco pesos en tendido ó grada de sombra, y dos en grada de sol. Como individuos particulares, todos los de la cuadrilla del distro español portáronse correctamente sin ofender ni molestar á persona alguna, y procurando captarse simpatías. Luis Mazzantini, hombre educado y de sociedad, con una carrera civil, la de telegrafista, para la que en Madrid hay escuela especial sostenida por el Gobierno, era y había sido siempre un caballero. Su dedicación al arte del toreo, databa de pocos años atrás, y abrazó esa profesión después de haber adquirido y ejercitado otra muy diferente, de la que varios años vivió. Su ingreso en el número de los lidiadores fué muy sensacional y muy comentado, por lo mismo que no siempre había figurado en esa clase. Su habilidad, destreza y sereno valor, diéronle nombradía como espada, y pronto acumuló riquezas que empleaba honradamente en el sostén de personas de su cariño, y en numerosas obras de beneficencia. De alguna de ellas mientras estuvo en México, dijo el escritor Enrique Chávarri en una de sus crónicas, lo que con gusto copio á continuación:

"Mazzantini prosigue en su puesto de héroe del día; cuentan de él los episodios más novelescos, llama la atención en donde quiera que se presenta. Un amigo mío, persona formal, me ha contado el siguiente rasgo del valiente torero: Salía hace pocos días del hotel de Iturbide acompañado de su hermano, otro diestro de gran renombre, y de improviso le salió al encuentro una señora preguntándole :¿Es vd. el Sr. Mazzantini?-Servidor de vd., le contestó con toda política. Entonces la señora le contó una lastimosa historia; cómo, habiendo gozado ella en otro tiempo de desahogada posición, estaba reducida á la miseria, y cómo habiendo llegado á su noticia la munificencia del diestro español se había decidido, venciendo su vergüenza, á pedirle que la auxiliara en su terrible y desesperada situación. El acento de la señora era tan conmovedor y tan lamentable la situación que refería, que Mazzantini no vaciló, tomó de su cartera un billete de á cien pesos y lo entregó á la desdichada, y en seguida recomendó á su hermano que en un coche acompañara á su protegida á su casa, que se informara si algo debía de renta, y que le pagara un año de alquileres. Algunos rasgos así se cuentan del primer espada, que

parece un Montecristo, según lo que gasta el dinero y da espléndidas propinas y hace no pocas caridades."

Es satisfactorio poder consignar y aplaudir hechos semejantes.

Los demás espectáculos, especialmente los del género dramático, arrastraban en tanto lánguida vida, sin producir ni lo necesario para que los actores se mantuviesen. La pobre Compañía del Principal, decía Chávarri, no levanta cabeza: aquellos apreciables artistas trabajan para las bancas, que si tuvieran alma, aplaudirían tanto sacrificio y tanta perseverancia. La otra compañía, la del Teatro Nacional, muy poco hace también y el salón está que da lástima: el jueves último, 15 de Diciembre, tuvo lugar el beneficio de la primera actriz Carmen Alentorn, con medianísima concurrencia, aunque se estrenaba una obra del Sr. Ulloa, titulada El último Drama, escrito en correcta prosa y con situaciones dramáticas de notable efecto. El autor fué llamado á la escena y la beneficiada recibió muchos obsequios y muchos aplausos á falta de algo más positivo.

Pensando con superior ingenio en el modo de huir de un tal fracaso material, el distinguido actor mexicano Francisco Solórzano dejóse de andar buscando comedias nuevas, que fueren de quien fueren, no llamaban por entonces la curiosidad del público, y dispuso para su beneficio y para la noche del 22 del mismo Diciembre, el drama de Echegaray Dos Fanatismos, y la pieza cómica Echar la llave, tomando parte en ésta nada menos que Luis Mazzantini.

Por fortuna, la excitación de los primeros días habíase calmado ya: los que errando la senda del patriotismo proclamaban que el verdadero arte del toreo era el de México y Ponciano su profeta, iban convenciéndose de que ese espectáculo genuinamente español debía jugarse á la española, y ya en la corrida del 18 no hubo escándalo alguno y las suertes de la cuadrilla del famoso diestro fueron celebradas y aplaudidas sin reserva. Mazzantini ocupaba sin disputa el trono de héroe del día, dijo Chávarri, y era de ver la multitud de curiosos que los domingos, antes de salir el espada para el circo de Colón, estacionábanse á la puerta del hotel Gillow para tener el gusto de verle montar en su victoria y partir á gran trote, escoltado por gendarmes de á caballo. A sus corridas asistía buena y numerosa concurrencia que celebraba la destreza de la cuadrilla, la bravura de los toros y lo acertado de las suertes; "la animosidad en contra de Mazzantini y su cuadrilla va pasando, lo cual es de aplaudirse, añade el cronista, porque nada más bárbaro ni inmotivado que esa especie de vendetta que se había levantado en contra del valiente torero."

Fué, pues, oportunísimo el recurso ideado por Francisco Solórzano para animar su función de gracia, y prodújole pingüe resultado. "El gran teatro, continúa diciendo Chávarri, estaba lleno, más que lleno, repleto, no había una sola localidad desocupada; nuestro público se

« AnteriorContinuar »