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á poco se fué llenando el salón, pudiéndose notar que la concurrencia era de lo más selecto de nuestra buena sociedad, figurando en los palcos segundos y terceros y aun en la galería, varias familias de muy buena posición, luciendo magníficos trajes y alhajas. El patio estaba también enteramente lleno, pues hasta en los pasillos se colocaron sillas numeradas. Los hombres se presentaron de frac y corbata blanca en su mayoría.

"A las ocho y media en punto, como estaba anunciado, dió principio el espectáculo con la obertura de Zampa, maestramente ejecutada bajo la dirección del hábil profesor Luis Arditi. En seguida se presentó el barítono Galassi á cantar una romanza de Un Ballo in Maschera, que fué poco aplaudida, pudiéndose desde luego notar que no estaba bien de voz el citado artista. Vino á continuación la Scalchi, que tanto se deseaba oir por su fama como contralto: cantó una aria de Hugonotes, de una manera correcta, dando á conocer su magnífica voz, cuyas notas bajas y medias son muy robustas; vestía un elegante traje de color claro y lucía valiosas alhajas de brillantes: fué muy aplaudida y llamada dos veces á la escena. A la Scalchi siguió el tenor Guillé que ejecutó el aria de Marta, atacando al final un do de pecho que le produjo general aplauso: su voz es simpática y bueno su método.

"Llegó la vez de que se presentara la Patti tan ansiada: excusado es decir que al pisar el palco escénico fué saludada con atronadores aplausos, después de los cuales reinó en el salón un religioso silencio, pues nadie quería perder una sola nota de la privilegiada garganta de la célebre diva. Esta se presentó con un riquísimo traje de brocado de color rosa, con delantero de punto de gasa muy fina, tramada de oro; la cauda era del mismo brocado, con grandes flores bordadas: en la parte superior del talle, y figurando un encaje, lucía una gran cantidad de brillantes de mucho valor, y en el cuello y brazos, y en la cabeza, otras distintas alhajas de las propias piedras, siendo éstas de gran tamaño y de un brillo deslumbrador. El rondó de Lucia fué la primera pieza que cantó, y en su ejecución nada dejó que desear; el público apludió con bastante brío é hizo salir á la artista dos veces á la escena. Sucesivamente fueron cantadas otras piezas por otros artistas, y después de un corto intermedio siguió la representación del segundo acto de Semiramis: la Scalchi cantó su aria con gran maestría, revelando que es una buena artista, opinión confirmada en el famoso dúo con la Patti, que los concurrentes recibieron con atronadores, prolongados y merecidos aplausos, pues á juicio de los inteligentes la ejecución fué verdaderamente magistral. Ambas artistas tuvieron la amabilidad de repetir el final de la pieza, lo que hizo renovar los aplausos. El espectáculo terminó á los tres cuartos para las once."

Aunque no lo dice El Siglo en los párrafos que he copiado, la mayoría del público estuvo reservado, frío, con todos los artistas: no faltaron quienes dijesen que aquello no valía el subido precio pagado por las localidades. Sin embargo, no nosotros, que no nos estimamos ni en lo más mínimo, crítico competente, el muy famoso de Le Figaro, de París, decía acerca de los conciertos, que poco antes acababa de dar la Diva en esa Capital, lo siguiente: "Es inútil decir que la eminente artista se ha mostrado á la altura de su reputación, y que conserva en toda su plenitud su voz privilegiada, su ejecución maravillosa y su gracia de siempre. A pesar de su ya larga carrera, apenas si se observa en ella fatiga alguna al emitir los raudales de afinadísimas notas que brotan de su garganta, y el más atento observador únicamente podría notar alguna mayor frecuencia en la respiración en las frases largas y lentas. Como era de esperar, el éxito ha sido en extremo lisonjero, los aplausos calurosísimos y las llamadas á la escena innumerables. Sus conciertos han absorbido la atención y el dinero de los aficionados, aun cuando la Diva ha sido tan sobria en hacer gala de su maestría en el canto, que sólo con tres piezas, y alguna no de grande extensión, ha querido regalar los oídos de sus admiradores en las dos funciones dadas hasta hoy.....

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Por fortuna, la reserva y la frialdad del público de México no pasaron más allá del primer concierto. "En el segundo-dijo El Monitor-el público quedó vencido, y aplaudió con espontaneidad y con frenesí á los artistas, que no comprendían la indiferencia ó la prevención de sus oyentes. El tenor Guillé entusiasmó con cuatro do de pecho, dados con admirable facilidad: la Scalchi fué muy celebrada; á la Patti se le hizo una entusiasta y continuada ovación. En esa noche, en el aria de Traviata, en el momento en que el canto de Violeta es interrumpido entre bastidores por el tenor, la Patti hizo un movimiento de sorpresa y su rostro tomó una gratísima expresión: la voz del tenor era la de Nicolini, quien, sin figurar en el programa de la Empresa, pues hacía mucho tiempo estaba retirado definitivamente de la escena, en que tanta fama obtuvo, quiso hacer ese agasajo á su esposa y saludar al público de México, aunque fuera sin presentarse á su vista: la emoción de la Patti y la suma delicadeza del timbre de voz del retirado artista, denunciaron lo que pasaba, y los espectadores, con cerrados y persistentes aplausos, obligaron á Nicolini á salir al proscenio, al que casi á fuerzas le sacó la gran artista, orgullosa de su marido y reconocidísima á la amabilidad del público. Al terminar ese segundo concierto, el inmenso y escogido concurso aguardó en el vestíbulo, en el pórtico y en la calle á la Patti, y la acogió con mil aplausos, á la vez que una banda de música la saludaba con dianas."

El tercer concierto fué no menos espléndido que los precedentes,

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y en él aumentó el entusiasmo de la concurrencia: como obsequio á ésta y fuera del programa, cantó la Patti un trozo de Carmen y un bolero español que terminó con un¡ Viva México! y causó furor. En el cuarto concierto, en la noche del 6 de Enero, fué cantado el tercer acto de Fausto con la Scalchi en el papel de Siebel y la Patti en el de Margarita. "Todavía nos parece oírla en Fausto, decía el Monitor; jamás una Margarita más poética, más sentimental ha pisado las tablas de nuestro Gran Teatro. ¡Cómo sabe interpretar esa mujer las dulces sensaciones del amor! ¡Quién como ella habrá cantado, digámoslo así, las palpitaciones del corazón! ¡Quién expresado mejor la instintiva alegría de la joven que al mirarse al espejo se encuentra bella como las ilusiones que iluminan su cerebro, bella con aquellas joyas menos ricas que sus notas de oro y de diamantes! Habíamos oído cantar bien, es cierto, pero nunca ó rara vez con esa entonación que llega al alma, con aquel conjunto de perfecciones, con aquella riqueza de detalles. En el último concierto sorprendió al público la ilustre Diva con una canción llamada El Eco (de Eckert), que parece escrita expresamente para ella, según las dificultades de que está sembrada, según los efectos armónicos y melódicos que el autor puso allí para desesperación de una cantante menos admirable; á una nota grave contesta el eco una aguda; á una cascada de perlas responde otra de diamantes; á un sonido cristalino otro más puro, más tierno que el suspiro de la brisa, y es aquel un torrente de gorjeos, de trinos, un conjunto de vocalizaciones y de notas picadas, que dejan sin aliento al público que tantas maravillas escucha. Aquella garganta es más que una flauta. No se puede pedir ni imaginar siquiera agilidad más sorprendente. La Diva ha sido con el público mexicano más deferente, más amable que con ninguno de los públicos que á sus pies han quemado el incienso de la admiración. Como deseando mostrarle su habilidad en todos los géneros, cantó el conocido bolero La Calesera, que terminó con un ¡ Viva México! que llevó al colmo el entusiasmo, que causó delirio, frenesí. No pudo ser más amable una artista de su talla."

Para el domingo 9 se anunció, ya como función extraordinaria, El Barbero de Sevilla, fijándose los siguientes precios: palcos, plateas y primeros, ochenta pesos; segundos, sesenta; terceros, cuarenta; palcos de galería, quince; lunetas, diez; asientos de galería numerados, cuatro; galería general, dos pesos. Como de costumbre, todas las localidades. fueron tomadas en pocos instantes. Por enfermedad, según se dijo, del bajo Novara, pero en realidad porque no había agradado al público y porque le tuvo miedo á un fracaso, sólo se cantó un acto de dicho Barbero, y otro de Crispino e la Comare, más algunas piezas de concierto. El público encontró, y con justicia, muy cara aquella colección de retazos líricos, pero no obstante se apresuró, como siem

pre, á devorar las localidades del Gran Teatro para la representación del martes 11, en que, según se le dijo, se cantaría íntegro el anunciado Barbero de Sevilla, pues para sustituir á Novara había sido contratado el Sr. Greco, artista residente de tiempo atrás en la Capital. Los precios fueron los mismos que los señalados para la función del 9. La ejecución de la delicada ópera de Rossini fué una calamidad en su conjunto, y hubiese sido silbada si no se hubiera perdonado todo en compensación de oir y admirar á la Patti que estuvo, como no podía menos, admirable.

Mr. Abbey no había traído en realidad sino dos artistas, la Patti y la Scalchi: ésta, con su hermosa voz de legítimo contralto, tan fresca, tan limpia, tan extensa, tan vigorosa, tan elegante en el fraseo, tan admirablemente modulada, fué objeto de entusiastas y bien merecidas ovaciones. En el Arsace de Semiramis, en el Siebel de Fausto, en el Pieroto de Linda, la Scalchi se veía muy simpática en traje de hombre, y vestida de gran dama estaba hermosa. En la Philine de Mignon, fué aplaudidísima, lo mismo que en Lucrecia. En los dúos de Fausto, Linda y Marta, su voz se combinaba con la de la Patti hasta producir en el conjunto con ésta, efectos sorprendentes. El tenor Gui. llé, espléndido para expedir "dos de pecho," apenas servía para más: sin embargo, y haciéndole justicia, mereció elogios en algunos trozos de Rigoletto y del Trovador.

El barítono Galassi agradó poco, casi quedó mal; el bajo Novara no pudo pasar, y hubo de declararse enfermo para no ganarse un sofocón; Migliara y Corú, que de vez en cuando se presentaron en la escena, tuvieron la fortuna de que el público no quisiera hacer caso de ninguno de los dos. A los relevantes méritos de la Patti y de la Scalchi, á los infinitamente inferiores de Guillé, deben agregarse los del Maestro Luis Arditi, como director; bajo su habilísima batuta la orquesta hizo maravillas en los intermedios.

El jueves 13 del mismo Enero se dió la última función de la Compañía á beneficio de Adelina Patti. Su recuerdo vive incólume aún en cuantos tuvieron la fortuna de poder concurrir esa noche al Gran Teatro, lleno, hasta reventar, de la más escogida concurrencia: las sefloras mexicanas se presentaron esa noche hermosas como siempre y ostentaron un lujo en el adorno de sus bellas personas y un buen gusto en sus trajes, ambos de lo más correcto é irreprochable. Entre esas damas figuraba en primer lugar la muy distinguida Sra. Da Carmen Romero Rubio de Díaz, esposa del Presidente de la República; á esa distinguidísima señora, mucho más notable por su belleza angelical y sus virtudes infinitas, que por su elevada posición, de la que sólo ha usado para hacerse adorar por todo el país, que se enorgullese con sus cualidades y méritos, y la venera casi como á una santa, dedicó la gran artista su función de gracia. Dicha Sra. Romero

R. H. T.-T. IV.-2

Rubio de Díaz, en cuyo semblante sereno como una aurora celeste, se reflejan como en limpia luna veneciana todas las virtudes de la incomparable mujer mexicana, ostentaba un riquísimo traje de tertulia de un corte irreprochable, luciendo, además, riquísimas y valiosas alhajas, cuyo brillo se confundía con el de sus bellos y apacibles ojos. A la hora fijada en el programa dió principio el espectáculo con un concierto, en el que tomaron parte con la mayor perfección los principales artistas de la Compañía, que fueron más ó menos aplaudidos, llevándose como siempre los honores del triunfo la Scalchi. El público esperaba con ansia la aparición de Adelina Patti, reina de aquella espléndida fiesta. El momento llegó y la egregia artista fué saludada por el auditorio con nutridos y prolongados aplausos, siendo arrojada al escenario una cantidad tal de flores que lo tapizaron completamente, al extremo de que hubieron de salir numerosos sirvientes á retirar una parte de ellas para que los artistas pudieran circular por el escenario.

Inútiles hablar de la perfecta ejecución del segundo acto de Traviata: y poco es cuanto pudiera decirse del modo con que se presentó la diva. No se sabía qué admirar más, si la magnificencia de su traje ó la riqueza extraordinaria de sus alhajas: su cuello y pecho estaban literalmente cubiertos de exquisitas y valiosas piedras, en cuyas facetas se descomponía la luz produciendo colores hermosísimos que realmente deslumbraban; asimismo ostentaba valiosas alhajas en la cabeza y en los brazos. Al terminar el acto, el público, en un estado de verdadero frenesí, la aplaudió y vitoreó estrepitosamente, haciéndola salir varias veces á la escena; en una de ellas se le ofrecieron regalos de gran valor, entre ellos alguno que le envió la Señora del General Presidente.

En ese momento y entre las aclamaciones del público que tanto le ama, se presentó en el palco escénico, nuestro inspirado poeta Juan de Dios Peza, á recitar como sólo él sabe hacerlo, la siguiente improvisación:

"Yo no canto la ovación
Que tus méritos pregona
Ni tu egregia inspiración,
Ni tantos triunfos que son
Diamantes de tu corona.

"Todo el que logra escuchar
Tu voz de mágico acento,
Aplaude, al verte imitar

Así las quejas del viento
Como los ecos del mar;

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