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riqueta Alemany siempre muy querida y aplaudida, dió su función. de beneficio el 14 de Agosto con Catalina de Rusia, recogiendo en ella el fruto de las simpatías que supo conquistarse durante esa larga temporada, que ya iba tocando á su fin para dar lugar en el Gran Teatro á la Compañía de Opera italiana de Napoleón Sieni. Para animar sus últimas semanas Isidoro Pastor, como diestro empresario, acogió cuantas novedades se le presentaron, entre ellas el ilusionista Mr. Kellar, que se dió á conocer en el Nacional el 17 del citado Agosto, en teatro casi lleno: prestidigitador habilísimo, dispuso el escenario y su gabinete en el foro con notable lujo, convirtiéndole en muy elegante estancia. Sus experiencias con el juego de ajedrez y con problemas aritméticos eran sorprendentes, ayudándole en ellas su simpática esposa Miss Eva, y sirviéndose de un notable autómata. No fueron menos dignas de atención sus producciones de seudomagnetismo y seudo-espiritismo. Entró después Pastor, como arrendatario único del Gran Teatro, en combinación con Mr. Gautier, director de un espectáculo de Fantoches ó títeres, lujosamente vestidos y no mal manejados; pero el éxito fué malo y el público, convirtiendo el Nacional en teatro de tandas, armó un escandalito de gritos, patadas y cocoreo, ni más ni menos que en noche de Noviembre, aunque sólo estábamos á fines de Agosto.

Para no olvidar espectáculo sin éxito ya que de ellos hablo, citaré la compañía de Opera italiana que en 29 del mismo Agosto presentó en Arbeu el empresario Antinori con el Trovador. En su elenco, que no merece ser detallado, figuraban la Zefferini; el tenor Berzani; la muy estimable Gemma Tiozzo, digna de un cuadro menos infame; otro tenor Belló; la soprano Aironi; y varios barítonos, bajos, sopranos, mezzo sopranos, contraltos, y primeros y segundos y terceros en cuyas mínimas ó gastadas facultades fracasaron completamente Hernanı, Favorita, Lucia, Un ballo in maschera, Julieta y Romeo, Aida, Rigoletto, Saffo, y varias obras más. Aquello fué malo, malísimo, sin que debamos ni podamos exceptuar más que á Gemma Tiozzo, artista verdadera y notabilísima contralto, quien suponemos que en ninguna situación de su vida debe haber padecido como viéndose obligada á cantar con aquella compañía de nulidades. Por fortuna para ella y por desgracia para el empresario, esas óperas fueron cantadas. en desierto, pues más de una vez aconteció que tales ó cuales individuos, que, en castigo de sus culpas, tomaron y pagaron una luneta, apenas pudieron aguantar en ella una media hora, y se pusieron en fuga al bajar el telón del primer acto, renunciando generosamente á oir una escena más.

CAPITULO VII

1888.-1889.

Suceso que hondamente conmovió á la sociedad mexicana en su totalidad, fué la visita que á México hizo en principios de Setiembre de 1888, Mr. Washington Irving Bishop, admirable adivinador. Era Mr. Bishop un hombre como de treinta y cinco años, de mediana estatura, fino y agradable; no sabía ó parecía no saber ni una palabra de nuestro idioma castellano, y para sus experiencias necesitaba del auxilio de un intérprete.

En la noche del 12 de Setiembre Mr. Bishop fué presentado en la casa de D. Manuel Romero Rubio y allí ejecutó varias de sus admirables adivinaciones ante escogida concurrencia, entre la que figuraban el Gral. D. Porfirio Díaz y su joven y bella esposa. Mr. Bishop rogó á la Sra. Díaz que pensase en cualquier trozo de música, sin hacerle indicación alguna; la esposa del Presidente pensó en la última aria de Rigoletto, y Bishop después de un leve momento de concentración se sentó al piano y tocó la pieza pedida: pidió á la Sra. Romero Rubio que pensase en el retrato de una persona querida, y en el acto Bishop se dirigió á otra pieza de la casa y de ella tomó el cuadro que contenía el indicado retrato; al Gral. Diaz le dijo el número de orden de un billete de Banco que llevaba en la cartera; se nombró á los Sres. Romero Rubio y Dr. Licéaga para que ocultasen un objeto pequeño, y las personas citadas fueron á la casa del último y en un estuche de cirugía pusieron el objeto elegido: Mr. Bishop, con los ojos vendados, salió de la casa del Sr. Romero Rubio, fué á la del Dr. Licéaga y tomó el objeto del lugar donde estaba oculto.

Al día siguiente Mr. Bishop repitió sus experiencias en una sala del Hotel del Jardín, ante numerosísimos concurrentes, Ministros de Estado, banqueros, periodistas, altos funcionarios, y elegantes y distinguidas damas: su primera experiencia fué la de que un concurrente que el Sr. D. Ignacio Mariscal, Secretario de Relaciones, designó, aparentase herir á una persona y esconder el puñal: así lo fingió el Sr. Wolheim que fué el designado: Mr. Bishop, que había previamente salido del Salón custodiado por dos honorables personas, volvió, se hizo vendar los ojos, tocó la mano del Sr. Wolheim como para penetrarse de su fluido, y repitió la apariencia de asesinato, descubrien

do el lugar en que el arma estaba oculta. Después invitó á otro concurrente, que también designó el Sr. Mariscal, para que ocultase diversos objetos en poder de diversas personas, en ausencia del experimentador, y éste rápidamente y con los ojos vendados, halló los tales objetos, sin vacilar ni equivocarse. Pidió al Dr. Licéaga que escribiera en un papel la región del cuerpo en donde Mr. Bishop habría de sentir un fuerte dolor: el Sr. Licéaga escribió plexus cardiaco, y Bishop señaló con su mano la parte dolorida, con la mayor exactitud. Indicó que una comisión fuera á ocultar un fistol ó alfiler de corbata, en una casa distinta del Hotel, y los Sres. Landa, Valleto y Dr. Govantes, que fueron los elegidos, con otras cinco personas salieron á llevar aquel objeto á la casa de los Sres. Escandón, en la Plazuela de Guardiola, y cuando hubieron vuelto, Mr. Bishop, con los ojos vendados á todo correr les tomó la delantera, entró en el palacio de Guardiola, subió las escaleras con perfecta seguridad como si le fuesen conocidas, se dirigió á un gabinete y de un alhajero tomó el mismísimo fistol de la experiencia. La última consistió en decir el número de orden de un billete de Banco que tenía el Gral. Pacheco, Secretario de Fomento: tres personas, después de ver el billete, pusiéronse por medio de las manos en comunicación con el adivino, quien sobre un pizarrón y á la vista del público escribió el número del billete. Expuso después Mr. Bishop que en todo ello no existían engaño ni superchería de ningún género, ni tampoco cosa alguna ni milagrosa ni sobrenatural, pues sus adivinaciones eran efecto de un supremo esfuerzo de la voluntad y de la concentración. Los médicos allí presentes hicieron constar que durante las experiencias el pulso de Mr. Bishop había llegado á ciento cuarenta pulsaciones. Cuando á ese trabajo se sujetaba, únicamente pedía que nadie se moviese de su asiento y que se guardase el mayor silencio.

Mr. Bishop dió dos sesiones públicas en el Teatro Nacional el miércoles 19 y el jueves 20, ante un público numerosísimo que le aplaudió y aclamó con entusiasmo y franca admiración, porque en un principio nadie acertó á darse cuenta de aquellos sorprendentes fenómenos. Mas no tardó mucho en darse con el secreto para producirlos, y algún tiempo después distintas personas los imitaban para recreo y distracción de sus amigos y contertulios, sin que por fortuna se diese el caso de que ninguna de ellas llegara á perder la vida en el ejercicio de esas experiencias como algunos años después la perdió el Comendador Washington Irving Bishop.

Dos días después de su última experiencia pública en el Gran Teatro, fué éste ocupado por Napoleón Sieni con la Compañía de Opera italiana siguiente: Adela Gini Pizzorni, prima donna soprano dramática: Amelia Foroni Conti Villena, altra prima donna soprano dramática: Lina Dalti, prima donna soprano ligero: Emilia Locatelli, prima

donna mezzo soprano: Annetta del Vechio, prima donna soprano ligera: Carlo Pizzorni, primer tenor: Vincenzo Maina, primer tenor: Pietro Osti, altro primer tenor: Enrico Pogliani, primer baritono: Adriano Acconni, primer baritono: Roberto Villani, primer bajo: Vittorio Coda, primer bajo: Luigi Passetto, primer bufo: Mario Anrojo, comprimario: G. Pizzolotti, tenor comprimario: Gino Golisciani, Maestro concertador y director de orquesta. Esta compañía dió su primera función de abono el sábado 22 de Setiembre, con Gioconda: siguiéronse Lucia, Hernani, Fausto, Un ballo in maschera, Favorita, Sonámbula, Arda, Rigoletto, Otello, Puritanos, Trovador y Dinorah, que fueron las óperas cantadas en el primer abono de veinticuatro funciones, que concluyó en 1o de Noviembre. El 3 empezó el segundo, que fué de doce, con Hugonotes, siguiendo Dinorah, Hernani y Rigoletto; en 14 del mismo Noviembre fué por primera vez cantado en México el Mefistófeles de Boito, por la Gini, la Baraldi, Pizzorni, y Villani: vinieron después Ruy Blas, para beneficio de Pogliani, Lucia y Norma con la que concluyó el segundo abono. El tercero de seis funciones, permitió oir Favorita, Otello, Trovador y Mefistofeles, obra con que se despidió la compañía en la noche del 6 de Diciembre,

La concurrencia fué numerosa y escogida en palcos y en lunetas durante casi toda la temporada, y á pesar de las lluvias que más de una vez dejaron las más céntricas calles convertidas en canales de turbias aguas. En Gioconda, el público volvió á saludar con gusto á Adela Gini, á Pizzorni y á Pogliani. Lina Dalti, que se presentó con Lucia, pareció agraciada y simpática, buena actriz y artista inspirada y de talento; su voz de soprano ligero, alcanzaba bastante extensión y facilidad: la Dalti fué bien recibida. La Conti Foroni, guapa, fogosa, y con muy fuerte voz, gustó y fué muy aplaudida en Hernani. La Del Vecchio se presentó con el Oscar del Baile de máscara; la contralto Locatelli no pudo lucir gran cosa en el papel que se le repartió en Gioconda. Ella y el tenor Maina quedaron regularmente en Favorita; Aida fué un triunfo para la Gini en la protagonista, Pizzorni en el Radamés y Pogliani en el Amonasro. Los mismos artistas, únicos que con la Dalti contaba la empresa, estuvieron bien en Fausto, obra en la cual la Del Vecchio hizo un medianísimo Siebel. Del Otello de Verdi pudo gozar el público en esa temporada con más justicia que en la anterior, en cuanto á que la instrumentación fué la original y no la audaz falsificación que se le hizo oir el 18 de Noviembre de 1887; pero el desempeño por parte de los artistas fué sumamente mediano y hubo sobrados motivos para extrañar á Giannini: la Gini y Pogliani estuvieron bastante bien en Desdemona y en Yago: el altro primo tenore Pietro Osti, por poco se gana un meneo en su secundario papel.

Los inteligentes y los que, sin pretender pasar por tales, pueden

apreciar lo bello sin las preocupaciones de secta de los músicos de profesión, disfrutaron grandemente con esa obra del popular maestro. La primera representación de Otello habíase dado en Milán el 5 de Febrero de 1887. Verdi tenía pues algo más de setenta años cuando escribió este drama lírico, en el que la instrumentación juega un preponderante papel y asombra sobre todo por la riqueza de la armonía y la brillantez de las sonoridades. Difícil es á los oyentes analizar desde luego una partitura de tan capital importancia como Otello, sin haberla escuchado muchas veces. Sí se nota desde luego que si no siempre se cierne sobre ella la inspiración ó por lo menos no es tan continua como por ejemplo en Aida, el interés no se detiene ó entorpece ni un solo instante, y la variedad de las escenas y la riqueza de la instrumentación caminan en perfecta gradación hasta llegar al punto culminante de la obra, es decir, al acto cuarto que es sin disputa una obra maestra. La tempestad, el coro de mujeres, la canción de Yago, el dúo de amor en el primer acto, son admirables: en el segundo, la imprecación de Yago, la escena en que éste despierta los celos de aquél, el coro de mujeres con acompañamiento de mandolinas, la gran escena en que Otello reprocha á Desdemona su traición, son de un efecto sorprendente: en el tercer acto la escena del pañuelo y la final producen asombro: el acto cuarto es infinitamente soberbio de la primera á la última nota, del uno al otro cabo: el preludio, la deliciosa romanza del sauce, la plegaria, admirabilísima página, el dúo que precede á la muerte de Desdemona, y el final, en que Verdi raya en lo sublime, hacen del Otello una obra maestra que debe oírse muchas veces para acostumbrarse á esta nueva manera del gran compositor, y poder descubrir y valorar todas las bellezas. En México y en el Teatro Nacional, no puede decirse que el Otello de Verdi se hubiese oído en 1887 ni en 1888. En el primero de esos años la partición de orquesta, precisamente lo más admirable, fué una mistificación escandalosa, un desacato, un sacrilegio artístico, una burla al autor y al público: en el segundo, el cuadro Sieni ni comprendió ni pudo con la obra. Ese Otello no vino á oírse en México, sino en 1890 con la Albani y el gran Francesco Tamagno, y con la entendidísima dirección de orquesta y excelentes coros de la empresa Abbey Grau: y aun entonces, si las partes nombradas no dejaron que desear, faltó mucho para el buen conjunto. Antes y después de 1890 no ha sido jamás bien presentada ni cantada la obra de Verdi, por más que hayamos tenido la fortuna de que el papel del protagonista haya vuelto á oírsele á su gran intérprete Francesco Tamagno.

En Puritanos la Dalti obtuvo una ruidosa ovación, y en Trovador la Conti Foroni estuvo á pique de lograr todo lo contrario, de lo que pudo salvarse en el Miserere que cantó con sentimiento y casi maestría. La compañía quedó bien en Dinorah, gracias á la Dalti y á Po

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