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dices, que á su juicio todo el Centon Epistolario era una falsificacion. desde el principio hasta el fin y enunció brevemente algunas de las razones históricas y filológicas en que fundaba su opinion. Esto ya no era tocar la llaga simplemente como Quintana, sino atacarla ferro et igni, cauterizarla. Pero esas operaciones violentas aplicadas á males envejecidos arrancan siempre gritos, no sólo del paciente (que en esta ocasion no podía ser) sino hasta de los circunstantes horrorizados. El Marqués de Pidal respondió conviniendo en que la primera edicion era una superchería, en que eran una interpolacion los pasajes referentes á la familia Vera, y en que habia muchos otros errores inexplicables en el texto; pero sosteniendo la existencia del Bachiller y afirmando que las cartas habian sido escritas en los dias de Don Juan II, como lo revelaban su estilo y su lenguaje.

Don Adolfo de Castro intentó complicar la cuestion negando por su parte la autenticidad de la obra, pero atribuyendo la paternidad del fraude, no al Conde de la Roca, sino á un nuevo personaje, Gil Gonzalez Dávila. La inesperada sugestion pasó apenas advertida, y pronto se la tuvo por lo que es, una de tantas suposiciones aventuradas del ingenioso hidalgo gaditano.

Ticknor replicó reiterando su conviccion, robustecida por los mismos curiosos y eruditos datos suministrados por el Marqués de Pidal, de que el Centon era obra exclusiva de Vera y Zúñiga; y seguidamente Gayangos añadió á esta solucion el peso de su respetable autoridad, logrando convertir por último al mismo Pidal.

El problema sin embargo estaba destinado á renacer y verse nuevamente planteado corno si nada se hubiese hecho. D. José Amador de los Rios, en el tomo VI de su Historia crítica de la literatura española, publicado en 1865, entra magistralmente en la controversia, como quien se siente de sobra capaz de fijarla para siempre, echa á un lado de idéntica manera á Quintana y á Ticknor, á Pidal, á Castro y á Gayangos y declara que el Centon es uno de los más fehacientes y genuinos monumentos del largo reinado de Don Juan II». No agrega en realidad un sólo dato positivo á la cuestion, deslíe en quince grandes páginas una série de observáciones abstractas del género de la siguiente: «En ninguna obra de arte se revela con más

verdad y fuerza el carácter vario, indeterminado y contradictorio de la corte de Don Juan II-lo cual, para decidir de la autenticidad de un libro, no puede ser más vago é indeterminado.

Amador de los Rios en resumidas cuentas pretende resolver la incógnita con la incógnita misma, sin darse la pena de deducir sus elementos. Para encomiar la frase del Centón ensarta este rosario de adjetivos: limpia, clara, nerviosa, elíptica y salpicada de vivos pero naturales y agradabilísimos matices. Para enaltecer su diccion este otro: casta, sencilla, ruda á veces, mas siempre pintoresca y graciosa, siempre gráfica y adecuada. Y ahí despues de todo está el quid de la cuestion, lo que habría que demostrar con algo más que impresiones personales y tono de profesor autoritario.

Gayangos lo previó muy bien en sus adiciones á la traduccion de Ticknor. El dia que algun crítico se tome el trabajo de estudiar los giros y modismos del Centón, analizar su sintaxis y compararla con la de otros escritos de la misma época, caerá por tierra el principal argumento de los admiradores tenaces del falso físico del rey D. Juan.

Nadie en España se animó, apesar de la oportuna sugestion de Gayangos, á emprender lo que sin duda habia de ser ímproba y penosa tarea. Pero en nuestros dias por fin ha habido un sabio hispanoamericano que no se ha arredrado ante la dificultad y la ha vencido cumplidamente, aunque de paso y como simple incidente de empresa más grande y complicada á que se ha consagrado.

Preparando el Sr. Rufino José Cuervo los materiales de su admirable Diccionario de construccion y régimen de la lengua castellana, cuyo primer tomo, publicado hace algunos meses, anunciamos en este mismo lugar á los lectores de la REVISTA CUBANA, Consideró de prévio y especial pronunciamiento (para usar el término forense) el punto de aceptar ó rechazar como lengua literaria corriente del siglo XIV los vocablos, giros y modismos de que no hubiese otro ejemplo que el Centon Epistolario. La intervencion favorable de Amador de los Rios, debia, á despecho de su evidente parcialidad, detener á un lexicógrafo escrupuloso, y el Sr. Cuervo prudentemente decidió instruir él mismo el proceso. Lo instruyó, y ha pronunciado el fallo en los más concluyentes términos:-Para cualquiera (dice) que lo examine con de

tenimiento es un zurcido de voces y locuciones de distintas procedencias.

Expone minuciosamente los principales fundamentos de su fallo al final de la introduccion del Diccionario en una extensa nota que ocupa más de tres páginas en 4° de letra menuda; y de ella se deduce no sólo que el libro, es decir, la edicion príncipe supuesta de Burgos y de 1499, fué indudablemente impreso en Italia por cajistas italianos que cayeron en multitud de erratas características, sino que el autor de la falsificacion debia tambien vivir en ese país y practicar corrientemente la lengua italiana. Así fué que al aplicarse á estudiar la antigua lengua de Castilla con objeto de imitarla y urdir su pastiche, confundió en su mente de la manera más curiosa palabras italianas contemporáneas con voces antiguas castellanas, acabando por no distinguirlas entre sí, y formar con unas y otras la trama de su lenguaje que resulta ser la cosa más abigarrada y extraña. De esos italianismos innecesarios y nunca vistos en otro libro español del siglo XIV ni de los dos siguientes, cita el Sr. Cuervo más de cuarenta ejemplos, en órden alfabético.

Descubre además multitud de locuciones y construcciones completamente ajenas de la propiedad castellana, de las cuales tambien copia un buen número. Entre éstas es de notarse el uso del ca, que llamó desde el principio la atencion de Ticknor, que Amador de los Rios defendió, y de que reune el Sr. Cuervo más de una docena de muestras probando que es un giro peculiar del fingido Cibdareal é incompatible con el uso castellano.

Por último, no ha asustado tampoco al distinguido crítico colombiano el trabajo de cotejar la Crónica de D. Juan II con el Centón, y de ese careo, como dice, aparece la Crónica acusando con su naturalidad las frases extrañas, impropias é incorrectas de que el zurcidor ha tenido que valerse para disimular que iba copiando. El Centon, por consiguiente, es un plagio de la Crónica, y despues del análisis del Sr. Cuervo, puede afirmarse con pleno conocimiento de causa, sin que haya lugar á especie ninguna de atenuacion en el veredicto.

Ha llenado el Sr. Cuervo un vacío de la historia de la literatura española, ha vertido abundantemente luz sobre lo que para algunos

podía ser todavía materia oscura y controvertible. Quizás no falte aún quien discuta si fué ó no fué D. Antonio Vera y Zúñiga el que redactó el texto espúreo, ó si lo mandó redactar, ó si lo confeccionó algun otro figurándose complacerle: cuestion de importancia mucho menor, aunque la verdad es que todos los datos y las más lógicas deducciones concurren á convencer del cargo al susodicho personaje. Pero nadie ya deberá creer en la existencia de un bachiller de Ciudad Real autor de las cartas que durante más de dos siglos corrieron bajo su nombre, ni mucho ménos formarse, como Amador de los Rios, la extraña ilusion de mirar en ellas el carácter indeterminado de la corte de Juan II.

E. P.

MISCELANEA.

ANTONIO SELLEN.

Hemos de registrar en nuestras páginas otra fecha triste para los amantes de las letras cubanas. El hombre bueno y sensible, el poeta discreto, el culto literato que se llamó Antonio Sellen, no existe ya. El 21 del mes actual acabó de extinguirse su inteligencia, que había ido eclipsando poco a poco la terrible dolencia á que ha sucumbido.

En todos los círculos que frecuentó deja Sellen grato recuerdo; en todos se habrá recibido con pena sincera la noticia de su muerte. Difícil era encontrar en el trato social carácter más afable, modestia más natural, sencillez de maneras más candorosa; y llevaba todas estas prendas á su vida de literato. Amaba el arte con amor cordial, cultivaba las letras más que con asiduidad, con pasion, pero encontraba en el estudio y la compañía de sus autores favoritos tan íntimos y puros goces, satisfaccion tan cumplida, que parecía quedarle poco tiempo para solicitar la gloria y preocuparse por los aplausos populares. No era indiferente á la estimacion pública, pero nunca pensó que debía ganarla, forzando la atencion por medios insólitos ó reclamos habilidosos. Nada le era tan extraño como la charlatanería literaria. Dolíase á veces, en la intimidad de sus amigos, de la tibieza con que nuestro

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