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Monardes murió en Sevilla en 1588 según unos y en 1578 según otros. Alcanzó, pues, la avanzada edad de noventa y cuatro años, durante cuyo largo período realizó multitud de trabajos, pudiendo decirse que fué una vida aprovechada yfructífera para la ciencia en diversos conceptos, habiendo pasado con justicia á las posteridad su nombre, con ese firme prestigio y reputación que sólo alcanzan los hombres de superior inteligencia, cuando además en el caso presente estaba unida á una actividad, energía y tesón para el estudio, poco frecuentes, sobre todo en los nacidos en países meridionales, dotados de imaginación brillante, pero no de la paciencia necesaria para el mártir del estudio, indispensable en las ciencias experimentales.

Respecto al año de su fallecimiento, existe, como acabo de indicar, algún desacuerdo en los historiadores que del asunto tratan. Personas de tanto crédito y renombre como D. Nicolás Antonio y Arana de Vallflora muéstranse dudosos entre las fechas de 1588 y 1578. Mareri, aunque vacila, parece decidirse más bien por este último año Consultado por el Dr. Lasso de la Vega, que ha publicado una bien escrita biografía de Monardes en 1891, un manuscrito existente en la Biblioteca Colombina, se halla el dato de que en el convento de San Leandro de Religiosas Agustinas, de Sevilla, hay una tabla que dice que murió en 1578. En una nota al margen consigna Rodrigo Caro: <Hoy ya no existe esta cosa: quitáronla quando se soló de nuevo la Iglesia: estaba junto al Choro y Altar de el Santo Cristo; entonces se descubrieron sus huesos y permanecían incorruptos».

Falleció Monardes en el mes de Octubre, y fué sepultado en la referida iglesia del convento de Religiosas de San Leandro, de Sevilla, delante del coro, cuya lápida, en efecto, ha consignado durante larguísimo período de tiempo el sitio que guardaba las preciosas cenizas de un sabio, pero que hoy desgraciadamente hánse perdido, sin que puedan las actuales generaciones tener el consuelo de contemplar unos restos que la ciencia debe considerar cual venerandas reliquias.

IV

Las noticias biográficas que de este personaje se consignan y conocen son, á la verdad, muy escasas, por cuyo motivo hay que acudir á sus obras, ó sea esos testimonios vivos que á toda hora podemos consultar para leer en ellas las ideas del autor, y que cual testamentos de su inteligencia, permiten reconstruir al que las dió vida y que supla el biógrafo los hechos que han quedado en el olvido ó ha deshecho la acción de los años, deduciéndolos de los resultados y trabajos, que no ha podido destruir el oleaje del tiempo ni borrar el trascurso de varias generaciones.

Pero los escritos de Monardes son numerosos, lo cual, además de ser prueba evidente de su gran laboriosidad, sirve para conocer gran parte de sus ideas y propósitos, pues revelan originalidad extraordinaria, y no solamente son el resultado de mucho estudio y constante observación, sino la síntesis de su criterio científico y la suma de ideas que un metódico razonamiento ha producido, constituyendo trabajos que atestiguan á toda hora el mérito de su autor, aun admitiendo lo que tengan de defectuosos y tomando en cuenta sus extravíos.

Mas á pesar de esa sensible falta de datos, si se estudian despacio y cuidadosamente los libros que brotaron de su pluma, puede de un modo exacto reconstruirse casi toda la silueta del personaje, porque en ellos se revelan sus aficiones, sus gustos, las tendencias de las ideas de la época, el valor que se daba á determinados síntomas para el diag. nóstico, las fechas de algunos actos importantes y trascendentales de su existencia, su posición social, la amistades que contrajo, la categoría de algunos de sus clientes, la fama y concepto público que adquirió, las dificultades con que tuvo que luchar para hacer sus estudios, todo lo cual hay necesidad de integrar para conocer la vida de un sabio es

pañol, que deben acoger con avidez las crónicas de la ciencia patria y la historia científica en general.

Es, por tanto, Monardes uno de los escritores que más huella de su personalidad han dejado en sus obras, hasta el punto que el lector, cuando pasa la vista por las páginas de los libros que brotaron de su clara inteligencia, parece que se identifica con el autor y contempla su íntimo retra. to y su mejor y más acabada semblanza, porque á poco que se medite en las frases que se leen, vese surgir inmediatamente las aficiones, antipatías, costumbres, ideas, amistades y toda la historia que completa el acabado cuadro que re. presenta la figura del que trazó aquellos renglones, que insensiblemente y sin darse cuenta ha hecho su autobiografía. Como la luz en la placa fotográfica recoge las impresiones que recibe.

Hay, en efecto, que buscar en esas obras lo que falta en datos legados por la tradición ó escondidos en olvidados archivos, nunca tan fehacientes como las ideas que la impren. ta ha por ventura conservado para eterno y constante recuerdo, siempre vivo á nuestros ojos y pronto en todas ocasiones á mostrarnos las huellas de aquel hombre que tuvo la fortuna de merecer la consideración sus contemporáneos y el respeto y admiración de las generaciones posteriores, las cuales le han adjudicado el siempre verde laurel de la fama.

De la lectura de sus obras dedúcense los profundos conocimientos que poseía en gran número de asuntos del domi. nio de la materia médica y ciencias limítrofes, tanto más dignos de tenerse en cuenta á medida que se profundiza más y más en la referida lectura, ó se repite diversas veces, hallando siempre motivos nuevos y ocasiones apropiadas para admirar los resultados de aquella inteligencia, aun á través de las preocupaciones y errores de su tiempɔ, á las cuales no pudo siempre sustraerse, ni dejar de rendir obligado tributo.

Dedúcese también que, ademas de ser respetable hombre de ciencia, poseía una cultura literaria bastante para ser considerado como de instrucción superior. Manejaba per

fectamente el idioma del Lacio, como se puede apreciar for la lectura de algunos de sus trabajos, escritos en correcto latín, al que no desdeñaría de poner su firma un humanista, por lo que atañe á la parte sintáxica y á la oportunidad en el uso de muchas voces.

En sus obras se revela claramente que tenía condiciones de escritor castizo y correcto.

No hay que buscar elegancia en la frase ni bellezas retóricas, porque tampoco se prestan á ellas los asuntos de que trata, ni la severidad científica consiente otra cosa que una expresión clara, concisa, sucinta y concreta de los conceptos; pero la pluma de Monardes es digna representante de la prosa científica española del siglo XVI, que indica en el autor gran cultura é instrucción y al propio tiempo la facilidad que proporciona la costumbre de exponer al público las ideas por escrito.

Monardes vivió en una época de inmensa resonancia y de recuerdo eterno en la española historia. Nacido al año siguiente de realizarse el trascendental acontecimiento de la unidad de la patria con la terminación de la reconquista sellada en los muros de Granada, pudo presenciar en su infancia los breves reinados de Felipe el Hermoso y doña Juana, para luego ser testigo de los triunfos y proezas de aquel que terminó sus días en Yuste, escuchando los ecos del mundo entero que repetía su nombre, y apreciar por úl timo el estado de nuestra nación en casi todo el reinado del fundador del Escorial.

De consiguiente, tuvo que inspirarse por necesidad en las ideas de su tiempo, y así se revela precisamente en sus li. bros. La unidad religiosa, que valía entonces tanto como la unidad de la patria, se ve representada al insertar en las primeras páginas de su Historia medicinal, etc., el nombre del Pontífice reinante Gregorio XIII, después de la licencia regia otorgada por Felipe II.

La influencia de la polifarmacia árabe no podía menos de pesar en su ánimo, si bien á su clara inteligencia no se ocultaban sus inconvenientes y defectos. Las ideas de la alquimia representadas por el genial Paracelso fueron muy

censuradas por Monardes, que conoció los trabajos de Quercétano, sin dejar de ser admirador sincero de aquellos sabios contemporáneos suyos que en Italia brillaron con los nombres de Juan Bautista Porta y de Jerónimo Cardano y en Portugal de García da Oita (1).

Pudo saborear las producciones que la literatura y la historia españolas, colocadas en el rango á que supieron elevarlas los Argensolas, Fernando de Herrera, Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León, Mariana, Zurita y otros, dieron aquellos días de gloria á nuestra patria, en sus libros conceptuados como monumentos literarios, así como también la ciencia botánica representada por el inolvidable doctor segoviano Andrés Laguna (2) y la química por Alonso Barba, que aun cuando su libro de metalurgia no se publicó en Madrid hasta 1640, eran ya conocidos y apreciados sus trabajos y descubrimientos.

Y una existencia que alcanza la excepcional duración de más de diez y ocho lustros, cuando son tan fructíferamente invertidos como lo fueron por el médico sevillano que forma el objeto de nuestro estudio, ha de ofrecer forzosamente

(1) Ya que nombro este autor, diré que recientemente he publicado un trabajo biográfico del insigne escritor portugués García da Orta, contemporáneo de Monardes y que adquirió gratísima celebridad. Indico en este opúsculo que su obra ha sido reproducida en la época actual en Portugal. Después que salió á luz dicho folleto he tenido ocasión de consultar esta reproducción en la biblioteca particular de mi respetable y sabio amigo el Excmo. Sr. D. Miguel Colmeiro.

La portada de la obra dice: « Colloquios dos simplesé drogas é cousas medieinaes da India é assi de algunas fructas achadas nella. (Varias cultivadas hoje no Brasil), compostos pelo doutor García de Orta, physico d'el Rey don Joao III. 2.a edição feita proximamente fágina por página, pela primeira impressa en Goa por Joao de Enden, no anno 1563.—Lisboa, na impremssa nacional, 1872.»

Ad. Varnhagen, representante del Brasil en España, hace algunas consideraciones al principio de la obra al dedicársela á la Academia Imperial de Medicina de Río Janeiro.

Para encomiar la rareza del libro de Orta, dice Varnhagen que apenas habrá en todo el orbe una docena de ejemplares.

La obra está hecha, como generalmente se dice, á plana renglón, con la misma estructura en páginas, líneas, letras, etc., que el original.

He consignado esta noticia en este sitio, por más que parezca inoportuna, por tratarse de un escritcr que brilló en la misma época que Monardes y conoció sus trabajos ser un dato muy curioso.

(2) Véase mi estudio histórico de Andrés Laguna, Madrid, 1887.

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