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CAPÍTULO XIII

ASALTO DE LOS INDIOS AL SR. OBISPO MARÁN

LO QUE HICIERON NUESTROS PP. POR LIBRARLE LA VIDA

2. El Sr. Marán parte á la visita de su diócesis; felices principios. Por fallecimiento del Ilmo. Espiñeira, acaecido el 9 de febrero de 1778, sucedióle en la silla episcopal de la Concepción D. Francisco José de Marán, natural de Arequipa en el Perú. Este prelado, deseoso de conocer su diócesis y atender á las necesidades espirituales de sus diocesanos, proyectó visitar las provincias del sur, caminando por tierra hasta Valdivia, desde donde se proponía tomar embarcación que lo condujera á Chiloé. Comunicó su pensamiento al presidente Álvarez de Acevedo

y

al intendente de la Concepción, que era don Ambrosio O'Higgins, y ni el uno, ni el otro opusieron dificultad alguna al proyecto; antes bien, aplaudieron la determinación del Obispo y trataron de allanarle los obstáculos que pudieran presentarse. A este fin O'Higgins, mediando comunicación del Presidente, se empeñó por sí y por medio de los comisarios de naciones y capitanes de amigos en asegurarle un salvo conducto por entre las parcialidades indígenas extendidas á lo largo de la costa marítima y comprendidas entre las plazas de Arauco y Valdivia, cosa que los caciques aceptaron con las expontáneas demostraciones de amistad. Sin embargo, en previsión de cualquier contratiempo, el intendente O'Higgins ofreció al Prelado una compañía de dragones para resguardo de su persona y custodia del equipaje.

Referiremos los sucesos de este viaje según la narración completa y detallada, escrita por uno de los individuos más caracterizados (1) que acompañaba al Sr. Obispo.

(1) La escribió el coronel y comandante de artillería D. Miguel Uresbe

El 28 de octubre de 1787, á las 9 de la mañana, partió de la Concepción el Ilmo. diocesano con su comitiva, de la cual formaban parte el P. Lorenzo Núñez del Colegio de Chillán, teólogo consultor del Obispo y examinador sinodal del obispado, y sobre cuyos hombros, al decir de O'Higgins (cuando más tarde fué presidente de Chile), <descanzó por catorce años continuos mucho el gobierno de la diócesis y deberes del ministerio Pastoral» (1); el capellán de dragones D. Juan Ubera, el licenciado y capellán de coro D. Antonio Vargas, el coronel del cuerpo de artillería D. Juan Zapatero, el de igual clase y comandante D. José Miguel Uresberoeta, el lengua general D. Juan Antonio Martínez, varios capitanes y tenientes de amigos, los sirvientes y arrieros. Cincuenta y siete mulas conducían otras tantas cargas (2), con el altar portátil, paramentos, pontifical, alimentos para los viajeros y regalos para los indios.

Ocho días se detuvo el Sr. Marán en visitar el curato de San Pedro, junto al Biobío, donde administró el sacramento de la Confirmación á 552 personas. Desde el 7 al 12 de noviembre se mantuvo en Concura, y confirmó 556; desde el 14 al 18, huésped en la misión de los PP. franciscanos de la plaza de Arauco, administró la Confirmación á 890 feligreses.

El 19 partió de Arauco, escoltado por tropa y gran número de indios amigos, y el 20, ya entrada la noche, se alojaron á orillas del río Cudigullín, donde lo esperaba multitud de indígenas para darle los parabienes y regalos, producto de sus pobres industrias y de sus incultas comarcas, como asimismo lo recibieron al día siguiente los circunvecinos de Renalgue. De allí partieron el 22 á las 4 de la mañana en dirección á Tucapel, y á poco de haber caminado, les salió al encuentro el presidente de esta conversión, R. P. José Blasco, con los caciques de su distrito y una compañía armada de naturales para convoyarlos y roeta, y autorizada como auténtica por el notario mayor del obispado don Andrés Maruri, se remitió al ministerio de Indias. Se halla en el Archivo General de Indias en Sevilla, Audiencia de Chile, Est. 128, caj. 4, Leg. 11. (1) Archivo Nacional, Vol. 793, fol. 299, Capitanía General. (2) Eyzaguirre, Historia de Chile, t. II, pág. 129.

llevarlos en son de triunfo hasta la casa misional, adonde llegaron á las 9 A. M. Los indios de la conversión, que se habían reunido para saludar y agasajar á S. S. I., rogáronle que se detuviera allí el día 23 para dar tiempo á que llegase su cacique principal D. Antonio Cathileu y otros, que por la distancia no habían alcanzado á llegar. Comprendiendo el Sr. Obispo que una negativa á tamaña solicitud importaría un desaire hiriente á las respetables autoridades indígenas, en circunstancias en que más debía complacerlas, accedió gustoso. Sus compañeros de viaje aprovecharon las horas en «dar un paseo por aquellos hermosos campos».

A las once de la mañana del 23 se hallaban congregados en la misión «mas de mil quinientos indios de ambos sexos y de todas edades con su gobernador á la cabeza», pidiendo el sacramento de la Confirmación, que el señor Obispo no les confirió, por faltarles conveniente preparación, bien que trató de conformarlos con paternal solicitud, dándoles esperanza para cuando alcanzaran todos la suficiente instrucción.

El día 24 partieron los expedicionarios, y acompañados del P. Blasco, del gobernador Cathileu, escoltados por cien mocetones indígenas bien montados, llegaron por la noche á alojarse en la playa, junto á la desembocadura de los ríos Lleulleu y Curanilahue, donde el cacique Thaupilavquen y gilmenes con más de 1.300 indios esperaban al señor Obispo para saludarle y obsequiarle. A todos correspondía S. S. I con regalos de cuentas de vidrio, corales, añil, percalas, pañuelos de color y otras bagatelas. El Padre Blasco con todos sus caciques y demás indios, considerando que el Sr. Obispo era recibido en triunfo por donde quiera que dirigiese la ruta, se volvió á Tucapel; y menos sospechó suceso adverso en Curanilahue, puesto que Thaupilavquen, el cacique de más autoridad de aquellas comarcas marítimas, se ofreció á acompañar á los viajeros hasta Valdivia.

A las 5 de la mañana del día 25 prosiguieron la marcha por las playas del mar, recibiendo las aterciones de los indios, y el 26 subieron la cuesta de la montaña de Tirúa,

trasmontada la cual, el capitán Santivanez, que se había adelantado, les salió al encuentro, acompañado del cacique Huentelemu y buen número de indios montados, los que, bandera en mano y á son de clarín, condujeron á los expe. dicionarios hasta el vado del Tirúa. Deferente el Sr. Obis

po

á las cariñosas demostraciones de los muchos indios que se llegaban á saludarle, «les predicó cerca de una hora y les correspondió con regalos». Esperaron hasta las cuatro de la tarde; aprovechando la baja marea, pasaron el río y avanzaron una legua más.

Al salir el sol el día 27 continuaron la marcha hasta tocar la cordillera de Nahuelvuta por la parte del afluente sur del Tirúa, adonde llegaron á las once de la mañana. Convidaban á descansar allí el frescor de los bosques, las cristalinas corrientes y la amenidad del paisaje; echaron pie á tierra, y regocijados por la felicidad y prosperidad del viaje, «pasaron el resto del día y la noche». «A las tres y media de la madrugada del dia 28-dice el autor de la citada narración-se alborotaron nuestras vestias, y habiéndose levantado algunos de sus camas con recelo que fuesen indios ladrones, se serenaron poseidos de que seria algun leon. A ese tiempo los cacique nos acompañaban dijeron que nos esperaba algun funesto suceso.» Partieron á las cinco de la mañana, y á las diez y media se hallaban en la cumbre de la cordillera. A las once se llegó á ellos el indio Ancatemu, hermano del ya mencionado Huentemu, quien desde la víspera se ocupaba con doce hacheros en desmontar la vía que habrían de seguir los viajeros, mandados seguramente por algunos de los caciques que proyectaban el asalto, para disimular más el caso, so pretexto de atenciones á S. Ilma. Allí confirieron largamente á parte y en voz baja los dos hermanos Ancatemu y Huentemu; y para que los viajeros no sospechasen cosa adversa, dijeron al Sr. Obispo que trataban de un machete que les habían robado. Agregó Huentemu, dirigiéndose á los viajeros, que si hasta ese punto los había acompañado, ya no continuaría, por cuanto los dejaba fuera del peligro de ser atacados por los indios llaneros, salteadores; que su vieja y enferma humanidad y las labranzas de sus posesiones

lo requerían en su casa y que en su lugar los acompañaría su hermano Ancatemu hasta entregarlos al cacique de la. Imperial D. Felipe Inalicán, que los esperaba en las montañas de Toquihua.

<<Este individu, Toque general de su parcialidad y enemigo irreconciliable del Español,-dice Uresberoeta-estaba bien cerciorado de la emboscada de mil quinientos hombres en tres campamentos que legua y media mas adelante nos aguardaban.» Efectivamente, las atenciones de Huentemu con el Sr. Obispo y comitiva eran falaces y pérfidas, y no tenían más objeto que alejar de ellos toda sospecha, informarse del equipo que conducían y medios dedefensa de que pudieran disponer.

2. Asáltanles los indios; terribles padecimientos.El traidor Ancatemu, en vez de entregarlos al cacique de la Imperial, los llevó derechamente y á son de clarín por donde se hallaba la emboscada; y aunque en el primer encuentro con los asaltantes, que se presentaron en manera amigable, esperando sitio más oportuno, los viajeros se desviaron de ellos, apartaron de sí á Ancatemu y tomando otra ruta, á las dos de la tarde se apearon á la entrada de los Pinares, donde esperaba una parte de los. arrieros con las mulas desaparejadas. Preparando los alimentos para almorzar se hallaban, cuando por la cima de una montuosa colina «empezaron a desfilar unas columnas de indios de guerra a caballo, con gran pompa, vibrando sus cotas y lanzas al resplandor de los rayos del sol». Algunos viajeros, mientras otros dudaban, creyeron que los desfilantes fuesen enviados del cacique amigo Inalicán; pero luego la ilusión de los unos y la duda de los demás se convirtió en terror. De repente los indios se precipitaron con indecible viveza sobre las cabalgaduras y sobre las cargas de los viajeros, los cuales, estupefactos en el primer instante, se recobraron al grito del amigo cacique Thaupilavque: ¡Revolvámonos, señores, somos perdidos! Y al mismo tiempo dirigiéndose el Sr. Obispo al Padre Núñez le dice: «¡Padre, nos matan, nos matan!-No, señor, todavía tenemos vida (le contesta el P.); revuelva. V. S. la mula y vamos corriendo para atrás; que espero en

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