Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Nuestra Historia toca ya, con la destrucción de Lolco, á los comienzos de 1767, año sobre toda ponderación funesto para los PP. de la Compañía de Jesús; y como muy pronto los veremos tomar el camino del destierro, atravesando los mares, no hay para qué estudiar el medio de complacer á los araucanos en sus exigencias, porque todas las conversiones de Chile han de quedar única y exclusivamente á cargo de los misioneros del Colegio de Chillán.

Pero antes de referir el lamentable suceso de la expulsión de los PP. jesuítas, el orden cronológico pide que intercalemos otro de capital importancia en las guerras con los araucanos y único en su especie, por cuanto se trata de la intervención decisiva de un obispo regular en el arre-glo de las dificultades con los naturales.

CAPITULO VI

EL PROYECTO DE PUEBLOS INDÍGENAS FRACASA

I. El presidente Guill intenta que los indios formen pueblos; el Sr. Espiñeira desaprueba el proyecto. El gobernador de Chile D. Manuel de Amat fué elevado al puesto de virrey del Perú. En consecuencia, el 26 de septiembre de 1761 se embarcó con dirección al Callao para hacerse cargo de su nuevo destino, dejando confiado el gobierno de nuestro país al teniente coronel D. Félix de Berroeta mientras llegaba á Chile el presidente en propiedad, que lo fué D. Antonio Guill y Gonzaga. Éste se hizo cargo de la capitanía general el 4 de octubre de 1762. Llegaba D. Antonio sin experiencia ni práctica alguna de los asuntos y guerras de Chile, si no eran algunas intrucciones y consejos que el virrey Amat les dió en Lima.

Luego principió por acariciar, aconsejado y alentado por los PP. jesuítas, el antiguo irrealizable proyecto de reducir los indios á pueblos. Dichos PP., al decir de Carvallo Goyeneche, «se lo detallaron con los mas vivos colores de la fasilidad, sin hacer memoria de que se trataba de civilizar á hombres de vida brutal, incorregibles y de bárbaras costumbres, casi olvidados de la racionalidad».

Pero, dominado D. Antonio Guill por la idea de distinguir su gobierno con una obra que lo llenara de gloria, acaso con la esperanza de obtener algún virreinato, como sus predecesores Manzo y Amat, cerró los ojos á toda insinuación contraria, no mirando más que el fin, sin reparar en los medios. Dió principio, convocando á los indios á un parlamento, que se reunió cerca del fuerte de Nacimiento, junto á la ribera sur del Bíobío, en los días 8, 9 y 10 de diciembre de 1764, presidido por el mismo Guill y

con asistencia del Ilmo. Espiñeira, del oidor Aldunate, del maestre de campo D. Salvador Cabrito, varios jesuítas y otros eclesiásticos. Concurrieron asimismo cerca de 200 caciques y unos 2.400 indios. Se trató con preferencia el proyecto de que los indios se redujeran á formar pueblos y viviesen según este sistema. Cavilosos los araucanos, se abstuvieron por el momento de dar una respuesta categórica; pero como los proponentes no estaban dispuestos á tolerar un desaire, se dió á los indios para pensarlo y deliberarlo el breve tiempo de tres días. «No descansó en ellos el P. Juan Jelves, y se dejaba ver en todos los corrillos de indios persuadiéndoles la utilidad del sistema... y las conveniencias temporales que debían resultarles de su ejecucion... Consintieron los Caciques en su reduccion a pueblos; tienen la política de acceder sin dificultad a las proposiciones que se les hacen en semejantes casos, aunque sean muy duras, y usan de la libertad de faltar a ellas sin rubor y sin resultas». En resolución, esta vez consintieron, no sin reservarse el derecho de consultarlo con los demás indios que no estaban presentes.

Entretanto ¿cuál fué el dictamen del Sr. Espiñeira acerca de la proyectada reducción de los indios?

«No se adhirió a ella el reverendo obispo de la Concepcion-agrega el mismo citado cronista Carvallo Goyeneche, contemporáneo de los sucesos que narra;-era buen servidor del Rey y su apostólico celo jamas fué animado por el maligno espíritu de interes particular. La experien cia que adquirió en las misiones le hizo formar verdadero concepto de las perversas inclinaciones y estragadas costumbres de aquellos bárbaros intimamente propensos al libertinaje. Por mas que lo pidiese la condecendencia que exigen los gobernadores de Chile, no pudo inclinarse el virtuoso prelado a entrar por el partido de dejarse reducir y que el engaño trascendiese hasta la corte autorizado con su anuencia».

No pesaron lo bastante en el ánimo de los proyectistas ni las repugnancias del señor Espiñeira en adherirse al proyecto, ni su atinado y firme pulso en el manejo de los negocios sometidos á su criterio y acción.

Los pehuenches parece que no se mostraron contrarios; pero los hilliches rechazaron el proyecto de pueblos víribus et armis, y movieron á aquéllos cruda guerra. El Presidente incurrió en el nuevo error de auxiliar á los primeros contra los segundos, cuando debía captarse la voluntad de todos. Los poderosos caciques Curiñancu y Duquiguala, que dirigían la oposición, fueron hechos prisioneros; conducidos á la ciudad de la Concepción, adonde se había retirado Guill, y juzgados y sentenciados, se les notificó al primero el suplicio de horca y al segundo el destierro perpetuo á la isla de Juan Fernández; bien que «por mediacion del Cacique Llancahueno se les dió libertad (marzo de 1765) y se restituyeron a su parcialidad ardiendo en vivas llamas de venganza».

El presidente Guill, terminados los negocios que lo habían llevado á la Concepción, regresó á Santiago, «dejando el proyecto de pueblos muy recomendado a los jesuitas y al comandante general, que tambien era de este partido». Entre tanto Curiñacu, Duquiguala y los suyos acordaron mandar una embajada de cuatro caciques para pedir al Presidente que en obsequio de la paz desistiese de la pretendida reducción á pueblos. Los embajadores fueron asesinados en el camino por unos bandoleros, lo que irritó más el ánimo de los indios y aumentó la oposicion. Pidieron una Junta so pretexto de obtener satisfacciones por la desgraciada suerte de sus enviados, y se la concedió el comandante general de la frontera con aprobación del Presidente; pero en realidad no fué para conferenciar sobre el asunto propuesto, sino para protestar armados contra el ilusorio medio de civilización y «quitar la vida a Huenulab, cacique de Angol, a don Juan Rey, comandante de naciones, a Martin Soto, intérprete, y a Juan. Garces en aquella parcialidad, porque estos cuatro se manifestaron mas eficaces en persuadirles la admision de pueblos». Viendo los indios frustrado su intento de asesinar á los ya dichos «enviaron dos capitanes que enristrados las lanzas hicieron algunas escaramuzas en el atrio principal de la casa de conversion de Angol».

2. Se lleva á efecto; los indios reducen los edificios.

á cenizas. Así las cosas, y siempre infiriéndose algunos agravios á los indios, transcurrió el invierno de aquel año. En el mes de noviembre pasó á Nacimiento el maestre de campo D. Salvador Cabrito á poner en ejecución el proyecto: confió al sargento mayor D. Francisco Riera los trabajos de Mininco, los de Huequén al capitán de caballería D. Joaquín Burboa, los de Arauco y Tucapel á D. Juan Rey, y los demás á los capitanes de amigos, bajo la dirección de las misioneros jesuítas. Reservó para sí la de Angol, como más difícil, por ser el reducto de Curiñancu. Las poblaciones debían ser 39 (1). Lo desatinado de semejante plan salta á la vista, y mucho más en hombres conocedores prácticos de la raza araucana. Sin embargo, los autores del proyecto continuaron impávidos suministrando materiales У herramientas, y los indios fingiendo algu na sumisión; pero entre tanto, por la noche y en medio de los bosques ardían de trecho en trecho grandes fogatas, señal inequívoca de que se adunaban para la guerra. Las construcciones de los pueblos adelantaron tan rápidamente, que Cabrito se felicitaba de los progresos alcanzados, esperando sellar para siempre la obra de la civilización indígena en Chile, mientras los indios tenían designado el día y la hora de la conflagración general. Para disimularlo mejor, Curiñacu, jefe y director, pasó á cumplimentar á Cabrito dos días antes de la insurrección, acompañado de algunos subalternos, mostrándose obsequioso y elocuente con él; hablóle de «la eficacia con que habia propendido al establecimiento de pueblos, tan útil a su nacion»; dióle las gracias por ello y terminó pidiéndole que le adjudicara una viña vieja y abandonada á inmediaciones de sus tierras, lo que se le concedió sin dificultad.

Llegado el día convenido, 25 de diciembre de 1766, se levantaron los araucanos como un solo hombre y «a una misma hora redujeron a cenizas todos los pueblos de todas parcialidades donde se construian estas obras». A los inincendios agregaron las represalias, ó desquites: Rivera

(1) Carvallo dice que debía ser hasta 50 (obra cit. vol. II, pág. 322). Está equivocado.

11 Historia de las Misiones del Colegio de Chillán.

« AnteriorContinuar »