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nes muebles etc. Valdivia, mayo 12 de 1781.-Fr. Joaquin Millan, Presidente de Misiones».

Echenique proveyó así: «Valdivia, maio 13 de 1781.El Comisario de Naciones presentará ante mi los Indios. que estaban al servicio de D. Vicente Agüero que se citan en este informe para oir sus dichos y seguir esta causa en justicia». (1) Atentos á la rectitud del Gobernador de Valdivia, creemos indudable que los indios fueron puestos en

libertad.

No sólo se consagró el buen presidente de misiones á cortar los abusos en contra de la libertad de los indios, sino también á defenderlos y protegerlos cuando eran perseguidos ó enjuiciados por supuestos ó efectivos delitos: cuando inocentes, para que triunfara pronto la justicia, y cuando culpables, para mitigar la pena, en vista de la ignorancia, superstición, usos, costumbres y otras circunstancias atenuantes que pudieran obrar en favor de los desgraciados. Mas aun, siempre que podía, ó acudían á él los indios culpables, les daba refugio en las iglesias de las misiones (que entonces gozaban del derecho de asilo) mientras se sustanciara la causa. En todos estos casos, ya por reclamaciones, recursos ó defensas, es donde se manifiesta el hombre de conocimientos prácticos en la jurisprudencia. Su estilo corre fácil y agradable y su atinado pulso gubernativo encuentra siempre el nudo de la dificultad, sin suscitar nunca recriminaciones violentas.

No sólo el P. Millán se manifestó amante de los indios en aquellos tiempos: era ésta como una herencia que pasaba de unos misioneros á otros, cuidándola todos como cosa propia con solicitud paternal. Y ahora ¿cómo explicar tan entrañable afecto á unos seres destituídos de toda cualidad recomendable y atrayente desde el punto de vista humano? Es que hay otros móviles, otros ideales más grandes, más puros, más sublimes que los meros impulsos de la naturaleza, es á saber, los de la divina gracia. Cuando estos llegan á posesionarse del corazón, el amor no se detiene en la ausencia ó pérdida de las cualidades bellas,

(1) Vid. el cit. Vol., archivo del Colegio.

sino que alado y vigoroso se levanta sobre todas las cosas humanas, vertiendo el bálsamo del consuelo sin distinción ni preferencias pequeñas, como fruto expontáneo que es del Santo Evangelio: tan maravilloso agente no se llama ya amor; su nombre traido del cielo es caridad.

CAPÍTULO XV

LA CIUDAD DE LOS CÉSARES. DESLINDES DE JURISDICCIÓN ENTRE PÁRROCOS Y MISIONEROS

1. La imaginaria ciudad; expedición exploradora.— Siguiendo el orden cronológico de las fundaciones, toca su turno á la de Riobueno; pero como esta conversión se fundó á consecuencias de las exploraciones en que tomó parte el P. Benito Delgado, y practicadas por orden del Rey con el objeto de descubrir la supuesta ciudad de los Césares, debemos conocer primero los motivos y resultados de esa exploración.

Corría en Chile de boca en boca desde tiempo inmemorial una tradición sin fundamento alguno serio de que, habiendo naufragado unas naves en el estrecho de Magallanes, los tripulantes escapados del naufragio, hombres y mujeres, emigraron al norte en busca de un sitio de clima más benigno y que ofreciera mayores ventajas para la vida, subiendo por la cordillera de los Andes, que muy baja en el estrecho, se eleva más y más á medida que avanza á lo largo de la nación chilena.

Tan antigua era esta tradición, que el historiador Rosales, cuyo nacimiento se fija en los primeros años del siglo XVII, la acogió sin dificultad y la refiere con la mejor buena fe del mundo, como un hecho incontrovertible, en su obra titulada «Conquista espiritual de Chile», de la cual Carvallo Goyeneche copia á la letra largos trozos referentes á la ilusoria ciudad de los Césares (1).

Dice el buen P. Rosales (el mejor tal vez de los historiadores coloniales que tuvo Chile) que, reinando en España Carlos V, envió el Obispo de Placencia dos navíos á

(1) Descripción Histórico-geográfica, t. III, pág. 191. No conocemos esa obra del P. Rosales, que Carvallo conoció en manuscrito.

19 Historia de las Misiones del Colegio de Chillán.

reconocer el Estrecho de Magallanes: «el uno pasó felizmente el Estrecho y el otro, combatido de una furiosa tempestad, dió al traves veinte leguas adentro, y haciéndose pedazos en las peñas, salió a la playa la gente... Escaparon de la tormenta 160 hombres destinados a poblar, tres clerigos, alguna gente de mar y veintidos mujeres ca sadas». Continúa Rosales describiendo el rumbo de los náufragos por la cordillera con tales visos de verdad, como si hubiera sido testigo ocular de lo que refiere. «Así caminaron siete dias-agrega-pasando montes de nieve y cerros encumbrados sobre las nubes, cuando descubrieron desde lo alto tierra plana»; tuvieron al principio algunos encuentros con los indios, que llevaban á mal la presencia de los extranjeros, y una vez victoriosos, lograron tenerlos por amigos. «Hicieron un fuerte y una ciudad que comunmente se llama la ciudad de los Césares..., en parte tan retirada y escondida que, aunque se han hecho algunas diligencias por descubrirla, todas han sido en vano». Así, á tenor de la del P. Rosales, fueron apareciendo otras relaciones acerca de la encantada ciudad que nadie había visto, ni penetrado en ella. La imaginación de los indios y españoles llegó á presentarla, no tan pintoresca y abastecida de víveres como la de Jauja, que con picante burla describe Domínguez en su «Diccionario de la lengua española», enriquecida con balcones de oro cincelado, puertas y ventanas de plata afiligranada, calles de porcelana con vertientes de leche y miel; pero sí guarnecida de fozos con puentes levadizos, dotada de numerosa artillería para la defensa y para saludar la salida del sol. Situada entre dos lagos, bogaban por ellos multitud de pintorescas embarcaciones. ¿En qué punto se hallaba la misteriosa ciudad? Nadie lo sabía. En los primeros tiempos se la supuso en la Patagonia, y más tarde cerca de los Andes en dirección de Osorno.

D. Ignacio Pinuer, comisario de naciones é intérprete general del territorio valdiviano, se propuso recoger cuantas noticias pudiese entre las varias reducciones; pero lo hizo con el detestable criterio del juez que lleva el ánimo prevenido, dando como un hecho real lo que debe ser

objeto de imparcial investigación, que arrojase luz sobre la existencia ó no existencia de lo que se asevera. Adoptó el procedimiento de referir á unos indios lo que había oído de otros, asegurándoles que la existencia de la encantada ciudad era innegable, por estar en conocimiento de todos los españoles de Valdivia, quienes afectaban no creer para que no llegara á conocimiento del Rey, que sin duda mandaría sacar á aquellos ciudadanos rebeldes del interior de las comarcas indígenas. Magnífico procedimiento el de Pinuer para desatar la imaginación supersticiosa y la lengua embustera de los indios: el uno y los otros parece que se hubieran confabulado para formar una inmensa lumbre de fuegos fatuos, engañándose mutuamente.

Según las noticias recogidas, no era una sola ciudad, sino dos, próxima la una á la otra y gobernadas por un mismo soberano. Pinuer creía, sin embargo, que ninguna de las dos ciudades gemelas era la de los Césares, fundada por los supuestos náufragos, sino que habían sido fundadas por españoles sobrevivientes de los pueblos destruídos en el alzamiento general de indios á fines del siglo XVI, especialmente de la antigua Osorno.

Como resultado de sus investigaciones, escribió Pinuer una larga relación, y previo juramento de verdad, la remitió á la Corte de España por la vía reservada (1). En 1774 el Ministerio de Indias ordenó al presidente de Chile abrir una investigación, y éste, éralo D. Agustín de Jáuregui, comisionó á su vez al gobernador de la plaza de Valdivia D. Joaquín de Espinosa y Dávalos. La tal investigación no produjo otro resultado que confirmar las noticias vagas é infundadas recogidas por Pinuer. En consecuencia y para salir de dudas, se organizó una expedición exploradora compuesta de ochenta soldados al mando del mismo Pinuer, dándose por capellán al P. Benito Delgado á quien debían consultar los expedicionarios en las ocurruencias que se ofrecieran y en las resoluciones concernientes al buen éxito de la exploración.

2. Diario del capellán el P. Benito Delgado.--El

(1) CARVALLO G., Descripción Histórico-geográfica, t. III, pág. 199.

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