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que después pasaron y acaecieron, y lo habrá dicho y contado todo á V. M., y porque mi motivo es decir é informar á V. M., como su leal vasallo, de lo que me pareciese serle en servicio y bien de aquella lamentable tierra, y de algunas persecuciones y trabajos que vuestros vasallos han padecido y pasado, para que V. S. M. sepa partes de las crueldades y grandes daños que Pizarro y sus secaces han hecho y facen en los que vuestro real servicio y nombre siguen. Yo he vivido en la cibdad de Sant Miguel del Perú y en ella tengo mi casa y mujer é hijos é indios de repartimiento; en vuestro real nombre he seguido siempre vuestro real servicio y voluntad, y á vuestros ministros, como dello da testimonio el absencia de mi casa, que padezco un año ha por me haber desterrado de aquellos reinos Pizarro y su secaces, vuestro visorrey Blasco Núñez Vela, cuando bajó de Quito con gente, pensando restituirse en la tierra y cibdad de Lima, posó en mi casa y estuvo en ella treinta y dos días, con sus criados y familia y gente de jornada que consigo traía, y con mi persona y hacienda y con toda mi casa se le hizo todo el servicio y buen hospedaje en la cibdad de Sant Miguel, que á mí fué posible y pude como á ministro de mi rey y señor; fué este caso y haberme de antes tenido Pizarro por sospechoso, para que desde Quito enviase á Carvajal, maestre de campo, á que nos matase á mí y á otros vecinos de aquel pueblo que seguíamos vuestro real servicio y voz, y mucho antes que Caravajal llegase al pueblo de San Miguel, tres jornadas, envió delante dos alguaciles y con ellos diez ó doce arcabuceros, los cuales se juntaron con uno de los alcaldes que eran puestos por Pizarro, el cual alcalde se llama Alonso Rengel, natural de Medellín, y éstos, á media noche, cercando nuestras casas nos las escalaron y entraron en ellas y nos sacaron de nuestras camas, do yacíamos, y asimismo con nuestras mujeres, que todos los que prendieron, que fuimos cuatro, éramos casados y yo el de menos edad, y paso de cincuenta años, y ansí nos sacaron y llevaron maltratados á la casa del alcalde que he dicho, adonde nos echaron muchas prisiones y pusieron guardas, y de ahí á dos días llegó Caravajal, y en apeándose, antes que bocado comiese, ahorcó á un Diego Hurtado, que era uno de los presos y vecino de la cibdad de Santiago de Guayaquil, que por otro nombre se llama la Culata, y vuestro alcalde ordinario en aquella cibdad, y fué el delito por que le mataron haber seguido á vuestro visorrey y andado en su compañía desde que le echaron de la cibdad de los Reyes; y después de

haber hecho con éste, el día mesmo, á la noche, envió á sus alguaciles y negros que para ello trae diputados. con el alcalde Rengel, que he dicho, para que allí en la cárcel donde estábamos nos diese garrote y nos colgase ó echase de una ventana que salía á la plaza; halláronse en nuestra compañía nuestros hijos y mujeres y todos los clérigos y frailes y gente honrada del pueblo, que temiendo lo que Caravajal acostumbraba hacer, se vinieron todos á estarse con nosotros, y éstos, mediante Dios, alcanzaron que no nos matasen aquella noche. Eramos los presos Gonzalo Farfán, y Francisco de Lucena, y un Alonso Rengel de los Santos, y el Diego Hurtado que, como he dicho, ahorcó antes que comiese, y yo; el Gonzalo Farfán y Francisco de Lucena son hombres de á sesenta años y conquistadores de toda Tierra Firme y descubridores y conquistadores de todo el Perú. Venido el día, nuestras mujeres con todo el pueblo y los religiosos y clérigos dél fueron á Caravajal á le rogar por nuestras vidas, y fué más indinarle y cabsa para que en persona fuese adonde estábamos presos, y, dejándonos á unos confesando y á otros haciendo testamento, se fué á su posada, que era cerca, y de allí á la iglesia. Viendo el pueblo en la aflición y agonía en que estábamos, se juntaron todos, hombres y mujeres, con las nuestras y los frailes y clérigos con una cruz cubierta de negro y el Santísimo Sacramento que llevaba uno de los clérigos que estaba diciendo misa, y todos acompañándolo se pusieron de rodillas delante del Caravajal pidiéndole no nos matase, sino que, ansí presos, nos enviase á Pizarro; y con lo que ante sí vió Caravajal, aunque cruel, se turbó y estuvo suspenso y confuso, y con el clamor y vocería de nuestras mujeres é hijos y de todos los del pueblo que allí estaban, que de la crueldad y de nosotros se condolían, parece que por voluntad de Dios se conmovió á nos hacer gracia de la vida y mandó cesase la ejecución de su propósito, diciendo, como con lágrimas, que él cometía traición y maldad á Dios y á su rey por nos dejar vivos y que le había de pesar, y con éstas y otras semejantes palabras de martirio nos confiscaron y tomaron todos nuestros bienes por traidores, y nos pregonaron por tales y nos desterraron de todos los reinos del Perú, mandando que saliésemos luego de la tierra en los primeros navíos que en el puerto de Paita ó en la costa hobiese, so pena de ser hechos cuartos, y ansí salimos otro día siguiente del pueblo en sendas acémilas, con grillos á los pies, y nos llevaron á Paita. El Francisco de Lucena. llegó á Paita muy al cabo para se morir, y al Alonso Rengel le volvie

ron preso al pueblo de Sant Miguel porque no había dado los libros del oficio de contador que él usaba en el dicho pueblo, y ansí los dejé. No sé lo que Dios hizo dellos; á mí me echaron en la isla de la Puná, donde estuve desde mediado Octubre hasta mediado Enero deste presente año de cuarenta é seis, que en un navío que allí aportó salí para esta Nueva España. Digo á V. M. que Caravajal nos llevó de aquel pueblo seis ó siete mill pesos y todos los negros y caballos y animales que él pudo haber Ꭹ lo restante de nuestras haciendas nos lo dejó confiscado y los indios quitados, diz que por traidores, porque no seguíamos á Pizarro y porque habíamos recibido y seguido á vuestro visorrey.

Hecho esto [por] Caravajal en la cibdad de Sant Miguel, se pasó de camino á la cibdad de Lima, y en Trujillo quiso matar á un Melchor Verdugo, que si lo hallara en el pueblo lo hiciera, porque, según pareció, lo llevaba así mandado por instrución de Pizarro; fué avisado el Melchor Verdugo, y antes que Caravajal llegase al pueblo de Trujillo se había absentado dél é ido á la sierra con diez ó doce amigos suyos arcabuceros, escarmentando, como dicen, en cabeza ajena. Llegado el Caravajal á Trujillo, como no halló á quien sacrificar, pasó de largo á la cibdad de Lima, doblando jornadas, porque iba por capitán general á Los Charcas contra los caballeros que se habían alzado contra Pizarro y muerto á su teniente Fulano de Almendras, y habían alzado pendón y bandera por vuestro visorrey Blasco Núñez Vela, y con la voz real habían juntado casi doscientos cincuenta hombres y todos había movido para venir sobre el Cuzco; eran los cabdillos deste hecho y gente Francisco Zenteno, de Cibdad Rodrigo y Alonso Pérez Desquivel, de Sevilla, y Lope de Mendoza, de Mérida, y otros caballeros; y estando ellos en campo con la gente dicha á cincuenta leguas de la cibdad del Cuzco, en el Collao, pueblos de V. Majd., salió del Cuzco un Alonso de Toro, natural de Trujillo, hombre cruel y de los acebtos á Pizarro y su teniente en el Cuzco; éste salió del Cuzco con hasta doscientos hombres á resistir á los que con vuestra real voz venían, porque si los dejaran llegar á la cibdad del Cuzco, é á diez leguas dél, se alzara y tras él toda la tierra contra Pizarro. Estando á veinte leguas los unos de los otros y en campo, diz que salió Caravajal de la cibdad de Lima á gran priesa con alguna gente para se juntar con los del Cuzco antes que se aprontasen los de los Charcas y ellos: hasta agora no se sabe en esta cibdad en lo que esto ha parado, porque á esta sazón salí yo de la tierra del

Perú, á veinte de Enero pasado, y á diez de Marzo siguiente entré en esta cibdad de Méjico; porque desde la Isla de la Puna, que es adonde yo me embarqué en el Perú, hasta el puerto de Guatulco de esta Nueva España, que és á ciento y diez leguas de esta cibdad de Méjico, no vimos ni conocimos ninguna tierra; y en esta cibdad de Méjico he estado desde el mes de Marzo pasado, esperando lo que Vuestra Majestad proveía para el Perú, para me volver á él serviendo á V. M.

Tiénese por nueva muy cierta en esta Nueva España que Vuestra Majestad ha proveído al Licenciado de la Gasca para gobernar y pacificár el Perú, y que es ya pasado á Tierra Firme: con este sonido que de que es ya ido me salgo desta cibdad de Méjico de aquí á diez días y me voy embarcar en el primero navío que para el Perú fuese, por hallarme con el Licenciado Gasca en cualquiera subceso que le avenga. Plegue a Dios de darle tanto juicio y buena ventura á él y á los demás que en vuestro real nombre van, que lo pacifiquen y allanen todo, de manera que Dios Nuestro Señor sea de todos conocido y adorado como de católicos y V. Majd. sea muy servido y temido.

De cinco meses á esta parte se había dicho y publicado por cosa muy cierta, por toda esta Nueva España y cibdad de Méjico, que entre Blasco Núñez Vela, vuestro Visorrey, y Gonzalo Pizarro y sus secaces había habido rotura de batalla cerca del Quito, y que en ella habían muerto á vuestro Visorrey y á muchos caballeros y gente de su parte, y que Pizarro había habido la vitoria. ¡No le dé Dios tal ventura! De veinte días á esta parte se ha tornado á decir en esta cibdad de Méjico que vuestro Visorrey Blasco Núñez Vela es vivo, y que está en la gobernación de Benalcázar y próspero, y que lo que de la batalla se había dicho fué burla. Plegue á Dios sea ansí, porque esto que agora se dice que es vivo vuestro Visorrey, es por una carta que el Presidente de los Confines diz que escribió á don Antonio de Mendoza, vuestro Visorrey: sé decir á V. Majd. que la Mar del Sur no se navega, ni del Perú se ha sabido nueva cierta, ni ha salido navío para en todas estas costas desta Nueva España, ni de Guatimala, ni de Nicaragua cinco meses y más ha, sino fué habrá cuatro meses y más que vino al puerto de la Posesión de Nicaragua un Alonso Palomino con un navío de armada de los de Pizarro, y entró en aquel puerto como famoso cosario y se llevó del cuatro navíos que en él estaban surtos, y un navío grande que estaba varado en tierra, porque no le pudo llevar le quemó, que no

hiciera más Barbarroja; y después acá no se navega la Mar del Sur para de aquí al Perú ni del Perú aquí, si no ha sido un navío que fué de esta Nueva España al Perú, habrá cuatro meses, con ropa y poca gente salió del puerto de Acapulco de esta Nueva España.

Cuando yo salí del Perú, que fué á 15 de Enero pasado, vuestro Visorrey Blasco Núñez Vela estaba en la cibdad de Popayán, gobernación de Benalcázar, con copia de gente, según se decía, y Benalcázar con su gente y capitanes con él, y Gonzalo Pizarro estaba en el Quito con hasta cuatrocientos hombres, á sesenta ó setenta leguas los unos de los otros, y los corredores y descubridores del campo de ambas las partes se habían algunas veces visto y encontrado. Gonzalo Pizarro y sus secaces habían publicado que Blasco Núñez Vela movía de Popayán, donde estaba con toda su gente, para se venir al Quito, sobre Pizarro, y el Pizarro había hecho llamamiento general de sus amigos y valedores, y estando yo en la isla de la Puna para me embarcar, ví que pasaban algunos en balsas con sus caballos y armas, para por la Culata, que es el pueblo de Santiago de Guayaquil, irse á juntar con Gonzalo Pizarro, porque por la

sierra no podían, que estaba toda alzada y de guerra desde que por ella

pasaron dando alcance à vuestro Visorrey; y ansimismo pasaron por la isla de la Puna, donde yo estaba, dos balsas de armas coracinas y coseletes y arcabuces y botijas de pólvora, de que los de Quito diz que tenían mucha necesidad; podieron juntarse entonces con Pizarro de toda gente de guerra hasta cuatrocientos y cincuenta hombres y no más, porque es cierto que jamás tuvo Pizarro juntos en campo más de los dichos, y de muchos destos tiene las presencias de sus personas, porque no pueden hacer otra cosa, y no las voluntades; y aunque le siguen, desean vuestro real servicio y se mostrarán en él cada que hubiese á quien acudan que tenga poder para resistir y ofender; que mientras éste faltase por parte de Vuestra Majestad, seguirá aquél por no venir en sacrificio de Caravajal y de otros sayones.

Dos cosas sepa Vuestra Majestad: la una es quel Perú ni la gente dél no están todos conformes y de una voluntad en la opinión de Pizarro ni para le seguir, porque todos los pueblos, digo los vecinos dellos. y los oficiales y los mercaderes, todos tienen vuestra voz y servicio y muchos otros caballeros y soldados que no han seguido á Pizarro, y aun de los que andan en su compañía hay muchos hijosdalgos y hombres de buen juicio que desean vuestro real servicio y no pueden le hacer

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