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gados á labrar la tierra con la pala, la azada, ú otros instrumentos del mismo género. Si no pudiésemos hacer ejecutar este trabajo á los animales, que considerados en economía política son una especie de máquinas, es evidente que los brazos aplicados al trabajo de la tierra, el mas necesario de todos, no podrian ocuparse en otras artes. El arado ha permitido pues á una parte de la poblacion el dedicarse á diferentes profesiones industriales, aun las mas insignificantes, y lo que vale mas al cultivo de las facultades intelectuales. Tómese cualquiera el trabajo de reflexionar en esto, y se convencerá de que estas máquinas aratorias, cuyo origen sube á los tiempos mas remotos, han contribuido eficazmente á proporcionar al hombre una multitud de conveniencias de que jamas hubiera concebido la menor idea.

Es necesario convenir en que el efecto de las máquinas es el interés general de la sociedad á la que proporcionan mas conveniencias y riquezas. No es cierto que arrebaten la subsistencia al pobre que no tiene otros bienes que su trabajo; al contrario, le disminuyen el rigor de su situacion, dándole parte en el goce universal y dulcificando sus penas físicas.

Estas objeciones, que desaparecen por sí mismas, son semejantes á las que en todos tiempos se han hecho contra las nuevas invenciones, por hombres parciales, interesados ó sin luces. Citarémos en apoyo de esto lo que aconteció en Francia cuando empezaron á fabricarse los algodones. El comercio entero de las

ciudades de Amiens, Reims, Beauvais, etc. reclamó y representó como destruida toda la industria de estas ciudades. No hay sin embargo apariencia de que hoy dia sean menos industriosas que lo fueron hace medio siglo, al paso que la opulencia de Rouan y de la Normandía ha recibido un grande aumento con las fábricas de algodon.

Peor fué cuando se introdujo la moda de los pintados; todos los consulados de comercio se pusieron en movimiento; en todas partes hubo convocatorias, deliberaciones, memorias, diputaciones y mucho dinero repartido. Rouan por su parte pintó la miseria que iba á sitiar sus puertas; los niños, las mugeres y los viejos desolados; convertidas en yermo las tierras mas bien cultivadas del reino, y desierta esta hermosa y rica provincia.

La ciudad de Tours describió el dolor de todos los diputados del Reino y predijo una conmocion que ocasionará una convulsion en el gobierno político...... Lion no quiso callar, cuando este proyecto infundia el terror en todas las fábricas. Cuando Enrique IV favoreció el establecimiento de las manufacturas de Lion de Tours, otras profesiones dirigieron tambien á este Príncipe contra las telas de seda iguales reclamaque Tours y Lion hicieron despues contra los pintados. (V. las memorias de Sully).

y

ciones

Amiens miró el permiso de las telas pintadas como el sepulcro donde iban á aniquilarse todas las fábricas del reino. Su reclamacion discutida por una comision

de comerciantes de las tres clases reunidas, y firmada por todos sus miembros, termina así: Ademas, basta para la proscripcion perpétua del uso de las telas pintadas, , que todo el reino se estremezca de horror cuando oye pronunciar que van á permitirse; vox POPULI, vox Dei. Paris jamas se habia arrojado á los pies del Trono, que el comercio regaba con sus lágrimas, para un asunto de mas importancia.

Ahora bien, no hay hombre tan insensato que diga

que

las fábricas de las telas pintadas no han promovido en Francia un trabajo prodigioso, con la preparacion é hilado de las materias primeras, con el tejido, blanqueo y estampado de las telas. Estos establecimientos han acelerado en pocos años los progresos de los tintes, mas que todas las otras fábricas en el transcurso de un siglo.

Detengámonos un momento, añade M. de Say, de quien sacamos estos detalles, á considerar cuan necesaria fué la firmeza y una verdadera ilustracion en lo que constituye la prosperidad de un Estado, para resistir á un clamor que parecia tan general, y que estaba apoyado respeto de los principales agentes de la autoridad, , por otros medios quizas mas poderosos que las razones de pública utilidad.

Todo cuanto acabamos de esponer sobre la introduccion de los nuevos ramos de industria en Francia, todo cuanto se intentó para oponerse á ella, todos los sofismas de que se valieron para arrastrar la opinion de los hombres poco ilustrados ó irreflexivos, se re

nueva en nuestros dias contra el uso de las grandes máquinas, y los argumentos son los mismos en los dos casos. Esperemos que tendran igual suerte estas objeciones, y que las máquinas triunfarán de sus adver sarios, cuyo número disminuye diariamente á medida que la esperiencia va ilustrando esta interesante cuestion.

Nada hemos dicho en esta discusion de las esportaciones al estrangero, que son sin embargo un objeto de suma importancia en la balanza comercial. Conviene examinar la cuestion bajo este aspecto, y manifestar que las máquinas son el único medio de dar á nuestras fábricas el poder de luchar contra las estrangeras, y de sostener una concurrencia donde los productos mas bien ejecutados, los mejores y los ménos costosos, son necesariamente preferidos.

Admitiendo que las máquinas puedan distinguirse en dos clases, unas útiles y otras perjudiciales, necedad que jamas será accesible al espíritu del hombre sensato; no es claro que la prohibicion de estas no llenaria el objeto que se proponen los detractores de todas, sino en cuanto todos los gobiernos se uniesen para adoptar igual medida, y proscribir las mismas máquinas? Sin hablar de una unanimidad de sentimientos imposible de conseguir, porque las naciones nunca están de acuerdo sino en un solo punto, que consiste en no entenderse, tanto difieren en sus intereses, en sus costumbres, gustos y opiniones; concediendo, lo que estamos distantes de hacer, que la

TOMO I.

que

prohibicion de ciertos agentes mecánicos fuese un bien político, un acto de justicia respecto de unos hombres cuyo trabajo es su única propiedad, examinemos lo que aconteceria si una nacion se obstinase en desechar de sus talleres ciertas máquinas de un efecto seguro, mientras que las otras se rehusasen á ello. Cualquiera que fuese el rigor con que se observasen los reglamentos prohibitivos de las aduanas, es creible que se llegase á impedir la introduccion de unos productos mejor hechos y mas baratos? Es evidente que el contrabando no tardaria en abrir una brecha casi libre á una multitud de productos, cuyo bajo precio arruinaria las fábricas indígenas y estinguiria toda emulacion.

Y aun concediendo que una activa vigilancia llegase á impedir la desgracia de asolar las fábricas, como estas no podrian sostener su concurrencia con las del estrangero, no se haria esportacion alguna, y la balanza del comercio seria imposible. Mucho se ha censurado en los últimos tiempos que la industria inglesa se esforzase en proveer al continente á bajo precio de una multitud de productos sacados de sus fábricas: contra esta esportacion se ha formado una liga, y en Alemania se fundaron sociedades para oponerse á su curso. Siempre me ha parecido que estas medidas eran á un mismo tiempo falsas é injustas. Igualemos en industria á aquellos hábiles rivales, imitemos su destreza, inventemos, perfeccionemos como ellos los agentes mecánicos, y no temamos despues abrir nuestros mer

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