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El 17 de Febrero se cerró aquella larga serie de beneficios con el del distinguidísimo Antonio Castro, quien fué recibido con entusiastas aplausos al presentarse en escena en el drama de Dumás, El Caballero de San Jorge. El Revistero de esa función nos cuenta lo siguiente, que es curioso: "Por un hilo que descendía desde la galería hasta el foro, bajó un muñeco colgado de un globo y con una corona en la mano, alusión ingeniosa del viaje aéreo del célebre D. Simplicio Bobadilla, Majaderano y Cabeza de Buey, que es uno de los personajes mejor representados por Castro. La Sra. Peluffo, con una amabilidad llena de ternura, descolgó la corona para colocarla en las sienes del beneficiado, y le dió un estrecho abrazo. Los aplausos entretanto no cesaban; muy largo rato continuaron sin interrupción ni ceceos, de manera que podemos asegurar que fueron los más prolongados que ha habido en todas las funciones de la presente temporada." Al día siguiente, que fué Domingo de Carnaval, cerró la temporada cómica, y el Gobernador del Distrito, respetando los sentimientos religiosos de aquella sociedad, que no tenía reparo en consentir durante la Cuaresma los Bailes de Máscaras, no permitió que fuera de las noches de los domingos se cantaran óperas en la escena del Nacional, tirantez que El Siglo le reprochó "como increíble manía de conservar las rancias preocupaciones del sistema colonial. " A virtud de ese permiso, el domingo 25 de Febrero cantaron Lucia la Srita. Guadalupe Barrueta, que estuvo admirable en el aria del delirio, y los Sres. Solares y Moreno; este último, aventajado discípulo del Maestro Caballero, hizo en esa ópera su primera salida; el papel de ayo de Lucía estuvo á cargo de Leonardi, que arrancó entusiastas aplausos. El éxito tan extraordinario de Lucía hizo que esa ópera se repitiese mucho en esa Cuaresma, alternada con alguna representación del Pirata, de Bellini."

Próxima la Semana de Pasión, los periódicos, con general regocijo, anunciaron que los Sres. Mosso habían tomado á su cargo las empresas teatrales, mediante quince mil pesos que en calidad de guantes dieron á su predecesor Lasquetty, quien había despachado á París á uno de los Pavía á contratar una buena Compañía de Opera y de baile. Los Mosso ampliaron los poderes al agente, con la precisa condición de que todo cuanto contratase fuera de primera calidad. Estas noticias alegraron, como dije, á todo México, si bien no dejó de al.. mar á muchos el hecho de que la nueva Empresa iba á operar sin posible competencia, porque los otros teatros de la Capital estaban en su mano y tenía el monopolio de ellos.

El 30 de Marzo, la dicha Empresa circuló el prospecto de la nueva temporada, que principiaría el Domingo de Pascua, 8 de Abril, con los mismos actores que trabajaron en la anterior, menos D. Miguel Valleto, con el cual, según ella, no pudo la Empresa arreglarse, y

según el interesado, no quiso contratarlo, jugándole una partida serrana. También se avisó al público que se había entrado en arreglos con la Cañete, Mata y Fabre, que procedentes de la Habana se encontraban en Veracruz. La temporada comenzó el día anunciado, dándose por la tarde La Huérfana de Bruselas, y por la noche El Hombre feliz. El miércoles 11, los nuevos empresarios, para no perder nada que fuese explotable, convirtieron en circo su teatro y anunciaron "Gran lucha de Hombres extraordinarios y Formidable desafío en que se jugarán apuestas de dos mil pesos, entre Mr. Charles, Rey de los luchadores; Mr. Turín, Primer Alcides francés; Mr. Casimir, Invencible de la palestra de Nimes; Mr. Reybac de Tolosa y Mr. Hunt, atleta americano, proclamándose el vencedor por cinco jueces competentes.

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Aquello fué un espectáculo digno de una plaza de toros. "Una persona-dice el Siglo-dió en la flor de hablar recio; los ¡ chist! comenzaron y varios dieron la voz de ¡fuera! Esa persona era un oficial que, incomodado, respondió que los luchadores estaban engañando al público, y que no había de salirse. En la cazuela y en el patio siguieron el vocerío y los silbidos, y el oficial, cada vez más furioso, desafiaba locamente á la concurrencia. La autoridad municipal trató de restablecer el orden; pero acaso podía haber ocurrido algo desagradable, si por fortuna el Sr. Gral. Quijano, que se hallaba presente, no hubiese intervenido sacando al oficial del salón."

No fué esta la única causa de disgusto en el público contra la Empresa; el trabajo de la compañía no ofreció novedad alguna; las piezas eran de lo más conocido: Fatal Pasión, El Torneo, Napoleón lo manda, Un tercero en discordia, Pablo el Marino, y así otras muchas ya sabidas de memoria. Por esto y por su caritativo propósito, fué muy bien recibido y produjo pingüe provecho, el gran concierto verificado en el Nacional la noche del miércoles 18 de Abril, á beneficio de la "Casa de la Cuna" ó de niños expósitos, perfectamente llevada por D. Nicolás Barrera y una junta de las damas más distinguidas. A la obertura de Guillermo Tell, dirigida por Chávez, siguieron quince piezas bien escogidas; sus intérpretes la Mosqueira, la Barrueta y la Cosío estuvieron admirables en su interpretación, y merecidos laureles alcanzaron, al par de ellas, los cuarenta jóvenes alemanes que hicieron oir las más hermosas canciones de su Orfeón; todos ellos se presentaron correctamente vestidos de frac, pantalón y corbata negra, chaleco y guantes blancos, teniendo en una mano un álbum de tafilete encarnado y cantos dorados, con las piezas que debían haçer oir.

La prensa de todos los matices tronaba contra la poca formalidad de los nuevos empresarios, y les aconsejaban contratar á la Cañete, Mata y Fabre, ajustar de nuevo á Valleto, encargar de las traduccio

nes al joven literato Carlos Hipólito Serán, que ya tenía bien probada su competencia, no sólo con traducciones, sino con arreglos felicísimos, y á fin de que el público no tuviese que oir noche á noche dos veces la misma comedia, dicha por los actores y por el apuntador, recomendábanle, por último, tomase á sueldo á Campuzano, habilísimo consueta.

En aquellos días la prensa, era mejor atendida que en los nuestros, si bien debemos confesar que lo tenía muy merecido, y los empresarios obsequiaron sus indicaciones empezando por contratar á los distinguidos artistas que ha poco nombré. D. Juan de Mata se pre-* sentó el 15 de Mayo con el Don Francisco de Quevedo, de D. Eulogio Florentino Sanz, y para tres días después se anunció la primera presentación en esa temporada de la Sra. Da María Cañete de Laimón. Varios individuos, quizá de los que menos habíanse expuesto á las balas y á las atrocidades de los norte-americanos, hicieron, de acuerdo, según el Siglo, con varios intrigantes ó envidiosos, una activa propaganda contra la Cañete, censurándola de haber denigrado á los mexicanos por captarse la benevolencia de los invasores.

La Cañete publicó en los primeros días de Mayo una manifestación en la que victoriosamente contestaba esas inculpaciones, y todos los periódicos tomaron su defensa, haciéndolo El Monitor en los términos que dí á conocer en el capítulo referente á la ocupación americana, y con una ridícula tibieza El Siglo, que, como también allí hice notar, no tuvo el valor civil de El Monitor, su eterno rival, y suspendió su publicación en vez de imitar á su contendiente, que de un modo circunspecto y mesurado, pero valeroso y resuelto, convirtió sus columnas en registro de todos los daños que á México hicieron los invasores, y no dejó de proteger hasta donde pudo, á nuestros compatriotas.

Llegó por fin la noche del viernes 18 de Mayo, y comenzó la representación de La Trenza de sus Cabellos, drama en cuatro actos y en verso, escrito por D. Tomás Rodríguez Rubí, autor de numerosas obras dramáticas de mérito indisputable. Al presentarse la Cañete, sus amigos y los espectadores circunspectos recibiéronla con un nutrido aplauso, que en vano procuraron sofocar con ceceos y silbidos algunos, muy pocos, individuos, según hace constar El Siglo mismo. El primer acto del drama es flojo, y lo pareció más por el estado de nerviosa intranquilidad de los actores, que no les permitió procurar dominar sus papeles. En el entreacto, la autoridad y los amigos de la artista, pasaron al escenario á darle valor y á asegurarle que no debía temer ninguna nueva manifestación, y aun los mismos jefecillos de los disidentes se acercaron á la popular y graciosa Mariquita, á decirle que ya se creían vengados y que no insistirían en mortificarla. En el acto segundo la artista se propuso hacerse aplaudir como en

los días de sus mayores triunfos, y cuando D. Juan reprocha á Inés su supuesta infidelidad, y le refiere que tiene en su poder la trenza de sus cabellos que lo comprueba, y la infeliz amante, sin poder llorar, prorrumpe al fin en una horrible carcajada que acusa la pérdida de su razón, la Cañete rayó en la sublimidad. "Los aplausos que entonces arrancó, dice El Siglo, no fueron debidos, seguramente, al espíritu de partido, sino á su indisputable talento artístico, que se mostraba en aquel instante á toda luz." En el tercer acto el triunfo superó al ya apuntado, sobre todo en la escena en que recobra Inés la razón. "Estos fueron, continúa el revistero, los supremos momentos de la esforzada actriz, que al anunciar llanto comprimido, al prorrumpir en él llena de pasión y sentimiento, al expresar tanto cuanto podía comprenderse en aquella situación, se elevó á una altura á la cual no podían llegar más que tributos de admiración y de entusiasmo: todo se olvidó entonces y se aplaudió el mérito, resplandeciente en todo su fulgor." Verdaderamente, dada la mala disposición de una parte de su público, mal enterada de los méritos que á su gratitud tenía conquistados la actriz, el triunfo que en aquella noche alcanzó María Cañete, fué uno de los más envidiables en su larga y gloriosa vida artística.

El tercero de los artistas que la Empresa llamó en refuerzo de su Compañía, es decir, D. Manuel Fabre, hizo su nueva presentación el 22 de Mayo, con la comedia El Guante y el Abanico, traducida del francés por D. Juan Peralta.

Notable acontecimiento del mes de Junio de aquel año, durante el cual comenzó á introducirse en el país la epidemia del cólera, fué la llegada del paquete inglés á Veracruz, porque en él vinieron los muy insignes artistas Ana Bishop, el gran arpista Bochsa y el distinguido bajo cantante Valtellina. Todos tres se pusieron en camino para la ciudad de México el 12 de ese mes de Junio.

Ana Bishop fué una eminente cantante inglesa, nacida en 1814; hizo su primera salida al teatro en 1838, conquistando en todos los primeros teatros de Europa y de América, colosales y justos triunfos. Ganosa de recorrer mundo, excéntrica al grado de no encontrarse á gusto en ninguna parte si la estancia se prolongaba, aunque fuese pocos meses, convino con su maestro Bochsa en salir con él á dar conciertos en donde quiera que hubiese un teatro y público capaz de comprender el mérito de ambos.

"Su voz de soprano sfogato fué admirable por su extensión, volumen, timbre, pureza de entonación y flexibilidad: la emisión de sus sonidos era fácil, brillante, rica y simpática: belleza poco común, unía la elegancia primorosa de la francesa, con la hermosura correcta y severa de la griega; sus cabellos de lustroso ébano, sus labios de rosa, sus dientes perlados y diminutos, sus ojos negros, ardientes y ex

presivos revelaban una alma de fuego envuelta en encantadora forma: su fisonomía expresiva, nobleza de sus modales, porte elegante, inteligencia perfecta de dicción en el recitativo, su gusto exquisito y exactitud clásica en los trajes; todo en ella agrada, cautiva, encanta y seduce."

Tal es el retrato que de Ana Bishop dejó en los periódicos de la época un apuesto y galano joven francés, que, en calidad de su secretario, acompañaba á la artista y le sirvió de un modo extraordinario, visitando en nombre de ella las redacciones de nuestros periódicos, para ponerla á sus órdenes y recomendarla á la ilustración y benevolencia de sus redactores, proceder enteramente nuevo, desconocido en México, y en todo el mundo introducido por la galantería, más o menos calculada, pero siempre agradable, de los franceses. Quien primero la empleó en México, fué el susodicho joven extranjero, que al fin había de quedarse entre nosotros para introducir en el periodismo y en la crítica grandes novedades, y conquistarse casi sin límite el afecto de los mexicanos. Así dió principio á su vida de cuarenta y dos años entre nosotros, el distinguidísimo escritor y periodista Alfredo Bablot.

Mientras los empresarios del Nacional arreglaban con la Bishop, Bochsa y Valtellina su presentación en el Gran Teatro, nuestros filarmónicos se conmovían con el fausto suceso de la llegada de otro aplaudidísimo artista, el muy famoso Henry Herz.

Nacido en Viena en 1805, de padres israelitas, estuvo dotado de tan extraordinarias facultades para el piano, que á los ocho años de edad ejecutó en público las variaciones de Hummel: en 1816 estudió en el Conservatorio de París, bajo la dirección de Pradher, y en 1818 publicó sus primeras composiciones: sus fantasías sobre Otelo, Guillermo Tell, Norma y Le Pré-aux-Clercs, pagadas á alto precio por los editores, tuvieron una boga inmensa. A partir de 1831, se dedicó á recorrer Europa y América, volviendo periódicamente á París, en donde fué nombrado, en 1842, Profesor del Conservatorio, y abrió una sala de conciertos, á la que dió su nombre: como pianista se hizo notable por su juego hábil y delicado; como compositor se distingue por la melodía y la brillantez, más que por la originalidad.

Su nombre y sus obras, muy conocidas en México, le tenían conquistado grande aprecio entre aficionados y profesores, y dos de éstos, D. Joaquín Maria Aguilar y D. José María Chávez, invitaron á todos sus compañeros por medio de un aviso que publicaron los periódicos el 17 de Julio, á salir á recibirle hasta el Peñón viejo, como una demostración de respeto á sus méritos, y así lo verificaron el miércoles II del mismo, fecha de la llegada de Herz á nuestra Capital. El compositor publicó ese día un remitido dando las gracias por tan amable y entusiasta recepción.

R. H. T.-T. II.-19

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