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ta Capital. Sabemos, además, de una manera positiva, que para plantear el alumbrado en sólo la Capital con toda la extensión que propone el Sr. Bablot, se necesitaría un capital de dos millones y medio de pesos, proporcionándose el gas por medio de un procedimiento tan sencillo como el que aquel señor posee; pero que si hay necesidad de comprar el gas, como tendrá que hacerlo el Sr. Bablot, entonces el capital subiría extraordinariamente. Hay más; hé aquí un nuevo obstáculo que se presenta, y del cual no tenía tal vez noticia el Supremo Gobierno: existe un privilegio concedido tres años ha, y si ahora se concediera uno nuevo á quien quiera que sea, esto tal vez nos envolvería en una seria reclamación diplomática, parecida á tantas otras, que tanto han contribuído al aniquilamiento del Erario y de la nación misma. Sujetamos estas consideraciones al juicio de la prensa de la República y de todos los mexicanos que anhelan para nuestra patria la prosperidad y sobre todo la paz."

Pero estos no son asuntos que deban ser tratados en un libro como el mío y considerando bastante el haberlo indicado como acabo de hacerlo, vuelvo á mi tarea de cronista de espectáculos.

CAPITULO V

1854.

Hablemos de algo verdaderamente grandioso en las efemérides artísticas de México. Voy á referirme á aquella temporada de ópera italiana, brillante y tan reñida como la guerra que en esos instantes conmovía á Europa y ha pasado á la historia con el nombre de la Cuestión Oriental. Los que hoy se embobecen con cantantes de caféconcierto y artistas de teatro de provincia, reclutados donde nadie los busca, por empresarios que motivos de sobra tienen para reírse de nuestro público, una de dos, ó hubiesen enloquecido en ese entonces, ó no habrían podido estimar tanto mérito: lo último habría sido lo más triste.

México iba á contar con dos compañías de ópera, una en el Gran Teatro de Santa-Anna y otra en el de Oriente, mientras-decíasese terminaba el de Iturbide. ¡Y qué compañías! Como empresario de la una aparecía D. Pedro Carvajal, sin más elementos que la seguridad innegable del mérito sobresaliente de sus artistas, y de la otra el experto periodista Mr. René Massón, con igual seguridad de méritos

y con la protección, en franquicias y en plata contante, del gobierno del general Santa-Anna. René Massón había tomado todas sus precauciones para asegurar su éxito, entre ellas la de traspasar de los Mosso el monopolio de los tres principales teatros de México; de modo y manera que D. Pedro Carvajal no pudo á ningún precio conseguir que se le arrendaran ó el Principal ó el de Nuevo México, ya que Massón dispondría del suntuoso de Santa-Anna.

Carvajal y sus artistas recordaron entonces que otro gran artista, quizá aun más grande, el inolvidable Manuel García, había trabajado en el miserabilísimo Teatro Provisional, improvisado en una vil plaza de gallos, y Carvajal arrendó el susodicho teatro de Oriente, colocado en la calle de Puesto Nuevo, construído tiempo atrás por un Sr. Revueltas, en parte de un corral en que tenía establecido un establo de vacas, sin más localidades que un patio estrecho, dos órdenes de palcos y una galería ó cazuela, todo ello capaz para poca gente y con aspecto de palomar. Valiente y resueltamente el 11 de Abril publicó su prospecto; en su introducción exponía la gravedad de los obstáculos que encontrara, sobre todo el de la falta de local, que le obligaba á tomar el de Oriente, que había reformado lo mejor posible, pintándole de nuevo, dándole suficiente ventilación y alumbrándole con esmero. Su cuadro lo formaban casi todos los mismos artistas que con tanto placer como entusiasmo había oído la Capital en 1852: la Steffennone, la Amat, Salvi, Beneventano, Marini, Rovere y Rossi.

La orquesta, bajo la dirección del maestro D. José Nicolao, era numerosa y escogida, compuesta de verdaderos profesores, entre ellos Delgado, Mellet, Bustamante, Aduna, Blanchardi, Mazzolani, Belletti, Salot y Chavarría.

Los coros eran también lo mejor que en México encontró: ellos y la orquesta habían trabajado ya con la Steffennone, conocían todo su repertorio y podían, por lo mismo, dedicarse descansadamente á poner en estudio nuevas obras.

Simpatizando con aquel cuadro superior, todos se negaron, y así lo hicieron constar por la prensa, á aceptar las muy ventajosas proposiciones que para que se pasasen al de Santa-Anna les hizo René Massón, quien se encontró sin coros y sin orquesta, según él mismo lo dijo en su respectivo prospecto, exponiendo como un mérito el haberse surtido de músicos y coristas tanto en el Extranjero como en las principales ciudades de la República, "la cual sin duda no había ni sospechado su existencia."

Para remediar en lo posible los inconvenientes de la lejanía del de Oriente, anunció Carvajal que todas las noches de función "habría cuatro ómnibus que saldrían del Portal de Mercaderes para llevar y traer por un precio módico á las personas concurrentes al de Orien

te." A pesar de sus desfavorables circunstancias, la mayor parte de las localidades del teatro de Puesto Nuevo quedaron abonadas desde el primer anuncio por las más distinguidas familias de nuestra sociedad.

El 17 de Abril, René Massón dió á su vez su prospecto, gozoso de haber vencido las dificultades que le opuso la compañía rival, privándole de orquesta y de coristas, y satisfecho de poder presentar á su público artistas de primer orden y de reputaciones célebres. En efecto, á la cabeza del elenco figuraban Enriqueta Sontag, Condesa de Rossi, y Claudina Fiorentini y el tenor Gaspar Pozzolini. El resto de la compañía lo formaban muy buenos artistas, ya conocidos en México por haber figurado en las compañías de Barilli y de la Steffennone, como la Vietti, la Costini y Arnoldi, Badiali, Rocco y Specchi. Eran sus compositores y directores de orquesta Barilli y Botesini, que en el ingrato contrabajo hacía maravillas como solista.

En el de Oriente, los precios de abono por 12 funciones, á palcos y lunetas, eran, respectivamente, $ 85 y $ 16, y en el de Santa-Anna, $150 y $25; la entrada eventual á luneta, en Oriente, $2, y en el de Santa-Anna, 2 pesos cuatro reales.

Estando entonces en moda el salir á recibir en el Peñón á los artistas, excusado me parece decir que de esa distinción fué objeto la Steffennone, que vino á encontrar vivas las simpatías que supo hacer nacer con su talento, y á la cual sus numerosos amigos obsequiaron con una serenata en la noche del día once.

Como éra natural, los que iban á serlo de la Sontag no quisieron quedarse atrás, y la artista entró en México en una magnífica carroza tirada por seis caballos y entre un gran concurso de entusiastas curiosos, y así atravesó las principales calles hasta la también principal en que estaba el lujoso alojamiento que se le tenía dispuesto: á su vez se la obsequió con una serenata en que tomaron parte los alemanes residentes en México, justamente orgullosos de su compatriota, pues Enriqueta había nacido en Coblenza de Prusia y empezado en Alemania su carrera, si bien su bautismo artístico lo recibió en el Teatro Italiano de París el 15 de Junio de 1826, con la Rosina del Barbero. Su título de Condesa de Rossi provino del marido, á quien se unió en 1827. De estas ovaciones á la ilustre artista participó su compañera y también prima donna absoluta Claudina Fiorentini, nacida en Sevilla, donde su padre, en 1829, desempeñaba el Consulado de Inglaterra.

Dícese de Enriqueta Sontag, que, contando apenas cuatro años de edad, cantó en Praga una de las más difíciles piezas de La Flauta Mágica, de Mozart, y por ello fué admitida en el Conservatorio de aquella ciudad, y muy niña aún se presentó en su teatro en Jean de Paris, de Boildieu. Pasó después á Viena á formar parte de una Com

pañía que dirigían Rossini y Mercadante y contaba con artistas como la Fodor, la Colbrán, la Lalande; los tenores Norzary, David y Rubini; los bajos Lablace y Ambrogi, y el barítono Tamburini; y después de brillante campaña en Berlín, se trasladó á París, conquistando envidiable primer puesto con la Roșina del Barbero de Sevilla, según dije ya, y compartiendo con la sin igual Malibrán los aplausos y las ovaciones. Su matrimonio con el Conde de Rossi, distinguido diplomático, se efectuó y conservó en secreto, por exigirlo así las conveniencias aristocráticas, hasta que la Sontag decidió dejar el teatro, y entró en la alta sociedad de la que fué uno de los mejores adornos. En 1848, arruinado el Conde de Rossi á resultas de una revolución, el Empresario inglés Lumly, por conducto del gran Thalberg, invitó á la Condesa á volver al Teatro, haciéndole brillantes proposiciones. La Sontag, por salvar á su marido de la ruina y rehacer el patrimonio de sus hijos, se decidió al fin á aceptar el contrato de Lumly, y con él pasó á Londres y después á París, con entusiasta aplauso del universo artístico. De allí volvió á Alemania, país de su nacimiento, electrizando con su talento á sus compatriotas, como había electrizado á todos los públicos y electrizó más tarde á los de las primeras Capitales Norte-Americanas, Nueva York, Filadelfia, Boston, Cincinati, Mobila y Nueva Orleans. En todos los teatros fué reconocida como digna rival, émula ó sucesora de la Pasta, la Fodor, la Malibrán y la Persiani. De sus cualidades como cantante ha dicho un célebre crítico, su contemporáneo: "Su voz es extensa; baja hasta el sol grave, y sube hasta el do sobreagudo; es muy igual; su timbre es suave en la mezza-voce, sonoro en el forte, dulcísimo en el piano: siempre firme, siempre afinada, segura, intachable: el órgano es admirable, pero es más admirable aún el arte con que lo gobierna: el fraseo es perfecto, llegando al colmo de la maestría, del instinto intimo, del sentimiento musical: la agilidad asombrosa de su voz le permite vencer todas las dificultades con una facilidad increíble: sus escalas ascendentes y descendentes son de la más perfecta y homogénea claridad: sus cromáticas de lo más acabado; sus arpegios precisos é irreprochables, y envidiables su brío, su vocalización y su habilidad en el modo de respirar: todo lo que emana de esta divina mujer, lleva el sello de la perfección."

Para terrible desgracia, á la vez que llegaba á México ese conjunto de supremos artistas, se introducía también la epidemia del cólera, menos intensa que en 1850, pero no menos mortal para aquellos que por la repugnante y espantosa enfermedad eran atacados. Los periódicos recibieron orden de ni siquiera estampar el nombre de la epidemia en sus columnas, y las autoridades se esforzaron en ocultar el número de casos que ocurrían y en suponer sin importancia los fatales. La ciudad toda quiso á su vez mirar con desdén el peligro, y

durante algún tiempo pareció haberlo logrado, hasta que vinieron á, desmoralizarla los frecuentes fallecimientos de personas distinguidas.

Así puestas las baterías de combate, rompió los fuegos el Teatro de Oriente anunciando para el 16 de Abril los Puritanos; pero Marini se sintió indispuesto y fué necesario sustituir esa obra con el Don Pascual, cantado por Agustín Rovere, Beneventano, Salvi y la Steffennone, quienes, como era de esperarse, entusiasmaron á su público: tan numeroso fué éste, que muchos billetes se revendieron á cinco y á diez pesos, y aun así la demanda fué mayor que la oferta.

Pasemos al Nacional. Por más de que René Massón hubiese ponderado el feliz hallazgo de sus coros y orquesta improvisados, ellos no correspondieron á las ponderaciones del empresario, y por justificada falta de confianza, la representación de Sonámbula, anunciada como primera de abono para el 20 del susodicho Abril, hubo de diferirse para el siguiente día 21. La voz general de la prensa y del público se resume en el siguiente párrafo con que El Omnibus, periódico de esa época, dió cuenta de aquella representación: "Memorable será en nuestros anales filarmónicos la noche del 21 de Abril de 1854, en que por primera vez se presentó en el Gran Teatro de Santa-Anna la Sra. Enriqueta Sontag, una de las cantatrices de primer orden. La fama europea de la Sra. Sontag y los grandes elogios que de su rara habilidad habíamos oído, nos tenían deseosos de escuchar sus melodiosos y celestiales acentos: por fin hemos gozado ya ese placer, hemos saboreado esa dicha, y preciso es confesar que la eminente artista es inimitable; su voz dulce, clara, firme, suave y sonora, sorprende, enajena y arrebata á cuantos tienen la fortuna de escucharla; su método de canto es acabadísimo, su pronunciación perfecta y tan exquisito su sentimiento, que superó las esperanzas del auditorio en los pasajes más interesantes y difíciles. El triunfo de la Sontag fué espléndido y la concurrencia hizo justicia al sobresaliente mérito de la artista.

"El encanto estaba consumado, y el público se prosternó ante la divinidad del arte y del talento. La Sra. Sontag es de aquellas artistas que en su rostro móvil, expresivo y simpático, revelan todas las emociones del alma, todas las angustias, toda la ternura del corazón. Con ella compartió el triunfo Pozzolini, que será uno de los primeros tenores del mundo cuando la edad haya madurado su talento."

Hé aquí la lista completa de la Compañía de René Massón: "Primeras damas absolutas, Enriqueta Sontag, Claudina Fiorentini; Primera dama contralto, Carolina Vietti; Primera dama comprimaria, Sidonia Costini; Dama suplementaria, Eugenia Barattini; Primeros tenores absolutos, Gaspar Pozzolini, Attilio Arnoldi; Primer baritono absoluto, César Badiali: Bajos, Luis Rocco, Nicolás Barili; Bajo y bufo, Eliodoro Specchi; Segundo tenor, Timoleón Barattini.-Maestro al cém

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