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Collado y D. Federico Bello, que por culpa del pintor encargado de los tarjetones, no pudieron allí colocarse.

El soneto de D. Anselmo de la Portilla decía así:

"Lejos de aquí la estéril amargura del mezquino mortal, que sin consuelo llora perdidos para el triste suelo

el talento, la gloria y la hermosura.

"En vano es ya que nuestra voz impura
cante á la tierra su perpetuo duelo,
si, esposa y madre, recibió en el cielo
doble corona de inmortal ventura.

"Vosotros, ¡ay! que el astro rutilante
visteis cruzar como visión gloriosa,
mirad lo que es la gloria en un instante:
"Y humillados aquí junto á su fosa,
rogad al cielo por la madre amante,
por el descanso de la tierna esposa.”

El soneto de D. Casimiro del Collado fué el que sigue:

"Entusiasmo y asombro al orbe inspira

de su garganta el mágico tesoro,
y en la celeste cumbre, el almo coro
de su genio el prodigio absorto admira.
"Mas ¡ay! sus glorias con airada vira
corta la parca, indiferente al lloro
y al materno afanar; el lauro de oro
cae de su sien, y, resignada, expira.
"Del arte la magnífica figura,
bañada en llanto y desceñido el velo,
ampara su extranjera sepultura,

"Mientra á la patria universal, al cielo,
virtud y religión, de su alma pura

plácidas guían el triunfante vuelo."

En el segundo cuerpo se puso un bajo relieve en mármol, obra del distinguido escultor romano Piatti, que era la lápida que debía cubrir el sepulcro de la Condesa: el alma de ésta veíase en ella desprendiéndose del mundo, en figura de un arcángel con las alas tendidas y sonriendo al descubrir los campos de la gloria que iluminaba su semblante; debajo se leía esta inscripción:

AMOR Y RESPETO A LA MEMORIA

DEL GENIO DEL CANTO

ENRIQUETA SONTAG,

CONDESA DE Rossi.

17 DE JUNIO DE 1854.

SUS AMIGOS Y COMPATRIOTAS.

En las esquinas del segundo cuerpo del catafalco, había cuatro ángeles en actitud de tender el vuelo. En el tercero estaba el retrato de la artista, en bajo relieve, obra también de Piatti: el retrato le coronaban los laureles de sus triunfos: el todo remataba en una urna con una lira y guirnaldas de siempreviva y de rosas, y una corona morada y blanca, doble símbolo de las virtudes de esposa y madre que adornaron á la ilustre difunta.

El severo adorno del templo vestido de luto, dice un cronista, la escasa luz del día que apenas penetraba los cortinajes de las ventanas, la triste actitud de los concurrentes, los signos de la muerte por todas partes, aquella tumba que recordaba una de las más bellas personificaciones de la gloria humana, aquel silencio, aquella tristura, aquel dolor pintado en todos los 'semblantes, todo aquel conjunto sombrío é imponente de los crueles desengaños de la vida y de todas las verdades tremendas de la eternidad, cosas fueron imposibles de describir, porque la palabra es fría ante la impresión que allí sintieron los corazones.

A las nueve y media empezaron los Oficios. La magnífica orquesta que formaron los principales profesores de la Capital, llenó el espacio con las dolientes notas del Oficio de difuntos y de la misa de Requiem, de Rossi. Los Sres. Salvi y Badiali, ya con dulces acentos de resignada congoja, ya con fuertes vibraciones de dolor agudo, ejecutaron los solos, haciendo asomar á los ojos de sus oyentes el reprimido llanto del corazón. Parece que tradujeron en idioma humano las frases divinas de la música sagrada. Parece que los dos aprovecharon aquella ocasión solemne para desahogar en notas desgarradoras la pesadumbre que el mundo sentía por haber perdido á la ilustre representante de las glorias artísticas. Eran los genios de la gloria que lloraban sobre la Sontag. Eran las artes que derramaban los tesoros de su poesía sobre la tumba de su Reyna. Cuando el primero cantó la tierna estrofa Recordare Jesu pie, de ese himno sagrado que

parece compuesto de suspiros; cuando entonó el segundo la que empieza Juste judex ultionis, la multitud angustiada lloró sin reserva, y cada pecho repitió las humildes plegarias de la Iglesia. Los coros fueron cantados por los principales artistas de las dos compañías de ópera inclusive Marini, Beneventano, Rocco, Bordas, Specchi, Rovere y Botessini. Después de los Oficios se cantó solemnísimo responso, y en ese momento los concurrentes de uno y otro sexo tomaron en sus manos velas encendidas, dando al templo un aspecto imponente á la vez que tierno, pues la mayoría no pudo reprimir las lágrimas despertadas por aquellos coros y música sublimes y por el recuerdo de la incomparable artista.

Los Oficios fueron hechos por D. José María del Barrio, sacerdote del Oratorio de San Felipe Neri, y la comisión que dispuso aquella solemnidad la formaron los Sres. H. Nagel, M. Jaussig, W. Biedermann y C. Besserer. La fúnebre ceremonia terminó á las doce menos cuarto.

Después.... quedaron vacío el templo, solo el sepulcro, dolorido el esposo, huérfanos los hijos, y en el camino del olvido las memorias que aquí hemos tratado de revivir, procurando que no siempre sean exactas aquellas frases del "Libro de la Sabiduría," que dicen: "Pasaron todas aquellas cosas como sombra, y como mensajero que va corriendo.... como nave que surca las olas del mar.... como ave que vuela por los aires. ... como saeta disparada....

CAPITULO VI

1854.

No fué Enriqueta Sontag, á cuya muerte dedicaron sentidas elegías los principales poetas mexicanos, la única víctima que el cólera hizo en ambas compañías de ópera. En aquellos días funestos para la Capital, la muerte segó vidas sin cuento y rara fué la familia que no tuvo que sufrir algunas pérdidas. Aun antes de hablar del fallecimiento de la cantante insigne, dije que las compañías fueron repetidamente molestadas por la epidemia, que con frecuencia las obligó á cambiar y aun á suspender funciones, con disgusto del dictatorial gobierno de la Alteza Serenisima: tan cierto es esto, que desconociendo cuanto á las empresas competidoras importaba no privarse, con tales suspensiones, de entradas ya hechas, la Secretaría de Goberna

ción dijo en 4 de Mayo al Gobernador del Distrito: "En esta virtud, ha dispuesto el mismo Supremo Gobierno que V. E. haga entender á las empresas de los teatros, que dichas variaciones sólo podrán hacerse con conocimiento de V. E. y justificadas que en su juicio sean las causas que las originen, tomando en caso contrario las providencias convenientes para el castigo de los abusos que se cometan sobre este particular." La amenaza era tanto más injusta cuanto que en esos mismos días René Massón, cuyos artistas fueron más castigados por el cólera que los de Carvajal, acababa de darles públicamente las gracias por su empeño en no dejarle sin funciones, "desafiando así las fuerzas humanas, decía, y dando pruebas de una deferencia muy superior á sus obligaciones."

Las compañías, vuelvo á decirlo, se vieron bien molestadas por la plaga: muchos artistas la sufrieron y, aunque la mayor parte se salvaron, aun los de Oriente tuvieron que interrumpir sus funciones. Un día, unos cuantos amigos llevaron á la última morada los restos de Beretta, maestro de coros de la Compañía de Carvajal y excelente pianista. Poco después Pozzolini, el tenor que tanto brillaba al lado de la Sontag, exhaló el último suspiro. Por último, el notable bajo Rossi, á su turno, dejó sus despojos mortales en los cementerios de la ciudad, en que tan apreciado era por su talento y su amable carácter.

Aunque con alguna concisión, para no extendernos por demás, digamos algo de la Compañía de Oriente y de D. Pedro Carvajal, á la que casi olvidamos para hablar de la del Gran Teatro y de René Massón. El elenco fué el siguiente: Primera dama absoluta, Balbina Steffennone; Contralto, Eufrasia Amat; Segunda dama, Isabel Zanini; Primer tenor absoluto, Lorenzo Salvi; Primer baritono absoluto, Federico Beneventano; Primer bajo profundo absoluto, Ignacio Marini; Prımer bajo caricato, Agustín Rovere; Primer bajo, Settimio Rossi; Segundo tenor, Miguel Jiménez; Segundo bajo, Juan Zanini.-Primeros bailarines, Juana Ciocca y José Caresse.-Maestro al cémbalo y director, José Nicolao; Clarinete y concertista, Enrico Beletti; Maestro de coros, Enrico Beretta. En los coros que éran lo mejor que había en México, figuraban Soledad Hurtado, Teófila Uribe, María Lozada y Dolores García, primeras tiples; Jesús Pisa, Josefa Muñoz, Guadalupe Chávez y Josefa Hidalgo, segundas tiples; Casimiro Ayala, José León, Ramón Zavala, Cristóbal Hurtado y Mariano Coronel, primeros tenores; Francisco Lozada, Cipriano Bernal, Francisco Díaz y Juan Munz, segundos tenores; Mariano Osorno, José Murillo, Rodrigo Crespo, Benito Osorno y Santiago Garfias, bajos.—La orquesta fué la que sigue: Primer violin director, Eusebio Delgado; Primeros violines, Mariano Ramírez, Miguel García, Antonio Valle, Celso Pérez, Miguel López y J. Murillo; Segundos violines, José Miranda, Toribio Guerre

ro, J. Delgado, Pedro Rivera y J. Garcés; Violas, Severiano López, Pedro Melé; Violoncellos, Paz Martínez, Juan Zayas; Bajos, José Bustamante, Ignacio Ocádiz, Francisco Bustamante; Flautas, José Aduna, Luis Barragán; Oboes, Urbano Bianchardi, Pedro Mazzolani; Clarinetes, Enrico Belleti (concertista), José Rubio y José Salot: Pistones, Cristóbal Reyes, Manuel Alpuii; Trompas, Julio Salot, José Alpuii, Felipe Bustamante, Severiano Hernández; Trombones, Francisco Guasco, Santiago Montesinos, Mariano Sandoval; Timbales, Francisco Arévalo; Bombo, J. Chavarría; Platillos, G. Pérez. Por último, y para dar razón de todos los empleos, fueron, Zanini director de escena; Bruno Flores, apuntador; Pedro Mezzadri, sastre; y Antonio Franco, maquinista.

¿Quién le hubiese dicho al humilde corral de Puesto Nuevo, que hacía poco era Palenque de Gallos y sólo parecía servir para palomar ó gallinero, que estaba destinado á teatro de ópera, y que entre sus estrechos bastidores habían de resonar los acentos de la Steffennone y de Salvi, de Marini y de Beneventano? ¿Quién habría pronosticado que á aquel jacal á que sólo se iba por calaverada, había de apiñarse ansioso el mundo elegante? Y así fué, sin embargo, y el mísero teatrillo de Oriente se vió honrado por artistas de incontestable mérito y por un numeroso público del que hecho estaba á asistir á los espectáculos de primer orden.

Para el Domingo de Pascua 16 de Abril, estuvo anunciado el estreno de la Compañía con Los Puritanos, pero una indisposición del bajo Marini frustró la representación de esa obra que se sustituyó con Don Pascual, presentándose en ésta Agustín Rovere á quien mucho se elogiaba y que no desmintió la justicia de esos elogios: acompañáronle en su triunfo la Steffennone, Salvi y Beneventano, que encontraron vivas las simpatías que supieron conquistarse con la Empresa Maretzek.

En la segunda función, el Martes 18, pudo cantarse la ópera suspendida en el estreno, con el siguiente reparto: Lord Gualtiero Walton, Juan Zanini; Sir Giorgio, Marini; Lord Arturo, Salvi; Sir Ricardo Forth, Beneventano; Sir Bruno Roberton, Jiménez; Enricheta di Francia, la Zanini; Elvira, la Steffennone. En esta ópera como en cuantas cantó aquella Compañía, el espléndido cuadro de sus artistas arrebató de entusiasmo á sus oyentes. En Lucrecia Borgia, cantada el 23, la Amat, se presentó en el Maffio Orsini, y fué muy bien acogida, pues tenía mucho talento y muy buena voz. El 24 se repitió Don Pascual con nuevos triunfos para Rovere. El domingo 7 de Abril tocó á Hernani ser el campo de glorias de los artistas de aquella Compañía, menos numerosa que la del Gran Teatro pero mucho mejor que ésta en el cuadro de hombres y muy bien sostenida y honrada con la Steffennone, por más de que Enriqueta Sontag fuese muy superior

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