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bir; que el gas se descompuso y aun añaden que el globo padeció en el paseo. Sea cual fuere la causa, lo cierto es que el chasco fué muy regular, que muchos se quedaron sin almorzar, y que todos salieron recordando á M. Theodore, y sintiendo que no hubiera sido ayer el día señalado para que el pabellón mexicano ondeara en los aires por la primera vez en manos mexicanas. Se dice que pronto tendremos otra ascensión hecha por otro mexicano."

Como ya dije, Catalina Howard fué un desastre en el Nuevo México, y esto animó á la Compañía del Principal á poner á su turno ese drama, con un éxito notable: "el servicio de la escena estuvo muy bueno; la decoración de la cámara excelente, y el desempeño muy bueno. El Sr. Valleto tuvo pasajes muy felices y asimismo la Srita. Cordero, que caracterizó bastante bien su papel en algunas escenas, principalmente en la del sepulcro, al sentarse en el trono y en los diálogos con Ethelwood. Los trajes fueron buenos, especialmente los del Sr. Castañeda y la Srita. Cordero, que cambió cinco, todos buenos, el de reina magnífico, y todos arreglados con esa naturalidad, gracia y elegancia que tanto distinguen á nuestra joven actriz. Notamos con satisfacción que su acción es ya mucho más animada que hace cuatro meses : le aconsejamos que no desmaye y que procure poseerse del carácter que representa como en Luisa y en muchas escenas de Catalina."

En 29 de Agosto se representó el Pilluelo de París: el Sr. Salgado caracterizó muy bien el General, y el Sr. Castro perfectamente el protagonista: "esta es una de las comedias en que más luce este joven mexicano, que es la esperanza de nuestro teatro; mucho ha adelantado en poco tiempo, y más adelantará si estudia con empeño." Siguiéronse el Don Dieguito, de Gorostiza, en que Castro caracterizó muy bien al atolondrado montañés; Treinta años ó la vida de un jugador, Un ramillete, una carta y varias equivocaciones, que valió entusiastas aplausos á la Dubreville, la Cordero y Castro; Un tercero en discordia, cuyo D. Saturio nadie ha desempeñado jamás como Valleto; El Castillo de San Alberto, en que dejó memoria la Dubreville; Lucrecia Borgia, en que eran notables la Molino, Pineda y Martínez; Cuentas atrasadas; Mi Secretario y yo; La segunda dama duende, en la que divirtieron grandemente la Martínez y su hermano, y Pineda y Ruiz; Diana de Chivri, muy aplaudido drama, por la interpretación que le dieron Salgado, Castañeda y la Cordero; el Pelayo, de Quintana, lo dió en su beneficio Pineda, con bellísimas decoraciones pintadas por Gualdi.

Lo dicho basta para que se tenga idea del estado y modo de ser de los teatros de la Capital, en esos días de 1841, de esplendor para los espectáculos públicos. Creo haber dado noticias suficientes de la mayor parte de los actores de nombradía; pero aun queda algo que citar

con elogio á este respecto y con relación á varios artistas de la Compañía del Principal.

Fué Salgado discípulo del célebre Prieto, y brilló en el desempeño de los caracteres de barba: el público mexicano le apreció y distinguió justamente: era notable en Marino Faliero, Angelo, Muñoz, El Torneo, El Pilluelo de París, El día de Campo. Un tercero en discordia, Muérete y verás, Ella es él, Fernández y Compañía, El Castillo de San Alberto y otras muchas obras del género serio y del cómico.

El mérito de la Sra. Dubreville para todas las características de costumbres, fué tan conocido, que parece por demás recomendarlo. Señalaré, sin embargo, como más particulares, La rifa, Un novio para la niña, Un tercero en discordia, Todo es farsa en este mundo, Una vieja, El pilluelo, La favorita, Me voy de Madrid, El qué dirán, La niña en casa, A ninguna de las tres, Cuentas atrasadas, y en el género serio El Castillo de San Alberto, Arturo y Angelo.

El Sr. Castañeda, á una presencia excelente para el teatro, reunía muy buena voz, buena acción, modales finos y excelente pronunciación. En general, desempeñaba muy bien todos los galanes serios, distinguiéndose en Don Juan de Austria, La mujer de un artista, El torneo, Muérete y verás, El Trovador, Catalina Howard, El Campanero de San Pablo, y los cómicos, como Don Martín de Marcela, La Escuela del gran tono, Cuentas atrasadas, Mi secretario y yo, y Una de tantas.

El joven Castro mostraba excelentes disposiciones para ambos géneros, y desempeñaba con perfección en el serio Arturo, y Gabriela de Belle Isle, y en el cómico El Pilluelo, No más mostrador, Don Dieguito, A ninguna de las tres, La mujer de un artista, D. Agapito en Marcela, Un ramillete y otras muchas: sus buenos modales, su elegante vestir, y sobre todo su aplicación, le hacían apreciable y prometían para el porvenir grandes progresos.

Verdaderamente poco ó nada nos queda por decir en lo relativo á los espectáculos de ese año de 1841, de que hemos dado abundantes noticias; pero bueno será que no olvidemos fijar la ubicación del Teatro de Nuevo México, para aquellos que no le hayan conocido y sepan que ya no existe. En su antiguo solar se levantan hoy dos casas modernas, marcadas con los números uno y cuarto y uno y medio, en la acera que ve al Norte en la calle de Nuevo México: el salón ó patio corría de Oriente á Poniente, y á aquel viento miraba el escenario: toda su fábrica era, por de contado, de madera.

De ese material estuvo también construído el que se llamó de La Unión, en la calle del Puente Quebrado, y de él voy á hablar, no porque hubiese tenido importancia artística alguna, sino por dar á mis lectores idea de lo que fueron en 1841 los teatros populares.

He aquí la gráfica descripción hecha por los redactores de El Apun

tador: "El viernes 26 de Noviembre nos dirigimos al Teatro de La Unión, que pudiera llamarse con más razón de La Libertad. En aquella noche se representaba Quiero ser cómico y La vieja y los dos calaveras, cubriendo un intermedio una pieza de baile, amén de una rumbosa obertura, según anunciaban los programas. Observamos con bastante agrado que por dos reales nos podíamos introducir hasta el patio, y no bien habíamos cumplido con la formalidad de pagar, cuando nos encontramos en la sala del espectáculo. Esta estaba decorada no muy decentemente que digamos; las alfombras que cubrían el suelo eran petates; las pinturas aplomadas, y tan recientes que todos llevamos á nuestras casas muestras del mismo color; el alumbrado lo componían cuatro quinqués en los palcos segundos, un candil que no podía distinguirse desde el patio, gozando solamente del beneficio de su luz los espectadores de la cazuela; el telón no era gran cosa, y no pudimos comprender muy bien sus pinturas, tal vez alegóricas.

"En punto á comodidad, tampoco era grande la que allí se disfrutaba; pero en cambio se gozaba de una libertad perfecta; aquí un hombre estaba con el sombrero encasquetado, aun cuando estuviese alzado el telón; otro pedía dulces y agua al dulcero, en el mismo tono de voz que los actores; otro hacía fuertes reconvenciones al apuntador, porque hablaba alto, y muchos, con acentos destemplados y no muy comedidas palabras, pedían á Morales, nombre de un aspirante á cómico, que se quitase los guantes.

“Para dar á nuestros lectores una idea de la representación de la noche del 26, procuraremos seguir el orden de la función. Se comenzó tocando la rumbosa obertura, muy rumbosa y desentonada, de modo que el público tuvo por conveniente hacer callar á los músicos con fuertes silbidos. En seguida se levantó el telón, lo que causó grandes aplausos de mano y de boca. Conocimos entonces á los actores; pero no reconocimos la bonita comedia Quiero ser cómico. ¡ Pobre autor! ¡ lo destrozaron! Aquello fué para visto; ¡qué declamación la de D. Florencio! ¡qué modales los de Verde Gay; qué voz la de D. Dimas! ¡ asombrosa la de la primera dama, y qué gracia la de su amabilísima criada y confidente Rita! ¡Qué servicio el de la escena, qué trajes, qué todo! Vamos, todo fué gracioso. Concluyóse la primera comedia con grandes aplausos, tocaron los músicos, y el impaciente público los hizo callar por segunda vez, para pedir el baile.

"A tantas instancias, alzóse el telón para dar principio á la Vieja y los dos calaveras, y ya D. Carlos hablaba entusiasmado, cuando un ciudadano del patio, con muestras de autoridad y con el programa en la mano, le dijo en voz alta: "Su intermedio se cubrirá con una pieza "de baile, finalizando con la Vieja y los dos calaveras.-- Pagas.-"Patio y palcos, dos reales; galería, un real, etc." A tan fuerte reconvención, se calló D. Carlos, y comenzó el baile del Mosquito, des

pués el del Café, y el público pidió después á grandes voces el Tecolote. Sólo diremos del baile, que el galán se nos figuró un arco de violín; ¡tal era su física estructura !

"Por último, se representó la segunda comedia: en ella hubo dos cosas muy notables; primera, que entraban y salían á la casa en venta, unos por el balcón, y otros, lo que es más extraño, por las paredes; lo segundo, que hubo un notario que, gracias á su habilidad, hizo reir á pocos y encolerizó á la mayor parte de los espectadores. A pesar de los aplausos que durante toda la función prodigó el público, al concluirse ésta hubo fuertes silbidos, lo que nos hizo pensar en lo poco constantes que somos los hombres en nuestras opiniones.

"Desearíamos que la autoridad tomase medidas sobre esta clase de espectáculos, aconsejando al mismo tiempo á los padres de familia, se abstengan de asistir al Teatro de la Unión con sus hijas ó hijos. A los escritores de costumbres, les suplicamos precisamente lo contrario, porque allí está el público en el pleno y libre ejercicio de sus derechos."

CAPÍTULO III

1841

En medio de toda aquella serie de espectáculos del escenario teatral, el político no había dejado de ofrecerlos también de sensación. Más desavenidos cada vez el Presidente D. Anastasio Bustamente y el partido conservador, valiéronle acres críticas los festejos con que, según me parece haber dicho, se celebró el triunfo del Gobierno sobre los revolucionarios de Julio del año anterior. Entre esos festejos hubo una función de teatro en Nuevo México, dedicada á Bustamante, representándose La Conjuración de Venecia, de Martínez de la Rosa. Me referí á ella en el capítulo anterior, y ahora digo, copiando de la historia de ese tiempo: "Túvose por insulto al Supremo Poder conservador, la elección de la obra de Martínez de la Rosa, pues se pinta en ella con negros colores el tribunal veneciano De los diez, con el que aquel era comparado: mayor disgusto causó que el actor español D. Francisco Pineda, que desempeñó el papel de Rugiero, hubiese cambiado el final del drama, libertando á la víctima y destruyendo el tribunal á la voz de ¡ Viva la libertad! — Ved aquí, exclama un enemigo de aquella Administración, el modo directo con que se daba boga á la impiedad. Esto se llama marchar al progreso pero á la cangrejo."

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Imposible extendernos á más usurpando sus derechos al historiador; pero baste decir que en esas y otras pequeñieces fué madurándose la oposición á Bustamante, hasta producir el pronunciamiento del Gral. D. Mariano Paredes y Arrillaga, el 8 de Agosto de 1841, en la ciudad de Guadalajara, en cuyo plan pedía para el Presidente la misma declaración de incapacidad hecha en 1829, para concluir con D. Vicente Guerrero. Comunicado el fuego revolucionario al Departamento de Veracruz, prendió á su vez en la Capital el 31 del mismo Agosto, fecha en que el Gral. D. Gabriel Valencia, se pronunció en la Ciudadela, y dos días después hizo otro tanto D. Antonio López de Santa-Anna en el castillo de Perote. La ciudad de México volvió á encontrarse en situación aflictiva igual á la del 15 de Julio, sitiados sus pacíficos moradores entre las fuerzas revolucionarias y las del gobierno, que ocupaban los edificios más altos y fuertes, y desde ellos se tiroteaban con grave riesgo de las personas indefensas que se aventuraban por las calles. Santa-Anna avanzó sobre Puebla, se posesionó de esta ciudad, llegó á Tacubaya y allí expidió, en 28 de Septiembre, el famoso Plan de Bases de Tacubaya, en que se pusieron de acuerdo Valencia, Paredes y él, para proclamar la creación de los poderes establecidos por la Constitución de 1836 y el establecimiento de un Ejecutivo Provisional. Bustamante comprendió que aquello no tenía remedio para él, y en 6 de Octubre firmó con sus enemigos el convenio de la Presa de la Estanzuela, en el camino de Guadalupe, pactando el olvido de todo rencor en bien de sus amigos, y dejando su puesto de Presidente, tomó con perfecta tranquilidad el camino de Veracruz y en aquel puerto se embarcó para la Habana y Europa. De acuerdo con el Plan de Bases de Tacubaya, reunióse una Junta de Notables y se eligió Presidente provisional á D. Antonio López de Santa-Anna, y éste tomó posesión de su cargo el 10 de Octubre.

Y pues hemos entrado en el relato de una brillante época de la historia del Teatro y de los espectáculos públicos en México, para mejor apreciarla, procuraremos hacer un breve resumen de lo hasta aquí referido y abrazar, en un solo golpe de vista, el estado de sus espectáculos teatrales en la época á que tocamos.

Dije ya cuán pobre y sencillo comenzó el teatro entre nosotros, sirviendo á los memorables primeros misioneros franciscanos para instruir á los catecúmenos indígenas en los misterios de la doctrina católica, y sembrar ejemplos y lecciones de moralidad. Vímosle después sirviendo de ornato á solemnes fiestas religiosas, juras de Reyes y entradas de sus delegados, y acudiendo en alivio de los míseros enfermos del Hospital de Naturales, ó en provecho de la instrucción pública.

En ese entonces el arte cómico no habíase aún ennoblecido, ni siquiera como honesta profesión, y embrutece la historia de aquellos

R. H. T.-T. II.-4

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