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Asomaba entonces en Españia una nueva época para la literatura y para el teatro, época llamada del romanticismo, que á vuelta de no pocos errores y extravagancias, dió á conocer todo lo que hay de grande, bello y sublime en el arte dramático. Las cualidades con que había dotado la naturaleza á Matilde, la hacían igualmente apta para la ligereza y naturalidad de la comedia, y para las grandes pasiones, los poderosos arranques y la exageración de la escuela romántica. Así es que en 1834 y 35 el público de Madrid, con el mismo entusiasmo aplaudió á aquella artista de quince años, en las comedias festivas y en los dramas terribles, en La hija en casa y la madre en las máscaras y en El verdugo de Amsterdam. El 25 de Marzo de 1836, Matilde dió su primer beneficio con la Clotilde, de Federico Soulié, y por primera vez desde los tiempos de Máiquez, el público llamó á las tablas á la actriz al concluirse la representación, honor que no se prodigaba, como hoy, á cualquier cómico de escaso mérito. Aquella demostración significaba, entonces, mucho, tanto como poco significa hoy. En el mismo año de 1836, Matilde arrebató en Barcelona, como había arrebatado en Madrid, en Sevilla y en Cádiz, con su voz mágica, con sus miradas de fuego, con su superior belleza, con su asombroso genio. Catalina Howard, Margarita de Borgoña, El Pilluelo de Paris, El Trovador, Clotilde, La niña boba, Maria Estuardo, El arte de conspirar, El poetastro, Angelo, Sor Teresa y cien obras, le valían tantos triunfos como representaciones.

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Joven y hermosa la actriz, llena de gloria, con envidiable porvenir, la mano de Matilde era una fortuna para quien la mereciese entre sus infinitos pretendientes: Matilde eligió entre ellos, uno que tuviera, como ella, el alma de artista y fuese capaz de acompañarla en su carrera de triunfos, y durante su permanencia en Barcelona, por poderes contrajo matrimonio con otro insigne artista, D. Julián Romea, distinguido poeta y distinguido actor. Desgraciadamente, en el teatro el matrimonio es casi imposible, y el de Matilde y Romea fué de los más desgraciados. Mientras uno y otro artista pudieron vivir unidos, hicieron la delicia de los públicos de Granada, de Madrid, de Sevilla, de Cádiz, de Barcelona, de Málaga, de Valencia, de la Coruña, de Santander, de cuantos teatros tuvieron la fortuna de ser por ellos visitados. Al crearse é instalarse lo que se llamó el Teatro Español, Matilde fué la primera con quien se contó para figurar á su frente, como que era y siguió siendo la más alta expresión de su arte, por su talento, por la dulzura de su voz, por su delicado sentimiento, por las facultades que poseía; facultades de que ninguna otra actriz española dispuso en más alto grado, pues las más famosas de su tiempo pudieron, quizá, igualarla, pero no serle superiores. Todos los grandes poetas españoles, y en esa época los hubo muy grandes, escribieron para ella, y con ella compartieron sus memorables triunfos

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escénicos, y los Liceos y Academias, y la misma Real Casa, se horraron honrando á la eminente artista.

En Setiembre de 1853 Matilde llegó á la Habana, donde hizo una campaña artística brillantísima, y después de recorrer las principales poblaciones de Cuba, se embarcó para México, y, como queda dicho el 3 de Mayo de 1855, pisó las playas de Veracruz, y el siguiente, 9, entró en nuestra Capital, saludada por una multitud de todas las clases sociales, que, según la costumbre, salió al Peñón á recibirla y darle la bienvenida.

Pero desde luego se presentó una dificultad, que no sin trabajo se consiguió vencer, para que la eminente actriz española pudiese dar sus representaciones en México. El Teatro Nacional ó de Santa-Anna lo ocupaba la compañía dramática-zarzuelista de José Freixes, y no era fácil lanzarla, pues cumplía bien y religiosamente con los arrendatarios que lo eran los Hermanos Mosso: éstos que también disponían del Teatro Principal, pretendieron que Freixes pasase á ese antiguo Coliseo; pero Freixes se negó á hacerlo, considerando que el público más ó menos escaso que concurría á sus funciones disminuiría ó desaparecería en el Principal, perjudicándose con la competencia de un espectáculo más nuevo en el Gran Teatro. Por fin hubo de convenirse en que la Compañía Freixes y la Compañía Matilde Díez trabajarían unidas hasta cierto punto, en el mismo Nacional, y en este concepto se abrieron dos abonos de doce funciones cada uno, alternándose los dos espectáculos. El prospecto anunciándolo así, se publicó el 17 de Mayo.

En el susodicho programa se leía:

"Da Matilde Diez se propone permanecer en México una temporada de tres meses, en cuya época tomará parte en algunas funciones dramáticas. Este primer abono comenzará el próximo viernes 18 del corriente, se compondrá de doce funciones, y tomará parte en nueve de ellas Matilde Díez. La lista de los actores que forman la Compafía es la siguiente: Matilde Díez, Adelaida Robreño, Carmen Planas, Juana Díez, Manuela Tapia, Dolores Montoro, Josefina Andrea: Manuel Catalina, José Robreño, Juan Catalina, Daniel Robreño, Pablo Miranda, Vicente González, Joaquín Armenta, Francisco Robreño, Miguel Ojeda:- Bailarines, Mercedes Pavía, Dolores Montoro, Francisca Pavía. Luis Pavía, José Camacho, Francisco Pavía. La primera actriz Francisca Muñoz, tomará parte en algunas funciones de este abono. También se espera á la primera actriz Carlota Armenta, que por hallarse indispuesta no verificó su viaje en unión de la Compañía.

"Precios de abono.- Plateas y palcos primeros con ocho entradas, cuarenta y cinco pesos: Segundos, cuarenta: Terceros, treinta y cinco: Balcones, ocho pesos cuatro reales: Lunetas, ocho pesos: Galería, dos pesos cuatro reales."

Como estaba anunciado, en la noche del viernes 18 de Mayo de 1855 la Compañía de Matilde dió en el Gran Teatro de Santa-Anna su primera función, poniendo en escena el drama de Rubí, La trenza de sus cabellos, y la comedia en un acto, La pena del Talión. Mercedes, Francisca y Luis Pavía, bailaron La gitanilla y el curro.

Hé aquí el juicio que de la artista formó El Omnibus, bien escrito periódico de esa época:

"El salón de espectáculo estaba lleno desde muy temprano por un público distinguidísimo que esperaba con ansia la hora de la representación. Por fin, se alzó la cortina, y cuando la Sra. Díez apareció en escena, el público, galante, cumplido, la saludó con sus aplausos. "La Sra. Díez es una notabilidad en su arte; su modo de decir es una cosa extraordinaria; da á las expresiones un sentido inesperado que sorprende, que es superior al pensamiento del autor; sus transiciones son propias y delicadas; desde que empieza el drama, hasta que concluye, conserva el carácter de la protagonista con un aplomo admirable, sorprendiendo siempre al espectador, conmoviéndolo y cautivándolo.

"Creemos que en esa noche, tal vez por el cambio de clima, estaría algo indispuesta, porque su voz estaba muy velada. La actriz domina la escena con un ademán, con una mirada; su fisonomía manifiesta con gran verdad los diferentes afectos que la conmueven, y en los distintos aspectos que toma se admira la verdad de la pasión.

"Del carácter de Inés, en La trenza de sus cabellos, al de Juana, en La pena del Talión, hay tanta diferencia como la que existe entre la tristeza y la alegría.

"La Sra. Díez, maestra en su arte, caracteriza tan bien á la apasionada Inés como á la vivaracha Juana, sin dejar que desear á la perfección de ambos caracteres. El público, justo apreciador del mérito, la aplaudió como merece, y al final del tercer acto del drama, la llamó al palco escénico arrojándole una lluvia de versos y ramilletes."

A ésto añadió El Siglo:

་་

"Basta verla en este drama, para reconocer que la Díez goza de la más legítima y merecida celebridad, que su mérito es superior á cuantos elogios puedan prodigársele, que es una artista de primer orden, que reina en la escena y, en fin, que está inspirada por ese fuego sagrado que se llama genio.

"Su voz es suave y agradable y tiene trinos y modulaciones para todos los afectos; suena halagadora si expresa el amor purísimo de la mujer: conserva en el drama una dignidad perfecta, su acción es desembarazada, natural, maestra. Vence las mil dificultades aglomeradas por el poeta, hace verosímil la creación más desgraciada de Rubí, y parece haber hecho un acabado estudio de la naturaleza en ese

misterio insondable de la locura. Los más habituados á las impresiones de teatro, se estremecieron al mirarla en su primer acceso de demencia, palidecer un instante, enclavijar las manos, llevarlas después á las sienes como para arrancarse la idea que la atormenta, tocarse después el cabello que positivamente se vió erizado, caer abatida y prorrumpir al fin en una carcajada convulsiva que deja un eco desgarrador y siniestro: sus ojos vagan de una manera triste, parecen querer saltar de sus órbitas, su boca se contrae, su seno se agita..... La ilusión es completa. En el segundo acto del drama es verdaderamente, admirable, y sin embargo, todavía nos pareció superior en el tercero: la larguísima escena del delirio con D. Juan, no dejó que desear; la actriz mantuvo viva la ansiedad del espectador. Al ir á traer la trenza, temerosa de que se la roben, su acción fué magnífica á fuerza de naturalidad. En el final, al sentir el primer vislumbre de razón, al recordar lo pasado, al cerrar los párpados como para reconcentrarse más en sí misma, al sentir el llanto que amenaza romper el pecho sin humedecer aún los ojos, se elevó á una altura inmensa, mostró que es artista de primer orden, que comprende y expresa las situaciones más difíciles, que no se le escapa ni el pensamiento más delicado del poeta, sino que, por el contrario, le presta nueva vida. Actriz de escuela francesa en cuanto á la expresión, la Díez no se olvida de la armonía de la versificación castellana, no recarga los acentos, pronuncia con claridad y dulzura y á veces encuentra la más extraordinaria energía. Al principio pareció ceder á la emoción del estreno, y por esto acaso parecía su voz un poco velada. Después se repuso, y el público la colmó de aplausos en todos los pasajes de mayor interés, la llamó á la escena después del tercer acto y le arrojó una lluvia de flores, coronas y ramilletes. El teatro estuvo enteramente lleno."

Con ser tan grandes los elogios que he copiado, ninguna exageración hubo ni en la prensa ui en el público, y una y otro celebraron y aplaudieron con estricta justicia. Después de Matilde Díez, hasta hoy no ha habido en los teatros españoles nada que le sea comparable. No diré otro tanto del resto de su Compañía que fué una de las primeras que nos ha visitado, formada por una eminencia entre un coro de medianías vecinas de lo malo. Manuel Catalina nunca fué más que un muy mediano artista: hombre instruído, elegante en su porte y maneras, de muy escogido trato y sociedad, tenía en algunas comedias de costumbres muy buenos papeles: en el drama de cualquiera época que fuese, estuvo siempre mal, aunque otra cosa hayan dicho sus amigos personales, que fueron muchos, y las ligeras hembras que de él se enamoraron, que también fueron muchas. Los demás actores y actrices de aquel cuadro no eran superiores á los que en México teníamos, y varios fueron muy inferiores. La temporada artística fué

débil en consecuencia, y más aún la hicieron las pequeñas intrigas de los cómicos, lo mismo españoles que mexicanos, residentes y radicados en la Capital, en que la novedad de Matilde y el monopolio de teatros los había dejado sin trabajo.

El órgano principal de esa oposición y de esas intrigas fué el ya nombrado periódico El Omnibus, que inmediatamente después de celebrar á la insigne Matilde Díez, añadía:

"Después de Mayo, Diciembre: después de la Sra. Díez, el Sr. Catalina (D. Manuel). - Sentimos decir que este señor, no es para el drama. Su voz no se presta á las modulaciones del sentimiento, le falta la sensibilidad y también el vigor de la pasión. Sus transiciones son muy duras, su alma de hielo.-Acaso este señor sentirá mucho en su interior, pero le falta esa gran cualidad que es indispensable para todo actor dramático: la sensibilidad comunicativa, sin la cual es imposible conmover al espectador.-El Sr. Catalina no conmueve: el viernes, el único momento en que estuvo algo feliz, fué en el tercer acto, cuando reconoce la trenza que le da Inés; pero exageró mucho, y sobre todo, prolongó tanto la acción, que traspasó los límites de la verdad, cayó en trivialidad, y en lugar de conmover al público, lo fatigó. Notamos además que habla demasiado aprisa sin dar lugar á que los conceptos penetren en el alma de los oyentes, y todo esto hace que no estén bien en su boca las tiernísimas frases de un galán enamorado; en suma, su voz, sus ademanes, son más propios para la comedia que para el drama, y creemos que en los papeles cómicos podrá obtener triunfos que sinceramente le deseamos.-Los Sres. D. Manuel y D. José Robreño, que desempeñaron, el primero el papel del Conde y el segundo el del Doctor, son excesivamente monótonos en el modo de hablar, con la diferencia de que el primero es frío y el segundo toma cierto tono de sentimentalismo del cual no sale por nada de este mundo.- El Sr. D. Daniel Robreño, todo nos pareció excepto un conde y menos un padre que ve padecer á su hija; la frialdad de este actor ante la dolorosa situación de Inés, es inmutable como el resultado de una operación aritmética. El intermedio de la función de que hablamos, fué el baile intitulado La gitanilla y el curro ejecutado por los hermanos Pavía, que ya son conocidos del público quien les hizo repetir el baile llenándoles de aplausos.

"Sentimos parecer tan severos al dar cuenta de la primera función de la Compañía dramática de la Sra. Díez; pero en primer lugar, juzgamos según nuestra conciencia; en segundo, se nos anuncia una compañía dramática, y en tercero, que en México hemos visto muy buenos cuadros de actores dramáticos, para que se nos quiera hacer comulgar con ruedas de molino. Anunciar al público de México una compañia dramática, y presentarle una sola notabilidad digna de su renombre, acompañada por actores que no la ayudan á brillar, es ex

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