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La monótona paz en los recreos de aquella sociedad, sólo se interrumpía en la Pascua del Espíritu Santo, época de la feria famosa de San Agustín de las Cuevas, nombre que esa población seguía conservando á pesar de un decreto del Congreso de 26 de Septiembre de 1827, que le concedió título de ciudad, con la antigua denominación mexicana de Tlalpan. En los días de ella, el triste callejón de Dolores, hoy calle de la Independencia, ubicación de la casa de diligencias generales, veíase invadido por multitud de personas, que en espantosamente feos é incómodos vehículos de la Empresa, trasladábanse á Tlalpan, á cambiar unas cuantas horas de placer con años tal vez de desgracias y remordimientos. Después de una buena hora de viaje, pintoresco verdaderamente por la multitud de ginetes, carretelas, coches de lujo y simones más o menos estropeados, que en incesante cortejo allá se dirigían, llegábase á San Agustín, invadido por multitud de montecillos de segundo orden, y por partidas de gran

tono.

Hablemos de una de éstas, tomando apuntes para su descripción, de un testigo de vista, puesto que yo no las conocí y llevo por sistema formar mis narraciones con las de quienes presenciaron aquello que se relata: "En una gran sala, veíase una gran mesa, rodeada de gran concurso de hombres y aun de damas de la más selecta sociedad. Puestas las dos diferentes cartas, á una ú otra, amontonábanse onzas de oro á centenares, hasta quedar casi cubierta del entonces abundante metal toda la mesa, en medio de un murmullo sordo, parecido al de una colmena. Pero al tomar el montero la baraja, cesaba el ruido como por encanto, y quedaba la sala sumergida en un silencio más profundo que el de un cementerio á las doce de la noche. ¡Qué horribles momentos aquellos! Los ojos desencajados, la vista y el pensamiento fijos en los naipes, librando su porvenir y su honor en un golpe de la suerte, veíase á aquella multitud siguiendo sin pestafear los azares del juego. ¡Cuál quedaban los vencidos! Pálidos, sin aliento, repugnantes los más con el sello de la desesperación. Allí un coronel había perdido cincuenta onzas de la caja de su regimiento; más allá un abogado, cien de un depósito de viudas ó menores; acullá un comerciante, doscientas, trescientas ó quinientas con que debería pagar letras, cuyo plazo se ha vencido. ¡ Horror daba aquel panorama de crímenes, aquella sentina de la desgracia de mil familias que tal vez á la misma hora se entregaban al placer y á la alegría!...

"En plazas de gallos, los cuadros eran semejantes, en sustancia, aunque distintos en las formas, y entristecía ver jugar la suerte de un hombre con la muerte de un animal, cuyas agonías eran motivo de diversión para la imbécil multitud que se complace en destruir á los otros seres para fomentar sus vicios propios.

"En las fondas continuaban los repugnantes cuadros, causados allí

por el exceso del Burdeos y el Champagne, del que todos abusaban, unos por olvidar sus derrotas, otros por celebrar su triunfo. "En el delicioso paraje del Calvario el espectáculo era tan distinto como brillante. A la luz del sol, á la sombra de los árboles, miles de personas se entregaban á regocijados juegos campestres, entre grupos de niños rebosando de gozo, y de personas formales y sesudas comentando la marcha política y lamentando recuerdos del tiempo pasado siempre mejor.

"Los salones de baile público rebosaban á su turno en gentes que se deleitaban admirando los talles elegantes, los ojos seductores, el breve pie de las jóvenes más distinguidas y bellas, entregadas á las variadas cuadrillas, la animada contradanza, el voluptuoso valse, la bulliciosa galopa.

"Y concluídas las fiestas, el todo México, regresaba á la Capital, muerta durante esa Pascua, reflexionando y comentando la ruina de algunas familias, el deshonor de otras y los cuidados y disgustos que el incentivo de la fiesta ocultaba con velo de alegría; pero que descorrido después de algunas horas, dejaba ver el arrepentimiento, el desengaño y el dolor de la desnuda realidad . . . .”

Fuera de esos días y los de luces ó procesiones, y los de revistas militares ó aniversarios patrióticos, las diferentes clases sólo se reunían ó confundían en las plazas de toros. Ya estamos en ella. Por todas partes se oyen los gritos: ¡A dos por medio las rosquillas de almendra! ¡Dulces para tomar agua! ¡Quesadillas! ¡Empanadas de arroz y de leche! ¡A las gorditas de cuajada! Los soldados han partido la plaza con una difícil evolución; los ociosos se han retirado á sus asientos, y todos aguardan ni más ni menos que en el día del juicio, el sonido de la destemplada corneta que anuncia toro. Aquí el fashionable echa lente á una lumbrera; allí un militar de barragán, con casaca de uniforme y sombrero jarano, especie de anfibio compuesto de militar y paisano, brujulea á una ciudadana de rebozo de bolita y túnico floreado; acullá cuatro cajeritos de Parián, de los que no salen por la noche, murmuran de cuantos ven; y por donde quiera, entusiastas y medio borrachos que vocean hasta desgañitarse, "¡toro!" "toro!" Salió éste y satisfizo los deseos de la abigarrada multitud que ruge de salvaje deleite, ante un espectáculo indigno de nuestro siglo. Los aplausos y las bufonadas se mezclan á los chiflidos y forman confusa algarabía que crece á cada torpeza del picador, del banderillero, del espada y se reproducen sin variación alguna con la lidia de cada nuevo animal, ó con los accidentes de la brega del embolado . . . .

Ahora para concluir con una gráfica pintura del estado de los espectáculos públicos en 1841, léase el siguiente testamento de El Apuntador, al publicar su último número en 30 de Noviembre de ese año:

"En el nombre de Apolo, amén. Sepan cuantos éste vieren, cómo

yo, El Apuntador, semanario de teatros, costumbres, literatura y variedades, natural y vecino de esta Capital, hallándome en mi entero juicio y cabal salud, y creyendo y confesando, como creo y confieso, los misterios dramáticos de Talía y Melpomene, que aunque dos personas distintas tienen un mismo oficio y llevan un mismo fin: en cuya fe y creencia he vivido, detestando con todas las veras de mi corazón las herejías introducidas en las doctrinas ortodoxas del buen gusto, fuera de las cuales no hay salvación; invocando por mis abogados y protectores, á Delavigne, Dumás, Moratín, Bretón de los Herreros y demás santos de mi devoción, desde Sófocles hasta el autor de El Torneo, desde Homero hasta Pesado, para que me asistan en este duro trance, declaro: que convencido de la nulidad de las cosas mundanas y no viendo por todas partes más que miseria, he determinado morirme por mi plena y deliberada voluntad. Y no queriendo que la tan temida hora me coja desprevenido y reputándome mostrenco me adjudiquen al fisco, que sería el mayor de todos los males, he determinado declarar solemnemente mi postrimera voluntad, y, poniéndolo por obra, otorgo mi testamento en la forma siguiente:

1a Lo primero, encomiendo mi alma á los que me la dieron, porque no hay cosa más natural sino que todo se deshaga como se hizo; y mi cuerpo al impresor, el cual (suple cuerpo), mando que sea amortajado, ya que no en tafilete, como desearía, á lo menos en regular pasta ó siquiera á la holandesa, á fin de que se le dé honrosa sepultura en algún estante de libros, al lado de otros difuntos de mi clase....

2 Item: mando que mi funeral se haga con el lucimiento posible, ejecutándose un buen drama de cuerpo presente, con los respectivos acompañamientos de ópera y baile.

3a Declaro haber encontrado dos teatros que, en el corto período de mi administración, han mejorado notablemente, lo que no deja de serme un tanto cuanto satisfactorio.

4a Dejo la ópera no muy en auge que digamos, así porque el cuadro de ella no es cosa, como por otras causas externas. Recomiendo á algunos de sus individuos encarguen nuevas voces á Italia, por el primer paquete, pues las unas están algo gastadas y demasiado nuevas otras.

5 Dejo comenzado el nuevo teatro de la calle de Vergara, que tal vez dentro de dos años podrá servir, si no corre la suerte del tabernáculo de la Catedral y del Congreso de Panamá.

6 Dejo abierto otro teatro en la calle del Puente Quebrado, que es sólo una segunda edición menos correcta del antiguo de los Gallos. 72 Dejo en el Teatro Principal, vacío el lugar de la Sra. Platero, y en el de Nuevo México, el de la Srita. Inocencia Martínez, cuya falta ha causado un mal gravísimo á la Compañía, por lo que le doy el más sincero pésame.

B. H. T.-T. II.-6

8 Encargo á todos los actores mexicanos, y muy particularmente á la Srita. Cordero y al Sr. Castro, corrijan los defectos de pronunciación, haciéndose superiores á las hablillas de los que, sin quererlo acaso, se oponen á los progresos de dichos actores; que ese trabajo, aunque penoso al principio, no es de invencible dificultad....

9a Recomiendo encarecidamente á la citada Srita. Cordero, que dé á su voz, y sobre todo, á su acción, más expresión y energía en ciertas comedias.-A la Srita. Pautret, que reprima un poco la vivacidad de sus movimientos, y economice ese tono declamatorio que ha adoptado para algunas piezas.-A la Srita. Santa Cruz, le aconsejo, como buen amigo, que no eche á perder sus excelentes disposiciones, con esa afectación en su voz y en su acción, que mal cuadra con la naturalidad que debe tener una actriz; que estudie con empeño, y conseguirá notables adelantos.

10? Exhorto y requiero de parte del buen gusto, y de la mía suplico á los directores del Teatro Principal, que pongan más cuidado en el servicio de la escena, en la propiedad de los trajes, muebles, etc., y en el alumbrado del Teatro, porque todo esto influye eficacisimamente para que las funciones luzcan y la Compañía progrese.

11a Advierto á los actores de todos los teatros, que no se olviden nunca de que en la escena no deben figurarse que hay público espectador, porque es muy ridículo que den las gracias cuando les aplauden; esto, sobre destruir la ilusión, hace perder al actor, que acaso suspende una escena de dolor ó de suma energía para hacer caravanas, ofreciéndose no pocas veces que tengan que abandonar la situación que guardan. El actor en la escena es nada más el personaje que representa, por cuya razón es también muy mal hecho dirigir al público los apartes y los monólogos: cuando los espectadores aplauden, el actor debe callar y no moverse, pues de otro modo desaparecen Lucía, El Campanero, Alberto y Don Saturio, y sólo se ve á la Sra. Castellán, y á los Sres. Martínez, Castañeda y Valleto.

12 También exhorto y requiero de parte de la urbanidad, á algunos individuos del público, que no se levanten antes de concluir la representación, y que no las interrumpan con sus conversaciones, pues para esto sirven las tertulias y los cafés; la lonja, para tratar del cacao, del algodón, del cobre, del tabaco, y los corredores de Palacio para disputar de las cosas públicas.

13a Suplico á la Sra. Dubreville y á los Sres. Salgado, Castañeda y Castro, del Teatro Principal; á la Sra. Césari y á los Sres. Tomassi, Giampietro y Bozetti de la Opera; á la Srita. Inocencia Martínez, de Nuevo México, y al Sr. Wallace, me dispensen si no he presentado sus respectivas efigies, por causas ajenas á mi voluntad....

14a Dejo enterrados los periódicos El Asno, El Precursor, El Sonorense; resucitada, La Lima de Vulcano; venidos nuevamente al

mundo, La Bruja, La Esperanza, El Buen Sentido, El Oriente y El Siglo Diez y Nueve; en infusión El Ateneo y un poco enfermo El Semanario de las Señoritas.

15 Y por cuanto no tengo herederos forzosos, instituyo por único y universal á cierto Museo que está para nacer, encargándole tenga muy presente al juzgar á los actores mexicanos, que no han tenido escuela chica ni grande, y por consiguiente no se puede exigir de ellos una ejecución extraordinaria: que advierta asimismo que carecen de protección, y que son acreedores al agradecimiento del público por los esfuerzos que hacen para complacerle; y por último, que no deje de la mano á las Sritas. Cordero y Santa Cruz y á los Sres. Castro y Angel Castañeda, porque son, en mi concepto, las esperanzas de nuestro teatro....”

CAPITULO IV

1841

Precisamente en los meses citados en el anterior capítulo, aconteció un suceso digno de especial memoria: el de la aparición de El Siglo Diez y Nueve, periódico diario, el primero verdaderamente merecedor de ese nombre en México. Con él puede decirse, se abre una época de progreso en las letras nacionales. Eco éstas del culteranismo con Vela, Soria y aun la misma Sor Juana, tan ameritada no obstante, nuestra literatura se redujo en principios del siglo actual, á reproducir ó imitar los ecos de las zampoñías de los Fabios y Batilos españoles del peor gusto, como lo acreditan las exiguas páginas del Diario de México, en que apenas sobresalían los Tagle, Navarre- . te y Ochoa. La prensa, envenenada con los odios y pasiones políticas, nos ofrece en 1826 y 1828 verdaderos libelos, algunos en exceso infames, y no honra ni á Ibar, ni á Dávila, ni á D. Carlos Bustamante; algo se mejora en años siguientes y algo hace por las letras, si bien con dificultad se encuentra en ella un poco más que trabajos esparcidos, noticias incompletas y copias y traducciones del extranjero, aun en los periódicos de más nombre, como El Observador, El Registro, El Correo de la Federación, El Sol, El Aguila y otros, á los cuales dedicaron sus plumas Tagle, La Llave, Quintana Roo, Santa María, Herrera, Heredia, Alamán, Pesado, Couto, Olaguíbel y algunos más. De los exclusivamente literarios, ya he dado anteriormente varias noticias que no debo repetir.

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