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na de San Diego; de allí á la Iglesia lo tomaron los maquinistas del teatro, y de la Iglesia al Sepulcro los Sres. D. Genaro Laimón, D. Juan de Mata, Pérez y Baeza. Los coristas de la Opera, acompañados por la orquesta de Eusebio Delgado, cantaron algunas preces; el Lic. D. Luis G. Pastor, leyó una sentida composición, y el actor Merced Morales pronunció algunas frases á nombre de su Compañía.

En la noche del jueves 20 de Agosto, el Gran Teatro Nacional vistió fúnebres galas para honrar la memoria del eminente actor, con una función acertadamente dispuesta por D. Luis G. Pastor, D. Genaro Laimón y D. Fernando Pérez. Después de la gran marcha triunfal de El Profeta, se representó la comedia de Pérez Escrich, El Rey de Bastos: en el primer intermedio leyó una composición D. Luis G. Pastor, y en el segundo se dió lectura á otra de D. Luis G. Ortiz. Concluída la Comedia, la Srita. Mariana Paniagua cantó unas variaciones sobre un tema original, compuestas por el maestro D. Cenobio Paniagua. Alzado de nuevo el telón apareció la bella decoración, obra de Manuel Serrano, representando la Catedral que servía para El Profeta, y sobre un pedestal que sostenían las figuras alegóricas de la Gloria y de la Comedia, se destacó un busto en yeso modelado por D. Manuel Islas que con rara perfección supo retratar al insigne Antonio Castro.

Los Sres. D. Antonio Morales, D. Ignacio Solares y D. Teodoro Montes de Oca, con los coros de la Opera, cantaron un himno, composición de Paniagua, y á su tiempo, el busto de Castro fué conducido al patio-vestíbulo y colocado en uno de los nichos abiertos en la pared.

Pero antes de esto, cuando aun el busto se hallaba en su pedestal del escenario, el poeta español D. José Zorrilla, saliendo del retraimiento en que vivía, se presentó en el extenso foro y dió lectura á una oda inspiradísima, dedicada á la memoria del insigne actor. Héla aquí:

A LA MEMORIA

DEL

INSIGNE ACTOR MEXICANO

D. ANTONIO CASTRO.

Tienes razón ¡oh pueblo mexicano !
Justo es al menos que la humana gloria
Queme un grano de incienso á su memoria.
Pongamos en su frente y en su mano

Una corona al menos y una palma:
Unica recompensa del que parte.
Desde la vida mísera del arte

A la región incógnita del alma.

Mas extraños, tal vez, á los arcanos
De la vida del arte, ¿ habéis vosotros
Los que llenáis un ancho coliseo
Por placer literario ó por recreo
Vulgar, sabios doctores, cortesanos
Ilustres ó sencillos artesanos,

Los que jueces del arte de los otros
Fruncís la cejas ó batís las manos,
Habéis sondeado alguna vez el alma
De aquel artista á quien sentís con pasmo
Que á la social indiferente calma
Poco á poco os arranca á pesar vuestro,
Y á cuyo genio, inspiración y estro
Dais¡ bravos! y palmadas de entusiasmo?
¿Ha escudrifiado vuestro afán curioso
(Mas.... con el corazón, no con la vista)
Lo que es en sí su triunfo estrepitoso,
Lo que pesa la gloria del artista?

Yo que viví en la atmósfera del arte
En mi edad juvenil y en otro suelo,
Voy ante vuestros ojos á una parte
De la vida del arte á alzar el velo.

De las glorias del arte, la más leve,
Más pasajera, efímera y liviana
Ha cabido al actor; copo de nieve
Que derrite el albor de la mañana,
La gloria del actor tan sólo debe
De su vida durar el tiempo breve:
Porque al morir en el vacío viento
El aplauso que al público arrebata
Su noble acción ó su inspirado acento,
Con el último soplo de su aliento
Su propia creación él mismo mata.
Su figura, su acción y su semblante,
Como la imagen que nos da un espejo
Que en quitándonos de él se desvanece,
Como de un lago el vívido reflejo

Que cuando el sol se pone se oscurece,

Del público al quitarse de delante
Todo con el actor desaparece.

Deja el pintor sus lienzos inmortales
A la sanción y admiración futuras:
El poeta sus rimas más vanales
En un frágil papel deja seguras:
Del músico los cantos celestiales,
Del escultor las mágicas figuras
Quedan, para honra suya y de su era,
Delicia de la gente venidera.

El arquitecto en las soberbias moles
De puentes, obeliscos, catedrales,
Que arrostrando en sus sólidos cimientos
Las lluvias y los vientos

Ven de cien siglos los distantes soles,
A la remota edad su nombre lega,
Y en sus moles inmóviles escrito,
A la remota edad su nombre llega,
No olvidado jamás, tal vez bendito.

Todo ingenio que crea, tras su paso
Deja un rastro más hondo ó más escaso.
En su ovación mayor, ¿cuál es la huella
Del actor de más fe, de más talento,
En su mejor papel, en la más bella
Situación teatral, en el momento
En que su arte difícil más descuella?

Yo os lo evoco: héle aquí que os le presento:
Abro la escena y le coloco en ella.

Henchida tiene la redonda sala
De un público selecto, inteligente,
Los palcos llenos de hermosura y gala,
En el patio, esperándole, se instala
Un pueblo de admirarle ya impaciente;
Todo es flores y luz, blondas, diamantes,
Sonrisas de placer, ojos brillantes
Que hacen vibrar el perfumado ambiente.
Es la noche del día de una fiesta,
Y es una fiesta nacional: la gente
Al recibir del arte predispuesta
Las varias y ofrecidas sensaciones
En anuncios escritos diestramente,
Espera ávidamente

Sentir y saborear sus emociones.

B. B T.-T. II. 45

El drama es de un autor á quien se admira:
Según en su argumento se adelanta
Más interesa al público y le encanta:
Su versificación fresca y valiente
Deleita: la pasión sobre que gira
Desarrolla el autor maestramente:
Y en una situación, que sólo inspira
A un poeta maestro un genio ardiente,
Se coloca el actor magistralmente.

Nada hay que en favor suyo no se adune:
Todo para su triunfo se rëune;
Acción, figura, voz, fisonomía,
Todo en él es verdad y pöesía:

Todo arrebata en él, todo convence,
Todo está en relación y en armonía:
La ilusión es completa: el actor vence,
Fascina, magnetiza, descarría

A la razón, la arrastrá en su entusiasmo,
Y más veraz la muestra en tal momento
Que la misma verdad, el fingimiento.
La atención es profunda: el pueblo calla
Sintiendo en su atención con hondo pasmo
Que el actor le subyuga, le avasalla:
Y embebecido de placer le mira,

Y embriagado en magnético marasmo,
Para no hacer rumor no se menea,
Para no perder frase no respira,
Por no perder acción no pestañea.
El actor le domina, le adormece,
Le galvaniza: es suyo: y á su antojo
Infundiéndole amor, piedad, enojo,
Placer ú horror, le exalta, le enternece,
Le indigna, le horroriza, le embelesa,
A su antojo le agita, le estremece:

Y en nerviosa tensión, que aumenta y crece,
Su alma teniendo en sus palabras presa,

Sus fibras más sensibles tanto estira,
Que, arrebatado al fin, rompe la valla,
De entusiasmo frenético delira,
Y en un aplauso universal estalla:
Y á aquel aullido colosal, titáneo,
Que del circo los ámbitos atruena,
Un movimiento unánime, espontáneo,
Cubre de flores y laurel la escena.

¡Triunfo brillante, merecido, inmenso: Del victorioso actor la alma se mece Sobre el vapor del popular incienso, Sintiendo poco á su anhelar la esfera

Y á su respiración el aire extenso!

Y no hay gloria más grata, más sincera Que la de un grande actor que, en lucha franca Arrastra en su favor la sala entera,

Y al pueblo un ¡ bravo! universal arranca.
Pero hé aquí del arte los arcanos:
Hé aquí el coto que á la prez mundana
Puso Dios en sus fallos soberanos:
Hé aquí el acíbar que á los dulces granos
Del fruto dió de nuestra gloria humana;
Con el actor, que su ovación merece,
La creación de su talento vana
Al caer el telón desaparece;

Y el ruido apenas del aplauso inspira,
Cuando á traición su mérito rebaja
La crítica mordaz, la envidia baja,
La vil calumnia, la falaz mentira,
Y como su creación no permanece
En formas indelebles modelada:
Como no puede ser ni repetida,
Ni á confundir á tiempo presentada
La oposición de la malicia ajena
Como una prueba fácil aducida,
Quien su bella creación no vió en la escena
Ni sabe si su gloria es de ley buena,
Ni puede comprender si es merecida;
Porque es la imagen que se ve distinta
Del espejo en la lámina azogada:
Miraos á él y vuestra faz os pinta,
Quitaos del cristal, ¿qué queda? Nada.

¿Damos un paso más? ¿Queréis más hondo Hueco abrir á vuestra ávida mirada,

Y más del arte escudriñar el fondo?

¿Queréis que yo, que un día

En la gloria del arte logré un tanto
Cuando de él en la atmósfera vivía;

Yo, que aunque ahora en voluntario encierro
De la vida del arte me destierro,

Mas de la voz del arte al eco santo

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