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Como evocado espectro me levanto,
A la vida del arte vuelvo un punto,

Y en bien ú honor del pobre ó del difunto
Elevo un panegírico ó un canto;

Y que después del himno ó la plegaria
A hundirme torno, y el cancel de hierro
Del olvido letal sobre mí cierro....
¿Queréis que á mi existencia solitaria.
Antes que vuelva desde aquí, un instante
Un pliegue de la tela funeraria
Que envuelve su sarcófago levante,
Y aunque un esfuerzo de dolor me cueste
La realidad del arte os manifieste?

Os voy á presentar, aunque os asombre,
Ante la gloria del artista al hombre.

El actor doblemente condenado A la miseria, á la aflicción y al duelo Por hombre y por actor, sufre doblado El pesar que al que nace impone el cielo. Pesa sobre él aún (ya no muy viva, Gracias á un siglo que al error derriba), La preocupación de la edad media: Le corona en el foro, mas le esquiva De la escena social la gran comedia. Para placer del público pagado, Esclavo vive del placer ajeno: Y á la hora del placer, está obligado A verter el placer, aunque en su seno Del más agrio pesar hierva el veneno. ¿Sabéis lo que es venir, atravesado De duelo el corazón á hora precisa, Al público á arrancar desde el tablado Llanto forzoso ó espontánea risa ? ¿La pena comprendéis íntima y fiera Del que os divierte aquí, cuando allá fuera El que os hace reír es fueza que halle Un pesar que en acecho allá le espera: Pesar voraz, miseria verdadera

De nuestra vida de miserias valle?

¿Y comprendéis lo que en su alma pesa El manto recamado de oropeles,

La diadema de talco tan liviana

Y el cetro de cartón de sus papeles,

Cuando sin luz su hogar, sin pan su mesa,
Le aguarda en su mansión la madre anciana,
La esposa enferma, la demente hermana,
La hija adorada de la fiebre presa,
Alguna de ellas á expirar cercana?

Basta: sobre esta desnudez del arte
Tendamos del teatro la cortina:
De la escénica gloria del que parte
A otra vida mejor de esta mezquina,
Encendamos no más la luz divina:
Y su llama fantástica, hechicera,
No más alumbre con su luz celeste
Que el poético mundo, toda entera
Sumiendo en sombra la miseria de éste.
La gloria del actor es muy ligera,
Leve, fugaz, versátil, pasajera,

Es verdad; mas las artes son hermanas
Y todas contribuyen generosas
Las glorias del actor que son livianas
A perpetuar, grabando y esculpiendo
En mármoles su faz, su nombre en losas,
Su historia en libros, su virtud en cantos;
Y en brazos de ellas, si á la edad futura
No lega de su ingenio los encantos,
Entre guirnaldas de laurel y rosas
Su nombre llega, y su memoria dura.

Y así el de Castro vivirá; lo fío,
No con orgullo audaz del canto mío
Que morirá con mi memoria oscura,
Sino del pueblo en que amanece el día
De la moderna liberal cultura,
Que de sus hijos el talento aprecia,
Que, de su edad poniéndose á la altura,
De las pasadas con desdén desprecia
La preocupación y la manía,

Y al que en su patria con talento nace,
Coronas teje y ovaciones hace,
Porque al que hijo de México ha nacido
No le pese jamás haberlo sido.

Basta. Al que aquí llorando coronamos De frescas rosas y de verdes ramos

Ya no veremos más; ya á su despejo
Escénico, á su cómico gracejo

No temblará nuestra alma conmovida,
Risa no brotará mal reprimida;
Ya se borró su imagen del espejo:
Ya ha caído el telón sobre su vida.

Y yo errante poeta castellano,
Brindado por el arte mexicano
Con tan noble misión, su gentileza

Agradezco leal, y acepto ufano.

No os cause, pues, ni celos ni extrañeza

Que, español, en honor de un pueblo hermano,

Venga á poner con imparcial nobleza

De Castro en prez, con mi última plegaria,
La última flor en su urna cineraria,
La primera corona en su cabeza.*
Cumplí; vuelvo á mi sombra solitaria:
Acaba mi cantar, su gloria empieza.

Corridos todos los trámites y cubiertas todas las fórmulas, el Archiduque de Austria Fernando Maximiliano aceptó la corona del nuevo Imperio Mexicano y en celebridad de ello hubo una función de gala en el coliseo de Vergara el lunes 23 de Noviembre, día en que por primera vez se le dió título de Gran Teatro Imperial. "En el adorno del teatro, dice un periódico, en su iluminación deslumbradora, en las selectas invitaciones, en la acertada elección de la ópera Norma, en la feliz ejecución con que se distinguió cada uno de los discípulos del Sr. D. Bruno Flores en su papel respectivo, en todo estuvo afortunada la Comisión encargada de preparar y dirigir la celebración del fausto suceso que aparece en nuestro horizonte político, como sol vivificador que con sus rayos disipa las nubes de la demagogia en todo el ámbito del Imperio."

Concluyamos, después de esta cita, con lo relativo al año artístico en 1863, apuntando nada más lo numeroso y repetido de las representaciones de un drama tomado de una novela de Ibo Alfaro, escritor español, por el literato mexicano D. Luis G. Iza, con el título nada culto, inventado por el autor español, pero sí escandalosamente llamativo de Malditas sean las mujeres. En 25 de Octubre se dió en Iturbide una primera representación de ese drama, que en el anti

* El ilustre poeta español interrumpió aquí su canto, y fué á coronar de siemprevivas el busto del insigne actor.

guo de Oriente proporcionó, casi solo y pcr muchos meses, de comer á modestísimo cuadro dramático dirigido por D. Rafael Frías. Mina fué que hubiese deseado para sí la Compañía del Principal, la que para proporcionarse alguna entrada extraordinaria, en 24 de Diciembre ofreció al público en el Teatro Imperial la opereta pastoril, La noche más venturosa ó el El Premio de la inocencia.

Buscando el éxito material, y seguramente fué espléndido, dicha Compañía combinó con D. José Zorrilla dos funciones celebradas el 28 y el 30 de Enero de 1864, en el Gran Teatro. Habiéndose dicho que el ilustre poeta se disponía á regresar á España, la sociedad dramática empresaria le invitó á dár alguna lectura en su teatro, antes de que tal viaje emprendiera, y como un brillante modo de despedirse de México. Zorrilla contestó así: "Hay un proverbio oriental, que traducido á nuestra lengua dice poco más ó menos:

"La juventud produce
genio y amores,

mas con la Primavera

se van las flores."

Dícese que con esa respuesta Zorrilla quiso decir: "que no le estaba bien en la edad madura lo que le fué tan aplaudido en la juventud.” La empresa insistió; y después de algunas vacilaciones, el poeta le envió un manuscrito intitulado, El cuento de las Flores, lectura decorada y puesta en acción del proverbio Tras de la Primavera se van las Flores." Esta original composición en la cual, en determinados momentos, tomaba parte el mismo Zorrilla, se dividía en los cuatro cuadros siguientes: I. La Sensitiva, por la Sra. Cañete, el Sr. Mata, la Sensitiva y el Sr. Zorrilla. II. Introducción á las lecturas por el Sr. José Zorrilla. III. El Tenorio de las Flores, por la Cañete, Mata, la Sensitiva y Don Diego de Noche. IV. Historia de una rosa, por el Sr. Zorrilla."

Hé aquí la revista que de la función hizo un periódico de la época: "El Cuento de las Flores. La obra que con este título ha escrito el ilustre poeta español D. José Zorrilla, y que se ejecutó en el Teatro Imperial la noche del 28, agradó sobremanera al numeroso público que, ávido de escuchar al distinguido vate, ocupaba todas las localidades desde mucho antes de que comenzase la función. Lo más granado, lo más elegante, lo más selecto de México se veía reunido en el espacioso local, que estaba espléndidamente iluminado. Cuando el original y delicado asunto de la producción hizo salir al palco escénico al poeta español, una prolongada salva general de aplausos resonó por todas partes. Era el saludo que los inteligentes, los admiradores de las bellezas literarias, enviaban al genio.

"El Sr. Zorrilla correspondió á aquella demostración de aprecio y simpatía, con una inclinación de cabeza, y en seguida se puso á leer, con entonación sonora y robusta, con voz clara y firme, una poesía fresca, dulce y expresiva, que arrebató al auditorio, que volvió á colmarle de aplausos y de bravos. Aun se escuchaban algunos de éstos, cuando la Sra. María Cañete se acercó á él, le dirigió algunas palabras y colocó en sus sienes una sencilla corona. Después, el apreciable joven D. Manuel Cortina se presentó á hacerle un obsequio á nombre de la Colonia Española, consistente en un precioso ramo cubierto de onzas de oro, y en una bellísima corona rodeada completamente de escudos, también de oro, de cuatro pesos, que suplían á los botones que antiguamente se colocaban de tres en tres en las coronas de laurel destinadas á los poetas y literatos.

"A la escena de la lectura siguieron obras dramáticas en que la Sra. Cañete, la inteligente Srita. Cejudo, el Sr. Mata y su simpática hija, desempeñaron sus papeles con toda perfección. En el último acto, y donde el argumento lo exigía, volvió á presentarse el Sr. Zorrilla, en medio de ruidosos aplausos. Calmados éstos, leyó con la maestría que acostumbra otra bellísima composición que, á instancias del público, se dignó repetir.

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"La función, pues, dejó complacida á toda la concurrencia. El Sr. Zorrilla agregó á la corona de sus triunfos una preciosa hoja más, y México se complace de haber recibido en los últimos versos del Cuento de las Flores una prueba del sincero afecto que le profesa el poeta." A esto añadía La Sociedad: “La función dramática de antenoche ha dejado grata impresión en el ánimo de los concurrentes, así por la caprichosa novedad del espectáculo como por los bellísimos versos con que el Sr. Zorrilla obsequió á México y á los mexicanos. El eminente poeta español, en vísperas de partir de un país que considera como suyo, se despide de los mexicanos asegurándoles que su corazón queda con ellos. La memoria del Sr. Zorrilla será grata á sus huéspedes. Los versos que contienen los adioses del poeta y los de la Historia de una rosa, arrancaron al público aplausos mucho más estrepitosos que lo demás de la función."

Lástima fué que el ilustre poeta que tan bien se había portado hasta allí con México, y á quien México quiso y admiró como á nadie, no hubiese persistido en llevar adelante su viaje, en vez de continuar en este país para sacrificar, en aras de su cariño á una distinguida víctima, las simpatías de toda una nación á la cual tantas veces y con tanta anterioridad á la catástrofe de Querétaro ofreció y juró amistad. Quienes siempre hemos visto y hemos de continuar viendo en Zorrilla un eminente y simpático poeta, no tendríamos el dolor de ver generalmente borradas las simpatías que México le acordó algún día como á ningún otro de los genios que en él se han hospedado.

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