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CAPITULO XIV

1864 á 1867.

Dije en el anterior capítulo, que para celebrar la aceptación del trono imperial por Maximiliano, dispuso el Ayuntamiento de México una lucida función de obsequio en el Gran Teatro la noche del 23 de Noviembre de 1863. En ella se cantó Norma por la Compañía mexicana de Bruno Flores, quien animado con los aplausos obtenidos aquella noche y la del 4 de Diciembre con la repetición de la misma ópera, protegido por el Prefecto Político y por la Regencia, que le acordaron una subvención, abrió un abono de seis funciones, dando la primera de ellas el 20 de Enero de 1864, con Lucia. Formaban ese cuadro lírico, Soledad Vallejo, que á su gallarda presencia unía una voz clara y melodiosa; la no menos apreciable Manuela Gómez; las contralto Luisa Luna, Marietta Pagliari; Bruno Flores, Ignacio Montenegro y Teodoro Montes de Oca, tenores; Francisco Pineda y Rafael Quesadas, barítonos; Miguel Loza, Manuel Cisneros y Antonio Torres, bajos. Miguel Meneses fué el maestro al cémbalo del susodicho cuadro lírico.

Los recomendables aficionados que lo formaban, cantaron con bastante fortuna Lucia, Norma, Sonámbula y La Vestal, y más adelante, cuando ya se encontraban en México Maximiliano y Carlota, llegados á la Capital el 12 de Junio, con su asistencia y en celebridad del cumpleaños del Soberano, cantaron Agorante, Rey de la Nubia, ópera en tres actos y cuatro cuadros, compuesta por Miguel Meneses, y así repartida: Agorante, Rafael Quesadas; Zoraida, Manuela Gómez; Ricardo, Teodoro Montes de Oca; Ircano, Miguel Loza; Zomira, Luisa Luna, y Ernesto, Manuel Cisneros. Tuvo lugar este estreno el día 6 de Julio. El 12 fué cantada, por primera vez también, otra ópera de autor mexicano, llamada Pirro de Aragón, compuesta por Leonardo Canales, á quien la orquesta y los artistas de Bruno Flores parece que dieron un disgusto monumental, pues en una revista que publicó El Pájaro Verde, se lee: "Todos los concertantes se desgraciaron, por poco empeño de los cantantes; violines hubo á los que se les rompieron cuatro cuerdas en la noche, y las trompas dejaban escapar fuera de tiempo agudísimas notas: Canales tuvo que ponerse en pie y apostrofar á los músicos ante el público."

R. H. T.-T. II.-46

De éste y otros desperfectos pudo indemnizarse la culta sociedad mexicana con la muy buena Compañía de Opera de Domenico Ronzani, cuyo prospecto, publicado el 6 de Julio, firmaban con el dicho Ronzani su secretario Ernesto Klingstein y su agente Luis Donizetti. Hé aquí el elenco de sus artistas, y la lista de los principales empleados, que para mayor efecto fué publicada en italiano:

Prime donne soprano assolute, Adelina Murio-Celli, Antonietta Ortolani, Olivia Sconcia, Elisa Tomassi.-Prima donna contralto assoluta, Enriqueta Sulzer.-Seconda donna, Marietta Pagliari.-Primi tenori assolutti, Francesco Mazzoleni, Giovanni Sbriglia.-Primi barıtoni assolutti, Alessandro Ottaviani, Giuseppe Ippolito.-Primo basso assoluto, Annibale Biacchi.-Primo basso, Giovanni Maffei.-Basso comprimario, Ignacio Solares.-Tenor comprimario, Tomaso Rubio. -Maestro al cembalo e direttore d'orchestra, Jaime Nunó.-Maestro de coros, Agustín Balderas.-Distinta prima ballerina, Anneta Galleti.— Maestro direttore dei balli, Domenico Ronzani.-Primo violino e direttori, Eusebio Delgado.-Direttore di scena, Giovanni Zanini.-Suggeritore, Bruno Flores.--Pittore, Manuel Serrano.-Macchinista, J. M. Franco. Sarto, Atilano López.-Incaricato del servizio della scena, Genaro Laimón.-Perucchiere, Juan Esquivel.

Los precios de abono por doce funciones fueron en palcos primeros y plateas, cien pesos, y en luneta, diez y seis. Según ha podido verse en el anterior elenco, el maestro al cémbalo y director de orquesta, lo fué el muy distinguido autor del Himno Nacional Mexicano, Jaime Nunó, que entonces regresó á México, procedente de los Estados Unidos, donde había fijado su residencia desde la caída de Santa-Anna.

Esta Compañía inauguró sus trabajos con El Trovador, para cuya representación pintó Manuel Serrano una magnífica decoración de cárcel, con un bellísimo contraste de luz de luna y de luz artificial. El Conde de Luna, lo cantó Ottaviani; Leonor, la Murio-Celli; Azucena, la Sulzer; Manrique, Mazzoleni, y Ferrando, Maffei.

Mazzoleni agradó sobre toda ponderación, y con mucha justicia, pues unía el estilo perfecto y la mímica intachable á una voz sonora, siempre igual, llena lo mismo en las notas altas que en las medias y bajas, que recorría sin esfuerzo alguno; siguiendo el ejemplo del sin rival Tamberlick, con el cual, para muchos, compitió en nombradía, Mazzoleni dió aquella noche, que lo fué del viernes 29 de Julio, el famoso do de pecho. Por su buena presencia, gustó en el vestir y práctica teatral; agradaron mucho la Murio-Celli y la Sulzer, y parece que la primera nada dejó que desear en el famoso Miserere.

Hé aquí ahora una revista de esa primera función, que tomo de un periódico de esos días:

"Sin embargo de esta disposición del público, que nunca presagia disgusto al autor ni al artista, en toda función de estreno van los

concurrentes, aunque sin propósito deliberado, con la idea de comparar á los artistas con otros que ya han oído, particularmente si es el estreno en pieza que esos hayan cantado; por ejemplo, el viernes, cada cual, al calarse los guantes ó al pasar las mangas del abrigo, recordaba cómo cantaba Stéffani la romanza primera, el dúo de bravura, etc.; cómo se quejaba la Almonti, la Cortesi, la Peralta, la Paniagua en el cuarteto del reto y en el Miserere; cómo sabían morir gimiendo cuando tomaba el veneno Leonora para no sobrevivir á su deshonra; recordaban también cómo deliraba Azucena y rugía de ira, cómo se quejaba en la prisión, apostrofaba al de Luna y cómo se desplomaba muerta finalmente, según la personificaban la Vestvali, la Natali, la Amat y así de los demás; por esto el tribunal de un público, aunque sea el más benévolo, impone mucho y no puede el artista defenderse de algún temor al presentarse. El viernes, tal era la situación respectiva del espectador y los cantores; pero pronto se desvaneció todo temor, y después de cada escena de prueba para cada artista, el público era ya su amigo, y le aplaudía, guardando, empero, cierta graduación en sus aplausos, que eran bastantes, muchísimos ó extraordinarios, según le cautivaba el mérito.

"A Mazzoleni le correspondieron aplausos de la tercera categoría, quiere decir, extraordinarios: en nuestro teatro se han oído tenores de gracia y de fuerza; á Salvi le llamaban el dulcísimo; á Pozzolini se le consagró lugar muy preferente en el cariño del público; Stéffani fué querido; Sbriglia á quien pronto oiremos, tuvo muchas simpatías; sin embargo, todas las dotes que constituyen al artista lírico estaban diversamente repartidas entre ellos: hay que juntar con la buena voz el estilo perfecto y la mímica intachable; varios de los que citamos poseían las tres cualidades, pero Mazzoleni las reune á nuestro entender en grado más completo: la voz es sonora sin que pase á estridente, siempre igual, llena en todas las notas, así bajas como medias y altas, que recorre sin esfuerzo y naturalmente hasta dar el do de pecho, nota que no dan siempre los tenores, pues aunque llegan al mi es falsete que llaman voz de cabeza, y los que dan este do no siempre consiguen sacarlo con limpieza y sostenerlo, mucho menos cuando están fatigados con haber cantado tres actos de ópera de Verdi: Mazzoleni es el segundo á quien hemos oído en tales circunstancias dar aquella nota; el primero fué Chabot, de la zarzuela; pero en él se notaba un esfuerzo ajeno de nuestro tenor de hoy. Por todo esto rompieron aplausos en toda la sala cuando hizo tal prueba de fuerza, tan espontáneos y generales, que no se esperó á que terminara el trozo y fué interrumpido. No hay que engolosinarse con el famoso do; no se ha de oir todas las noches; regularmente para alcanzarlo se necesita estar en voz y muy descansado; sólo la buena acogida del público, la vista del teatro enteramente lleno de un audito

rio elegante, escogido y simpático como estaba el viernes y el domingo, y estar en un día feliz, permiten esta prueba después de dos horas de cantar música tan difícil como la del Trovador. Ya se ve por esto que lo primero que necesita un tenor, voz, la tiene Mazzoleni y magnífica. De los tenores que dan el do de pecho con esta naturalidad, se dice que tienen un caudal en la voz; esto da la medida del mucho mérito que le dan. Lo segundo, que es buen estilo, también lo tiene: canta con la misma limpieza que tanto admiramos en la d'Angri: entre las infinitas aves de pintado plumaje que hermosean la América, hay muchas que cantan maravillosamente, pero ninguna tan claro, tan limpio como la que llaman clarin de la selva; Enriqueta Sontag, Constanza Manzini, la d'Angri, poseían esa cualidad de destacar así las notas; de Mazzoleni decimos lo mismo; él nos ofrece un nuevo ejemplo, y un estilo correcto, que nunca se descompasa en gritos, hace valer su magnífica voz. En la mímica tiene también buena escuela el tenor; sus ademanes cuadran perfectamente con una ópera; quizá en el drama serían por demás acompasados; pero en el drama lírico esa pausa y medida se armonizan muy bien con la medida y el ritmo que llevan la voz y la orquesta. Tiene pues, Mazzoleni las dotes que constituyen al artista, y las realza una bella presencia, el aplomo en las tablas, el lujo en el vestir y la naturalidad y gusto con que sabe llevar ese lujo.

"Otras dos artistas se estrenaron en Trovatore, Adelina Murio-Celli y Enriqueta Sulzer. Las distingue buena presencia, gusto en el vestir, conocimiento del teatro, sobre todo la primera. Cantan bien las dos, pero según sabemos, no debe juzgárselas en los papeles de Leonora y Azucena; hay que esperar para la una la Favorita, para la otra, Ballo in Maschera; tenemos la bastante paciencia para esperar ya estas particiones, ya otras; que un artista se presente como y cuando le conviene mejor para lucir todas sus dotes; eso debe querer y eso quiere también el público, simpático siempre con el talento por muy modesto que sea: la contralto Sulzer, tuvo momentos muy felices; la mezzo soprano Murio-Celli no dejó que desear en el famoso Miserere; todo el cuarto acto venía muy acomodado á su voz que en ciertas notas es limpia y fresca: el método de ambas, repetimos que es bueno, y no dudamos que en sus óperas preferidas acaben de conquistar al público, que tienen medio ganado ya.

"Ottaviani, Maffei, los coros y la orquesta, ya son bien conocidos en México; el barítono y el bajo han ganado no poco en los años que trascurrieron sin que los oyéramos: voz sonora, bien manejada, presencia arrogante, costumbre del teatro y amistad simpática con el público: todo esto les aseguraba una buena acogida como la tuvieron: Ottaviani electrizado por el entusiasmo que cundió en toda la sala, expresó como nunca los encontrados sentimientos del Conde de Lu

na; supo quejarse y enternecerse, supo irritarse y llenarse de terror, dando á la voz inflexiones siempre acomodadas, y amoldando el ademán á las diferentes expresiones: también el público le aplaudió como nunca.... decimos mal, como siempre."

En la tercera función de abono, el 2 de Agosto, se presentó Olivia Sconcia en la Violeta de Traviata, y el 7 y con Sonámbula, la Ortolani. Cantáronse después Poliuto, El Baile de Máscara, Favorita, Lucia, Hernani, Rigoletto, El Barbero y Marta. El 23 de Setiembre, por primera vez fué cantado el Aroldo, de Verdi, y el miércoles 12 de Octubre, y también por primera vez en México, el Fausto, de Carlos Gounod, por la Sconcia, la Sulzer, la Pagliari, Mazzoleni, Biacchi y Orlandini; el desempeño dejó mucho que desear y pocos ó ninguno de los espectadores llegaron á penetrar los secretos de esa instrumentación complicada y de esas difíciles é inesperadas combinaciones armónicas, que colocan esa obra magistral en primer rango entre las más sabias y más profundas concepciones de los contrapuntistas modernos. Sin embargo, se repitió Fausto muchas veces, y poco á poco fueron popularizándose el brindis, los coros y el wals del segundo acto, la arietta de contralto del tercero, y la marcha y la serenata del cuarto, debido no sólo á que en esos trozos la melodía es más fácil y fluida, sino también á que estuvieron bien cantados por la Sulzer y por Biacchi.

Aparte de las obras citadas, la Compañía cantó I Masnadieri, Norma, La Muda, Maria de Rohan, La Hija del Regimiento, I due Fóscari, y por primera vez en México Las Visperas Sicilianas, de Verdi. El éxito de la temporada, que terminó en la primera quincena de Diciembre, resultó menos que mediano. El público le fué muy esquivo, y á este propósito decía en una de sus revistas El Pájaro Verde: "Notaremos de paso que ha aumentado considerablemente el número de abonados desde que se anunció por la Empresa que el actual abono sería el último. Nada desalienta tanto á los artistas como el tener que cantar delante de bancas y palcos vacíos.... cantan los artistas como predicaba San Juan, en un desierto. Tal es el lastimoso cuadro que en las últimas funciones han presentado la escena y el salón de nuestro elegante Teatro Imperial."

Alguien podrá preguntar dónde estaba, ya que no en el Gran Teatro, la sociedad mexicana en pleno primer año de Imperio. Estaba, triste es decirlo, en el vistoso é improvisado circo ecuestre, construído en la calle de San Agustín, é inaugurado el lunes 17 de Octubre por el muy famoso Chiarini. El ya citado periódico, dice: "La Compañía Chiarini se estrenó el lunes, como teníamos anunciado, y fué el estreno como podía apetecer la Empresa, no sólo bueno, sino buenísimo. No hubo un asiento desocupado, y si doble capacidad tuviera el local, se hubiera lleuado. Los productos de esta primera función,

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