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1862 resistió á las tropas de Laurencez obligándole á retirarse, en mal disimulada derrota, hasta Orizaba. La derrota de González Ortega en el cerro del Borrego, y la muerte inesperada del vencedor en los cerros de Loreto y Guadalupe de Puebla, la llegada del Gral. Forey con numerosas y escogidas tropas permitieron al enemigo empezar en 16 de Marzo de 1863 el sitio de la heroica Puebla, que falta de elementos para prolongar la resistencia por la derrota de Comonfort en San Lorenzo el 7 de Mayo, fué puesta el 17 del mismo á disposición de Forey por su jefe D. Jesús González Ortega, viendo así los franceses allanado el camino de la Capital, que en 31 de Mayo fué abandonada por el Gobierno de Juárez.

En 7 de Junio la vanguardia enemiga al mando de Bazaine, y el Io el Gral. Forey con el grueso de sus tropas, entraron en la Capital y el 21 el Ejecutivo que formaron Almonte, D. Mariano Salas y el Obispo de Tulancingo en ausencia del Arzobispo de México, nombró los doscientos quince Notables que reunidos en Junta decretaron constituir á la nación en un Imperio cuya corona sería ofrecida al Archiduque de Austria, Fernando Maximiliano, ó al príncipe católico que se sirviese designar Napoleón III para el caso de que aquel no la aceptara. Desde el 10 de Julio, fecha de la citada determinación, el Poder Ejecutivo tomó el nombre de Regencia, y en 10 de Abril de 1864 Fernando Maximiliano aceptó en Miramar la corona del Imperio, y después de acordar con Napoleón que adoptaría una política liberal, que pagaría al ejército francés mientras fuese el apoyo de su trono, y que cubriría exhorbitantes sumas exigidas á nombre de la Francia, dispuso su viaje á México llegando á Veracruz el 28 de Mayo, y entrando en la Capital el 12 de Junio.

Desde antes de su llegada, los jefes franceses y la Regencia entraron en desacuerdo: Forey fué sustituído por Bazaine y al Sr. Labastida hízosele dejar su puesto en el Ejecutivo por haber desaprobado alguna medida dictada en el dificil asunto de tenedores de bienes del clero, de acuerdo con la determinación del césar francés, quien declaró que mientras su ejército permaneciese en México, no permitiría que se estableciera una reacción perjudicial para el país y deshonrosa para la bandera francesa. Siguiendo esa línea de conducta, Maximiliano no buscó sus Ministros entre los conservadores netos sino en el círculo de los moderados, y esto y sus resistencias á derogar las leyes liberales de desamortización, le enajenó las simpatías de quienes por él se creían burlados después de haberle dado la corona, á la vez que por este mismo asunto se indisponía con la Santa Sede, y por cuestiones de jurisdicción se enemistaba con Bazaine empeñado en hacerse el árbitro y director de la marcha imperial. Hasta allí las tropas francesas con sus generales ó jefes de menor graduación, Berthier, Douay, Osmont, Heriller, Castagny, Brincourt, Du

pin y otros, habían ido posesionándose de casi todas las poblaciones de importancia en el país, ayudándoles los jefes mexicanos Mejía, Márquez, y algunos más, y los republicanos Uraga, Vidaurri y O'Horán que no fueron ciertamente los únicos en creer perdida la causa nacional que D. Benito Juárez vinculaba. Pero poco a poco vinieron á señalándose por su constancia en no dejar de combatir aquel orden de cosas los caudillos republicanos Negrete, Arteaga, Porfirio Díaz, Salazar, Escobedo, Riva Palacio y cien más, y para aterrarlos, si era dable, se expidió el cruel decreto de 3 de Octubre de 1865, que ponía fuera de la ley á todo jefe ó soldado liberal que se encontrase con las armas en la mano y debía ser fusilado sin recurso de ningún género, ni aun el de la farsa de juicio que habían empleado las terriblemente sanguinarias Cortes Marciales. Por efecto de la ley del 3 de Octubre, en 21 de ese mismo mes los generales Arteaga y Salazar fueron sacrificados en Uruápam, haciéndose morir casi como á bandidos de camino real á quienes como ellos fueron patriotas insignes cuyos hechos y memoria enorgullecen á México.

Lejos de producir la pacificación del país esas medidas de inusitado rigor, exaltaron más de lo que ya lo estaban los ánimos de los liberales á quienes de tal modo se provocaba á la guerra sin cuartel y de exterminio, y el interés de la patria y el mutuo interés les impulsó á unirse aun en contra de las mismas excisiones que surgieron en su propio campo. Al salir de la Capital en 31 de Mayo el Gobierno de Juárez investido por el Congreso de extensas facultades, fijó primeramente su asiento en San Luis Potosí, y después, según fueron avanzando los franceses, pasó sucesivamente á Monterrey, Saltillo, Chihuahua y Paso del Norte: en esta última población, el Gobierno declaró que estando para terminar el cuatrienio presidencial el 30 de aquel mes de Noviembre y no siendo posible por la ocupación extranjera proceder á nuevas elecciones, se prorrogaba el plazo en que debería desempeñar D. Benito Juárez la suprema magistratura; esta medida que aconsejaban la prudencia y el interés patriótico, fué protestada por el Gral. González Ortega á quien correspondía la vicepresidencia, y considerada por otros liberales como un audaz golpe de Estado, y de ello surgió un conflicto que al fin pudo conjurar el buen sentido de la mayoría que quiso seguir viendo en Juárez la personificación de la causa de la República contra el Imperio. Resuelta así aquella peligrosa crisis vino á favorecer á los liberales la actitud que los Estados Unidos de Norte América tomaron ante la corte napoleónica, al desaprobar la intervención europea en los asuntos de una nación americana que como México la rechazaba, según lo había previsto el muy ilustre Gral. Prim al decir en el Senado Español el 10 de Diciembre de 1862: "los franceses no poseerán en México más terreno que el que materialmente pisen, y al fin tendrán que abando

nar aquel país, dejándole más perdido que lo estaba cuando á él llegaron." "Aun sin la actitud hostil de la gran República, á Napoleón no le convenía ya prolongar más tiempo una aventura que nunca fué simpática á la generalidad de la nación francesa, y que costaba á su tesoro enormes sumas sin compensación de ninguna especie, y de súbito resolvió ordenar el regreso de sus tropas á Francia.

Maximiliano comprendió que sin ese apoyo su trono necesariamente se desmoronaría y hubo de pensar en retirarse de una empresa de la cual desistía su socio francés, faltando á lo contratado en París; pero el partido conservador clamó contra el peligro en que le dejaría semejante retirada y aliándose al orgullo femenil de la Emperatriz logró que Maximiliano suspendiese su sabia determinación, mientras la varonil princesa partía en 8 de Julio de 1866 para Europa á exigir á Napoleón el cumplimiento de sus promesas, y se lograba atraerse de nuevo su voluntad poniendo los ministerios de Hacienda y Guerra imperiales en manos de los oficiales expedicionarios, intendente Friant y Gral. Osmont. Todo era ya fuera de tiempo: reorganizados los liberales, constantes y decididos como nunca, alentados á la vista de la descomposición de la máquina imperial, moviéronse con inusitado vigor en diferentes puntos del país, y con más ó menos diferencia de tiempo el Ejército del Norte al mando de Escobedo obtuvo las importantes victorias de Santa Isabel, Santa Gertrudis, Cerralvo, Matamoros y Monterrey; el de Occidente dirigido por Corona se apoderó de Mazatlán é invadió Jalisco, y el de Oriente con Porfirio Díaz y Nicolás Régules casi se hizo dueño de Oaxaca y de Michoacán. La Emperatriz Carlota, llegada á Francia el 10 de Agosto, nada pudo obtener de Napoleón ni de la Sede de Roma, mal dispuesta por desfavorables informes de su Nuncio Monseñor Meglia, y la orden de desocupación fué inflexiblemente llevada á efecto, embarcándose en Veracruz para Francia veintisiete mil soldados expedicionarios, del 18 de Diciembre de 1866 al 11 de Marzo de 1867. Desde el 21 de Octubre anterior, Maximiliano, sabedor de que su infeliz esposa había perdido á la vez la esperanza y la razón, salió de México para Orizaba resuelto á abdicar y á salir del país antes del embarque de sus infieles aliados. Pero de nuevo los conservadores apelaron á la nobleza de espíritu del príncipe austriaco, y en un consejo reunido el 20 de Noviembre, contra dos únicos votos que le indicaron la conveniencia de la abdicación, veintiuno le invitaron á permanecer en el país y á defender su trono. En consecuencia regresó á la Capital y organizó su ejército en tres grandes divisiones al mando respectivo de los Grales. Márquez, Miramón y Mejía.

Las tropas liberales laureadas en los triunfos de la Coronilla obtenido por el Gral. D. Ramón Corona, de Miahuatlán y la Carbonera ganados por el Gral. D. Porfirio Díaz, derrotaron en 1 de Febrero

de 1867 á D. Miguel Miramón, en San Jacinto, tocando esta victoria al Gral. D. Mariano Escobedo, y el agonizante Imperio fué á hacerse fuerte en la ciudad de Querétaro el 19 del mismo Febrero. En los primeros días de Marzo las tropas republicanas se presentaron frente á esa ciudad que poco después quedó sitiada. No por eso decayó el espíritu de los imperialistas y aunque no lograron ni romper el cerco ni ver disminuir el número de los sitiadores, la victoria parcial casi siempre fué suya el 14 de Marzo en el cerro de la Cruz, el 24 del mismo mes, y el 6 y el 27 de Abril. Mientras así engrandecíanse los imperialistas en su heroica postrimera lucha, el Gral. Díaz ganaba las importantísimas acciones del 2 de Abril en Puebla y del II del mismo en San Lorenzo, y el general conservador D. Leonardo Márquez se veía precisado á encerrarse en México con las pocas fuerzas que á él no habían de servirle para impedir su ruina y que en Querétaro eran inútilmente esperadas como remedio único en su insostenible situación.

Cuando ya era imposible prolongarla, Maximiliano y Miramón y Mejía y Méndez resolvieron jugar el todo por el todo y para el 16 de Mayo prepararon una salida en la que ó romperían el cerco ó perecerían en las filas que se lo estorbaran, pero una traición que hasta hoy no ha sido negada de un modo concluyente, traición de un jefe imperialista, hizo inútiles todos los preparativos de los sitiados, y el 15 de ese mes de Mayo la plaza de Querétaro cayó en poder del ejército liberal y Maximiliano y sus ilustres generales quedaron prisioneros. Juzgados todos según la ley de 25 de Enero de 1862, el consejo de guerra los sentenció en 14 de Junio á la pena de muerte, y la sentencia se cumplió el 19 de ese mes, á las siete de la mañana, en el Cerro de las Campanas.

Mientras venía preparándose el terrible desenlace de la imponente tragedia, las compañías de los teatros de la Capital luchaban con la indiferencia del público, profundamente preocupado con los incidentes de la formidable campañia entre la República y el Imperio. Los estimabilísimos actores del viejo Principal, pobres y cansados, apenas sacaban lo muy indispensable para no morirse de hambre, sin que el entonces decadente repertorio español les brindase con obras capaces de llamar la atención. Con la soporífera comedia La primera piedra y la no aún gastada Cola del Diablo, más el agregado de un concierto tocado en copas de cristal por Paredes, dió dicha compañía del Principal dirigida por Mata, Morales y la Cañete, su función del 1o de Enero de 1867: en ese mes tuvo, el 18, su beneficio en el Gran Teatro, Concha Méndez con la malísima comedia en tres actos La Africana, el valse de la Guardia, Per che non vieni ancora cantado por la beneficiada, y la Jota torera por la misma agraciada y Angel Padilla: éste siguió en la serie de beneficios el 25, con la disparatadísi

ma comedia Tres monos tras una mona y el sainete El Alcalde toreador en que Concha Méndez, muy guapa en aquel entonces, fungió de capitán de la cuadrilla de lidiadores. El 1o de Febrero la siempre notable Mariquita Cañete dió á su beneficio la obra seudo-histórica Vencer por mar y por tierra, dedicada por el poeta español D. Antonio Mendoza al brigadier de la armada D. Juan Bautista Topete, nacido en territorio mexicano y comandante de los buques que en el Pacífico habían poco antes bombardeado algún puerto de una de las repúblicas sur-americanas. La obra de Mendoza fué muy mal recibida por el público mexicano, por lo que tenía de depresivo para la dicha república hermana. El 2 del mismo Febrero de 1867 y en el teatro de Nuevo México, el joven José María Ledesma solicitó la protección de sus compatriotas con el siguiente programa:

"I! Rumbosa sinfonía por la orquesta. 2! Se pondrá en escena la graciosa comedia en un acto, que lleva por título: Miguel y Cristina. 3o Se presentará la gran compañía gimnástica y acrobática á ejecutar unos sorprendentes grupos y saltos mortales. 4° La inimitable percha egipcia á cuarenta pies de altura, por el Sr. Domínguez y el simpático José Aguilera. 5° El terrible y muy aplaudido trapecio doble, ejecutado por los Sres Ramírez y Montaño. Intermedio de quince minutos. 6o Acto gimnástico de primera fuerza en los anillos volantes, por varios artistas. 7o Gran fuerza en el pecho, de veinte arrobas, las fraguas de Vulcano, ejecutado por el Sr. Ramírez. 8° El terror del arte gimnástico, ¡Salto del Niágara! ejecutado por el beneficiado, quien con la mayor limpieza y agilidad, se desprenderá de la galería al proscenio, concluyendo este acto con el incomparable tambor aéreo. 9o Dará fin el espectáculo con la chistosa escena cómica, nominada: El barbero fingido ó astucias de un payaso."

Innecesario me parece repetir que todas aquellas funciones contaron con escaso público por efecto del malestar político. El Imperio se desmoronaba: el 3 de Febrero el Mariscal Bazaine hizo fijar en los lugares públicos el siguiente documento escrito en castellano:

"Cuerpo expedicionario de México.-Mexicanos.-Dentro de pocos días, las tropas francesas saldrán de México.-Durante los cuatro años que han permanecido en vuestra hermosa Capital, no han tenido sino motivos de felicitarse de las relaciones simpáticas que se han establecido entre ellas y este vecindario.-Es pues, en nombre del ejército francés de su mando, como también bajo la impresión de sus sentimientos personales, que el Mariscal de Francia comandante en jefe, se despide de vosotros. Os dirijo, pues, nuestros comunes deseos para la felicidad de la caballerosa nación mexicana.Todos nuestros esfuerzos han aspirado á establecer la paz interior. Estad seguros, y os lo declaro en el momento de dejaros, que nuestra misión nunca ha tenido más objeto, y que jamás ha entrado en

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