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¡Pobre poeta! Ocho días antes y ocho días después de su nacimiento, ocurrido en Tizayuca el 22 de Marzo de 1816, esa población, en que su padre, D. José Simón Rodríguez, poseía una corta fortuna agrícola, fué atacada por tropas insurgentes: en el segundo de esos ataques, en medio de los desórdenes que se cometían generalmente en esos casos y del terror consiguiente á ellos, fué el recién nacido abandonado en la precipitada fuga á que tuvo que apelar la familia, no notándose su falta hasta algunos minutos después en que, apresuradamente, su madre, Doña María Ignacia Galván, volvió á recogerle para ponerlo en salvo con el resto de la familia. Cuando apenas había cumplido once años, fué traído á México para que en la librería de su tío materno, D. Mariano Galván Rivera, ganase una subsistencia de que lo habían privado en su pueblo natal las convulsiones políticas que arruinaron á su padre. Sin más instrucción que la que en un pueblo pequeño necesita un agricultor, pero dotado por la naturaleza de un talento claro, de una imaginación que acaso para su dicha debería haber sido menos viva, de una laboriosidad y constancia infatigables, de un corazón naturalmente inclinado á lo bueno y á lo beIlo, de una sensibilidad exquisita y delicada, rodeado de los volúmenes de una buena librería y tratando con ese motivo á los literatos más distinguidos en la República que allí concurrían, se aficionó á la lectura y á las bellas letras con violenta y entusiasta pasión. Bien pronto las conmociones fuertes y transcendentales que le causaba la fiel pintura de pasiones contenida en las obras de arte que con avidez devoraba, las que le producían las bellezas artísticas de los grandes ingenios, hicieron nacer en él el deseo de producirlos á su vez, y su deseo fué realizado por la conciencia de su genio. Sus primeras composiciones, escritas á fines de 1834 y principios de 1835, cuando apenas Rodríguez Galván tenía 19 años, llamaron la atención de alguno de sus amigos, que no sin mucha dificultad consiguió burlar la modestia del autor y llevar una de ellas á la simpática reunión literaria que el II de Junio de 1837 habían fundado con el título de "Academia de San Juan de Letrán" algunos jóvenes, y después fué honrada é ilustrada con la presencia de Tornel, Pesado, Ortega, Quintana Roo, Olaguíbel y otros individuos de notorios talento y literatura. La composición de Rodríguez Galván fué entusiastamente aplaudida, y como se hubiese presentado anónima, al pie de ella uno de los jóvenes académicos lateranenses escribió el cuarteto endecasílabo que con sus firmas me complazco en reproducir, y dice:

"A la voz de los cantos y dolores

nuestra alma en muda comunión responde:

si hoy el mérito tímido se esconde

la gloria un día le ornará de flores."

He aquí las firmas: José Lacunza, Guillermo Prieto, Juan N. Lacunza, Manuel Tossiat Ferrer.

Así fué como Rodríguez Galván quedó admitido en la Academia de San Juan de Letrán. En esa Academia, que se reunía en la librería del Colegio los jueves de cada semana, se corregian composiciones ligeras en prosa y en verso, y esto daba lugar á que se pronunciaran. discursos sobre lógica, gramática y poesía, que impresos hubieran podido formar un curso completo de literatura. Las composiciones de Rodríguez campeaban en abundancia en esas reuniones, y en todas había bellezas y novedades que aplaudir. Una tarde se le vió con un voluminoso manuscrito bajo la capa; llegó la hora de la reunión y leyó versos que parecieron admirables, llenos de filosofía y propios de escenas verdaderamente dramáticas; era, en efecto, su primera composición dramática, Muñoz, Visitador de México, representada por primera vez en el Teatro Principal el 27 de Septiembre de 1837. Después escribió El Precito, drama que sólo algunos de sus amigos vieron; El Angel de la Guarda, pieza que jamás quiso imprimir ni dar al teatro, y por último, El Privado del Virrey.

Precisamente cuando escribía los últimos versos de éste, llegaba al colmo su desesperada situación. A consecuencia de la quiebra de su tío, D. Mariano Galván, nuestro poeta había quedado sin destino y en la miseria.

Buscando á quien volver los ojos, ocurrió á la protección de D. José María Tornel, Ministro entonces de la Guerra, amigo de los literatos y literato él mismo, y Tornel creó una plaza de escribiente supernumerario para que Rodríguez Galván no muriera de hambre. En demostración de gratitud, el poeta dedicó su Privado del Virrey al Ministro. Poco después, y cuando la bella y virtuosa actriz Soledad Cordero, á quien amó rendidamente, le quitó toda esperanza, Rodríguez Galván solicitó de su protector Tornel el favor de que se le facilitase manera de salir del país, y el Ministro, que, siempre consecuente con él, había hecho que se encargase de la parte literaria del Diario del Gobierno, influyó en que fuese nombrado oficial de la Legación Mexicana cerca de los Gobiernos Sud-americanos. Rodríguez salió de México para su destino, el 15 de Mayo de 1842; el 17 llegó á Jalapa, allí se detuvo algunos días; el 27 pasó á Veracruz, y se embarcó el 6 de Junio para la Habana, tomando tierra en ella el 14 del mismo mes. Los escritores habaneros recibiéronle con cariño, los periódicos de la Isla celebraron al poeta, publicaron varias de sus composiciones líricas y las mejores escenas de sus dramas, y por informes suyos hablaron de la literatura mexicana y aplaudieron á sus más insignes escritores.

Pero nada bastó para dominar su tristeza y su profunda amargura al encontrarse como nunca solo y sin sus amigos de México, á los

cuales dedicó su composición, escrita el 12 de Junio de 1842 á bordo del paquete-vapor "Teviot," que le conducía á la Habana, composición parodiada en nuestros días con tan patriótico fin como crueldad para un tremendísimo infortunio, y empezaba así:

"Alegre el marinero
en voz pausada canta,
y el ancla ya levanta
con extraño rumor.
De la cadena al ruido
me agita pena impía:
¡Adiós, oh patria mía,

¡Adiós, tierra de amor!"

La fatalidad seguía conjurada contra él; debiendo haber salido de la Habana el 15 de Julio, el 14 se incendió el buque en que había de haberse embarcado, y en espera de otro quedó en aquel puerto; pronto perdió á su mortífero clima el debido y justo temor, y abandonó las prudentes precauciones que al principio observara, olvido que le fué severamente reprendido por sus nuevos amigos.

En principios de Agosto, su salud comenzó á resentir la perniciosa influencia de aquel verano diabólico, que desde el 18 de Junio le había hecho decir en su composición "La gota de hiel:"

Hierve incendiada por el sol de Cuba mi sangre toda, y de cansancio expiro: busco la noche y en mi lecho aspiro fuego devorador.

Pronto el terrible y alevoso vómito negro hizo presa en aquel cuerpo de veintiséis años. En la mañana del 25 de Agosto se dió un baño; en el curso del día se pronunció suma gravedad y sobrevino la muerte, y el 26 su cadáver bajó á formar parte de la tierra cubana, constituyendo su cortejo fúnebre los Sres. Lassalle y Bachiller, y algunos otros literatos de la Habana que habíanle dispensado franca hospitalidad y benévola acogida. Desde entonces el espíritu de aquel mártir goza de beatífica calma; Ignacio Rodríguez Galván fué profundamente religioso.

Pero abandonemos la nota triste que sin pensarlo hemos hecho sonar, y distraigámonos haciendo breve referencia á una ascensión aerostática que para uno de los últimos días de ese mismo Agosto de 1842, anunció Mr. Juan Bertier, acompañado de su perro Munito.

En su respectivo programa nos da los siguientes pormenores: "Mi

globo monstruo es siete ú ocho veces mayor que los aeróstatos de gas que se han visto hasta ahora, y á pesar de su gran dimensión, será inflado completamente en el cortísimo tiempo de quince minutos, elevándose majestuosamente á continuación por las regiones aéreas, conteniendo una hornilla llena de alcohol inflamado y todo el aparato que sirve para inflarlo, que es todo de la invención de dicho físico.

"El aeronauta tiene la satisfacción de invitar á los jóvenes aficionados que quieran acompañarle en su viaje aéreo, para lo cual podrá contestarse con él anticipadamente.

"Juan Bertier, que es el único en el día que hace estas sorprendentes ascensiones con Montgolfier, espera que el respetable público mexicano, protector siempre de los descubrimientos científicos, acogerá favorablemente esta tan riesgosa experiencia, que tal vez no se volverá á repetir en esta capital.-A las nueve de la mañana una música militar, situada dentro de la Plaza de Toros de San Pablo, anunciará que las puertas se han abierto. A las diez se despedirán varios globos correos para observar los vientos en las regiones superiores de la atmósfera. A las diez y media se verificará la ascensión y el descenso en paracaídas del perro Munito, tan conocido en Europa. A las once se comenzará la operación química para inflar el globo monstruo por medio de una operación enteramente desconocida en la República Mexicana. A las once y cuarto, los ilustrados hijos de México presenciarán este asombroso espectáculo, el que si fuese del agrado del bello sexo, quedarán colmados los deseos de Juan Bertier."

Hasta la entrada de la cuaresma, los teatros de México continuaron casi igual que año anterior, en los primeros meses de 1843. En el Principal se alternaron el verso y la Opera, ésta á ruegos del público, en favor del cual habló así El Siglo: "Tengan ustedes presente, sefiores de la Compañía de Opera, que en el aviso que nos dieron, anunciando que continuaban sus trabajos en el Teatro Principal, nos ofrecieron que aunque el compromiso sólo era por tres meses, si lograban el favor del público prolongarían la temporada. Creo que no dudarán ustedes que las habilidades de los artistas son apreciadas y aplaudidas por los sujetos de buen gusto; que les hemos dado testimonios de la estimación que les profesamos; que las entradas han sido tan buenas, que muchas noches se han puesto sillas en los tránsitos, y que todavía siguen mucho mejores que lo eran en los Gallos; pues ¿por qué quieren ausentarse tan violenta é inesperadamente? No lo consentiremos, señores artistas, cuando menos en todo lo que falta hasta el Carnaval, y no admitimos más contestación que la continuación de la ópera á todo trance. No es voluntad de los hijos de este país que se ausente la dulcisima Castellán, ni ninguna de las otras habilidades. Las óperas en que más brillan los talentos de la Sra. Cas

tellán, jamás cansan á quienes poseen la fortuna de tener gusto delicado." La Compañía atendió estas cariñosas súplicas y cantó en los dichos primeros meses de 1843, El Barbero, Puritanos, Lucía, Gemma y algunas otras.

Las compañías de verso, más que á las funciones de abono que siempre se descuidan en final de temporada, atendían á las de beneficio de sus actores, que no sacaron de ellas todo lo que hubiesen deseado, por causa del mal cariz de la situación política, por demás revuelta y alarmante. Las campañas de Yucatán y de Texas, que consumían las exiguas rentas federales; los pronunciamientos desconociendo al Congreso Constituyente en ejercicio, y el golpe que el Presidente sustituto dió á esas Cámaras disolviéndolas por medio de la fuerza ; el nombramiento de una nueva Junta de Notables que reorganizase aquello en el sentido más antiliberal posible; las agresiones de las tropas de los Estados Unidos en la Alta California, motivos sobrados daban para alarmar los ánimos y quitarles hasta el menor deseo de buscar esparcimiento en los espectáculos teatrales.

No faltó, sin embargo, algo muy sensacional á este respecto. Por esos días el militarismo imperaba en todo su esplendor, con todo el prestigio que le daban la protección de D. Antonio López de SantaAnna, sus antecedentes en la política, de la que venía siendo casi el árbitro y regulador desde el Plan de Iguala, y las severas disciplina y reglamentación heredadas del ejército español de los últimos años del gobierno colonial, al que muchos de sus individuos habían servido. Por entonces también la clase militar era en su generalidad muy escogida y en ella figuraban jóvenes educados é instruídos y de muy principales familias; todos los círculos sociales, aun los más elevados, le estaban francos y abiertos, y en todas sus fiestas era el militar el primer concurrente y aun gala y ornato.

Justamente acreditados de valientes; acostumbrados á despreciar el peligro, al que por cualquier causa y aun pequeñez se exponían como en un juego; hechos á sufrir, sin quejarse, todas las inclemencias sinnúmero de las campañas civiles; con mucho espíritu de clase, mucha unión y mucho buen humor, los oficiales, de cualquier grado que fuesen, estaban orgullosos de sí mismos y hechos á imponerse á todo y en todo, y á exigir, aun con violencia, lo que no se les acordase de buen talante.

En el año de que tratamos, aunque las escaseces del Erario eran sumas, y los empleados civiles y la mayoría de las personas que de él pretendían vivir, pasaban la pena negra, el ejército era la única clase mejor pagada, y la que, por consiguiente, se dividía con los ricos y los potentados el sostenimiento de las diversiones. Con dinero y buen humor, el ejército era el que animaba las poblaciones, y como según he indicado, la casi totalidad de sus oficiales era gente fina y

R. H. T.-T. II.-9

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