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CAPITULO IX

1844-1845

Precisamente en los días en que la revolución derrocaba la dictadura del Gral. D. Antonio López de Santa-Anna, el Gran Teatro ponía en escena, por primera vez en México, el famosísimo drama del insigne poeta D. José Zorrilla, Don Juan Tenorio, en las noches del 7 y 8 de Diciembre de 1844.

El efecto que en México causó esa afortunada metamorfosis de la invención de Tirso de Molina, fué indescriptible. El revistero de El Siglo XIX, dijo: "Alguna vez Don Juan Tenorio será citado como un modelo, como una obra admirable del entendimiento humano: la Doña Inés compite en pureza, en atractivo, en poesía, con Margarita y con Ofelia, divinas creaciones de Goethe y de Shakespeare." De sus intérpretes y del aparato escénico, el mismo revistero dice: "En la primera parte se distinguió la Sra. Cañete; su magnífico talento cómico, que tan bien sabe desempeñar la maja andaluza como la niña mimada y recoleta, caracterizó perfectamente á Doña Inés, sencilla y crédula, y al mismo tiempo apasionada y ardiente; comprendió, en nuestro juicio, la idea del poeta. Al Sr. Castro le faltó más despejo, más aire de matón y calavera; las hazañas mismas de Don Luis Mejia indican que no era un miserable encogido y de maneras poco expeditas. El Sr. Mata, que ha sabido crear otros papeles difíciles, absolutamente se acomodó á éste; podríamos señalar todo lo que le falta para ser Don Juan Tenorio, como lo concibió Zorrilla; más lo creemos inútil, porque el mismo recomendable actor, á pesar de su buena fe y docilidad, no podría remediar ciertos defectos. Los demás actores desempeñaron bien sus papeles. Quienes merecen mil y mil elogios son los Sres. Alerci y Candil, el primero maquinista y el segundo pintor: la vista del panteón iluminado por la luna, es lo más imponente, lo más magnífico que puede idearse. Las demás mutaciones se hicieron también con destreza, y hay algunas muy bellas; se nos asegura que ha sido mejor montada en México esta pieza que en los teatros de Madrid. Por nuestra parte creemos que será difícil llevar la perfección y el lujo á más alto grado."

Ni puedo ni debo detenerme en más que apuntar memorias de los primeros años del Gran Teatro, tocando al paso únicamente aquello

que sirva para dar alguna idea de los gustos del público en esa época; por lo tanto, narraré en lo de adelante aun más superficialmente que hasta aquí. De otro modo, mi labor tomaría enormes proporciones: y si bien es cierto que en otros países esta clase de obras forman por sí solas una biblioteca, en primer lugar son emprendidas no por un solo hombre, como la mía, sino por una verdadera asociación de literatos y de sabios, y en segundo, disponen de elementos y de protección que entre nosotros faltan en lo absoluto. Mucho podría haberme extendido en varios de los capítulos anteriores, hasta formar con alguno de ellos un libro de muy regular tamaño; pero mis modestas pretensiones no quieren que este mi escrito pase de una humilde Reseña, contentándose con ser el primero, absolutamente el primero, que ha tratado de dar de una manera cronológica y ordenada un resumen histórico del Teatro en México. Cuanto aquí se contiene es labor mía exclusivamente, resultado de infinitas é incesantes investigaciones de muchos años, en incompletos y desordenados archivos, sin que para ello haya podido servirme de guía autor ninguno, porque nadie hasta hoy había tratado estos asuntos, y muchos creíanlo empresa imposible.

Prosigamos: en 22 de Enero de 1845, en función á beneficio de Rosendo Laimón, marido de Mariquita Cañete, se resucitó la tonadilla famosa Las cuatro Provincias españolas, que á tantos trastornos dió motivo con ocasión de su estreno en el de Nuevo México, el 7 de Febrero de 1843

Pocos días después del citado beneficio, la Compañía del Gran Teatro suspendió sus trabajos para ceder el local á los Bailes de Máscara. Concluída la Semana Santa, abriéronse de nuevo nuestros teatros, dispuestos más que nunca á hacerse una guerra sin cuartel, por efecto de la cual, Antonio Castro había sido contratado desde la anterior temporada por la empresa del Nacional, no tanto por la utilidad que pudiera proporcionarle con su trabajo, cuanto por privar á la del Principal de un aplaudido galán joven. A resultas de esto y como á su tiempo dije, Angel Padilla, con aplauso del público, pasó á ser galán joven del Principal, dejando el puesto que ocupaba en el cuerpo de baile. Esos trueques ó cambios de artistas, fueron importantes en la nueva temporada. Rosa Peluffo pasó al Principal á unirse con la Cordero y la Francesconi, y uno de sus directores, Higinio Castañeda, pasó á su vez al Nacional, cuya compañía presentó al público, con la comedia de Bretón, Lo vivo y lo pintado, á su nuevo director y galán, D. Manuel Fabre, el 24 de Marzo. Nacido en Sevilla en 1823, hizo, cuando apenas contaba diez y nueve años de edad, su presentación en las tablas, en un teatro de Granada, como galán joven de la Compañía de D. José Valero, de quien fué discípulo. Después trabajó en Mallorca, de donde pasó en 1843 á la Habana, y allí fué contratado

para nuestro Gran Teatro, llenando el puesto que dejó vacío el distinguido actor Antonio Hermosilla, muerto en esta Capital. Honrado, pundonoroso, exacto en el cumplimiento de sus compromisos, moderado en sus aspiraciones, Fabre fué muy querido y celebrado por nuestro público.

Pero las positivas novedad y sorpresa de ese tiempo las ofreció el Teatro Principal, exhibiéndose en la misma noche del 23, completamente renovado y aun transformado por el arquitecto é ingeniero D. Enrique Griffon, que, respondiendo á no extinguidas rencillas con D. Lorenzo de la Hidalga, quiso operar ese milagro.

He aquí como El Siglo XIX habló de esa renovación:

"Se había hecho tan común la creencia de que el Teatro Principal no podía quedar bueno aunque sufriera más reformas que las que está sufriendo la Constitución de España, que ya se creía perdido el dinero que para ello se invirtiese. Pero hé aquí que un hábil arquitecto extranjero trazó sus triángulos, círculos y paralelas, evocó recuerdos, pulsó dificultades, y dijo: Os engañáis; el Teatro Principal por viejo y achacoso que lo veáis, yo me comprometo á convertirlo en un apuesto y elegante mozalvete. Pero lo peor para algunos (este algunos era Hidalga), fué que este lenguaje lo dictaba el conocimiento íntimo de poder ponerlo en práctica; era el argumento del sabio contra la impericia del charlatán; era, en fin, el talento confundiendo á la ignorancia, la que nunca prevalecerá sobre él sino. momentáneamente. Refórmese, pues, el Teatro, se dijo, y el Teatro fué reformado en el corto período de dos meses. El 23 del corriente se dió á luz esta maravilla de mecánica celeridad, esta prueba más de los portentosos resultados de la división del trabajo, tan justamente encarecida por los modernos economistas; á ti, hábil, entendido y activísimo Griffon, á ti te pertenece el lauro y se te debe adjudicar el merecido premio. En efecto, al entrar los numerosos espectadores en el salón, exclamaban admirados: ¡Qué hermoso está! ¡Si parece otro! Pues vea usted, ¿quién lo hubiera dicho?.... ¡Vamos! ¡Cosas de los extranjeros! La variación del local ha sido completa, y exquisito el gusto con que está decorado, todo en verdad arreglado al presupuesto de gastos; y si bien no ostenta la profusión de dorados que su vecino el de la calle de Vergara, no le sienta mál la imitación por lo perfectamente ejecutada..... El lujo y elegancia de los muebles y decoraciones con que la escena estuvo adornada, no dejaron que desear, dando á conocer los esfuerzos del actual empresario porque todo corresponda en magnificencia." El artículo concluía reprochando á quienes decían que el Teatro Nacional era una maravilla, no haber tenido presente que eran mucho mejores "el San Carlos, de Lisboa; el Scala, de Milán, y el Real, de París."

Quienes recuerden cómo y cuánto se combatió á Hidalga en la épo

ca de la construcción del de Vergara, no extrañarán las exageraciones y malevolencias del panegirista de Griffon, y menos aún el disgusto gigantesco con que vieron al construído por Hidalga salir incólume de la prueba terrible á que fuerzas desconocidas sometieron su solidez.

Me refiero al formidable terremoto que á las 3 y 52 minutos de la tarde del lunes 7 de Abril de 1845, sobrecogió de espanto á los moradores de la Capital. Ese temblor, conocido por el temblor de Santa Teresa, porque él derribó la hermosa cúpula de la capilla de Santa Teresa la Antigua, destruyendo entre sus escombros el famosísimo crucifijo que en ella se veneraba, apenas dejó casa que no guardase recuerdos de él: muchísimas se cuartearon, otras amenazaban ruina y no pocas cayeron. Un redactor del Siglo describió así el efecto del terremoto: "nos encontrábamos casualmente en la Plaza Mayor, y allí pudimos contemplar un espectáculo que no se olvidará. En un instante la multitud, poco hacía distraída, cayó de rodillas pidiendo piedad á Dios, y contando llena de tormento las oscilaciones que amenazaban convertir en un vasto sepulcro á la más hermosa de las ciudades del Nuevo Mundo. Las cadenas que rodean el atrio se agitaban fuertemente; las losas del pavimento se abrían; los árboles se azotaban; los hermosos edificios y las altas torres aparecían oscilando; en particular la grande asta colocada sobre el reloj de la Catedral, vibraba con una celeridad asombrosa y que mostraba la fuerza del movimiento, y producía un pavor indefinible........................" El temblor repitió algunas horas después y sus sacudidas se renovaron en diferentes días sucesivos, manteniendo á la ciudad en espantosa alarma. Todos los giros, todas las oficinas suspendieron sus trabajos, y hubo necesidad de prohibir todo tránsito de carros y de coches. Multitud de personas de toda clase y condiciones, por malevolencia algunas, por curiosidad otras, ocurrieron á la calle de Vergara para ver si había resistido al cataclismo ese teatro, al cual el arquitecto Casarín había amenazado con un inevitable derrumbe, y á todos recibió sonriente y satisfecho D. Lorenzo Hidalga entre las dos columnas centrales del pórtico, invitando, á todo el que quiso hacerlo, á pasar al interior á convencerse de la firmeza de su obra. El 22 de Abril el Diario del Gobierno dijo: "Han sido reconocidos los teatros por una Comisión de Arquitectos que con este fin nombró el Excmo. Ayuntamiento, la cual ha opinado que se pueden abrir desde luego al público por no haber experimentado daño alguno de consideración."

Al día siguiente, y después de diez y siete de haber estado cerrados, el Principal se abrió con El Héroe por fuerza, y el Nacional con Un cuarto de hora. En el primero de ellos se presentó en 24 de Abril con El Campanero de San Pablo el nuevo actor D. Manuel Argente, y en 15 de Mayo y con El Zapatero y el Rey hizo otro tanto D. Pedro Vi

ñolas. En la segunda quincena de Junio el Teatro de Nuevo México estaba convertido en circo anglo-americano, y se exhibían en él el Hombre elástico Mr. Hamlin, el equilibrista Eduardo Kelly y un león real africano que, según los programas, había tenido el honor de haber sido presentado á S. M. la Reina Victoria y á S. A. R. el Príncipe Alberto.

En cambio, el domingo 11 de Julio tuvo lugar en el Gran Teatro Nacional una verdadera solemnidad, la de la colocación de un busto del distinguidísimo autor mexicano D. Fernando Calderón, en uno de los nichos abiertos en las paredes del patio de descanso: para ese acto de justicia y de merecimiento se dispuso la representación de su drama en cuatro actos, El Torneo, y se leyeron por el Sr. Mata una oda de D. Juan N. Navarro, por el Sr. Castro un soneto de D. Alejandro Arango y Escandón, por el Sr. Barrera otra oda de D. Ramón I. Alcaraz, y por la Sra. Cañete una composición de D. Guillermo Prieto. Todos ellos tuvieron rasgos inspirados y felices para celebrar á ese poeta, en todo, aun en aquella apoteosis, más afortunado que su contemporáneo Rodríguez Galván.

Nada tan distinto como la suerte que al uno y al otro cupo. Amargada la de Rodríguez por toda especie de infortunios, fué la de Calderón pródiga en dichas y aventuras. Sus padres D. Tomás Calderón y Da María del Carmen Beltrán, originarios de Zacatecas, disfrutaban de una buena fortuna y de elevada posición social al dar á la vida á nuestro poeta, nacido en Guadalajara el 26 de Julio de 1809. Allí y con tan favorables elementos, sus padres dieron á su primogénito una educación esmeradísima.

En el Real Colegio de San Luis Gonzaga, en el que obtuvo una de las becas reales concedidas á los jóvenes cuyas familias hubieran prestado á la Corona servicios importantes, al cuidado de respetables maestros concluyó con sobresaliente aprovechamiento los estudios de latinidad y de filosofía; bajo la dirección de D. Santiago Villegas, famoso abogado del Departamento de Zacatecas, estudió derecho civil, canónico y constituciones; después de la muerte de su padre, ocurrida en 1826, nuestro poeta fué llevado por su familia á Guadalajara, en cuya Universidad continuó su carrera hasta recibir en Mayo de 1829 el título de abogado. Allí cultivó las letras con Rosa, Solana, Cañedo, Vergara, Verdía y Sánchez Hidalgo, y entabló íntimas relaciones con Prisciliano Sánchez y Pedro Tames, y cuantos jaliscienses dieron honor y llenaron de orgullo á su patria en casi todos los departamentos de la República.

Como ellos también, profesó con entusiasmo las ideas liberales, y por ellas derramó su sangre y estuvo á punto de perder la vida el 11 de Mayo de 1835, en la sangrienta acción de Guadalupe, en que Santa-Anna derrotó á D. Francisco García, ilustre Gobernador de Zaca

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