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los Padres misioneros, que se veían acometidos por todas partes, y aprisionado su fervoroso celo con tantos impedimentos y estorbos, cuando deseaba volar y batir sus alas hacia la conversión de los gentiles, repartidos en las numerosas Naciones que tenían á la vista; pero reconociendo que nada sucede acaso, y que lo gobierna todo la Sabiduría divina, encogían con humildad las alas, contentándose como fieles siervos con lo que les ofrecía Dios, poniendo para resistir á estos golpes dados á las puertas de su corazón, aquel fuerte armado de la virtud de la constancia. No obstante estos ardides del demonio, veían florecer sus reducciones con mucho número de almas, pues Tame contaba ya 500, como se dijo poco há; todavía existían en Patute ocho caneyes de indios con su iglesia, donde los juntaba el Padre Juan Hernández á rezar, quien no dejaba de salir (en demanda de Tunebos) á sus acostumbradas correrías. Ya se dijo el estado en que quedaba Macaguane, sin más asistencia por este tiempo que el Padre Antonio; estaban firmes en Casanare cerca de 200 indios, con asistencia á la doctrina, que les hacía el Padre Alonso.

Vistas ya las fundaciones de los Tunebos, Giraras, Airicos y Achaguas de estas cuatro doctrinas, pasaremos ahora á tratar de la fundación de los Guagibos y Chiricoas, dejando varios casos particulares sucedidos después, en los cuatro pueblos ya dichos, de los cuales trataré más adelante.

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CAPÍTULO XIV

TRATA EL PADRE MONTEVERDE DE FUNDAR Á LOS GUAGIBOS

Y CHIRICOAS; DASE NOTICIA DE ESTOS INDIOS, Y DE SUS

PROPIEDADES Y COSTUMBRES.

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Son los Guagibos y Chiricoas (según la opinión más probable) dos Naciones distintas, pero tan nativamente unidas y hermanadas, que parecen una Nación sola; es gente guerrera (como ya dijimos) y de mediano valor; sus armas son arco, flechas canas, como las de los demás indios; andan desnudos todos, y motilados los cabellos, de manera que no se precian de criar cabelleras como las otras Nociones de estos sitios; son muy raras las mujeres que andan con alguna decencia, especialmente las Chiricoas, y las que se ven vestidas, que son bien pocas, andan con aquellas esterillas que describimos ya en otra parte, las cuales tejen ellas mismas de los hilos que sacan del cogollo de las palmas, que llaman Quitebe, y son á manera de pita.

Es esta gente muy numerosa; habitan desde los rincones más retirados del Orinoco, del río Meta y del Airico, hasta casi los últimos términos de San Juan de los Llanos; no se ha ha

Ilado gente en esta América más parecida á los Gitanos de España; andan errantes y vagamundos, casi siempre en continuo movimiento, y por eso no tienen poblaciones, ni benefician tierras, ni hacen labranzas, sino tal cual tropa de los propincuos á los blancos. Por esta causa son insignes y contumaces ladrones; andan por las poblaciones de otras Naciones, y después de haber entrado á ellas en tropas considerables, como en procesión, con unos canastillos de palmas á las espaldas, para recoger limosnas, de que salen cargados, entran á las labranzas para robarlas, y llevar cuanto pueden; no les falta la propensión al cambalache, como no les falta á los Gitanos, y se aparecen por el verano ó la primavera, como las golondrinas, bien cargados de sus mercaderías, para venderlas en los pueblos; redúcense todas ellas á cosas muy poco valor, como son calabacillos de aceite que sacan, como apunté ya, de las frutas de una palma semejante al árbol de las aceitunas; ovillos de hilo grueso como el bramante, que sacan y tuercen ellos mismos de los cogollos de las palmas quiteve; algunas hamacas y chinchorros, que son unas redecillas como de dos varas de largo, y sírveles de cama á los indios. La mercadería de más precio suelen ser muchos macos, hijos de otros indios, á quienes hacen guerra, ó que los hurtan ellos con su industria, sin usar de las armas. De estas y semejantes cosas se aparecen cargados, y traen de muy lejos para vender á otros indios, y tal vez á los Españoles.

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Cuando entran á las poblaciones, es menester revestirse de paciencia para sufrir sus impertinencias, y para aguantar sus gritos. Apenas entran al pueblo cuando lo aturden todo con su algazara y gritería, que es su estilo y modo de hablar que usan siempre; luego se divide la cuadrilla por las casas en tropas, y empiezan sus mirrayes á voz en cuello, dando noticia á sus amigos de novedades de Tierra-adentro, de lo que hay, y de lo que no hay, y de cuanto les viene á la boca, hablando á diestro y siniestra; tarea que consume muchas horas, sin acertar á callar; síguese luego el cambalache, y expenden sus géneros á precio bien corto; con unas sartas de cuentas, ó con un poco de chica ó achote, que es á manera de almagre, les suelen hacer pago de sus chinchorros y aceite. No les falta industria para hacer trampa en las cosas que venden: en los calabacillos de aceite suelen echar agua hasta la mitad, trampa que es difícil advertirse por sobreaguarse aquel, y el modo de averiguarlo es, taladrar el calabacillo por debajo, y si hay engaño, lo primero que sale es el agua. Síguese después pedir propiedad de todo cuanto ven. No se han descubierto hasta ahora gentes más pedigüeñas, ni talentos más escogidos de limosneros en todo el orbe; todo lo han de pedir los Chiricoas, y si se les empieza á dar, han de estar pidiendo, y repidiendo hasta el fin del mundo.

El modo de atajar sus peticiones es darles un polvo de tabaco, al cual son aficionados, y darles muchas esperanzas por lo que toca á lo demás que piden, con lo cual se van tan consolados como si les dieran el mundo entero. No tienen más pueblo ni lugar, ni vivienda, ni casa, que donde les coge la noche; allí cuelgan sus chinchorros ó hamacas de los árboles, y debajo hacen sus agasillos ó candeladas, para que el calor del fuego les sirva de ropa y cubierta, y así andan siempre de color prieto, y ahumados. Todas las sabanas, los montes y las orillas de los ríos son sus pueblos, su ciudad, su despensa y sus bienes patrimoniales; andan de palmar en palmar, en tropas, en busca de las frutas de las palmeras, y allí pasan dos ó tres días hasta consumirlas todas; pasan después á otro, y luego á otro, y así los recorren todos, siendo la medida de sus paradas la más o menos abundante fruta de las palmeras; no tienen más bestias de carga, para llevar sus menesteres, que sus hombros y espaldas, y así andan continuamente cargados con sus ajuares, de una parte á otra, para servirse de ellos en sus paradas y estaciones, en especial las mujeres, que son las que cargan lo más pesado, y cuando salen de un sitio para otro van fatigadas con la carga como si fuesen mulas; ellas cargan los niños y niñas cuando no saben caminar, con más, las ollas, los pilones, morteros de palo, y lo que pertenece á la cocina. Los varones llevan cargados sus chinchorros, su arco, flechas y macana. Lo que causa más admiración en este su camino, son los niños y niñas; apenas saben caminar cuando, como si fueran perdigones ó codornices recién salidos del cascarón, siguen sin cansarse á sus padres y parientes, por esas sabanas y pajonales, atravesando ciénagas, pisando pantanos, entre arcabucos y malezas, sufriendo los rigores del sol y las inclemencias del tiempo, como los más robustos.

Son grandes cazadores de ciervos y venados, y grandes flecheros, y es cosa experimentada que en los territorios donde andan Guagibos ó Chiricoas, hay abundancia de aquellas piedras prodigiosas que llaman bezares, ó piedra de venado, porque como están estas piedras tan llenas del díctamo real, que es la yerba de la cual se formarán estas piedras en el vaso de los venados, y éstos, luego que se sienten heridos, buscan su remedio por natural instinto en esta yerba, de ahí es que, siendo tan constantes los Guagibos en estas monterías, hay por donde ellos andan más copia de estas piedras. También son buenos pescadores, y muy diestros; echan en los charcos bien majada la raíz que llaman en español barbasco, y en Achagua cuna; ésta es tan fuerte como se dijo ya, que á breve tiempo que se ha echado en el agua se embriagan los peces, y vacilando sobreaguados, y estando á punto los indios con sus arcos y flechas, y algunos con arpones, van flechando el pescado con facilidad y destreza.

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Su ordinario sustento son unas raíces del tamaño de un huevo de gallina que sacan de debajo de la tierra y llaman ellos en su lengua Guapos; son estas raíces el sustento común de los Zainos ó puercos de monte, ó jabalíes de las Indias, y esto lo tienen por baldón las demás Naciones de los Guagibos y Chiricoas, diciéndoles que son como puercos; y si sucede por ventura que conviden los Chiricoas con estas raíces á otros indios, hacen ascos, y les dicen con desprecio: " Nosotros no somos como los Guagibos para comer eso; á la verdad son caballos de buena boca nuestros Chiricoas y Guagibos; de nada tienen asco ni horror, y como sea comida, de cuanto les dan comen, y no hay animal inmundo para ellos. Ha sucedido (y yo lo he visto) cazar un animal los Achaguas, y darles el vientre á los Guagibos, y éstos sin andar en delicadezas, y sin labar la inniundicia, lo medio asaron al fuego y se lo comieron, tan á su gusto y sabor como si fuese el manjar más regalado de todos.

No tienen borracheras, porque como no tienen punto fijo en sus estancias, ni labranzas de qué hacerlas, tampoco tienen bebidas; pero la vez que les cabe la suerte de hospedarse en alguna población ó ranchería de los camaradas, beben tan de buena gana, que se desquitan por muchos días. La embriaguez de los polvos de la yopa no les falta nunca, y éstos los cargan siempre, y los llevan en unos caracoles algo grandes que sirven de caja, y es el único matalotaje en sus peregrinaciones; úsanlos con más desafuero y temeridad que las otras Naciones, y les sirven para sus supersticiones y adivinanzas. Acostumbran también tener muchas mujeres, aunque algunos se quitan de estos ruidos, y no teniendo ninguna, se dan al vicio nefando, que se ha reconocido verdaderamente en esta Nación, y se juzga prudentemente ser esta la causa de la nativa unión de los Guagibos y Chiricoas, pues parecen una sola Nación, siendo verosímil que sean dos.

De estas dos Naciones ya dichas han recibido algunos agravios los Españoles en estos sitios, como veremos ahora, llegando su atrevimiento á tanto, que no dudaron entrarse por sus poblaciones para ejecutar estos insultos. No há muchos años que entraron de secreto los Chiricoas á la ciudad de Pore, valiéndose de la ocasión de estar casi sola, como sucede de ordinario, por estar repartidos sus vecinos en las estancias; entraron á la iglesia y robaron sacrílegamente cuanto había en ella, sin perdonar los cálices y vestiduras sagradas; sabido el caso por los vecinos de Pore, y tomando las armas, salieron á castigar el atrevimiento de los Chiricoas, y recuperar lo hurtado; dieron con ellos á pocos lances, y después de una bien reñida batalla, que duró mucho tiempo, en la cual murieron flechados dos de los Españoles y algunos de los Chiricoas con las escopetas de los blancos, recuperaron los ornamentos y cálices con las demás alhajas.

Lo mismo hicieron los Guagibos en la ciudad de Chire, si bien fué mucho menor el hurto por hallarse la iglesia muy pobre; hurtaron lo poco que encontraron en ella, le pegaron fuego y huyeron; por lo cual se quedaron sin iglesia los de la ciudad, y fué necesario reedificarla después, con grande trabajo, por ser muy pocos y pobres los vecinos.

De estas dos Naciones, tan derramadas y andariegas, quiso la Compañía formar dos reducciones á las orillas del río Pauto. En esta conformidad, pasó el Padre Monteverde, como superior que era ya, á tantear el sitio, y para esto cogió aguas abajo de dicho río hasta dar en una quebrada que llaman los naturales Curama, y en ésta y en otro sitio, algo distante, dispuso formar las dos reducciones á su tiempo. No le faltaron contradicciones que vencer en esta determinación, de parte de D. Adrián de Vargas, Gobernador de Santiago, quien, por este tiempo quería formar una ciudad cerca de estos sitios, con notable perjuicio de nuestros pueblos, y mucho quebranto de los indios, y había capitulado fundar las dos ciudades, una á la otra banda del río Meta, y otra de esta banda, para facilitar con este medio la conversión de los gentiles; era condición esencial el fundarlas en la cercanía del Meta, por ser puestos á propósito para asegurar el gentío, y sin lo cual no podía gozar de sus privilegios, ni estar en posesión de su Gobierno. No ignoraba el Padre Antonio la obligación de D. Adrián de Vargas, y así le fué muy fácil estorbarlo, como de hecho lo hizo, con buenos términos, allanando por este medio las dificultades que se ofrecían en las reducciones nuevas.

CAPÍTULO XV

ENTRAN NUESTROS MISIONEROS EN LOS LLANOS FUNDÁNDOSE DOS
REDUCCIONES DE CHIRICOAS Y GUAGIBOS; TRABAJOS DE LOS

PADRES EN AGREGARLOS, Y VARIAS ALTERACIONES
DE ESTOS INDIOS.

Habíanse mantenido los puestos de las misiones hasta aquí con el corto número de sujetos de que hemos hablado, por la mucha falta de sacerdotes que había por ese tiempo en la Provincia; sobre ellos cargaba todo el peso, ocupados con incansable celo en la labor de este nuevo campo y fábrica de esta iglesia; pero como el Padre celestial está siempre á la vista para proveer de nuevos operarios que cultiven su viña, nos envió tres bien insignes, y de escogidas prendas, el año de 64, para que ayudasen al cultivo. Fueron éstos los Padres Dionisio de Meland ó Meléndez, francés de nación, quien siguiendo los pasos del Padre Antonio de

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