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que, antes embravecido más con el poco acierto de su empresa, y con no haber logrado el depravado designio de matar al Padre, se determinó á repetir su intento y ejecución, con más maduro acuerdo y con más bien fundada previsión militar. Echó la voz en su cuadrilla, les manifestó su intento, y los alentó á la prevención, en la cual se ocuparon todos con puntualidad, haciendo armas de nuevo, labrando sus lanzas agudas de macana, envenenando sus flechas, y ajustando sus dardos, y finalmente, sólo se oían estruendos de guerra y prevenciones de batallas en aquellos altos países.

Así se fueron disponiendo los ánimos de todos, alentados de su adalid y Cacique, el cual (al cabo de algún tiempo), teniendo noticia de que en nuestra población de Macaguane había asaltado otra vez el achaque de disenteria, peligrosísimo y mortal entre esta gente, le pareció que era la ocasión y tiempo oportuno, pues estando enfermo el pueblo sería menor la fuerza y resistencia, y sería segura la presencia del Padre, á quien principalmente miraba su odio y rencor, con deseo de quitarle la vida. Con este buen discurso militar (aunque tan bárbaro y gentil), convocó sus tropas, hízoles su razonamiento, y señaló el día en que habían de marchar sus escuadrones. Era la ocasión notoriamente arriesgada, y hubieran perecido, sin duda, nuestra reducción y el Padre que la tenía á su cargo, y que se hallaba asistiendo con gran caridad y fervor á sus enfermos, así para curarlos del achaque, como para catequizarlos y bautizarlos (de los cuales no pocos se le murieron acabando de recibir el bautismo); pero como la Providencia Divina no se duerme en nuestro amparo, y más en causa tan propia suya, libró á su pueblo como con su mano, y fué así: que habiendo de marchar como mañana el ejército capitaneado de su adalid, quien con arrogancia y soberbia tenía por segura la victoria, pareciéndole que ya se coronaba de laureles, y que empuñaba la palma, en esa misma noche le echó mano la Divina Justicia, y le atajó los pasos con una repentina muerte, rindiendo su infeliz vida (sin saber de qué) cuando lo pensaba menos; amaneció muerto el desdichado Cacique Tripa, en cuyo cadáver helado y que infundía horror, bebieron aquellos bárbaros á su modo vivos desengaños de la jactancia humana, como pudieron haberlos bebido (á tener fe) para conocer los tremendos juicios de la justicia divina.

Para que se vea cómo andaba el dedo de Dios en este caso, la muerte de este protervo Cacique desarmó totalmente á los parciales, como desarmó á los Airicos la muerte de su Holofernes: Dios les apretó los cordeles de tal manera que, largando las armas fueron recogiendo sus trastecillos, y con sus hijos y mujeres se vinieron voluntariamente ellos mismos á nuestra reducción y

pueblo de San-Francisco Javier, entregándose al Padre para que los gobernase como á los demás. Con esta providencia tan conocida dejó Dios quieto de todo punto este pueblo, libró de la muerte al Padre, y redujo á los rebeldes de Tripa, con facilidad tan grande, que ha hecho pensar que maravillas tan grandes y notorias, obradas en esta reducción, son efectos de su gran Tutelar y Patrono San Francisco Javier, cuyos méritos pueden tanto con Dios, como experimenta cada día Italia y aun cada hora, y reconoce todo el mundo.

CAPÍTULO XIX

VIAJE DEL PADRE FRANCISCO DE ELLAURI Á LA MISIÓN DE LA Guayana,

SUS MUCHOS TRABAJOS Y SU FELIZ MUERTE.

Ya queda advertido cómo vino de la Guayana á estos Llanos, y se quedó en ellos el Padre Dionisio de Meland, para asistir en Pauto y fomentar la reducción nueva de los Chiricoas y Guajibos. Desvelábase el Padre Monteverde, como Superior que era, en el adelantamiento de las misiones, para lo cual discurría nuevas trazas, pensaba nuevos arbitrios y descubría nuevos rumbos. Fué uno y muy especial, el que entrase uno de los nuestros á la Guayana, en lugar del Padre Dionisio, y al pueblo en que residía: pues como se ideaba ya por entonces el entable de nuestras misiones en el Orinoco, le pareció sitio muy á propósito éste, porque dándose los Llanos la mano con la Guayana, y siendo puerta ésta para innumerables infieles, se encadenaban las misiones, se dilataba su esfera, y aun se facilitaba más esta parte de la misión con los socorros temporales de herramientas y otros menesteres que podían servir en Casanare.

Representolo á los superiores el Padre Antonio de Monteverde, proponiéndoles las conveniencias así espirituales como temporales que había en volver á este sitio y escala, para innumerables misiones ó Naciones; y aun era de parecer también, de que hubiese una residencia nuestra en la Isla de la Trinidad, aunque fuese de sólo un sacerdote y un hermano, porque entablada esta residencia en dicha isla, se podría, con más facilidad, conducir operarios de España para las misiones de Orinoco, apostándose primero en la Trinidad. Evitábanse con esto los excesivos gastos y las incomodidades notables que se siguen conduciéndolos por Cartagena, por tan dilatados caminos. Así lo representó por el mes de Marzo de 1664 al Padre José de Urbina, Rector de Santafé entonces, pidiendo un Padre de autoridad y de aventajadas prendas, para la misión de la Guayana.

Con la noticia que corrió en Santafé de la grande puerta que

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nos abría Dios para las misiones del Orinoco, se encendieron los ánimos de los hijos de la Compañía de Jesús, y fué como tocar alarma para hacer gente, queriendo muchos ser señalados de los Superiores para tan apostólica empresa. Quien se señaló entre todos en tan nobles deseos, tan propios de nuestro santo instituto, fué el Padre Francisco de Ellauri, quien siendo anciano ya, de más de 62 años, se ofreció á los Superiores para ir á las soledades bárbaras é incultas de Santo-Tomás de la Guayana, trocándolas con alentado espíritu por la comodidad religiosa de los Colegios.

Esta determinación causó gran pesar á este Reino, porque era el Padre Ellauri, dilecto Deo, et hominibus; en su ejecución se ofrecieron graves dificultades, pero conociendo los Superiores, y el señor General D. Diego de Egües, Presidente entonces de este Reino, que para tal empresa, y para dar principio feliz á materia tan ardua, era menester hombre semejante y de virtud tan maciza, se vencieron todas las dificultades, y fué enviado con otro Padre compañero suyo (no dice la relación el nombre de éste), á los gentiles de la Guayana, y sus circunvecinos sitios.

Emprendió el Padre este viaje tan dilatado y penoso, á pesar de sus prolijos años, con gran denuedo y prontitud, porque comp. ardía en su pecho la llama del divino amor, renació como fénix su vigoroso espíritu entre las cenizas de su ancianidad, para batir las alas con nuevo aliento hacia la conversión de los gentiles, que era el objeto de sus ansias. Era digno de admiración verle caminar como si fuera un joven, por los intratables caminos y páramos, ó por mejor decir, despeñaderos y barriales de estos sitios, incomodidad indecible hasta llegar á los Llanos.

Llegó finalmente á Casanare, y habiéndose reparado algunos días del maltrato del camino, consolándose con sus hermanos los misioneros, y prevenidas las cosas necesarias para navegar á la Guayana por el Casanare y por el río Orinoco, se embarcó con su compañero el año de 1664, á vueltas del mes de Julio ó Agosto.

Paso en silencio los innumerables trabajos que padeció el Padre en tan prolija navegación, y sus incomodidades tan grandes, y peligros, por haber de navegar por aquellos desiertos entre Naciones bárbaras y por sitios tan infestados de plagas como apunté ya.

Aportó á la ciudad y pueblo, término que le tenía señalado Dios para que le sacrificase sus ansias de convertir infieles; alborotose el espíritu del venerable anciano á la vista de aquel inmenso campo y gentilidad ciega, y ya ideaba reducir todo aquel nuevo mundo al conocimiento de su creador, como á la vista de la China el grande Apóstol del Oriente; pero Dios le había llamado á aquellos sitios, no para convertir gentiles, sino para dar el último

realce á su corona con tan fervorosos deseos; los dió por bien recibidos, y no permitió, por sus secretos fines, que los pusiese en ejecución. Empezó á enfermar el buen Padre algunos meses después, y ya se deja entender el terrible desamparo que padecería en tal tierra, destituída en un todo de cuanto podía conducir á su salud y alivio. Aun residiendo en los Colegios, donde se puede proveer de médicos, medicinas y alimentos, es cosa bien difícil volver á recuperarse una salud gastada, sobre la enfermedad incurable de la vejez; pues qué sería en la Guayana, siendo tierra tan mísera como ya se sabe, por lo que toca á alimentos, y en donde no había más médicos ni medicinas que el sufrimiento y paciencia, ni más alivios ni regalos que la esterilidad en un todo.

La caridad industriosa de su buen compañero hizo todas las diligencias posibles, con caritativo empeño, para conservar aquella vida tan apreciable y estimada á los ojos de todos; pero como la edad era crecida, débiles los remedios, los alivios ningunos y el desamparo grande, se fueron agravando sus achaques cada día más. Tratose del último, que importaba más, como era disponerse para una muerte feliz, y aunque es verdad que toda la vida del Padre Francisco había sido una continua disposición para este trance, quiso, no obstante, prepararse por medio de una confesión general, la cual hizo de toda la vida, con su compañero, y al cabo de mes y medio de enfermedad, entregó con mucha paz su espíritu en las manos de su Criador, que para tanta gloria suya le había creado. Murió á 12 de Febrero del año siguiente de su entrada, que fué el de 1665, después de haber estado en la Guayana cosa de siete meses, siendo de edad de 63 años, cerca de 45 de Compañía y 25 de profeso de cuatro votos. Llevole Dios á la vista de aquella gentilidad; y aunque tan á los principios le quitó la vida, no perdió la corona de sus deseos ni el mérito de sus ansias; que á nuestro grande Apóstol de las Indias, muriendo á vista de la China, en aquel desamparo de Sanchón, le recibió Dios los deseos de conquistarle aquellos Reinos gentiles.

CAPÍTULO XX

BREVE NOTICIA DE ALGUNAS DE LAS VIRTUDES DEL FERVOROSO Y HUMILDE PADRE FRANCISCO DE ELLAURI.

Hiciera yo mucho agravio con el silencio, y privaría de mucho lustre á mi historia, si sepultara las noticias de este fervoroso Padre, y las echara en olvido, Parece que le llevó Dios á las misiones para que muriendo en ellas, las ilustrase con su muerte, las edificase con su ejemplo mientras vivió, y fuese contado después entre sus insignes operarios. Ciñéndome á la

brevedad que procuro, diré algo de lo mucho que se podía decir de este fervoroso misionero, dejando la noticia plena de sus ejemplos y virtudes para mejor pluma, que sepa tratar dignamente de su ejemplar vida.

El Padre Francisco de Ellauri fué tan venerado en esta Provincia y tan estimado en este Reino, que sólo su nombre es su aclamación más grande. Nació en la Villa de Leiva, del Arzobispado de Santafé y Gobierno de Tunja; fueron sus padres notoriamente nobles, y aunque virtuosos y de loables costumbres ambos, sobresalió sin comparación la singular virtud de su madre, de espíritu y piedad grande y continua, y madre verdadera de desamparados y pobres. De árboles tan virtuosos nacieron los grandes frutos que en toda perfección y virtud logró muy maduros el Padre Francisco de Ellauri; toda su vida, desde sus principios, fué muy inclinado á ser religioso del Gran Patriarca y Seráfico Padre San Francisco, sin haberle pasado por la mente el ser de la Compañía de Jesús, y antes bien, teniendo noticias de que se había entrado á la Compañía un hermano menor, que era colegial en nuestro Seminario de Santafé, se partió con presteza y firme determinación de sacar de la religión á su hermano y volverle á su tierra; pero como los consejos divinos son tan diferentes de las determinaciones humanas, y querían honrar á esta Provincia con tanto golpe de virtudes y sublimes prendas, luego que vió á su hermano, fué á breves lances cogido del divino cazador con los lazos de vivas inspiraciones, á las cuales correspondió él también, siendo recibido en la Compañía, cuando pensaba disuadir á su hermano; ni se tardó mucho en comenzar á servirla, porque apenas había tenido un año de noviciado, con la satisfacción que se deja entender de la acción misma, cuando le señalaron por compañero de un Padre que año de 22 iba á hacer misión á Pamplona, en donde procedió con tan grandes empeños de espíritu, que mostró bien lo mucho que había de ser en adelante. Acabado el noviciado, y hechos los votos religiosos, le ocuparon luégo en leer Gramática, fiando en su mucho cuidado y celo la buena educación de sus estudiantes, que habían de entrar al curso de artes, el cual oyó también ; después le interrumpieron los estudios mandándole volver á leer Gramática, que leyó en esta ocasión nueve años enteros; ocupación tan de su agrado y gusto, que se hubiera empleado en ella de muy buena gana toda su vida, por el conocimiento verdadero que tenía de las grandes utilidades que se seguían de la buena enseñanza de estas letras primeras, porque bebe en ellas la juventud los buenos alientos y costumbres para la mayor

edad.

el

Con tanto espíritu, con tan buen celo y aplicación desvelada

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