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el río muy hondo, y de aquí que aunque estuviera guarnecido el castillo de mucha gente y de muchos pertrechos de guerra, siempre les quedaba á los enemigos el paso franco para subir en sus embarcaciones el río Orinoco arriba, como lo han hecho muchas veces los Holandeses y Caribes, según apunté ya, y se dirá largamente después. Según esto, ¿qué seguridad nos podíamos prometer para establecer el Evangelio, en un sitio tan arriesgado y con la puerta abierta? Pero como de esta materia se tratará después, basta lo dicho sobre este punto.

Lo segundo que hace dificultosa la empresa por esta parte, es lo miserable de la tierra, pues además de ser tan estéril y desdichada, como se ha visto, hay tan pocos que se aplican á cultivarla, que la hacen doblado estéril. El mantenimiento ordinario es cazabe (cuando le hay), y éste á tan subido precio, que vale un real de plata una torta, siendo así que en los demás pueblos de otros sitios se podían comprar por el tanto seis tortas. Carne apenas se conoce, ni se sabe lo que es tortuga, ni manatíes; son las ostras las que por allá se usan, y eso muy raras veces, que no todos los tiempos y circunstancias son á propósito para pescarlas. ¿Qué fuerzas han de tener para resistir al Caribe unos pobres soldados, desfallecidos de hambre, consumidos de necesidad, sin alientos, ni aun para poder vivir, ni echar la palabra de la boca ?

No lo dificulta menos el destemple de la tierra sobremanera enfermizo, los calores ardientes, los serenos horribles y las intolerables plagas, porque aunque son comunes éstas á los demás sitios, hay otra particular plaga, y es en mi estimación la más intolerable de todas, de ciertas sabandijuelas llamadas niguas, que se crían en la ciudad de Cartagena, en Macaguane y Patute, pero en la Guayana con extremo. Son á manera de pulgas casi imperceptibles; se meten en los pies y hacen sus nidos dentro; allí ponen infinidad de huevos á manera de liendres, hasta que llegan á formarse unas bolitas gordas como garbanzos, llenas de esta plaga. Como pican estos animalillos en la carne viva, es insufrible la comezón y sobrepuja á la de las pulgas. En otros lugares de las Indias sólo se atreven á los pies, pero en la Guayana son tantas y en tal manera, que no bastan los pies para dar abasto á la multitud, y se atreven hasta las manos, orejas y cabeza. Es esto en tanto grado, que han muerto no pocos, especialmente españoles, de tan insufrible plaga; el remedio es tener paciencia, é irlas sacando muy despacio á punta de alfileres ó agujas, como si se sacaran espinas, en lo cual están diestros los de la tierra, como tan ejercitados en ello. Los pobres españoles, especialmente los recién llegados á estas tierras, son los que padecen más, y á quienes dan en qué entender, hasta averiguar el

misterio de tan importunas sabandijas, porque como se ven comer vivos, cubiertos de arriba á abajo, de éstas que parecen viruelas, é ignoran la causa y el remedio, están en continua faena noche y día, casi desesperados, sin hallar uñas que basten para mitigar su pena; lo mismo que se ha dicho de la Guayana, se entiende de la isla de la Trinidad, por lo que toca á plagas, pobreza, enfermedades y lo riguroso del temple. Diré en confirmación de esto lo que sucedió en años pasados con ciertos españoles que pasaron desde España á estas partes.

Por los años de 1606, con poca diferencia, anduvo muy valida la noticia en España sobre el descubrimiento del Dorado en las Indias, ó por lo menos se prometían descubrirle y ganarle; grande fué el fervor que se reconoció entonces en la Nación española, imaginándose como metidos en este palacio encantado, lleno de gigantes de oro, cercado por todas partes, para su resguardo, de salvajes de topacio y de rubíes, con sus mazas de perlas; ello parece que es así, pero por mucho que se ha buscado con exquisitas diligencias, y por mucho que resplandece su nube de noche, hacia la banda del Oriente, no se ha descubierto todavía. Pero volviendo al caso, se trató con tanto calor este negocio en España, que se recogió mucha gente de guerra, y se formaron muchas y muy lucidas escuadras para descubrir el Dorado; embarcáronse éstas para las Indias, y aportó á ellas un escuadrón muy numeroso de bizarros toledanos y alcarreños; dieron en la Guayana é isla de la Trinidad, y cuando ya les parecía que cogían de las plumas este dorado fénix del mundo, se hallaron tan burlados nuestros miserables conquistadores, que sólo encontraron desdichas y calamidades en lugar de riquezas, porque como eran tantos los tristes y engañados españoles en aquellas tierras desdichadas, de miserias y de muy pocos alimentos, y éstos muy contrarios á los comunes de España, y como eran sobre ésto los temperamentos terribles, de inmensos calores, murieron á breves pasos casi todos de hambre, de calentura y del achaque de disenteria, y no pocos de niguas que se los comieron vivos, sin que bastasen sus arcabuces para librarse y defenderse de miserias tamañas. En esto paró el Dorado tan buscado y apetecido, propio paradero de los tesoros del mundo y de quienes buscan sus engaños. No todos perecieron de los que salieron de España; entre los pocos que escaparon, hubo un soldado alcarreño, natural de la Villa de Pastrana, llamado Rafael Ramírez, y á éste sin duda le trajo Dios á las Indias por este medio, cogiéndole con anzuelo de oro, para que edificase con su ejemplo esta provincia, como lo hizo, entrándose en la Compañía de Jesús, pues desengañado nuestro Rafael, y bien escarmentado ya de los reveces del mundo, que paga en esta moneda á quien le sirve más, trató de buscar otros tesoros más importantes y seguros.

Como brioso y alentado, y de robustez crecida, trató de huír de los riesgos de la vida en la isla de la Trinidad y Guayana; arrojose por la Gobernación de Caracas, atravesó sus Llanos, rompió sus montes, dió en Mérida y Pamplona, y de allí en Santafé, después de muchas calamidades y peligros horrorosos en esta peregrinación. Ellas parece que movieron á nuestro soldado á hacer una confesión general con uno de los pocos Padres que teníamos en Santafé entonces, que era al principio de aquella fundación del Colegio, y de ella salió el penitente tan compungido y desengañado de tesoros tan fantásticos del mundo, que determinó buscar los del cielo y hacerse por Cristo pobre voluntario, como se verá ahora en el Capítulo que sigue, en donde daré una breve noticia de sus excelentes virtudes; atención bien merecida de su constancia y perseverancia, con la cual, por espacio de 57 años, sirvió á la religión y Colegio de Santafé, en el estado humilde de hermano coadjutor.

CAPÍTULO XXIII

VIDA Y VIRTUDES DEL HERMANO RAFAEL RAMÍREZ.

Aun cuando el estado de nuestros hermanos y coadjutores temporales, no fuera tan estimable como lo es en la Compañía, bastaría para recabarle muchas simpatías, la venerable y santa vida del hermano Rafael Ramírez, que fué admirable y uniforme en los 57 años que vivió en ella. Su patria, como se ha dicho, fué la Villa de Pastrana en la Alcarria, del Arzobispado de Toledo; después de los desengaños arriba dichos, pidió á los Superiores le recibiesen en la Compañía, y consiguió esta buena dicha, el día del sagrado Rey Español y mártir San Hermenegildo, á quien reconoció tan agradecidamente este favor, que le escogió por su patrono y abogado especial, para que le alcanzase de Dios el estimable don de la perseverancia; duróle esta devoción toda la vida, celebrando su fiesta y vigilia, ésta con ayuno y disciplina pública, y mortificaciones especiales, y aquélla con comunión y sermón, que solicitaba de los superiores, y se predicaba en nuestro refectorio, por el más aventajado de nuestros hermanos estudiantes.

La estimación que tuvo á la Compañía fué muy especial, y no se le caía de la boca continuamente, el dar gracias á Dios por haberle traído á ella; y pidiéndole á su Divina Majestad, la perseverancia, le decía con humildad y lágrimas de corazón: “treinta años, Señor, he gastado mal empleados en el mundo, suplico me deis otros treinta, para que haga entera penitencia por mis culpas,. en vuestra Compañía." Tan aceptada fué esta oración, y tan

bien despachada en el Tribunal de Dios, que le conservó su divina Majestad cincuenta y siete en la Compañía, en los cuales dió tan buena cuenta de sí, y procedió con tanta uniformidad de espíritu, que toda su vida religiosa fué sólida, uniforme, ejemplar y maciza fortificábala con los cimientos, que para su buen ser y firmeza tiene nuestra sagrada Compañía, en la oración, lección espiritual, confesiones y comuniones, y exacta observancia de religioso.

Tùvo hasta el fin de su vida dos horas de oración mental cada día, y tan rigurosa, que no bastaron sus muchas ocupaciones exteriores para dispensarle de ella, ni dejarla jamás; en esta fragua divina fabricaba el hermano Rafael aquellos dardos encendidos, que volaban desde su corazón al cielo, en las frecuentes jaculatorias que flechaba su espíritu todo el tiempo que le daban de sobra las ocupaciones forzosas de su estado: recurría ordinariamente á nuestra Capilla interior, donde gastaba largos ratos con el Santísimo Sacramento del Altar; allí recibía nuevas luces y se fortalecía su espíritu para emprender con nuevo aliento la senda de la perfección; la lección espiritual era su continuo consuelo, su frecuencia y mucho espíritu le habían fortalecido tanto en materias de Dios, del alma y de las cosas eternas, que hablaba altísimamente de Dios y de las cosas espirituales; era notable el provecho que hacía en las almas de todos este devoto hermano; hacíale muy especial en los seglares, y no faltaron algunos extraviados que mudaran de rumbo por sus buenos consejos y exhortaciones, que conforme á su estado hacía con eminencia, siendo el principal predicador su virtud; con ella les predicaba, y con su ejemplo, con sus palabras llenas de espíritu, y con su modestia rara nacida de su trato con Dios, en medio de ocupaciones públicas, que le traían continuamente por las calles y plazas, y por las estancias y pueblos, por donde andaba mendigando para sustentar á sus pobres Padres.

Era necesaria esta diligencia entonces, porque como hacía cuatro años solos que se había fundado nuestro Colegio, padecían los Siervos de Dios extremas necesidades; pero el hermano Rafael se sobreponía con eximia caridad á ellas, no sufriendo su piadoso corazón ver padecer necesidades á los que vivían ocupados gloriosamente en beneficio de las almas; ésta era la causa por la cual desempeñaba él sólo muchos y distintos oficios, que pedían para su ejercicio varios hermanos coadjutores: él era cocinero, hortelano, procurador y limosnero: mucho tiempo sustentó á los Padres con una huertecilla de hortalizas que dispuso su ingeniosa caridad; por la mañana les ponía la olla con algunas legumbres, y las otras las llevaba á la plaza y las vendía, y con el precio que sacaba de ellas, compraba otras legumbres que no tenía en su huerta, ó el pescado, ó lo que podía.

y con

El mismo en persona se huía á las canterías á rajar piedra, y la conducía á la casa de la Compañía, que se comenzaba á edificar. Traía en sus hombros los cuartos de carne por las calles y plazas desde el matadero, con tan rara humildad, tan ardiente caridad, que pasmaba á todos, lo mismo que su virtud y su modo de vivir tan religioso y exacto, y aquel tan abrasado celo con que á costa de tantos trabajos y tan continuados afanes solicitaba la subsistencia de los Padres fundadores del Colegio de Santafé. Puédese decir sin encarecimiento, que fué el hermano Rafael Ramírez la sustancia de aquel Colegio, como su primer amparo, trabajando con tanto empeño, que vencía cosas muy arduas con una boca de risa siempre, y con una obediencia tan pronta aun en la mayor dificultad, que la respuesta al mandato era bajar la cabeza, diciendo, obedezco.

No por traer tan trabajado como traía á su cuerpo, con tareas tan duras y pesadas, bastantes todas ellas para rendir y macerar agigantados hombros, se olvidaba de castigarle con rigurosas penitencias; traía guerra continuamente con su cuerpo, para sujetarle al espíritu; las disciplinas de hierro con que maceraba su cuerpo ponían horror piadoso á quien las miraba, y no menor asombro á quien oía los recios y desapiadados golpes con que las manejaba contra sí; armábase desde por la mañana como soldado de Cristo que había de entrar en batalla, de un cilicio de puntas aceradas, para resistir á sus enemigos; sus ayunos eran perpetuos, rara la mortificación de sus sentidos, admirable su vida penitente; y finalmente, fué tal la pureza de su alma, y tan entero y ejemplar su porte, que ponía en grande confusión al sacerdote con quien se confesaba.

Con este tenor de vida tan ajustada y religiosa llegó el hermano Rafael á los 87 años de edad, y era tiempo que se ensalzase su humildad, que su penitencia se premiase, que descansase su fatiga, que se honrasen sus virtudes, que se galardonasen sus méritos y se coronasen sus victorias, y aquella heroica caridad con que por mantener á los Padres se sujetó á oficios tan penosos y tan pesadas tareas. Hízolo Dios así (como de su misericordia lo esperamos) el día 13 de Julio de 1665 años, en que falleció, después de haber vivido en la religión, como ya se ha dicho, 57 años, y después de haber cumplido 47 de formación. Dejó á los Padres bien lastimados (aunque envidiosos de su santa muerte) por haber perdido un sujeto de tan escogidas prendas, proporcionadas á su estado, y un vivo dechado y ejemplar de nuestros hermanos coadjutores; callado, humilde, sufrido, devoto, trabajador y que supo hermanar con gran destreza el recogimiento interior de María, con las ocupaciones exteriores de Marta, grangeándose por este medio la estimación y veneración de todos

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