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plaza, y todos los caneyes nuevos, más largos y más altos que nunca lo habían sido; también consta á todos los Achaguas, que por solicitud de los nuestros allá, se poblaron; que por diligencias de los nuestros, los Achaguas del Palmar se agregaron á los de Aritaguas, y se fundó este nuevo pueblo, que entretiene la comunicación entre los Achaguas de su Majestad que están en el Puerto, y los del Meta y Onocutare, y en infinitas partes. Por la entrada que hizo ahora un religioso de la Compañía se conquistó á Onocutare, pueblo á tres días de camino de las orillas del río Meta, compuesto de 400 Achaguas, y en el medio de más de cincuenta mil indios, todos gentiles. Por medio de la Compañía se poblaron y actualmente se están poblando los Guagibos de Ariporo, á los cuales se van agregando los Chiricoas, por medio y diligencia de nuestros misioneros, y se va haciendo un grandioso pueblo en San-Ignacio, de los Goagibos y Chiricoas, quienes prometen sacarnos muchísima gente, y por medio de los cuales podremos entrar entre el gentilismo sin fin del Meta y del Airico. No ha más de cuatro años que entraron nuestros operarios en estos Llanos, y ya hay nueve pueblos en ellos, y un doctrinero para cada pueblo; á los indios que salen les dan y procuran avío para que se entablen más presto y con fundamento, y aunque todos esos nuevos pueblos que se reducen sean de Su Majestad, todas las iglesias se han hecho á costa nuestra con ayuda de los indios, todas las cuales mantienen hostias, vino, cera y ornamentos, no llevando ni sacando de ellas el menor derecho. Ya han abierto camino á los Llanos de Barinas y Caracas; ya tienen una doctrina en el Meta, casi centro del infinito gentío de estos extendidísimos Llanos. Ya han abierto, por medio de la población de San-Ignacio, la puerta á la otra banda del Meta, y por allá al Airico, en donde hay infinitas Naciones. Todos los avíos, todas las entradas que se han hecho han sido á su costa, y solamente con sus personas. Al presente están recogiendo como pastores tan cuidadosos las nuevas ovejas que se acogen á su rebaño, y después de haberlas puesto en forma de pueblo, van buscando otras Naciones, determinados á ir ganandɔ nuevas almas á Dios, ó á morir. No sentimos tanto nuestra pobreza por las necesidades que padecemos, cuanto por no poder acudir á tanto pobre gentil que se reduce, y por no poder sustentar ni aviar á tantos operarios como son menester para una empresa tan de gloria de Dios, tan del servicio de Su Majestad, y de la cual depende la salvación de tan innumerables Naciones. Vuestra Alteza, á cuya sombra y amparo se ha empezado y adelantado esta misión, continué en fomentarla y ampararla; y pues las mayores oposiciones y choques que tenemos en este santo empleo nos vienen de querer conservar al César católico lo que es suyo, apoye un celo tan justo,

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y mientras tanto no dejaremos de procurar con todas veras el mayor servicio de entrambas majestades; no deje de favorecernos como á Ministros de Dios, y como á Capellanes del Rey Nuestro Señor y de Vuestra Alteza, que el Cielo prospere como deseo. "Pauto y Enero 22 de 1665.

"Menor Capellan de Vuestra Alteza.

"Antonio de Monteverde."

De lo dicho en esta carta se colige sumariamente lo que hicieron y trabajaron nuestros misioneros en sólo cuatro años, mucho sin duda, si reparamos las circunstancias que se han expresado en este libro, y son las contrariedades y disturbios con que eran impedidos á cada paso. Los motivos que tuvo el Superior para presentar á la Real Audiencia este papel, no fueron (como lo pensará alguno) el engrandecer nuestras cosas, sino sólo solicitar su protección contra nuestros émulos, y contra otros que se oponían á tan apostólicas empresas. Como dió noticia de estas cosas, pudo haber añadido muchas más, pues los párvulos que habían bautizado en tan poco tiempo eran 940, y algunos adultos por enfermos; pudieran haber bautizado más de 2,000 adultos, y no lo hicieron, aunque pudieron, por andar remirados sobre este punto los misioneros, que sólo administraban á los adultos el bautismo cuando estaban capaces y bien instruídos en los misterios de la fe. Los nueve pueblos que expresa en su carta, y que subsisten todavía, los pondré aquí por sus nombres para mayor claridad: San-Salvador de Casanare; El Pilar de Patute; Nuestra Señora de Tame; San-Javier de Macaguane; Caquetíos de Pauto; San-Ignacio de Curama; Chiricoas de Ariporo; San-José de Aritagua y San-Joaquín de Onocutare. Estos pueblos subsisten hasta hoy, y á ellos se podía añadir también el pueblo de Pauto, en el cual asistíamos, y estaba tan necesitado de doctrina como los demás pueblos. Ya dije de la Guayana, y de nuestra asistencia por algún tiempo á los Aruacas de la Guayana; con que pasaremos al Libro 3.o, á tratar de los progresos de nuestras misiones, de las muertes de algunos misioneros y algunos acaecimientos ya prósperos, ya adversos, para que no les faltase á nuestros operarios la piedra del toque, en donde probar su constancia, y la piedra de amolar para afilar sus aceros.

LIBRO TERCERO.

De las misiones de los Llanos y del río Orinoco: nuevos progresos de nuestras reducciones, trabajos de nuestros misioneros, y hostilidades de nuestros enemigos contra la Nación Achagua.

CAPÍTULO I

EL SEÑOR GENERAL DON DIEGO DE EGÜES, PRESIDENTE DEL NUEVO REINO, PONE EN LA CORONA REAL TODOS LOS PUEBLOS É INDIOS DE LA MISIÓN, CELO ARDIENTE DE ESTE GRAN CABALLERO EN EL AUMENTO

DE ESTE MINISTERIO SAGRADO.

Las memorias del señor General Don Diego de Egües y Beaumond, Presidente de este Nuevo Reino, son tan debidas y deben ser tan eternas, cuanto grandes y excelentes fueron sus heroicas virtudes. Príncipe perfectísimo y Gobernador santo: ojalá le fuera permitido á mi pluma derramarse en torrentes de elogios, que aun así quedarían muy cortos siempre para tan grande empeño de alabar sus virtudes heroicas y las obras grandes que ejecutó en este Reino, del cual tuvo tan cabal conocimiento, á beneficio de los quilates de su capacidad, que hasta en los rincones más retirados de él penetraba su autoridad, para la reforma de las costumbres y desarraigamiento de los escándalos; lo cual emprendía con ardiente celo y amor de Dios, y deseo de la salvación de las almas. A estos objetos atendía con tanta viveza y vigilancia, que era temido su nombre de los malos, cuanto amado y estimado de los buenos, y reverenciado de unos y otros. Hasta en el conocimiento de los oficios mecánicos y ejercicios del campo, y á todos los ministerios humildes y bajos, se extendía su alta capacidad, y de cada uno de ellos hablaba, en ofreciéndose ocasión, con tanto acierto y eminencia, que parecía que en aquello se había empleado toda su vida. Fué grande estimador y honrador de los nacidos en Indias, en cuya consecuencia miraba siempre en la provisión de los oficios, corregimientos y encomiendas las virtudes y necesidades de los que podían servir los oficios, prefiriendo siempre su acertado juicio a los Indianos que eran dignos, porque consideraba (y así lo decía) que estas tierras eran suyas, conquistadas con los sudores y afanes de sus padres y abuelos; y como en estas provisiones tenía siempre tan nobles y cristianas intenciones, fué admirable el desinterés que mostró, y el despego á las recom

pensas humanas (muchas veces justas y muy debidas); virtud tan rara en quien maneja estas dependencias tan pegajosas que, como tal, se la aclamaron todos, en vida y en muerte, porque la corroboró muchas veces con heroicas y repetidas acciones, devolviendo los regalos que algunos le hacían agradecidos.

No fué menor prueba de su desinterés, y de lo mucho que deseaba favorecer á los hijos de la tierra, el que habiendo el Rey Nuestro Señor, en atención á sus continuos y heroicos servicios, mandádole que ajustase para su hijo Don Martín de Egües dos mil ducados de renta en encomiendas vacantes de este Reino, y habiendo vacado en su tiempo algunas bien considerables, estando en su mano esta comodidad propia y de su noble hijo, no pudo rehusar á su piedad y nobles sentimientos el darlas á Indianos pobres y de buenas cualidades, como lo hizo siempre, sin que le adjudicase á su hijo cosa alguna. Virtud verdaderamente grande y cristiandad rara! Y aunque ilustró y honró universalmente á todo el Reino en el corto espacio de tres años que tuvo el Gobierno, con especialidad obró maravillas en la ciudad de Santafé, la cual le debe reconocer por su insigne benefactor en obras grandes y lucidas, y de mucho lustre para la República. Hizo levantar y acabar la torre de la iglesia Catedral, que hacía muchos años que estaba informe; formó el atrio de la misma iglesia, y un atrio muy lujoso con sus pretiles y escaleras de piedra labrada, con lo que hermoseó la iglesia y plaza; hizo los puentes de los ríos de San-Agustín, SanFrancisco y San-Victorino, que están todos dentro de la ciudad en el corazón de ella, los dos de cal y canto, y de linda fábrica (los cuales se habían retardado por doce ó catorce años), venciendo para esto insuperables dificultades, con su eficacia personal y continua asistencia en las obras, y el agasajo con entereza con que trataba á los oficiales, Echó los fundamentos de otro puente importantísimo para el río de Bogotá, bastantemente caudaloso, que está distante tres leguas de la ciudad de Santafé, por donde es el trajín perpetuo de este Reino en los comercios de España, Cartagena, Mompox y todo lo principal del Reino que cae hacia aquella parte. Esta obra tan excelente la emprendió, puso en práctica, é hizo los pregones y remate de ella el señor Don Diego de Egües, cuyo calor y virtuoso aliento se comunicó á los corazones de los señores Presidentes, dignísimos sucesores suyos, que la pusieron en sus últimos términos y perfección en que está hoy.

y

Hizo también en medio de la ciudad unas casas de linda obra y hermosa vista, para que sirviesen de carnicerías, porque antes se repartían las carnes en el mismo matadero que estaba, está todavía, fuera de la ciudad, á demasiada distancia, y con incomodidades grandes de los vecinos. Ni se contentó su magnanimidad

y

y grandeza honradora de este Reino con estas obras materiales: solicitó otros créditos mayores, para honrar á los hijos patrimoniales de este Arzobispado; promovió con toda sagacidad, diligencia y desvelo, que se aplicase cierta hacienda gruesa para la fundación de dos canongías de oposición, Doctoral y Magistral; consiguiólo proponiéndolo al Rey Nuestro Señor en su real Consistorio de las Indias, quien lo concedió liberalísimamente, en premio y honra de las muchas letras de los Indianos, quienes se opusieron á ellas luego al punto, leyendo de oposición con admiración de todos y bendiciones continuas, que echaban al señor Don Diego de Egües, por ver que comenzaban á tener algunos premios las letras Indianas, y los estudios de tan eminentes ingenios como se crían en esta parte de América.

Todas estas cosas como otras cualesquiera disposiciones suyas, las consultaba con Dios en primer lugar este cristiano caballero y religioso Príncipe, y las maduraba al calor de la oración, ejercicio íntimo suyo; nuestra campanilla que cae enfrente de Palacio era su régimen; gustaba sumamente de hablar de cosas espirituales, y así estimaba con extremo á los que trataban de ellas, y esto lo hacía con tanta sublimidad, como pudiera un religioso de aventajada perfección. Su mortificación se conocía en la templanza y parsimonia de su vianda y bebida; sus penitencias no se ignoraban, aunque las encubría con humildad; la frecuencia de sacramentos era notoria, y aunque comulgaba algunas veces en su Capilla, infaliblemente venía todos los sábados á nuestra iglesia á las seis de la mañana con el rosario en la mano, que rezaba todos los días con íntimo afecto, y también el oficio menor de la Santísima Virgen; íbase al aposento de su confesor, y se confesaba con tanta contrición y lágrimas, como si fuese el mayor pecador del mundo, siendo á la verdad casi inculpable su vida, dejando al Padre confesor siempre confuso y edificado. Atendiendo éste, con religiosa urbanidad, al respeto y consideración que se debía al señor Presidente, se le anticipó algunas veces bajando, para evitarle el cansancio de subir á su aposento; sintiólo mucho el humildísimo y religioso Presidente, y no pudiéndolo ya sufrir, le pidió al Padre con santa resolución que no bajase, porque él debía subir á buscarle arriba, y así se ejecutó siempre.

En confesándose bajaba á la iglesia, y puesto de rodillas en la barandilla, oía misa, y comulgando al fin de ella, estaba allí de la misma manera, hasta que se acababa la segunda misa, y volvía al Palacio, á los cuidados del Gobierno. Con tales prevenciones tenía aciertos divinos; y como quiera que todas estas acciones tan excelentes eran efectos del divino amor que en su corazón ardía, no perdía ocasión de hacer cuanto pudie

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