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se en servicio, honra y gloria de Dios Nuestro Señor, y de su Rey y Señor natural, en cuyo real servicio fué muy vigilante y atento, como lo publican las muchas ocupaciones que tuvo toda su vida en servicio de las católicas Majestades; y como conocía que el más relevante servicio que se podía hacer á uno y otro Señor, era la conversión de las almas del gentilismo de que está poblado este Reino, fueron notables las trazas con que procuró fomentar el ministerio santo de las misiones que se ejercitan en los Llanos. Formó su celo una junta de Propaganda fide, que constaba del Ilustrísimo Señor Arzobispo de este Reino, de su Provisor y Vicario general, de los venerables Padres Prelados de las sagradas religiones, y del Señor Oidor más antiguo de la audiencia, y á ella pertenecía también su Señoría como Presidente del Reino.

Cada semana tenía un día y hora señalada para esta ocupación tan santa, en la que sólo se buscaban y arbitraban medios y modos los más practicables para la conversión de estos gentiles; repartió Territorios á todas las sagradas religiones, en los cuales han procurado obrar, en el tiempo que han estado en ellos, con el espíritu y fervor de su ardiente celo. A la Compañía de Jesús le tocó quedarse en el territorio que ya tenía de los Llanos, en donde ha permanecido hasta ahora, y perseverará, con la gracia de Dios, siempre, aunque sea á costa de las vidas de sus fervorosos hijos; á éstos procuró ardientemente fomentar el Señor Don Diego de Egües con limosnas y con algunas alhajas de iglesia é imagenes, y con sus despachos y provisiones reales para el amparo, así de los indios como de los Padres, contra las vejaciones y violencias de los españoles, que cada día nos molestaban y perseguían con testimonios y afrentas inconsideradas, á trueque de llevarse á los indios á sus trapiches y haciendas, para que les sirviesen en ellas, estando este servicio personal gravemente vedado por cédulas reales, impartidas y despachadas por nuestros Católicos Reyes, en favor de los indios.

Todo le parecía al señor Don Diego de Egües que se atajaría, con poner á estas Naciones, que iban los nuestros reduciendo y poblando, en la corona y patrimonio real; y así lo hizo con sus despachos y provisiones: envió escudos grandes y dorados con las armas pintadas de nuestros Reyes, los cuales sirvieron de mucho consuelo á los indios, cuando se les explicaba que aquello era señal de que no tenían otro amo sino al Rey, y que éste los había de amparar y defender. Bien lo creyeron los indios, pero turbó esta buena fe la tiránica persecución que les levantó un vecino de los blancos de aquellos países en Agosto de 1663 ó 1664, de la cual se hablará luego. Hizo cuantas demostraciones pudo el señor Presidente, sin omitir la ejecución de algunos castigos

necesarios á este blanco que levantó dicha persecución; le desterró de nuestros Territorios de las misiones, por los muchos agravios que hizo á nuestros misioneros y á los indios Achaguas del pueblo de San-Salvador del Puerto de Casanare.

Quedó por entonces ese hombre muy recogido, pero no enmendado; pues ocultaba su odio y lo reprimía, por el gran temor que tenía al señor Presidente, á quien verdaderamente debió mucho fomento y amparo nuestra misión, mucha honra nuestra sagrada religión, y estimaciones perpetuas todos los hijos de ella. Quitónoslo Dios para castigo de todos, cerca del año, ó á los principios de 1665, habiendo gobernado santa y prudentísimamente este Reino apenas tres años. Enterrósele en nuestra iglesia, con asistencia y lágrimas amargas de toda clase de gentes, teniendo el mismo concurso el día ó días de sus honras, y cabo de año, en los cuales predicaron los mejores oradores de nuestro Colegio de Santafé, refiriendo las grandes excelencias y virtudes de este sabio Presidente, dejando en nuestros corazones, como pudieran en las losas de su sepulcro, por epitafios debidos, continuas memorias de agradecimientos perpetuos.

Presto lloraron nuestras misiones su orfandad y sintieron inconsolables la falta de Don Diego de Egües, pues apenas se habían enfriado sus nobles cenizas, cuando faltando el freno á la licencia, se alteraron todas nuestras poblaciones, y se revelaron por la malicia de aquel vecino de quien hablamos arriba, y á quien se había desterrado de nuestras vecindades. Fué de tal calidad la persecución, que en menos de dos días naturales se alteraron nuestras reducciones todas y pueblos; levantó muchas calumnias y testimonios á los Padres, y fué necesario partirse uno de ellos á Santafé á dar cuenta de sus temeridades á la Real Audiencia, para remediar estos daños.

Había estado mal relacionado este vecino con una india de Pauto, y dos hermanos suyos con otras dos indias del mismo pueblo, de donde las habían sacado con violencia; quitóselas este celoso Presidente, y como se dijo ya, echó de nuestros Territorios al hermano mayor de estos tres. Apenas tuvo éste noticia de la muerte del señor Don Diego, cuando se volvió á la india, arrastrado del amor á los hijos que tenía ella, con escándalo público y persecución continua de nuestros misioneros, á quienes tenía mortal odio, y en especial á los que habían asistido á las reducciones de nuestros Achaguas en el puerto de Casanare, motivado este odio, de que los Padres le estorbaban que sacase á los indios de nuestros pueblos, agregados á la corona real, para llevarlos á sus hatos y trapiches, para que les sirviesen en las hilanzas y otros obrajes, vedado todo por cédulas reales, y prohibido por reales provisiones muy repetidas.

También fué principal motivo de este aborrecimiento, el haberse llevado este hombre una india Achagua de las recién bautizadas, por sirvienta suya, quitándosela á su propio marido, con grandes injurias de la Religión cristiana y escándalo de aquellos gentiles que hacían burla de nuestra profesión, viendo que nuestros cristianos (como decían ellos) hacían semejantes maldades. Nuestros misioneros procuraron quitarle esta india, y devolvérsela al marido, cumpliendo en todo esto con la debida obligación de ministros evangélicos, en quienes descargan sus conciencias los señores Presidente y Arzobispo.

Á todos estos desordenes y otros muchos, que fuera muy largo referir, se precipitó este hombre, saliendo de madre como río que había estado antes detenido por el temor al Presidente; pero aunque falleció éste, quiso Dios consolarnos con otro dignísimo sucesor suyo, que fué el señor General de Artillería Don Diego de Villalba v Toledo, Caballero de la Orden de Santiago, y Presidente de este Reino, á quien no debió menos la Compañía en el fomento y amparo de estas misiones, ni se reconoce menos obligada á los favores continuos conque la honró, y á quien pudiera tributar muchos encomios, de nuestra obligación y agradecimiento. Este caballero y piadoso príncipe, noticiado por el Padre que se partió á Santafé para el efecto que se dijo, de las exhorbitancias y escándalos de este vecino de los Llanos, mostró la nobleza de su sangre y su cristiano celo en favorecer á las misiones, como las favoreció y defendió de tan injustas violencias, despachando las provisiones necesarias en favor de nuestros misioneros é indios, y refrenando los excesos de quien nos molestaba y perseguía, con lo cual respiraron los pueblos, se sosegaron los indios, y se serenó la tempestad; debiéndose esta bonanza á la eficacia del señor Don Diego de Villalba.

CAPÍTULO II

EMBÁRCASE PARA ONOCUTARE SEGUNDA VEZ EL PADRE NEIRA, Y MUDA EL PUEBLO DE SAN-JOAQUÍN Á LAS ORILLAS DEL Atanarí.

Con los buenos informes que dió sobre los Achaguas de Onocutare el Padre Alonso de Neira, se tomó la última resolución de enviar un ministro que los doctrinase. Ya dejamos advertido en el libro antecedente, cómo había pasado el Padre Antonio Castán, de los Guagibos de Ariporo al puerto de Casanare, para suplir en las ausencias del Padre Afonso cuando salía á sus correrías. Con el trato de los Achaguas, la enseñanza del Padre Neira, y principalmente con su aplicación y celo, había aprovechado tanto el Padre Castán en el lenguaje de los indios, que

pudo quedarse en el Puerto para doctrinarlos. En esta atención, y siendo como era la eficacia del Padre Neira, y su experiencia, muy conocidas de los Superiores para nuevas empresas, pasó segunda vez á Onocutare, para asistir de asiento en San-Joaquín, y se quedó en Casanare el Padre Antonio Castán.

Embarcóse, pues, para dicho sitio el Padre Neira en el mismo año de 1665, no sufriendo dilaciones su fervoroso celo en materia de tanta importancia, y que podía peligrar con la tardanza; llegó á Onocutare venciendo nuevamente las dificultades pasadas: fué recibido de sus indios con gran júbilo y demostraciones de alegría, prevenidos sus ánimos desde la vez pasada en que le conocieron y trataron, y vieron el natural agradable de su misionero, á quien miraban como á su libertador, contra las opresiones de los blancos, y respetaban como á Padre; creció el contento de los indios cuando les aseguró que no entraba de paso á sus tierras, como la vez pasada, sino para quedarse de asiento con ellos, y defenderlos de los españoles, y para enseñarles con su asistencia el camino del cielo.

Ganadas ya las voluntades, y tratadas las materias con los indios principales del pueblo, pasó á hacerles ver las incomodidades de Onocuture para la fundación nueva, y que sería conveniente para la población otro sitio. No fué muy difícil conseguir esto de sus naturales dóciles, y más cuando advertían ellos los intentos del Padre, que eran el mejor logro de la fundación y sus comodidades temporales. Tanteados los sitios, vistos los temperamentos del país, la calidad de los montes para sus rocerías, como también los ríos para sus pescas (que todo esto es muy necesario se atienda), pareció más conveniente formarle en las orillas del Atanari por las razones dichas, y por la mayor cercanía y vecindad al río Meta, y consiguientemente al Orinoco, con lo cual se facilitaba la navegación de río arriba, para nuestro pueblo de San-Salvador de Casanare, de donde había de bajar el socorro de hostias y vinq para, consagrar, y también la de río abajo para hacer nuestras correrías por sus raudales, al tener noticia de nuevos gentiles, y juntamente por haber reconocido ser mejor país éste y más sano que el de Onocutare.

Escogióse, pues, para el efecto, un lugar excelente, ameno y delicioso, entre el río Atanarí, y otro más pequeño llamado Casiaricati, distando de éste último como dos tiros de bala, y uno del de Atanarí, siendo las aguas de uno y otro muy buenas y saludables. Allí se fabricó un hermoso pueblo con lindas y muy aseadas casas, que las hacen muy bien los Achaguas; hízose una iglesia muy capaz y bastante para cerca de 400 almas, de que constaría la población, como queda dicho; adornóse el altar cuanto permitíau aquellas soledades y grandes retiros, y se dedicó el pueblo al glorioso San Joaquín, llamándole de su nombre San

Joaquín de Atanarí. En él comenzó luego nuestro misionero á esparcir los rayos de su fervor y celo; fué entablando sus doctrinas y disponiendo sus catecismos; bautizó á los párvulos, ganada la voluntad y gracia de los padres, que á los principios lo resistían con obstinacíon y gran fuerza, por haber concebido errónea y diabólicamente, que el agua del santo bautismo mata á quien lo recibe, teniéndolo por uno de los venenos más activos que hay contra la vida humana; échase muy bien de ver el engaño de sus entendimientos, y ser de Satanás estas industrias, porque ellos mismos lavan á los niños todo el cuerpo con agua fria casi acabados de nacer, y lo suelen repetir muchas veces entre día; y las madres en acabando de dar á luz, se van al río y se bañan, y hay algunas que en reconociendo la cercanía de su parto por el mayor aprieto de sus dolores, se van de hecho al río para tener más á mano el agua y el lavatorio, y esto no les hace daño, y en cuatro gotas de agua del sagrado bautismo conciben y temen tal riesgo.

Este abuso y resistencia lo ha vencido totalmente la eficacia de nuestros misioneros; y aunque muchos se hacen desentendidos, y no manifiestan sus hijuelos, pensando que nos olvidarémos ó que no echarémos de ver si hay recién nacidos (lo cual es muy fácil en estas poblaciones), esta industria del demonio la vence el desvelo y cuidado de nuestros misioneros, que andan en continuo movimiento visitando las rancherías y casas, buscando descubriendo los párvulos, con lo cual no sale el demonio con sus intentos.

y

No es menor el pernicioso abuso que, en orden á privarles del bautismo, les ha sugerido Satanás á estas gentes, no sólo de la Nación Achagua sino de las demás Naciones. Están persuadidos (y en la realidad es así ) que las miserables indias nacen para muchos trabajos, porque ellas han de ser las que trabajan para todo, y así cuando nacen suelen enterrarlas vivas, pretendiendo con esta piedad cruel sacarlas cuanto antes de trabajos por medio de tan inhumana muerte, con que las privan no sólo de la vida del cuerpo sino también de la del alma. Hará dos años con poca diferencia, que enterraron los Salivas á una niña viva en las orillas del Guanapalo, sin otro delito que haber nacido mujer y no varón; y aunque es verdad que con las reprensiones de los Padres, los terrores y amenazas que en pláticas secretas y públicas se les han hecho sobre este punto, no se ha conocido reincidencia, siempre es menester andar con mucha vigilancia en esto, valiéndose de antemano de los Fiscales y alguaciles, á quienes les es fácil averiguar las que están en cinta, y amenazarlas con el enojo del Padre y el castigo, si no parece la criatura después.

Volviendo ya á nuestro Atanarí, se fué formando una buena

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