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cristiandad en este pueblo, acudiendo todos, varones, mujeres y niños á la iglesia todos los días, á la doctrina, y predicándoles todas las tardes en su lengua sobre los misterios sagrados, y en especial sobre la necesidad del bautismo, y sobre el infierno y la gloria, no perdiendo punto nuestro fervoroso misionero y los que le siguieron en el ministerio después, para ayudar á la salvación de esta miserable gente.

CAPÍTULO III

EMBÁRCASE UNO DE NUESTROS MISIONEROS PARA LA NACIÓN SALIVA,
QUE ESTABA CERCA DE LAS BOCAS DEL ORINOCO. NO TIENE
EFECTO ESTA PEREGRINACIÓN, POR HABER SIDO SINIES-

TRAS LAS NOTICIAS, Y SE AGREGA AL PUEBLO DE
ATANARÍ UNA PARCIALIDAD DE ACHAGUAS.

Son los ministros evangélicos (si se considera bien) alquimistas á lo divino, quienes á fuerza de tales viven ansiosos siempre por fabricar oro con los arbitrios de la gracia, de la materia tosca y bárbara del gentilismo; y así como aquéllos no dejan piedra por mover para dar en sus intentos con la piedra filosofal, así los misioneros apostólicos no perdonan trabajos ni diligencias para reducir las almas al gremio de Dios. Esta es la codicia insaciable de la Compañía de Jesús; éste el oro verdadero que desea su cuidado y que anhela su filosofía. ¡Qué desengaño tuviera el más desafecto émulo, y el calumniador más mordaz, si anduviera siquiera un par de meses por estos sitios, ajenos totalmente de todo interés hu ano, y abundantes sólo en miserias, hambres ད་ penalidades!

Diéronle noticia al Superior de las misiones, de que entre las bocas del Orinoco y nuestro pueblo de Atanarí, por las orillas del río Meta, había una grande población, no menos que de dos mil almas, de la Nación Saliva. Es esta gente montaraz y agreste, pero bien dispuesta para recibir el Evangelio; es muy mediano su valor, muy inferior al del Caribe, y aun al de la Nación Chiricoa, y por esta causa no sólo los han dominado los Caribes y los dominan todavía, hasta quitarles sus mujeres, sino también los Chiricoas, que se entraron por sus tierras antiguamente y los cautivaron y mataron. Son grandes herbolarios y hechiceros, y profesores insignes de la yopa para sus adivinanzas y supersticiones. Profesan la poligamia, y son muy dados á la borrachera; andan desnudos en cueros como las demás Naciones; si bien es verdad que muchos de ellos se cubren por decencia con unas bandas largas llamadas guayucos, de lo cual hablé arriba.

Con sus difuntos tienen un rito particular, y es en esta ma

nera enterrarlos con las mismas ceremonias y usanzas que las demás Naciones, á lo cual añaden el celebrar su cabo de año ó aniversario, pues cuando ya les parece que es tiempo, según sus tanteos, hacen sus prevenciones, y la primera y principal, y casi la única, es la bebezón, llenando muchas vasijas de ese brevaje infernal; envían á algunos á montear por los bosques, á otros á pescar por los ríos y caños; hacen sus bollos de maíz y muchas tortas de cazabe. Dispuesto ya todo, más con aparato de boda que de mortuorio y ofrenda, se convocan los parientes, y se convidan los circunvecinos: juntos ya todos, desentierran los huesos del difunto, y poniéndolos en medio de la casa, se sientan al rededor, repiten algo de sus lamentos y llantos, entre los cuales mezclan grandes risotadas y chacotas; á ratos forman bailes y cantares en su lengua, y á su modo, entreverando todas estas cosas con la bebida continuada.

Así se están velando los huesos cuatro, seis y ocho días con sus noches, al cabo de los cuales se hace el sacrificio más solemne, que es poner en una pira la osamenta, y dándola fuego, hacen con sus cenizas el último brindis de su borrachera, bebiéndoselas revueltas con sus bebidas, en lo cual les parece que beben toda la valentía y propiedades del difunto á quien celebran.

Otro rito especial tiene esta Nación para elogiar á sus Capitanes y graduarlos de valientes, ceremonia que usan los Caribes para crear á los suyos.

El examen para este grado es rigurosísimo en extremo, por ser un martirio bien penoso, traza sin duda de Satanás para lograr sus fines. Júntanse para este examen y sacrificio cruel los principales del pueblo; cuando están congregados los examinadores y jueces, hacen su razonamiento en orden á la elección; acabado su razonamiento y mirray, proceden al examen, el cual se reduce á coger al graduando y descargar sobre sus desnudas carnes rigurosísimos azotes, hasta desgarrarle el cuero y derramar mucha sangre; si en medio de estos golpes muestra flaqueza el actuante, le dan por réprobo desde luego, y le juzgan indigno de empuñar el bastón; pero si muestra fortaleza, le dan por áprobo los jueces, no para la capitanía que pretende, sino para que pueda pasar libre y sin estorbo á otro examen especial, no concedido á todos, y del cual depende la gineta. Esta es una prueba más cruel y rigurosa que la pasada, y se reduce á poner al pretendiente desnudo entre un ejército de hormigas bravas, que saben arrancar con sus tenazuelas afiladas el bocado que agarran, y descarnar el cuerpo; así lo tienen largo tiempo entre sabandijas tan crueles, observando en el ínterin los examinadores con grande atención los ademanes del paciente; si por desgracia suya se asoma alguna queja á los labios, por pequeña que sea, se da

por nulo

el examen pasado; pero si resiste constante, dan los jueces los votos en su favor; sale con mucho aplauso, con crédito de valiente, y goza desde ese día el puesto de Capitán, con todos sus honores y privilegios, y son entre otros el tener una tropa de mujeres. Uno de estos Capitanes lo tenemos el día de hoy en la reducción nueva de Salivas que se ha fundado á orillas del Meta; llámase el Capitán Camaneje; todavía es gentil, y cuenta entre sus proezas, el haber pasado entre los suyos por el examen ya dicho, del cual conserva todavía las cicatrices y señales de los azotes que le confirieron el grado y le dieron el bastón......

pre

De esta Nación, pues, como se dijo ya, se dió noticia al Padre Superior, y en especial dijeron, que había una crecidísima población como de dos mil Salivas, y aun se añadió que ellos mismos, de su voluntad, salían en tropas á pedir un Sacerdote que les dicase el Evangelio; pero el efecto mostró lo apócrifo de la noticia, como se verá. Estos ecos llegaron hasta nuestro Colegio de Santafé, con no poco consuelo de todos, y fervor de muchos que con instancias, se ofrecieron para estos empleos, y se fueron de hecho algunos de ellos á los Llanos. En esta ocasión se quiso adelantar con tanta viveza esta empresa, que ya se había dedicado el pueblo ideado al gloriosísimo Príncipe San Miguel Arcángel, y se llevó un hermoso lienzo con su imagen, para las estrenas de la iglesia; efectos todos de las fervorosas ansias y celo ardiente de nuestros Conquistadores evangélicos y Misioneros apostólicos.

Dedicóse á uno de los Padres para esta peregrinación, y aunque no dice la crónica el nombre de este sujeto, se colige con mucha probabilidad, atendidas las circunstancias, haber sido el Padre Juan Ortiz Payán, quien acometió esta empresa. Embarcóse en el puerto de Casanare, en lo más riguroso del invierno, yendo entre dos aguas, navegando los ríos, lloviendo los cielos, de lo cual se seguían las incomodidades y trabajos en las rancherías, por hallarse anegadas las playas con las crecientes, y ser forzoso hacer noche en los bosques; y aun en ellos había apenas donde poner el pie, por estar anegados; el descanso de la noche era el miedo continuo á los tigres y leones, y á las culebras y otros animales ponzoñosos, teniendo por guarda y defensa de estos peligros, el ejército de zancudos, que con sus lancillas y picos agudos martirizaban al buen Padre, quien aunque era práctico en muchos caminos peligrosos y ásperos, cuales son todos los de esta provincia para casi todos sus Colegios, sin embargo echó de ver que estas inclemencias, soledades y retiros eran extraordinarios; pero el celo apostólico y el deseo de servir á la Religión lo vence todo.

Tomó tierra en el puerto de Santa-Cruz de Atanarí, en el río Meta; de allí pasó á pie, con todas las incomodidades

y tra

bajos que de este camino dijimos arriba, aumentándolas todas las muchas aguas, así de las que llovían como de las quebradas y ciénagas que iban caudalosas y crecidas, caminando por ellas y dando en barriales y atolladeros, en lo cual gastó tres días, al cabo de los cuales dió en nuestra reducción y pueblo de San-Joaquín de Atanarí. Allí le recibieron con grande gusto y alegría común de toda la población, la cual manifestaron trayéndole sus presentillos, unos de torta de cazabe, otros de plátanos y yucas, y otros sus muricas de bebidas, que es el mayor regalo y señal de mucha fiesta y bodas. Así recibieron al Padre, quien no quedó corto en los agasajos y cariños que hizo á todos, porque fuera de dictarlo así la caridad con estas almas hurañas, tenía el Padre natural amistoso, y agradable condición, prenda la más estimable en un misionero de gentiles para ganarlos para Dios.

Llegó nuestro pobre peregrino lleno de llagas, causadas por los calores excesivos y las picaduras de los zancudos y mosquitos; desgarradas las piernas á los rigores de las malezas y pajonales; y todo debía de ayudar para que le asaltase un corrimiento pútrido en el rostro, del cual padeció mucho por espacio de diez y seis días, con calenturas ardientes y excesivos dolores, irremediables éstos y aquéllos, por falta de medicina en esos desiertos tan retirados; pero la providencia de Dios hace maravillas singulares en la mayor desolación y desamparo, y aunque le duraron muchos días las calenturas, no debilitaron sus ardientes deseos de ayudar á la salvación de las almas. Pronto se dió al estudio de la lengua Achagua; hizo sus cartapacios y cuadernillos, y empezó á decorar como muchacho sus rudimentos, y en especial las oraciones de la doctrina cristiana; iba al mismo tiempo haciendo apuntamientos de vocablos y frases de lengua Saliva, por haber algunas indias de esta Nación en el pueblo de San-Joaquín, y en fin, hizo lo que pudo con muy buenos deseos y celo.

A breves días se trató de la empresa de los Salivas, aunque produjo en Atanarí mucho desconsuelo, porque allí se tomó lenguas y se supo con certidumbre haber sido mentirosa y falsa la nueva que en Santafé se había dado, de que salían tropas de dichos Salivas á pedir misionero; y habiendo sido esta nueva el mayor halago, desmayó el ánimo al entender lo contrario, pero no el espíritu ui el celo; entendióse también ser mentira y fantástica la población de dos mil almas, pero esta mentira fué hija de alguna cosa, como después veremos. Por esto se trató de la exploración, y se dispuso que la ida fuese por agua, echándose por el río de Meta abajo, y la vuelta por tierra, por la misma banda de Atanarí, para que así se descubriesen nuevos rumbos, se viesen los rincones, y se reconociese si había gentío. Corrióse por el río Meta casi hasta dar en su entrada al Orinoco; luego

se fué costeando la tierra, para dar en la población de los Salivas, tan numerosa y nombrada, y se encontró una tan pequeña, que constaba de cuatro casas, que apenas contenían veinte personas, y éstas tan ajenas de pedir misionero ó ministro evangélico, que á breves días se retiraron á otros rincones más dilatados y escondidos.

Estos dieron noticia de que entre las playas del Orinoco y riberas del mar Océano, frente á la Guayana, por una banda, y de la isla de la Trinidad por otra, había una población grande de su Nación, y aunque no expresaron ellos el número de dos mil, pudo ser que aquella mentira cierta fuese hija de esta verdad dudosa.

Quiso Dios recompensar el pesar de este desengaño con el consuelo de una parcialidad de Achaguas que se granjeó en esta peregrinación, porque caminando ya para arriba, se encontró en las orillas del Meta una poblacionsilla de un Cacique muy conocido entre los Achaguas por el nombre del Caciquito, que constaba de ocho ó diez familias, y todas ellas de poco más de cuarenta personas. Este Cacique se vino á Atanari con algunos de sus compañeros, y dejando asentado el traer su gente en el verano, se volvió á su territorio, y trajo después á sus familias al tiempo señalado, y se agregaron con harto gusto y consuelo de todos al pueblo de San-Joaquín de Atanarí, y se vió florecer aquella reducción con mucho número de almas; y hubiéramos logrado en ese sitio un cuantioso pueblo, si la protervia de los Chiricoas enemigos, no hubiera, con sus continuas invasiones, hecho mudar de rumbo á los nuestros, como se dirá largamente después,

CAPÍTULO IV.

SITIAN NACIONES ENEMIGAS Á NUESTROS ACHAGUAS DE ATANARÍ, DANSE VARIAS BATALLAS POR CASI TRES MESES, PADECEN LOS PADRES MUCHOS TRABAJOS Y PELIGROS, Y LOS LIBRA DIOS CON ESPECIALES PROVIDENCIAS.

Corría por este tiempo el año de 1668. Habiéndose ya vuelto á Casanare para cuidar de sus Achaguas el Padre Alonso de Neira, después de haber asistido en Atanarí dos años, sucedieron en su lugar y apostolado de San-Joaquín, dos fervorosos misioneros que fueron los Padres Antonio Castán y Juan Ortiz Payán, quienes codiciosos de tanto mérito, y agitados con el ejemplo del Padre Alonso, quisieron entrar á la parte de tan apostólicos trabajos y gloriosos empleos. Casi tres años, desde su primer entable, se vió nuestro pueblo de San-Joaquín de Atanarí con quietud, con serenidad y paz, y con mucho gozo de nuestros misioneros, quienes pasaban las soledades y trabajos por Dios,

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