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Fueron bien notables las demostraciones de piedad que en una festividad del Corpus hicieron, prosiguiendo por toda la infraoctava esta reverencia y culto. La víspera de la fiesta se colocó el Santísimo Sacramento en un tabernáculo fundado sobre doce columnas, que idearon y dispusieron los mismos indios; acabada la fiesta de aquel día, no se acabó por esto su devoción cristiana, pues todos los días de la infraoctava se juntó el pueblo por la tarde en la iglesia; media hora antes de ponerse el sol, rezaba con brevedad el Catecismo, y luego se descubría el Santísimo y predicaba el Padre; oían con tanto aprecio estas exhortaciones, y formaban tal concepto de aquel infinito amor que se ocultó para nuestro bien debajo de las especies sacramentales, que prorrumpían después ellos mismos en fervorosas pláticas, siendo el asunto de éstas el Sacramento del Altar; y no se quedaba en palabras esta ternura y devoción, porque llegada la noche iban velando por su turno los señalados para este fin, y así cían toda ella orando y velando.

permane

Casi lo más del pueblo acudió á Su Majestad hasta las diez de la noche, unos de rodillas, otros sentados; y en todo este tiempo eran no pocos los que tomaban disciplina en las Capillas, Sacristía y otros lugares retirados; todos estos obsequios y otros muchos, que omito por parecer demasía en unos pobres indios, casi recién cortados del gentilismo, hacían los Achaguas á Dios, al celebrar sus fiestas, agitados con el espíritu de su misionero.

En el Gobierno civil y político perteneciente al pueblo, para evitar los desórdenes que se podían cometer, y para castigar los que se cometían, andaban las justicias tan vigilantes y severas, sin perdonar á nadie, que podían ser modelo de muchas Repúblicas antiguas. Hicieron cepo ellos mismos, para refrenar á los culpados, y en él los castigaban cuando lo pedía el caso. No podían sufrir que hubiese ociosos en el pueblo, visitábanle por las tardes, y si encontraban algún indio sin trabajar, sin más delito que éste lo castigaban con azotes; no perdonaban sobre este punto de ociosidad ni aun á la familia del más pintado. Había salido el Padre del pueblo un día, y los domésticos, logrando la ocasión, salieron á divertirse al juego de la pelota; costóles tan caro su pelota á los tristes muchachos, que dando con ellos los Alcaldes, que salían de ronda, los azotaron á todos, después de una severa reprensión, porque decían ellos que echaban á perder el pueblo, dando ocasión á los demás para que jugasen entre semana, cuando debían trabajar.

Ya se deja entender cuán severos Fiscales serían en la ronda de noche, los que eran severos en la del día. La india que salía de noche sola, tenía seguro su castigo, sin que le valiesen plegarias, porque tenían ordenado que nadie pasease de noche si no

era que fuese á la iglesia y con compañía segura; de esta manera eran temidos y respetados los Alcaldes que refrenaban á la juventud, se recataban los viejos, y se evitaban muchas culpas, que encuentran sus ocasiones cuando les falta el freno del temor y castigo. Con esto andaba Casanare, no como pueblo nuevo, sino como antigua República bien ordenada. Todo esto lo facilitaba el Padre Alonso de Neira, con su natural agrado y razonado genio, quien sabía aflojar el arco á las veces para suavizar por este medio á sus hijos la fe que les predicaba; permitíales sus recreaciones honestas, y tal vez concurría á ellas cuando lo pedía el tiempo; compuso en lengua india una historia sagrada en verso, que tomaron de memoria los Achaguas, y la representaron en teatro público, función muy aplaudida, y á la cual acudieron los vecinos españoles, con pasmo y admiración suya, viendo á unos pobres indios casi recién salidos de los montes, representar sus papeles como los más versados.

A esta altura de cristiandad y policía llegaron nuestros Achaguas del Puerto, con lo cual parece les quiso premiar Dios en esta vida las graves é injustas opresiones en que se vieron tantos años, siendo la Nación más vejada de cuantas conocieron los Llanos, Mucho ayudó para esto el haberles provisto Dios de buenos misioneros, aplicados al estudio de su lengua, en la cual salieron eminentes, pues además del Padre Neira y del Padre Antonio Castán, tuvieron un insigne lenguaraz, que lo fué el Padre Fernando de Arias; siguiéronse después los Padres Pedro de Castro y José Cavarte, quienes los asistieron también, y aprendieron sus lenguas con bastantes ventajas, y por este medio se adelantaron en la piedad, y se conservaron en ella estos nuevos cristianos.

Vistos los progresos, así de la reducción de Casanare, como de los demás pueblos, el número de hombres poblados, y acaecimientos sucedidos, pasaremos al Libro siguiente, en el cual daré razón de lo trabajado y predicado por los nuestros en el río Orinoco, hasta rendir la vida á manos de los Caribes.

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Entable de nuestras misiones en el río Orinoco y trabajos de los misioneros hasta perder la vida en la rebelión y hostilidades de los indios Caribes..

CAPÍTULO I

ENTRAN Á EXPLORAR EL ORINOCO LOS PADRES IGNACIO FIOL Y FELIPE GÓMEZ; RECORREN Y AVERIGUAN SUS COSTAS,

VUELVEN Á LOS LLANOS Y SE PARTE UNO DE ELLOS

Á SANTAFÉ CON LAS NOTICIAS DE LO
EXPLORADO Y VISTO.

que

Es propio del fuego buscar espacio dilatado para desahogo de sus llamas. Muchas veces se ha visto trastornar montañas inaccesibles, y no sufriendo su naturaleza estrechuras ni impedimentos que le sirvan de cárcel, quiere que se le franqueen las puertas para la extensión de su eficacia, y convertir en sí lo le sale al paso. Hemos visto en los tres Libros antecedentes lo ejecutado por los nuestros en las misiones de los Llanos y orillas del río Meta; pero como sea verdad que ese espacio era estrecho para el abrasado celo y fuego de caridad en que ardían y se abrasaban nuestros operarios evangélicos, hubieron de buscar el desahogo de su fogoso espíritu en nuevos y dilatados campos, venciendo, para este fin, montes de dificultades, como se irá viendo.

Hacía casi cuatro años, desde el de 1675, que estaban como ovejas sin pastor aquellas tres reducciones conquistadas y mante. nidas en las bocas de Sinareuco, por los Padres Alonso de Neira y Bernabé González (á las cuales habían dado principio los dos Antonios, Monteverde y Castán), por la escasez de Sacerdotes, que fué el motivo principal por el cual interrumpieron su cultura los Padres arriba dichos, y se volvieron á los Llanos á cuidar de las reducciones antiguas. Determinaron los Superiores enviar dos Sacerdotes de buen celo para que explorasen el Orinoco, y viesen y tanteasen la calidad de los sitios, y las esperanzas de fundar nuevas reducciones.

Facilitó esta determinación el estar esperando por aquel tiempo un buen refuerzo de misioneros de España, que halagaban las esperanzas de poder extender las conquistas á las dilatadas playas del Orinoco, á la exploración de las cuales salieron de

Santafé los Padres Ignacio Fiol y Felipe Gómez, el año de 1679, para que, conforme a las noticias que trajesen de vuelta, pudiesen entrar los misioneros cuando llegasen de Europa. Embarcáronse, pues, los dos Padres por el Casanare y el Meta, y después de la navegación de estos ríos, llegaron al deseado Orinoco, visitaron como de paso las tres poblaciones referidas, en donde tuvieron particular gozo los misioneros, y no menor júbilo los indios, viendo aquéllos una nación tan bien dispuesta para recibir la fe, y éstos, que se acercaba el cumplimiento de sus deseos.

Aquí empezaron á ejercitar su oficio, con aquel cuidado que requería el caso: informáronse muy por menudo de cuanto deseaban saber recorrieron los sitios; trasegaron sus márgenes; averiguaron el gentío, tomaron lengua de los prácticos y notaron la capacidad que en el Orinoco había para las misiones; la variedad de naciones y lenguas, y otras cosas importantes, y movidos no sólo de lo que vieron sino de las noticias que de esto tenían por voz común, quisieron registrar por sí mismos lo que decían los prácticos, sobre otras naciones retiradas del Orinoco arriba. Navegaron en las piraguas contra la corriente del río, y á la fuerza de remo con bastante número de indios diestros en romper sus raudales, después de muchos días de navegación y trabajos, hallaron que la capacidad era casi inmensa para muchas misiones; las parcialidades innumerables; las lenguas poco diversas, pues casi todas aquellas gentes, ó las más, hablaban un mismo idioma, y que estas naciones confinaban con el Airico grande, provincia dilatadísima, habitada por bárbaros, en donde con el favor divino y real socorro de Su Majestad, se podía esperar una de las mayores misiones, y mayores empresas que hasta entonces se habían visto.

Entre las naciones que encontraron, y que les robó el afecto por su docilidad y buenas prendas para recibir la fe, fué la nación Saliva, de cuyos ritos y costumbres hemos tratado ya; estaba muy extendido este gentío en varias rancherías y pueblos distantes unos de otros; los más próximos y acomodados para doctrinarse desde luego, eran siete, bien numerosos, de que trataré después, y teniendo averiguadas estas cosas, y vistas las esperanzas que había de una lucida cristiandad en la nación Saliva, se despidieron de aquella gente, consolándola al partir, con la seguridad de que entrarían Padres muy en breve á sus tierras para asistirlos y doctrinarlos.

Dieron la vuelta para los Llanos, y quedándose en una de nuestras doctrinas el Padre Felipe Gómez, salió para la Corte de Santafé el Padre Ignacio Fiol, con el designio de informar á los Superiores de lo que había visto y averiguado en el río Orinoco. De todo se dió cuenta á la Real Audiencia y al Señor Arzobispo,

para que cooperasen por su parte á un fin tan santo; y vencidas algunas dificultades, que era fuerza tuviese una empresa tan grande, determinaron que entrasen misioneros, como se hizo después, y lo veremos ahora.

CAPÍTULO II

LLEGAN MISIONEROS DE ESPAÑA Á LA CIUDAD DE SANTAFÉ; ENTRAN

CINCO AL ORINOCO Y FORMAN SIETE REDUCCIONES DE INDIOS.

Salieron de la ciudad de Cádiz el día 28 de Enero del año de 1681 los misioneros que esperaba esta provincia para el nuevo entable que premeditaba en el Orinoco; llegaron á Cartagena el 2 de Abril del mismo año, en lo cual se ve claramente cuán de su cuenta tomaba Dios estas empresas apostólicas, y cómo concurría á los deseos generosos y empeños nobles de la Compañía, pues casi por el mismo tiempo que estaban allanando los nuestros las dificultades y estorbos que podían retardar los pasos de los operarios evangélicos, en el explorado campo, estaba proveyendo Dios en España este nuevo socorro para su labor y cultivo. Vinieron en esta ocasión dos misioneros bien insignes, que fueron los Padres Gaspar Bek é Ignacio Teobast, lustre de las misiones del Orinoco y honra de esta provincia, á la cual habían de realzar bien en breve con los matices de su sangre.

Partieron de Cartagena, reparados y convalecidos del mareo, siguiendo la derrota ordinaria que suele ser ya por tierra, ya por agua, hasta llegar al río de la Magdalena (por antonomasia el grande). Se embarcaron en éste, hasta la villa de Mompox, y de aquí hasta la de Honda, recibiendo la hospitalidad y agasajos con que en nuestros colegios de Cartagena, Mompox y Honda se atiende y honra la resolución generosa con la cual se destierran los europeos de sus propios países y patrias, para venir á nuevos climas, contrarios las más veces á su salud y fuerzas, buscando en ello la gloria de Dios y el provecho del prójimo.

Habiendo descansado en Honda algún tiempo, prosiguieron su viaje para la ciudad de Santafé, con el avío y providencia de mulas y demás cosas que ha usado siempre esta provincia con los misioneros, conduciéndolos con toda liberalidad y costo por aquellos caminos inaccesibles, tanto por la aspereza de la tierra y su altura, como por los muchos barriales que se encuentran á cada paso en el camino, los cuales vencen las mulas ejercitadas en ellos; llegaron, finalmente, nuestros caminantes á la cabeza del Reino y provincia, que dista más de 200 leguas de Cartagena; allí, á vista de la Sabana de Bogotá, se explayaron los ánimos viendo sitios semejantes á los de sus países; y es cierto que si

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