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LIBRO QUINTO.

Nuevas entradas de nuestros misioneros á los dos Airicos. Procúrase el entable de algunas reducciones, y padecen muchos trabajos en esta empresa.

CAPÍTULO I

ENTRA EL PADRE JOSÉ CAVARTE Á LOS ACHAGUAS DEL AIRICO; ES MUY MAL RECIBIDO DE LOS INDIOS, PELIGRA SU VIDA Á MANOS

DE LOS CHIRICOAS.

Deseosos los Superiores de la Compañía de evitar los daños que nos amenazaban en el Orinoco, y no queriendo por otra parte desamparar una misión regada, no sólo con los sudores sino con tanta sangre de los Jesuitas, ordenaron que, dejada la navegación por los ríos Casanare, Meta y Orinoco, en adelante se hiciese el camino por tierra, buscando las cabeceras ó medianía de aquellos ríos, en cuyas bocas estaba poblada la Nación Saliva. Facilitó este dictamen la persuasión prudente de que los Salivas ofendidos gravemente por las hostilidades que habían padecido de los Caribes, y noticiosos de la asistencia de los nuestros en los ríos Dauma, Dubarro y Vichada, dejarían sin dificultad los antiguos asientos de los pueblos, y subirían por el río arriba, solicitando su seguridad en nuestro amparo; y de no conseguirse esto á los principios, por lo menos no era materia en que cabía duda, que los misioneros tendrían bastante mies donde cebar su celo en las dilatadas montañas del Airico, no distantes de esos mismos ríos donde estaban los Salivas, pues era fama constante desde las conquistas de estos Reinos, que el Airico albergaba muchas y muy numerosas Naciones, Reforzábase este dictamen, con el hecho de que dichas montañas del Airico se incluían en la demarcación de las misiones asignadas á la Compañía sin que nadie pudiera quejarse de que la Compañía había metido la hoz en mies ajena ó despojado á otro de lo que estaba á su cargo.

Recomendóse la resolución de esta ejecución á la actividad y celo del Padre José Cavarte y del Padre José de Silva, diestros ambos en manejar los infieles del Orinoco, y en llevar con constancia las incomodidades que en tales empresas ofrece la destemplanza de los climas; y además, el Padre Cavarte conocía con perfección los idiomas Saliva y Achagua, que eran los de las Naciones que se solicitaban.

Partieron los Padres para el Meta el año de 1695, bien aviados de matalotaje, por la caridad del Padre Superior de los Llanos; pero en llegando á las playas del río, que necesariamente se había de esguazar para seguir el rumbo del Airico, le hallaron tan crecido que fué necesario dejar pasar algunos días, para ver si daba treguas á sus crecientes, mas viendo que con su dilación no se corregía el tiempo, tomaron esta resolución: que el Padre José Cavarte pasase en una canoa á la otra banda, y con algunos indios y dos soldados penetrase hasta el Airico, si antes de llegar no encontraba pueblos de infieles; y que el Padre Silva se quedase en las márgenes con las reses, caballos y demás avío que llevaban para la fundación, con el designio de llevar adelante su viaje, siguiendo al Padre Cavarte luégo que el tiempo diese lugar,

No faltaron graves dificultades que vencer en esta resolución, originadas del temor de los que habían de acompañar al Padre Cavarte, por haberse de hacer aquella jornada á pie, sin guía de fidelidad, sin competente matalotaje, que para un camino dilatado no podían cargar pocos indios, con continuos sustos de los Chiricoas, que como bandoleros discurren armados por aquellas tierras; pero allanados éstos y otros inconvenientes, emprendió su jornada el Padre Cavarte, atravesando muchos caudalosos ríos, ciénagas y quebradas. A pocos días les faltó la subsistencia, y así por haber de buscar frutas silvestres, algunos monos, micos y papagayos con qué sustentarse, como por la detención forzosa de hacer algunas pequeñas embarcaciones de palos unidos con bejucos para pasar los ríos que negaban el vado, se tardó cuarenta días antes de dar vista al primer pueblo del Airico, llamado Quirasivéni.

y

Ya tenían noticia los de este pueblo de que entraba el Padre á sus tierras, por aviso que pudieron darles los Chiricoas ó algunos otros indios de la misma población, de los que suelen salir á sus monterías ó á pescar; fué notable la turbación de todos, pero en especial la del Cacique de ellos, cristiano fugitivo de Isimena, llamado D. Antonio Cusinituy. Hallábase en esta sazón en el pueblo una tropa considerable de indios Chiricoas con su Cacique, á quien llamaban Saverro, y queriendo el dicho Antonio tirar la piedra, como dicen, y ocultar al mismo tiempo la mano, aconsejó á su amigo Saverro que saliese con sus Chiricoas al encuentro, y estorbase la entrada de los Padres á sus tierras, quitándoles la vida. No se hizo de rogar Saverro, pesando tan poco como pesaba en su estimación y aprecio la vida de un sacerdote, y más cuando pensaba por este medio tener gratos á los Achaguas; salió, pues, con su gente el Chiricoa, y á distancia de un cuarto de legua encontró al Padre Cavarte que se acercaba

ya, sin otro ajuar que unos pobres alpargates, con que caminaba á pie, como lo había hecho hasta allí, y sin más resguardo para su defensa que dos soldados y aquel paje de quien hicimos mención en el Libro primero, llamado Chepe Cavarte, inseparable compañero en sus peregrinaciones; llevaba el Padre en las manos un lienzo grande enrollado, en el cual estaba pintada una imagen muy devota de San Francisco Javier, y fue el medio de que se valió Dios para librarlo de la muerte, como se verá ahora.

Apenas lo divisaron, cuando se pusieron los Chiricoas en dos filas, por enmedio de las cuales había de pasar el Padre: venían todos armados con sus macanas y flechas, como quienes traían muy pensada su bárbara resolución; ya había entrado el Padre Cavarte entre los Chiricoas enemigos, cuando uno de ellos, el más atrevido, encaminó sus pasos hacia el Padre, armado de una rodela y de una cuchilla muy pesada que llaman caporano, y es á manera de cuchilla de carniceros. Ya estaba cerca de nuestro misionero para descargar el golpe, cuando permitiéndolo Dios, puso sus ojos en el lienzo enrollado que él se imaginó ser una arma de fuego como trabuco y mosquete, según se averiguó después, y fué tanto el horror y sobresalto que concibió, que helado con el susto, volvió los pasos atrás sin atreverse á proseguir con su depravada intención. Pasó por enmedio de todos el buen Padre, sin que se atreviese ninguno á impedirle sus pasos, más seguro con tan poderosa arma como aquella que si llevara para su defensa un ejército entero. Todavía existe este lienzo en una de nuestras reducciones del Meta, llamada el Beato Regis de Guanapalo, en donde se guarda con mucha estimación, tanto por merecerlo la imagen de tan gran apóstol, como para memorias de la singular providencia, por medio de la cual libró Dios de la muerte al Padre.

Volvieron los Chiricoas su enojo contra la guía que llevaba el Padre, que era un Chiricoa cristiano, enemigo, con que parte por esta causa, como también porque guiaba al Padre y á los blancos á su tierra, le acometieron como tigres, y habiendo bregado mucho tiempo el pobre indio, salió de la refriega mal herido aunque no de muerte. Con pasos tan peligrosos como éstos entró á predicar el Evangelio á estas gentes el Padre José, quien á pesar de verse desamparado de todo socorro humano, y mal recibido de los indios, no cayó de ánimo, ni desistió de su empresa. Advirtió que entre los indios del pueblo había uno que se mostraba más humano que los demás, y valiéndose de éste, le pidió con mucho ruego que intercediese por él con el Cacique para que le dejasen estar en sus tierras, pues el motivo con que había entrado á ellas arrostrando tan inmensos trabajos, no era otro que el darles á conocer á Dios y atender al bien de sus almas. Hízolo

tan bien el indio, que le recibieron de paz el Cacique y los demás del pueblo, mas no por eso mostraron gusto de semejante entrada, porque como su corto discurso y la falta de experiencia los inducía á pensar mal, se persuadieron de que la venida del Padre era con el fin de informarse de las Naciones de aquellas tierras, para trasladarlos á otra, donde privados de su libertad les impondrían el yugo los españoles, como lo experimentaron sus abuelos.

Con este dictamen, ya que no pusieron las manos en el Padre, como lo habían intentado por medio de los Chiricoas, mostraron disgusto y desafecto en su trato, y por muchos días negaron que hubiese otra gente en aquellas dilatadas montañas, pensando obligar al Padre por estos medios á desamparar el puesto y volver á los Llanos. Mas nuestro misionero, diestro ya en la cavilosidad de los indios, no se dió por entendido de nada de esto, antes bien trató de hacer casa en medio del pueblo, para que se entendiese que su asistencia en el Airico era muy de asiento; decíales que las noticias que había adquirido en los Llanos del ' gentío del Airico no podían faltar, y dado caso que no fuesen ciertas, él daba por bien empleados todos sus trabajos en tan largo viaje, sólo por solicitar el remedio de los pocos indios Quirasivenis; que venir á sacarlos de sus tierras y trasportarlos á otras, entregándolos á los españoles como ellos imaginaban, era muy ajeno de su profesión y estado; pero dado caso que olvidado de las obligaciones de sacerdote y misionero, hubiese intentado tal cosa, hubiera venido con aparato de soldados y armas. A estas pláticas unió el Padre algunos donecillos con los cuales agasajó á todos los del pueblo; mas no por esto se ablandaron aquellos obstinados ánimos, y sólo recabó que los indios le mirasen con menos ceño que antes. Estos no salían de su estupor viendo al Padre Cavarte en aquellos parajes, pues su entrada era contada entre los mayores imposibles, persuadidos de que la distancia y los ríos harían flaquear al ánimo más atrevido.

Sucedió por este tiempo que un muchacho Guagibo, que servía al Cacique, se desazonó con su amo, y se fué á la casa del Padre; este muchacho, ya fuese por venganza, ó porque no vió inconveniente en manifestar lo que tanto procuraban ocultar los demás, dió noticias al misionero de muchos pueblos Achaguas, con todo cuanto deseaba saber; alegróse mucho el Padre con este caso, y asentando los nombres de los pueblos en un papel, juntó á todos los indios y les dijo: que no necesitaba que le diesen noticia de las poblaciones de los Achaguas del Airico, porque ya traía suficientes informes, y para que viesen que nada se le ocultaba, sacando el papel del pecho, leyó los nombres de diez y siete pueblos. Confesaron los indios ser verdad cuanto el papel decía, y añadieron que el haber rehusado hasta entonces mani

festar la verdad, había sido porque los indios de los demás pueblos no formasen queja contra ellos. Cierto ya el Padre Cavarte de lo referido y averiguado, trató de hacer despacho á los Llanos dando estas noticias, y diciendo también, que según las demostraciones de la tierra, y los informes de los indios, juzgaba que por el lado de San-Juan de los Llanos se podía entrar al Airico con más brevedad.

Llegaron estas cartas á Santafé, donde se hallaba entonces el Padre Visitador, Diego Francisco de Altamirano, por el mes de Septiembre de 1695, y pesando con su celo los progresos de la cristiandad que ofrecía tales principios, determinó enviar por la jurisdicción de San-Juan á dos Padres, que lo fueron el Padre Mateo Mimbela y el Padre Alonso de Neira, con orden de que al llegar á un sitio que llaman Sabana-alta, el Padre Alonso, como diestro en la lengua Achagua, se partiese al Airico en busca del Padre Cavarte, y el Padre Mateo Mimbela se quedase allí para cuidar de lo temporal de las misiones que se procurarían entablar con brevedad en las espaciosas tierras que allí tiene la Compañía.

CAPÍTULO II

ENTRADA QUE HACE AL AIRICO EL PADRE ALONSO DE NEIRA;
REFIERENSE LOS TRABAJOS Y OTRAS CIRCUNSTANCIAS DE
ESTA PEREGRINACIÓN.

Recibida la orden del Padre Visitador Diego Francisco de Altamirano, se partieron á Sabana-alta los Padres Mateo Mimbela y Alonso de Neira, y llegaron al dicho sitio á fines de Diciembre de 1695; mas al tratar del viaje al Airico, ocurrieron tales dificultades, que dudo las pudiera superar naturalmente otro genio menos fervoroso y activo que el del Padre Neira. Lo primero en que se puso la atención fué en buscar guías, y el primer embarazo fué el no hallarlas, porque el que más sabía del Airico, apenas conocía el nombre. Juzgóse también necesario que llevase el Padre algunos hombres blancos que le escoltasen, y así para esto, como para el bastimento, eran necesarias algunas mulas y arrieros, y no había medios ni para lo uno ni para lo otro; pero habiéndose empeñado toda la actividad del Padre Alonso en emprender aquella jornada, se partió para el Airico el día 27 de Enero de 1696. Mas como los sucesos de ella, los trabajos padecidos, y otras circunstancias curiosas, constan con individualidad en una relación de este viaje, que por orden del Padre Diego Francisco Altamirano hizo el Padre Mateo Mimbela, me ha parecido ponerla aquí, y es en la manera siguiente:

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