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lidad de la tierra y el inmenso gentío, que, temeroso de abrir los ojos como las aves nocturnas á la verdadera luz, se ocultaba sobresaltado en las sombras de la muerte, para no mirar el esplendor sagrado de la doctrina evangélica que le rodeaba por todas partes, y que trataba de entrársele por sus puertas, para manifestarles patentes las del cielo, por medio del sagrado bautismo.

Fué este primer viaje desde la ciudad de Pedraza, situada hacia el Norte y cortando los guías en la línea recta hacia el Sur, á cinco jornadas de montaña y algunas campiñas rasas, llegaron á la Nación de los Guaneros, situada en las vegas del río Sarare. Aquí fué bien recibido D. Antonio, por el buen oficio que con él hicieron sus amigos Betoyes, y valiéndose de esta buena acogida, se detuvo un mes entero, con el designio de ver si podía sacar á su pueblo de Tame algunos gentiles, para volver con honra á su patria, y ganar al mismo tiempo crédito de valiente y de conquistador, como él decía con gracia.

No pudo ocultarse en aquel país noticia tan singular, como era la de haber llegado un indio de diferente nación, y así no sólo concurrieron á verle y hacerle un sinnúmero de preguntas, todas las Capitanías de los Guaneros, Agualos y Guaracapones sino que con algunos de ellos trabó muy estrecha amistad; despidióse de esta Nación, y pasando el río Apure, á poco rato se encontró con la Nación Cituja, de singularísima afabilidad, tanto, que en ninguna parte fué más atendido y festejado; al despedirse de aquí le siguieron tres familias. Al paso que iban llegando á la Nación Betoye, donde imaginaba ser mejor recibido, se le iba aumentado la comitiva á nuestro Conquistador, que la hubo bien de menester cuando lo pensaba menos; porque dejados los Citujas, á pocas jornadas, llegó al pueblo primero de los Betoyes, llamado Isabaco, por gobernarlo dos indios muy viejos de este nombre, el uno peor que el otro, siendo gran ministro de Satanás el principal de ellos.

El recibimiento de los Isabacos y de su gente toda fué con las armas en la mano, y una gritería tan horrible y tan sobremanera descompasada, que bastaría sola ella á infundir en el pecho más alentado cobardía y horror; gritaban sin cesar los indios, y amagaban á herirle, no con arco enastado, sino con todas las flechas empuñadas, que éste es el preámbulo de sus batallas. D. Antonio y sus valientes compañeros, finos defensores de su amigo en tan peligroso aprieto, hacían los mismos ademanes con sus armas, pero como eran menos en número, y lo más recio del combate cargaba sobre D. Antonio, cerraron contra él por todas partes, y arrastrándole con furiosa barbaridad á uno de sus caneyes, le aseguraron dentro, sirviéndose de la camiseta con que se cubría como de dogal, y sin más procesos ni revistas tra

taron de ejecutar rabiosos una tan tiránica muerte, que hubiera sido parte sin duda para cerrarles todos los pasos para la eterna y verdadera vida, muerto el único que por entonces había señalado Dios como instrumento para que la consiguiesen después.

Medio agonizando estaba ya el esforzado, si bien vencido indio, y aunque ideaba medios para salvar la vida que ya miraba con horror entre las garras de la muerte, llamaba desde lo íntimo de su corazón á Dios, y como no sabía el motivo por qué se la quitaban, en medio de sus congojas se consolaba al imaginarse que moriría mártir. Entonces aquel Señor que supo abatir los muros de Jericó con los sonidos de las trompetas, inspiró al afligido moribundo un medio muy oportuno, y como venido del Cielo, y fué que arrojando el arco y las flechas, sacase de la manera que pudo el clarín que tenía pendiente del cinto, para que con lo horroroso de su sonido, se estremeciesen y ahuyentasen aquellas racionales fieras.

Encañó aunque no sin dificultad el clarín, y á sus primeros ecos, aunque nacidos del corto aliento que le había quedado, perdieron el suyo los enemigos Betoyes, y en tanto grado, que la precipitación con que corrían despavoridos les negaba para la fuga el paso franco, que duró, en acelerado atropellamiento, hasta lo más secreto de los montes y retiradas selvas.

Alentado con tan feliz éxito, D. Antonio respiró algún tanto, y renovó los ecos del clarín en compasados tonos, no ya como cisne moribundo, sino pregonando la victoria, tanto más alegre y plausible cuanto menos esperada sobre tan poderosos enemigos. Al mismo tiempo que Calaima esforzaba el sonido de su clarín, al cual miraba desde entonces como ruidosa artillería, prosiguieron en su apoyo los amigos Betoyes, y se dividieron por varias partes, siguiendo á los fugitivos, á los que encontraron á poca diligencia, llenos de turbación y espanto, haciendo melancólicos pronósticos sobre las voces que habían oído, nunca percibidas de ellos en el retiro de sus montes. No tuvieron poco que vencer los indios amigos para persuadir á los fugitivos que aquel instrumento, aunque más grande, era bien parecido á las flautas pequeñas que allí se usaban: de aquí pasaron á afearles la acción ejecutada, con un indio que solamente venía á ver sus tierras, patrocinado de sus mismos parientes; con éstas y otras razones los convencieron á que volviesen á festejar á Calaima, como lo hicieron á su modo, con una solemne bebezón que remató en sueño, y se entabló la amistad.

En este pueblo de los Isabacos, primero de los Betoyes, estuvo el Cacique algunos días, en los cuales averiguó con precisión todo lo concerniente á esa tierra, y volvió á su pueblo de Tame, no ya sólo, como cuando salió, sino acompañado de diez y

seis indios, de cinco diferentes Naciones, nunca vistas ni oídas en las misiones de los Llanos.

Bien se deja entender el aplauso con que sería recibido de nuestros misioneros; y al oírle referir la copiosa mies que estaba escondida en los circunvecinos montes concibieron en sus corazones vivísimos deseos de conquistar para Cristo aquellas almas; firmes en la esperanza de su consecución, idearon los medios y dispusieron una entrada que se hizo algún tiempo después, y de la que hablaremos ahora.

y

CAPÍTULO IX

PRIMERA ENTRADA Á LOS BETOYES; SALE UNA TROPA DE ÉSTOS Á POBLARSE; MUEREN Y SE HUYEN MUCHOS, Y PUEBLA CALAIMA EN UN SITIO LLAMADO Casiabo Á LOS

QUE QUEDARON EN Tame.

Corría el año de 1703, y había ya descansado en su pueblo de Tame D. Antonio Calaima un año entero, cuando se vió precisado, por orden de su Cura, que lo era entonces el Padre Juan Ovino, á tomar la derrota de la montaña en busca de los Betoyes, con la advertencia de que procurase disponer sus ánimos á recibir de paz al Padre, que había determinado entrar á sus tierras á solicitar su bien. Ejecutó con puntualidad el mandato, y habiendo llegado á los Betoyes, Lolacas y Atabacas, pueblos situados en las vegas y cercanías del río Sarare, fué bien recibido de ellos y festejado con larga bebida según su usanza. Dioles Calaima alguna luz del fin con que había ido á sus tierras, y aunque es verdad que esta noticia era bien corta y pálida, con bastante cautela se divulgó bien en breve por los pueblos y fué muy mal recibida, mostrando desde luego ceño y enfadosa aversión á semejantes pláticas. No desistió por eso, ni se dió por vencido nuestro Calaima; pintábales las utilidades temporales que de vivir entre cristianos se les seguirían, y como el interés es el primer móvil en el indio, es á esto á lo que dan oídos gratos en su primera conquista.

Pudo tanto el buen término, junto con la constancia de este celoso indio, que después de mucha dificultad, los convenció y redujo á que viviesen entre cristianos. Llegó esta alegre noticia á los oídos del Padro Ovino, quien viendo la grande puerta que nos abría Dios para el remedio de aquellas almas, partió para la montaña, llevando consigo algunos indios Giraras, quienes les servían de escolta; llegó, después de algunos días de viaje, al sitio de los Betoyes, quienes sabedores de la llegada del Padre y de los Giraras cristianos, concurrieron desalados á verle, capita

neados por Calaima. Fué grande la alegría de los Betoyes, y mucho mayor la fiesta con que se explicaron á su modo; pero dejando aparte estas demostraciones, pasaré á lo principal de mi intento.

Padeció el misionero, y trabajó mucho en reducirlos á salir de sus tierras á la población de Tame, porque aunque es verdad que les había persuadido Calaima, como se dijo arriba, pero llevados de su inconstancia, vicio general en los indios, ya querían y ya no querían salir del monte, como lo habían ofrecido; pero Dios, por cuya causa se había tomado esta empresa, les vino á convencer por último, con lo cual dejados sus países se vinieron á Tame. Entró triunfante el Padre á dicho pueblo con un número bien crecido de almas, sacadas de la servidumbre de Satanás; señalaronles tierras para sus labranzas, y casas para habitación en el mismo pueblo; mas no pudo sufrir el demonio que le hubiesen quitado de sus manos aquella presa, y permitiéndolo Dios así por sus ocultos juicios, con la mudanza del temperamento fueron enfermando y muriendo hasta quedar sólo la mitad de la gente. Persuadióles el común enemigo de que los indios cristianos de Tame les daban ocultamente veneno, ó les hacían otro maleficio con el cual morían, y pudo tanto esta aprensión en ellos, que no daban oídos á las razones con que se les procuraba sosegar, y sin saber cómo, desaparecieron del pueblo y se retiraron á la montaña. Fué en su seguimiento D. Antonio, como Cacique suyo, y habiendo cogido presos á los dos Capitanes de aquella tropa, trajo otra vez á Tame á los fugitivos, si bien muchos de ellos quedaron escondidos en el monte sin poderlos hallar; mas como el demonio les había sugerido tan vivamente el engaño, se huyeron segunda, tercera y cuarta vez, sin ser suficientes las razones con que procuraba persuadirles lo contrario el Padre, ni la porfía de Calaima para que parasen en el pueblo.

Viendo, pues, que aun eran vanas las diligencias, sin que fuese posible hacerles sentar el pie, se tuvo por conveniente, después de visto y considerado todo, y por evitar mayores males, que nueve ó diez familias de las que habían quedado y que estaban ya despechadas y resueltas á volverse á sus montes si no las dejaban vivir en pueblo aparte, se retirasen con Calaima á un sitio llamado Casiabo, cerca del río Cravo, que corre á las espaldas de Tame. Con estos pocos gentiles (que serían como cuarenta almas), estuvo viviendo el Cacique, con licencia que para ello tuvo del Superior de las misiones; allí los mantuvo firmes hasta el año de 1715, haciendo oficio de misionero en cuanto alcanzaba á enseñarles la doctrina, en especial los días de fiesta; y dándoles esperanzas de que tendrían algún Padre aparte, como los otros pueblos.

Averiguado ya el fundamento y origen de la fundación nueva de nuestro Padre San-Ignacio de los Betoyes, haremos punto y cortaremos el hilo de nuestra narración, dejando á D. Antonio Calaima tan bien ocupado como se ha visto con su pequeña grey, hasta el año de 1715, en el cual se les dió un misionero, pues debemos aguardar á que éste acabe sus estudios en el Colegio de Santafé, se ordene de sacerdote y tenga su tercera probación en el colegio de Tunja. Recurriremos en el ínterin á explorar con más atención la montaña de Macaguane y recorrer la tierra.

CAPÍTULO X

SITUACIÓN DE LA NACIÓN BETOYE, SUS COSTUMBRES Y RITOS, Y

NOTICIAS DE OTRAS NACIONES,

No será fuera del caso que antes de entrar á esta espiritual conquista, demos una corta noticia del sitio de la nación, sus costumbres y notable diversidad de las otras que habitan allí, para que se aprecien mejor los trabajos apostólicos de su misionero; porque aunque es verdad que se habló algo de esto en el Libro II, se añadirán ahora algunas circunstancias que se omitieron entonces, y vienen mejor aquí como en lugar propio.

Hablando, pues, en particular de la situación y territorio de los Betoyes, será bien hacer reflexión sobre la cordillera que en sentir del Padre Acosta ciñe las dos Américas. Esta, pues, por la parte que mira al Norte, y se sepulta en el mar, á no larga distancia del golfo, forma con sus riscos y cumbres nevadas una hermosa media luna, que ocupa de Norte á Sur la corta distancia de cuarenta leguas, poco más ó menos; corresponde á este semicírculo de fragosa serranía, otro de mayor diámetro formado de espesas selvas y montañas, de árboles envejecidos y corpulentos, que, junto con la inmensidad de maleza que sustentan á su sombra, niegan el paso aun á los naturales más prácticos de la tierra. De estos dos fragosos semicírculos se forma un óvalo de espesa montaña bastantemente capaz, y á todo juicio humano reputado por inaccesible hasta nuestros tiempos, y por tanto muy á propósito para que el demonio eternizara en él la cátedra de sus infernales dogmas, sin recelo alguno de guerra ni contradicción. Es fértil y agraciado el país, y ameno por la inmensidad de aguas que por todas partes le bañan de varios y caudalosos ríos que lo atraviesan y ciñen, porque primeramente por la parte del Sur baja de Poniente á Oriente el famoso río Sarare, que dando un maravilloso salto, bien parecido al de Tequendama (maravilla de este reino en las cercanías de Santafé), al despeñarse de un co

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