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como se iba diciendo, después de muchísimos trabajos, que fuera largo referirlos, porque habiéndosele acabado el corto bastimento que sacó, estuvo tres días sin otro mantenimiento que los cogollos de los árboles. Le libró Dios también de una india fugitiva, que rabiosa como una tigra, corrió á cortarle la cabeza con un alfanje, á traición; libróle asimismo de un arpón con que le flechó un indio. Volvió últimamente Zorrilla al pueblo de los Betoyes, contóle al Padre lo que pasaba, entrególe los indios y trató del remedio para los demás en la siguiente entrada.

CAPÍTULO XVI

ENTRADA Á LOS QUILIFAYES Y MAFILITOS Y SU INFELIZ ÉXITO.

Dignos son de venerarse con profundo silencio los investigables juicios de Dios, quien con secreta providencia permite muchas cosas que parecen desaciertos á nuestro errado juicio, y que el enemigo de que habla el Evangelio siembre cizaña en su heredad, cuando lo podía impedir. Sembró Talica en la montaña la cizaña que dijimos arriba, y sin perder tiempo como otro Judas para pervertir los ánimos y conjurar á los Aliados contra el Padre y los españoles, trocó de tal manera los intentos de los que en el año antecedente habían prometido salir, que todos, y principalmente los Capitanes que celebraron con tanta solemnidad el trato, dando á sus mismos hijos en rehenes, no pensaban en otra cosa que en ejecutar venganzas y desfogar su enojo con la muerte de los españoles.

En ese tiempo, en que el Padre necesitaba más industria y destreza gara sosegar los ánimos, principalmente cuando estaba con la espectativa del resultado del pacto, y de que tal vez lo que esperaban los indios para dar crédito ó no á los embustes de Talica, era el cumplimiento de las señas convenidas, recibió orden de pasar á otro pueblo, dejando en su lugar á otro misionero, que aunque de buen espíritu é igual celo por la reducción de los gentiles, no tenía experiencia de las cosas, ni práctica en el manejo de los indios, y sobre todo, sin saber la lengua; circunstancias muy necesarias que se debían haber pensado con maduro juicio para el buen éxito de semejante empresa.

Tendría fines altísimos el Superior para disponerlo así, que no es prueba en contra de la discreción y prudencia el que no tengan feliz suceso las órdenes de los Superiores, quienes á fuer de hombres no están obligados á proceder con previsión de ángeles sino con prudencia humana; mas dió á entender el infeliz suceso que no tenía Dios reservada esta empresa para otro que para aquél á quien había tomado por instrumento desde el principio.

Fué señalado, pues, en esta ocasión, que fué el siguiente año de 1718, el Padre Miguel de Ardanaz, misionero europeo, para los Quilifayes y Mafilitos, al territorio de los pueblos Lolacas, en donde habitaban con éstos y que quedaron pactados para salir en ese año. Llevó consigo el Padre Ardanaz al Capitán Zorrilla y algunos soldados españoles y otros indios amigos, entre los cuales iban los dos hijos de los Capitanes dados en rehenes, y un indio recién bautizado llamado Carlos Macicala y otros dos catecúmenos, de los cuales el uno se llamó después D. Baltasar en el bautismo y Federico el otro. Dieron vista al sitio de los Quilifayes y Mafilitos, después de dilatado y penoso viaje, y pareciéndoles á los tres guías Carlos, D. Baltasar y Federico que ya era tiempo de adelantarse y dar aviso á sus parientes para que los recibiesen de paz, entraron á la montaña hasta llegar al pueblo, sin observar el orden de lo pactado, faltándose á las señas que aguardaban, con lo cual se confirmaron los gentiles en su error, dando ya pleno crédito á los engaños de Talica; que los felices ó infelices sucesos de la guerra suelen depender tal vez de observarse ó no una sola circunstancia al parecer insignificante, como pareció en esta vez.

Entraron los inocentes indios al sitio de sus paisanos, en donde hallaron un excesivo número de Mafilitos y Quilifayes, entre los cuales estaba un viejo llamado Totodare, padre de Carlos, en compañía de Talica. Empiezan á maliciar la entrada de los españoles, y disimulando los bárbaros el enojo que tenían y quería ya reventar en llamas de furor, los saludaron con palabras fingidas de amistad; y en esta conformidad largaron las armas los incautos indios, lo cual visto por los traidores, que no esperaban otra cosa para ejecutar su traición, rompió el silencio Totodare, y descubriendo la mortal ponzoña que ocultaba su pecho, le preguntó á su hijo Carlos que dónde quedaba el Padre, á lo cual respondieron los tres, que quedaba en el camino, pero que llegaría pronto. -Mentís (respondieron todos), que el Padre nos dijo, en el verano pasado, y dió por señas que vendría adelante; vosotros nos engañáis y traeis aquí á los blancos para enseñarles el camino de nuestras tierras.

Entonces el perverso viejo, olvidado del paternal amor, y revestido de las entrañas de un tigre, levantó el grito diciéndoles á los demás :-Matadlos, mueran, mueran. No habían oído estas voces cuando formando los bárbaros una confusa gritería, y levantando uno de los más atrevidos una pesada macana, descargó un fiero golpe sobre Carlos, al mismo tiempo que flechando sus arcos los demás, dispararon una lluvia de saetas contra los otros dos; cayó Carlos en el suelo sin sentido con la fuerza del golpe; lo cual visto, se adelantó Talica, y le disparó un arpón que le atra

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vesó el muslo, y flechando el arco segunda vez le disparó otro que lo pasó de parte á parte, quedando herido de muerte el inocente indio, sin más culpa para tan cruel venganza, que haber entrado en el monte á fin de que saliesen sus parientes y los demás á recibir la fe. Los otros dos andaban en el interín defendiéndose de las flechas de la manera que podían, pero como estaban sin armas, quedaron malamente heridos, aunque no de muerte, guardándolos Dios para que recibiesen el bautismo; los gentiles entonces dejando ya por muerto á Carlos, y temiendo el castigo con la cercanía del Capitán, se huyeron á lo interior de la montaña. sin ser vistos más.

Muy ajeno de lo que pasaba, llegó el Padre al sitio con el Capitán y los soldados, y cuando pensaban estar todo muy compuesto, allanado el camino, y quitados los estorbos para la reducción de aquellas almas, hallaron no sin grandísimo dolor á D. Baltasar herido, flechado á Federico, y luchando á Carlos con las agonías de la muerte. Acudió el Padre al moribundo, y tuvo muy poco que trabajar, pues estaba tan bien dispuesto, que habiéndose reconciliado tres veces en aquel corto plazo de la vida, protestó que perdonaba de corazón á sus enemigos; acción verdaderamente digna de un perfecto religioso, y más digna de estimarse en un mancebo brioso, á quien le hervía la sangre, poco há gentil y recién convertido á la fe de Cristo. Su muerte no dudo sería muy acepta á los ojos del Señor, si atendemos al motivo por el cual le quitaron la vida, al fin que tuvo cuando se puso en peligro, y á la disposición con que murió.

Recobrados del susto el Capitán y soldados, quisieron proseguir entrándose por el monte en seguimiento de la venganza; estorbó esta resolución el Padre, pero no pudo impedir que quemasen los platanales y casas, como lo hicieron, no remediándose la tragedia pasada, antes bien avivándose con estas llamas las del furor de los gentiles, quienes duraron cerrando la puerta para su reducción desde ese año hasta el de 1722, en que se procuró el remedio y se castigó á los delincuentes.

Esta fué la entrada en esa vez; éste el fruto que se sacó; éstas las almas conquistadas; ésto en lo que paró el concierto del antecedente año; y ésto lo que se hubiera evitado tal vez, si se hubieran dispuesto de otra suerte las cosas.

Volvieron nuestros conquistadores á las reducciones de los Llanos con un desconsuelo que no se puede explicar, viendo tan malogrado su viaje, sin otro fruto que el de la paciencia, que la hubieron bien menester, pues además de los trabajos dichos, se perdieron á la vuelta en el monte, sin saber de otra cosa en el espacio de cinco días, que de pantanos y más pantanos, y de profundas ciénagas, que caminaron á pie, casi desnudos; y habiéndo

seles acabado el mantenimiento, les fué preciso echar mano de la flor llamada ceiba, la cual cocían en agua sola y comían hasta llenar el vientre, y por ser de ninguna sustancia, mas les servía para dilatar la muerte que para sustentar la vida. Llegaron á salvamento transidos de hambre y quebrantados de trabajos, de los cuales le cupo buena parte al Padre Miguel de Ardanaz, cuyo fervoroso celo le puso en estos aprietos y calamidades. Paso en silencio el desconsuelo del Padre José cuando lo supo, viendo tan malogrado su intento, y el sentimiento de los indios cristianos, por las noticias del difunto, como por el peligro en que estaban los dos que salieron de la refriega heridos, y pasemos á dar noticia de la entrada subsiguiente.

CAPÍTULO XVII

ENTRADA A LOS ANIBALIS; RECIBEN DE GUERRA A LOS ESPAÑOLES; Y PACIFICACIÓN DE LA NACIÓN.

Muy alborotadas quedaron las naciones de los Quilifayes y Mafilitos en aquella parte de la montaña, y así fué necesario, después de considerarlo bien, tomar al año siguiente la derrota por otro lado, no pareciendo conveniente por entonces seguir á los acosados, ni entrar á pacificarlos, especialmente cuando se temía con grave fundamento una celada de los naturales para defender la vida, temiendo el castigo de su culpa.

Partió, pues, el Padre Gumilla al verano siguiente á la Nación de Anibalis, abriendo camino nuevo, siguiendo el rumbo del Abujón; no llevó consigo al Capitán Zorrilla por haberse enfermado desde el viaje antecedente, cuya falta experimentó cuando lo pensaba menos, pero llevó de los españoles y de los indios amigos hasta 60 soldados por lo que podía suceder.

Pasando en silencio los trabajos inseparables del monte y sus continuos riesgos, llegaron después de unos días á un camino abierto de industria, aunque estrecho, y á los primeros pasos encontraron los guías un aparato formado con ramas de árboles que imitaba la figura de un torreoncillo pequeño. Grande fué la turbación de los indios al verlo, porque tienen la creencia de que en semejantes invenciones está escondido algún moján ó hechicero, el cual guarda sus casas con mayor seguridad que si dejaran para su defensa un bien guarnecido muro, tanta es la ignorancia de estos pobres y tal el crédito que dan á supersticiones semejantes.

Viendo el Padre su turbación, y conociendo por otra parte ser ardid de Satanás para estorbarle sus intentos, se adelantó á todos, y caminando hacia el torreoncillo, le derribó y deshizo entre sus

manos con asombro de los indios que lo miraban, pues les parecía que había de venir todo el infierno junto y aniquilar al Padre por virtud de aquel moján; desengañólos al mismo tiempo, diciéndoles que no había por qué temer, que era engaño del demonio con el cual pretendía espantarlos; que si hubiera allí escondido algún hechizo, se hubiera manifestado, supuesto que lo habría cogido y despedazado entre sus manos.

Algo alentados quedaron con esto los caminantes, mas prosiguiendo su camino encontraron otro embuste de hojas como el primero, y de allí á pocos pasos otro. No fué posible quitarles á los indios su recelo aun con la experiencia pasada, porque para ellos estas creencias disparatadas son de tanta fuerza como los dogmas de fe para los católicos. Mas, viendo que el Padre deshizo intrépidamente estos dos espantajos, como deshizo el primero, y viendo, por otra parte, que no le había venido daño ninguno, como ellos imaginaban, se desengañaron en parte, aunque no del todo, porque temiendo ya alguna emboscada de los Anibalis, se iban quedando atrás tanto los blancos como los indios, sin que bastasen las exhortaciones con que el Padre los animaba, quien viendo esto,trató de hacerse guía de los demás, acompañado únicamente de un soldado que quiso seguirlo.

Pasaron aquel camino, y á poca distancia divisaron un pueblo cercado de platanales, lo cual los consoló mucho por la esperanza de encontrar una crecida población; aceleró el Padre el paso, y acercándose con gran silencio á uno de los caneyes, advirtió que los indios habían desamparado el pueblo para ir á otro lugar á celebrar sus borracheras, pues era el tiempo de festividades de entre año, y esta fué la causa de haber dejado para resguardo de sus casas y platanales aquellos tres castillos tan fuertes que quedan dichos. Corrió la voz de que estaba vacío el pueblo, llegaron todos, y fué providencia de Dios el hallarle sin estorbos para proveer á su necesidad, porque iban nuestros soldados bien sencillos de estómago y fatigados del hambre, la cual pudieron matar á su salvo con un montón considerable de plátanos y piñas que encontraron dentro de las casas y pendientes de las matas, que pasados ya de sazón se habían de malograr. Reportados de su fatiga algún tanto, trataron de proseguir su viaje hasta encontrar lo que buscaban.

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Penetraron la montaña adentro, y á poca distancia encontraron otro pueblo; aquí se pusieron todos eu orden, y con gran silencio para no ser sentidos de los gentiles, fueron marchando poco a poco hasta que se acercaron á las primeras casas, aplicaron el oído y oyeron el murmullo de un gran gentío, con el gozo que es de suponerse, viendo que habían encontrado en aquellos montes lo que habían buscado tantos días á costa de mil afanes.

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