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máximo de la ciudad de Santa-Fe, y de los empleos en que se ocupaban antes los Jesuitas; porque siendo este Colegio como el Castillo de armas en donde se han adiestrado los soldados del Gran Loyola, para combatir las supersticiones gentílicas, y los excesos y vicios de los falsos cristianos, será razón conocerlo, para que se sepa el origen de tantos y tan insignes varones como ha dado en todos tiempos para esas gloriosas empresas,

Más de ochenta años se contaban en todo este Nuevo Reino, desde que se conquistó, sin que se hubiera fundado en todo él casa alguna de la Compañía de Jesús, por más que lo habían deseado y pedido á nuestros Católicos Reyes el Deán y Cabildo Eclesiástico de la Iglesia Metropolitana de la ciudad de Santa-Fe. Por los repetidos informes que para ello hicieron á Su Majestad el Presidente y Real Audiencia, el Arzobispo y Cabildo Eclesiástico y Secular de dicha Corte y de otras ciudades, juzgaron todos, no sin fundamento, que vendrían las licencias para las fundaciones, en cuya conformidad, y para dicho efecto, pasaron de la Corte de España, en las galeras de 1600, el Padre Alonso de Medrano y el Padre Francisco de Figueroa.

Vistos los informes que para ello llevaron dichos Padres, dió la Majestad de nuestro Católico Monarca D. Felipe III grata licencia, el 30 de Diciembre de 1602, para que se fundase la Compañía en ese Nuevo Reino de Granada, como consta de la Real Cédula, cuyo tenor es el siguente:

"EL REY:

"Por cuanto por cartas que me han escrito el Presidente y Oidores de mi Audiencia Real del Nuevo Reino de Granada, el Arzobispo y Cabildo Eclesiástico, y los seculares de las ciudades de Santa-Fe, Tunja y Pamplona, que se han visto en mi Consejo Real de las Indias, se ha entendido lo mucho que importa para el bien de aquel Reino, que los religiosos de la Compañía de Jesús funden en él, para que con su buena doctrina ayuden á la conversión y enseñanza de los indios, y la juventud se ocupe en ejercicios virtuosos y necesarios para su buena crianza, por haber mucha gente moza y clérigos criollos que tienen necesidad de estudios y doctrina; y que Alonso de Medina y Francisco de Figueroa de la Compañía vienen á estos Reinos, y tienen casa en la misma ciudad de Santa-Fe, á darme cuenta de ello y á llevar más religiosos; y Fernando de Espinosa, Procurador General de la dicha Compañía, me ha representado, que el General de ella por constarle de lo dicho, ha dado licencia á los dichos religiosos para que lleven ocho para la dicha fundación, suplicándome le mandase dar licencia para ello. Y habiéndoseme consultado aca

tando lo susodicho lo he tenido por bien, y por la presente doy licencia á los religiosos de dicha Compañía para que puedan fundar en el dicho Nuevo Reino de Granada, sin embargo de cualquiera orden que haya en contrario, que haya en contrario, y mando al Presidente y Oidores de mi dicha Audiencia y al Arzobispo de dicho Reino, y otras justicias y Jueces eclesiásticos y Seglares, que no lo impidan que así es mi voluntad.

"Fecha en Valladolid, á 30 de Diciembre de 1602 años.

YO EL REY.

Por mandado del Rey Nuestro Señor, Juan de Ibarra."

Hasta aquí la Cédula de nuestro Católico Monarca D. Felipe III, digna de eterna memoria y de nuestro agradecimiento, en la cual muestra bien claramente su celo real y su católica piedad en la propagación de la fe, conversión de los gentiles y enseñanza de la juventud por medio de la Compañía, como quien sabía la gracia de su instituto, y la aplicación á semejantes ministerios; expedición en que tuvieron mucha parte la Real Audiencia, el Arzobispo, los Cabildos y las ciudades, con los nuevos informes que para ello enviaron á España, y se representaron en el Consejo.

Efectuóse la fundación no sólo del Colegio máximo, sino del de Tunja y otros, el año de 1603, con tanto aplauso de las ciudades cuanto habían sido las ansias con que lo solicitaron antes. Además de la cátedra de Gramática que ya regentaban los pocos sujetos que había en Santa-Fe, empezaron á dictarse las de artes y Teología. Fundóse después el insigne Seminario de San Bartolomé, el cual goza del honroso título de Colegio Mayor; obra muy digna de la piedad y celo de su fundador el Ilustrísimo señor D. Bartolomé Lobo Guerrero, dignísimo Arzobispo de Santa-Fe.

De cuánta utilidad haya sido la fundación de este Colegio lo manifiestan bien los muchos sujetos ilustres que ha dado para mitras, togas, canongías y cátedras, y para poblar las religiones, aplicándose después al apostólico ministerio entre gentiles, tan propio de la Compañía de Jesús. Entre los muchos que ha dado para tan gloriosas empresas este Colegio Mayor y Seminario de San Bartolomé, fué el venerable Padre Pedro Suárez, Cartaginés, quien trocando la púrpura de la toga por la humilde ropa de la Compañía de Jesús, rindió su vida en las misiones de Quito á manos de los Abigiras, por predicar la fe. Cuéntale este Colegio entre los mayores héroes, y se honra con su retrato, no sólo de colegial, sino de mártir Jesuíta, cuya semejanza y primor representa muy al vivo su valerosa constancia entre las lanzas Abigiras que le quitaron la vida: exhortación muda que persuade á la

juventud muy vivos desengaños del mundo y aprecio de las misiones.

Encargóse el cuidado de este Colegio á la Compañía de Jesús, y le asisten de ordinario tres ó cuatro sujetos, para la educación y enseñanza de esta noble juventud: el Rector, Ministro y Pasante, y un Coadjutor que cuida de lo temporal. Aquí se les enseñan letras y virtudes, de donde como de fuente caudalosa se difunden después por todo este nuevo campo, para su cultura y

fomento.

Estos eran los Ministerios en que se ocupaba entonces la Compañía, no obstante el número tan corto de sujetos que había en ella, por ser recién nacida en este Reino, estando aun entre la cuna en sus primeras fajas; pero como el cielo es fuego que está propendiendo á convertir en sí mismo lo inmediato á que se aplica, no obstante los pocos sujetos, se extendía su llama á otros muchos Ministros, en quienes se cebaba también. Mientras crecían los deseos de la conversión de los gentiles, motivo principal de la fundación de Colegios en las Indias, entablóse en Cartagena el Ministerio de los negros, al cual asistió por muchos años el Venerable Padre Pedro Claver, con tanto fruto de las almas como se sabe ya.

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También se trataba en esos tiempos de la enseñanza de los indios, especialmente de los que poblaban la Sabana de Bogotá, quienes como más próximos á la ciudad de Santa-Fe podían con mayor comodidad ser instruídos de los Padres. El que más se señaló entre todos para la predicación y enseñanza de la Nación Muisca, fué un fervoroso Misionero, venido de Italia, llamado el Padre José Dadey. Tan luégo como llegó á este Reino, con el venerable Padre Diego de Torres Bollo, primer provincial de esta Provincia, se aplicó con extraño fervor y valentía á todo género de ministerios sagrados, y con mucha especialidad al ministerio de los indios, cuya lengua aprendió con el inmenso trabajo que se deja comprender, por no haber hallado cosa alguna escrita de ella, ni directorio y la aprendió con tan eminente propiedad y elegancia, que causaba admiración á los mismos indios, y les ganó con esto la voluntad; mas no se contentó el Padre con saberla, sino que quiso enseñarla, y fué el primer inventor de su arte y de los vocabularios y escritos que tenemos hoy, y que están difundidos por el Reino; enseñóla públicamente en Santa-Fe por muchos años. Fundó también el estudio de Gramática en la misma ciudad, á lo cual dió principio con una elocuente oración, en presencia de la Real Audiencia con su Presidente, del señor Arzobispo, de ambos Cabildos, Secular y Eclesiástico, y de innumerable vulgo. Leía juntamente con la Gramática una Cátedra de moral, bien necesaria en aquellos tiempos en que estaba la ciudad muy á sus princi

pios; leía también los Meteoros y la Esfera á muchos de la ciudad que sacaron grandes ventajas de esa enseñanza, por la viveza de sus ingenios, en lo cual han sido muy felices en las Indias sólo les ha faltado enseñanza.

y

Supuesta ya esta breve noticia de nuestro Colegio máximo, su fundación y sus empleos, y dejadas muchas otras cosas que pertenecen más á la Historia general que á la de las Misiones de gentiles, paso á dar principio á mi principal intento, tratando de nuestro primer entable en la Serranía de Morcote, Chita y otros circunvecinos pueblos, que fué la primera línea con que demarcaron los nuestros este dilatado campo, para hacer cruda guerra, con la espada de su predicación, al infierno todo, y librar de su tiranía á aquel inmenso gentío.

CAPÍTULO XVI

DEL SITIO Y NACIONES Á LAS CUALES FUERON ENVIADOS NUESTROS

PRIMEROS MISIONEROS.

Mientras se disponen para su viaje nuestros fervorosos misioneros, será bueno que sepamos el sitio y naciones que habían de doctrinar, para que habida esta noticia, se conozcan mejor las muchas fatigas y trabajos que tuvieron que padecer, con los cuales se labraron coronas inmortales, por premio de su paciencia.

La inmensa Serranía que, como dijimos ya, ciñe las dos Américas hasta sepultarse en el mar por la parte que mira al Norte, era el sitio que tenía Dios señalado á nuestros primeros operarios. Es esta Serranía sumamente áspera, los caminos difíciles, frecuentes sus precipicios, y era el alcázar escogido por el demonio para tener en dura servidumbre á todo aquel gentilismo, pues estando resguardado por tantos muros y fosos cuantas cumbres y profundidades tienen, bien se comprende cuán difícil sería la entrada á los extraños, cuando cerraba el paso á los mismos naturales.

Es el temperamento algo frío, á causa de la altura de la cordillera, en la cual hace asiento la nieve, no obstante la cercanía de la línea equinoccial. La tierra es fértil, y donde quiera que siembran cogen varios frutos muy útiles para la vida humana, especialmente el algodón, del cual hay mucha abundancia en Morcote, para cuyo beneficio tienen muchos telares el día de hoy, para tejer sus lienzos; es muy á propósito para sembrar trigo, especialmente en Chita, y no hay duda de que se darían muchos de los que se producen en Europa, si se pusiera cuidado en sembrarlos y cultivarlos.

No es uniforme el temperamento en todos los sitios de la

Serranía, porque aunque es verdad que es algo frío, según se dijo ya, el temple cambia á medida que se baja ó se sube; por esta razón es sumamente frío en lo muy alto, en el medio templado y en lo bajo caliente. Tiene varios arroyos y quebradas que descienden y forman las cabeceras de los ríos.

Las Naciones que habitan toda esta cordillera son muchas, á saber: Morcotes, Guaceos, Tunebos, Chitas y los del pueblo de la Sal con otros muchos. A la falda de la Sierra están los Támaras á la orilla del río Pauto, y estaban los Cacatíos y otros por ese tiempo; pero se mudaron poco há á otro sitio mejor de la Sierra, no muy distante del antiguo. El gentío era mucho y no deja de serlo todavía, pues en sólo Morcote, Pauto y Támara se contaban como seis mil almas cuando entraron á ella los Padres, y junto con los Tunebos y los del pueblo del Chita formaban un gentío muy cuantioso y difícil de doctrinar, por la variedad de lenguas.

El genio y natural de estos indios por lo general es humilde y manso, y muestra docilidad para recibir la fe; nada inclinados á alborotos y hostilidades, como los Giraras y otros indios de los que se crían en las montañas; pero los más señalados en esta docilidad y mansedumbre son los que se hallaron en Pauto, Cacatíos de nación, de los cuales perseveran todavía muchos; es Nación de lindo natural, de color algo blanco, bien parecidos tanto los hombres como las mujeres, muestran nobleza y generosidad de ánimo en su proceder y acciones, sou amigos de tratar con los españoles y comunicarles sus cosas, y toman consejo de ellos, se precian de tener buenos vestidos y de salir con lucimiento á la calle; reciben con amor la enseñanza de las cosas de la fe y se aplican á ella.

Muy al contrario de este gentío es la Nación Tuneba: no se ha conocido gente más bruta ni más inmunda, ni más amiga de cuentos y de chismes en toda esta Serranía; tanto hombres como mujeres andan vestidos con unos sacos de lienzo basto y sucio, algo parecido al traje de los Armenios, que les cubre de arriba á abajo; de nada cuidan menos que de peinarse, por lo cual tienen los cabellos desgreñados y llenos de unos animalillos inmundos, siendo su mayor recreo ponerse muy despacio sentados al sol á cogerlos y comérselos todos, sin que se pierda ninguno; no hay plato más regalado para ellos que un pedazo de carne podrida, y mientras más hedionda más se saborean con ella.

Adolecen de cierta enfermedad sucia y asquerosa llamada carate, y es á manera de lepra, de que están cubiertos hasta el rostro y las manos, con unas manchas azules y blancas que da horror al verlos; y son tan salvajes en un todo, que se precian y hacen gala de semejante enfermedad, en tanto grado, que si algu

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