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Con esta aplicación y trabajo, y con su feliz ingenio, adquirieron nociones suficientes de la lengua, escribieron muchas notas y reglas, y compusieron gramáticas, con lo cual, hechos ya capaces de las frases y modismos, tradujeron los catecismos de doctrina cristiana, cada cual en el lenguaje de su partido y departa

mento.

Vencida esta dificultad, que era la principal de todas, empezaron su Apostolado discurriendo por las serranías en busca de los esparcidos indios; entrábanse por sus tierras y caneyes, distantes unos de otros muchas leguas, de montes y precipicios, juntaban á los niños que podían, y les enseñaban la doctrina cristiana en su lengua propia; pasaban luego á los adultos, para desvastar su rudeza como de duros troncos, enseñábanles la doctrina, y los instruían principalmente en los misterios necesarios para recibir el bautismo. Así discurrieron estos varones Apostólicos, recorriendo la Serranía toda, á costa de indecibles afanes, sin perdonar trabajo, alumbrando con los resplandores de su doctrina á aquella gentilidad ciega, convirtiendo en un paraíso de virtudes aquel inculto campo, que había sido poco antes selva de errores y de vicios. Levantaron muchas iglesias, en donde era reverenciado y conocido el verdadero Dios, adornándolas de imágenes y de ornamentos, para aficionar á los indios, y enseñarlos á hacer aprecio de las cosas sagradas.

Esto ejecutaron los Padres en sus misiones, atrayendo por este medio á muchas almas al amor y conocimiento de su Criador, ganando innumerables gentiles, que por medio del bautismo poblaron el Cielo; y sin duda ejecutaron mucho más que sabríamos ahora, si tan estimables noticias no hubieran quedado sepultadas en los desiertos de Morcote y Chita, privándonos de ese tesoro.

Del que sí las tenemos más individuales es del Padre Domingo de Molina. Ya dijimos lo retirados que estaban los Tunebos, regados por la Serranía, distantes unos de otros muchas leguas; costumbre que seguían los de Morcote y Támara; no obstante esta distancia y aspereza de caminos, ó por mejor decir, despeñaderos, salía el buen Padre Molina á recorrer los bogíos, y doctrinar á los indios, especialmente en los veranos, residiendo ya en unas ya en otras partes, y allí les enseñaba el catecismo y oraciones, con lo cual pudo bautizar á muchos gentiles, después de bien instruídos, sacando por este medio innumerables almas de la tiranía del demonio.

Dejó tan arraigadas memorias el Padre Molina, y tan edificado el país, que en todas partes era llamado el Padre Santo, título que supo ganarse con sus heróicas virtudes y su ardiente caridad. Todavía conservaban su recuerdo los indios, cuando entraron nuestros exploradores para el segundo entable en los Llanos: en

ellos se encontraron muchos cristianos, bautizados por el Padre Domingo, y entre ellos dos viejos Tunebos que, á pesar de haber pasado treinta años, se acordaban todavía de su Santo Padre Molina, y del Catecismo que les enseñó, el cual repitieron en presencia de los exploradores, con no menos admiración que edificación, viendo tan estampadas las verdades católicas en estos indios, sin que las borrase el tiempo, ni su adelantada edad.

Estos dos viejos, en quienes duraban los recuerdos, no sólo del Padre Molina, sino también de los demás Padres sus compañeros, y de la enseñanza y amor con que los trataban, mostraban grande aprecio de los misioneros Jesuítas, y como les duraba el buen concepto, lo habían estampado también en los mozos, y unos y otros deseaban grandemente verlos otra vez en sus tierras, y tenerlos de asiento en sus poblados para ser doctrinados.

No estrechaba este buen Sacerdote á los Tunebos solamente; extendíase su predicación por toda esa tierra, y á pesar del trascurso de treinta años, todavía duraba en ella el olor de sus virtudes. No quiero callar lo que advirtieron sobre este punto los Padres, á quienes he llamado exploradores, cuando entraron por segunda vez á esas tierras, después de treinta años de haber salido los primeros. Ellos aseguran haber encontrado en todas partes panegiristas de los primeros misioneros, así españoles como indios, que se hacían lenguas en alabanza suya: de unos alababan los viejos su penitencia, de otros la devoción, en otros el cuidado de acudir á sus feligreses, no temiendo riesgos de ríos, ni asperezas de caminos, y deteniéndose en sus pobres ranchos para servirles en sus enfermedades. Se admiraban de aquel celo con que bajaban á los Llanos á catequizar, bautizar, confesar y administrar los otros Sacramentos, enseñando el camino del Cielo, y deteniéndose en los poblados según que necesitaban de doctrina los indios. Tal era el celo y los trabajos de tan fervorosos misioneros, suficientes para rendir á un gigante.

Eran tan desmedidos sus afanes, por ser la miés mucha y los operarios pocos, que se juzgaba por imposible poder acudir á tantos indios, desparramados y divididos en tan diversas reducciones y pueblos; pero el valor y constancia, y la grandeza de su alma les ponía alas en los piés para romper con ligereza, y volar por sobre los mayores imposibles. Con estos afanes y sudores formaron la primera cristiandad los cinco misioneros dichos, en Chita, Tame, Pauto, Morcote, Paya, Pisba, Tunebos, el pueblo de la Sal y Guase. Hicieron iglesias y atrajeron al culto del verdadero Dios á muchas Naciones y familias de gentiles, y cuando se caminaba con prosperidad entre aquella espesura de malezas; cuando iban nuestros fervorosos misioneros fertilizando aquellas campiñas tan incultas y tan escabrosas, más por los

abrojos del gentilismo que por las espinas de sus montañas ; cuando con sudores de sangre habían logrado la traducción de catecismos y doctrina cristiana, en esos idiomas bárbaros, se levantó una tormenta sediciosa y una borrasca muy sensible para el ardiente celo de la Compañía de Jesús. Fué de tal calidad el huracán desecho de la persecución, que se tuvo por forzoso y acordado desamparar los sitios, tanto por la falta de Sacerdotes, como por las siniestras informaciones que alteraron el ánimo del señor Arzobispo que había entonces en este Nuevo Reino.

Dejónos el caso bien lastimados, y sólo con las esperanzas de que con el tiempo se mejorarían las cosas, para conseguir nuestros fines, los cuales deseaban y apetecían tantos ánimos ardientes, y tantos celos ansiosos, especialmente los misioneros sobredichos, quienes, nada acobardados con los bramidos de la tempestad, pretendieron con mucho empeño la restauración de las doctrinas; indicios claros de corazones generosos y alentados, de espíritus semejantes al rayo, que aumenta la violencia de su fuerza cuanto mayor es la resistencia que encuentra.

CAPÍTULO XVIII

CALUMNIAS CONTRA LOS MISIONEROS, DÉJANSE LAS REDUCCIONES. SENTIMIENTO QUE HICIERON DE ELLO LOS INDIOS Y LOS ESPAÑOLES Y LA REAL AUDIENCIA, INSTANCIA DE LOS MISIONEROS PARA VOLVER Á SUS AMADOS INDIOS.

Los juicios incomprensibles de Dios, y la providencia con que lo gobierna todo, se hacen tanto más admirables cuanto más se ocultan sus caminos al entendimiento humano, y se ignoran los rumbos por donde guía al universo; razones que deben hacernos callar y tener por acertado cuanto dispone y permite, sin prorrumpir en quejas. Ya se hallaba el Apóstol del Oriente á las puertas de la gran China, á la vista de aquel gentilismo lleno de innumerables individuos, cuando le atajó Dios sus pasos, llamándolo á su seno, y permitiendo que muriese en las arenas de Sancho, más por las calumnias de Ataide y sus aliados, que por las fatigas que había sufrido.

las

Hallábanse nuestros misioneros, como se ha visto, á las puertas de un innumerable gentilismo, rendida ya la principal fortaleza y alcázar del demonio en la Serranía, puerta y escala para demás Naciones. Ya habían conquistado para Cristo nueve reducciones, instruído y bautizado muchas almas, edificado iglesias, mejorado el país, y cuando pensaban pasar adelante en sus empresas, conquistando todos aquellos montes y llanuras, navegando en mar bonancible por todo aquel ancho gentilismo, se levantó la tempestad que concluyó con todo.

Empezaron nuestros émulos (que nunca le han faltado á la Compañía de Jesús) á maquinar calumnias horribles, hijas de su envidia é interés contra los misioneros; pasaron á tomar la pluma contra los siervos de Dios, disparando tal carga cerrada de testimonios y pesadumbres por sus cañones, como si fuera artillería, que llegando el estallido y estruendo á la ciudad de SantaFe, oscurecieron con el humo su fama, é hicieron tal impresión en la fantasía del Arzobispo, que trocando éste el buen concepto que tenía antes de los misioneros Jesuítas, en recelos y sospechas, fué de parecer, sin más averiguación, que desamparasen el puesto y se saliesen de los Llanos; golpe bien duro á la verdad para su caridad y celo, que les atravesó el alma.

No se contentaron nuestros émulos con desacreditarnos en Santa-Fe; pasó volando la calumnia por los mares hasta la Corte de España, y entrándose en el Concejo, batió sus infames alas, levantando tal polvareda de falsedades y mentiras contra los misioneros, que oscurecida la vista de los señores Concejeros, empezaron á mirar á los Jesuítas muy de otro modo del que los miraban antes. Oyóse en el Concejo, que los misioneros de los Llanos trataban y contrataban, especialmente el Padre José Dadey, cosa tan falsa y tan ajena de la verdad, como lo sabían en los Llanos los que miraban á los Padres sin pasión. No es justo pasar en silencio lo que escribió sobre este particular el Padre Miguel Jerónimo de Tolosa, después de dejadas las doctrinas, en carta que envió desde Pamplona al Padre Luis de Santillán, Provincial entonces del Nuevo Reino y de Quito, su fecha 12 de Marzo de 1629.

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Representando á Vuestra Reverencia (dice el Padre) si será bien se sirva mandar el Padre Rector de Santa-Fe se haga información del modo de proceder de los Padres en los Llanos, y mío en Chita, y de lo que en aquellos indios se hizo, y en el adorno de sus iglesias, pues al Padre Molina y al Padre Acuña, todos, españeles é indios, los tenían y respetaban como á santos; y aunque lo que se hizo de informaciones de que los Padres trataban y contrataban era directamente contra el Padre José Dadey, son calumnias, á las cuales el Padre si fuere menester responderá, y no faltan personas desapasionadas, como lo son Lorenzo de Artajona, y otros, que asistieron con los Padres, que vuelvan por la verdad. Lo que yo hice en Chita con los indios, y en la iglesia, á todos es notorio, y todos, españoles é indios, y las cosas mismas, lo dirán; el amor que los indios me tuvieron y tienen, nacido fué del bien que les hice."

V

Hasta aquí la cláusula de la carta del Padre Tolosa, en la cual muestra con ingenuidad, cuán tranquilas estaban su conciencia, y la de sus compañeros, en las calumnias que les imponíau, pues

hacía jueces sobre este punto, no sólo á los españoles, sino hasta á los mismos indios, nada escasos en mentir, como en publicar la verdad cuando redunda en contra de su Cura, sin reparar en nada; pero la seguridad de su conciencia le daba aliento para pisar descalzo sobre esta brasa encendida, y para sacar en limpio la verdad, aun de la boca mentirosa de un indio. Todo esto lo he traído aquí para que se vea la falsedad con que nos infamaban en SantaFe y en el Concejo.

Ya se deja comprender el sentimiento de los misioneros, de los Superiores, y de la Provincia toda, no tanto por las calumnias, cuanto por ver frustrados sus intentos en las misiones, y cerrada la puerta que habían abierto, rompiendo esta tierra nueva á costa de indecibles afanes y muchos gastos, para la conversión de los gentiles. Miradas, pues, las cosas, y atendidas despacio con mncho acuerdo las circunstancias, tuvieron por acertado los Superiores el arrojar á Jonás entre las ondas para que cesase la tempestad, que iba creciendo cada día más hasta las nubes, y que lo turbaba todo con sus repetidos bramidos, causados por la violencia de los vientos que levantaban la emulación y el interés, esperando tiempo más oportuno para el segundo entable. Por esto enviaron á llamar á los misioneros, quienes vistas las cartas de los Superiores, estimando más la obediencia que la conversión del mundo, dejaron la labor comenzada y se restituyeron á los Colegios.

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El dolor universal que hirió vivísimamente á todos, así españoles como á indios, al ausentarse sus amados Padres, fué á la medida de su amor y respeto, y una información general de su santidad é inocencia. Lamentábanse los españoles de que se les quitase su amparo; y lloraban su orfandad los indios, viéndose sin el arrimo de los que miraban como á Padres. Todos culpaban á los Superiores de que se quitase de sus tierras á los que miraban como á santos bajados del Cielo para su bien. Los que expresaron más su sentimiento, como que conocían bien y experimentaron más presto la falta que hacía la Compañía en los Llanos, fueron los Encomenderos y los señores Oidores de Santa-Fe. Eran repetidas las cartas que escribían de los Llanos contando mil lástimas que se experimentaban ya, desde la ausencia de los Padres, y prorrumpían en sentidas quejas contra la Compañía, y aun la culpaban de haber abandonado el puesto y desamparado tantas almas necesitadas de doctrina. Todos deseaban, en fin, que volviesen los misioneros á las doctrinas, y no paró la Real Audiencia hasta dar la posesión de los Llanos á la Compañía, como veremos á su tiempo. Pero como lo dicho en este punto lo expresa en un informe el Padre José Dadey, me ha parecido poner aquí sus mismas palabras, que son como sigue:

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