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"Sea la otra razón (se entiende de admitir otra vez las doctrinas) el común sentimiento y deseo de esta República, de que vuelva la Compañía á esa Misión, y particularmente del señor Marqués y de los señores Oidores, y de los Encomenderos de allá, y las lástimas que cuentan y escriben, así ellos, como otras personas que viven en los Llanos, culpando á la Compañía porque desamparó almas tan necesitadas; y estos señores también nos culpaban."

Esto dice el Padre José Dadey en su informe, en el cual declara muy bien el aprecio que hacían los desapasionados, del proceder de los hijos de la Compañía, al mismo tiempo que nuestros émulos la roían y despedazaban con sus viperinas lenguas.

No fué menor la expresión de los mismos indios, quienes solían conocer, aunque bárbaros, el bien que tenían en los Padres, y que perdieron después. Cuando pasó el Padre Tolosa por Chita, para la ciudad de Mérida, habiendo dejado las doctrinas, luego que lo supieron los indios, corrieron desalados á la casa del Padre, todos, grandes y pequeños, á verle; lloraban de gusto y de contento, se arrodillaban á sus piés y le abrazaban, y no se hartaban de mirar en su tierra á su Pastor y Misionero, que los amaba como á hijos con la ternura de un padre.

Las instancias de los misioneros para volver otra vez á sus amados indios, fueron tan repetidas á los Superiores, no obstante las calumnias ya dichas, que ellas solas fueron una prueba de la valentía de su espíritu y celo, que no sabe rendirse ni ceder á los trabajos más sensibles, pasando por la gloria de Jesucristo, por la infamia y por la buena fama como dice San Pablo. Volver á sus amadas misiones otra vez era el mayor anhelo de su corazón.

No dejaré de poner aquí algunas expresiones suyas, hijas de su espíritu y celo, para que se entienda por ellas lo fino de sus deseos, y el aprecio de las misiones. Entre las muchas razones que alegaba el Padre José Dadey para que se admitiese á los Jesuítas segunda vez en estos pueblos, están las que siguen:

"Digo, que principalmente para la conversión de los indios se fundan las casas y Colegios en las Indias: esto quiere nuestra madre la Compañía; esto, lo que más encargan los que la gobiernan; luego esto se ha de preferir á lo demás, como lo principal á lo accesorio, y por este medio lucirá la Provincia y alcanzará muchas misericordias del Señor. Suplico á Su Majestad lo disponga como más sea servido.

"Fecha en Tunjuelo, á 27 de Abril de 1631."

No se mostró inferior en este celo y deseo el Padre Miguel Jerónimo de Tolosa, como tampoco en la invencible constancia de padecer trabajos por Jesucristo, y la conversión de las almas. Ya

que

dimos arriba la cláusula de una carta suya en volvía por la inocencia de los misioneros; pero como iba dirigido todo eso á que no se desamparasen las reducciones, para facilitar esta empresa y se admitiesen otra vez, no obstante las muchas dificultades que se oponían, y trabajos insuperables para tan pocos operarios, añade en la misma carta y dice:

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La primera razón que suelen dar de que no le está bien á esta Provincia tener aquella misión, es, que es muy trabajosa, lo cual es verdad, pero no son los trabajos tan insuperables como á algunos les parece, que el favor divino y su gracia les dan mucha dulzura y facilidad; ni llegan á las incomodidades que los primeros Padres padecieron en la India Oriental, en sus misiones, y en el Brasil. También es cosa muy cierta, que no hay nada grande en el servicio de Dios Nuestro Señor que no vaya vestido y adornado de dificultades, trabajos é incomodidades. Y como la conversión de aquellas pobres gentes es de tan grande servicio de Dios Nuestro Señor, no es maravilla que vaya acompañada de trabajos é incomodidades; antes bien es razón esta que á los hijos de la Compañía les debe animar á desear semejante empresa, y juzgar que le está muy bien á la Provincia tener puestos en los cuales hay trabajos é incomodidades que padecer por amor de Jesucristo y por el bien de las almas."

No se podía dibujar con colores más vivos el espíritu del Padre Tolosa, el deseo de padecer trabajos, y el celo de las misiones, sus ansias de que se procurasen otra vez, y el aprecio que hacía de tan difíciles empresas; á lo cual añadiremos ahora, para coronar este capítulo, otra cláusula sobre el mismo intento, que escribió el Padre José de Tabalina, para que se vea por ella la conformidad de espíritu con que procedían y anhelaban todos cinco misioneros, la conversión de los gentiles.

"En estas doctrinas, dice el Padre, hay ocasión de padecer mucho por la gloria de Nuestro Señor y la salvación de las almas, que es tan propio de los varones Apostólicos é hijos de la Compañía, así por la soledad como por la comida y vestido; peligros de ríos, caminos doblados y fragosos, y por vivir tan apartados de la comunicación de la Provincia."

Estas y otras muchas razones propusieron á los Superiores, los Padres, para que se intentasen estas reducciones otra vez; mas aunque eran eficaces todas, y estaba la razón de nuestra parte, tuvieron sin embargo por acertado entonces dar tiempo al tiempo, y esperar oportunidad mejor; que es prudencia muy grande en el Piloto cambiar el rumbo de la nave en medio de la tormenta, hasta que se sosieguen las olas.

Así se ejecutó por este tiempo en los años de 1629, y dejadas las doctrinas, y repartidos por la Provincia los Padres, se tomó

otro rumbo, el cual será preciso que tome yo también, para seguir mi historia, siguiendo la serie de los años, hasta el de 1660, en que se intentaron otra vez; y mientras tanto daré noticia de algunas vidas y muertes de varones insignes, que se emplearon en los indios, y de sus ministerios con ellos; dejando, por no pertenecer á mi historia, los otros ministerios que se ejercitaron entre espapañoles.

CAPÍTULO XIX

BREVE NOTICIA DE LA VIDA Y VIRTUDES DEL PADRE DOMINGO DE
MOLINA, FUNDADOR DE NUESTRAS PRIMERAS MISIONES DE
LOS LLANOS.

Son las obras heróicas de. los varones insignes una exhortación muda que mueve á la imitación. Verdad es esta, que aun hasta los gentiles la alcanzaron; por esto refiere Plinio la costumbre antigua que tenían, y apreciaban en sus casas los nobles, de fijar en las portadas de los palacios las estatuas é imágenes de los héroes más insignes, y esculpir en duro mármol los blasones de sus victorias, para que los mancebos nobles y de generosos sentimientos, que mirasen en las portadas aquellos mudos simulacros, ennoblecidos con sus proezas é ilustrados con sus hazañas, se avergonzasen de sí mismos por su cobardía, y, espoleados de la fama, y reprendidos con las mudas voces que oían de los retratos, concibiesen generosos espíritus, no queriendo ser inferiores en las hazañas v valor.

Siendo, pues, mi principal intento sacar á luzen esta histora los trabajos Apostólicos de nuestros misioneros, y sus gloriosas hazañas, hechas en las misiones de los Llanos y del río Orinoco, para ornamento y lustre de esta Provincia del Nuevo Reino, y para aficionar los ánimos á tan gloriosas empresas, me ha parecido poner aquí, aunque concisamente, las vidas de algunos misioneros señalados, que se emplearon en los indios en este medio tiempo, hasta el segundo entable, y principalmente de los que fundaron las misiones primeras, para que fijadas estas imágenes y colocadas estas estatuas á la portada de este edificio y fábrica de las misiones, se muevan los que las miran con santa emulación, á la imitación de sus hechos.

Muchos son los héroes que ha concedido Dios á esta Provincia del Nuevo Reino, colmándola de eminentes sujetos en todo género de buenas prendas y virtudes, de casi todas las Naciones, y que han sido su mayor lustre, la honra más grande y el crédito más crecido; pero, porque no es mi intento tratar (como ya dije) de otros varones ilustres, ni de otros ministerios, que los que pertenecen á los indios, trataré solamente de éstos.

Ya dije que el Padre Domingo de Molina y el Padre José Dadey fueron los fundadores de nuestros primeros Ministerios aquí en los Llanos, con que habrán de ser éstos preferidos á los demás, en orden á escribir sus virtudes; pues habiendo sido los primeros que, rompiendo valerosamente por el campo de los enemigos, fijaron el estandarte de Jesucristo en las murallas de los Llanos, será razón que sean atendidos los primeros. Mucho se pudiera decir sobre las virtudes y empleos del Padre Molina, pero como pretendo ser conciso, diré solamente lo que he encontrado escrito, sin extenderme más.

Toda la vida del Padre Domingo de Molina fué una honra continuada de la Compañía, y en él tuvo esta Provincia un tesoro. Escribió un Padre de la Provincia de Milán, á otro que estaba ya en las Indias, cuando vino el Padre Molina, diciéndole, "le enviamos á Vuestra Reverencia la perla preciosa que tenía esta Provincia, y bien podrá el Nuevo Reino dar cuanto tiene por merecerla.'

Fácilmente se creerá haber tenido el colmo de las virtudes en supremo grado, si se considera cuán íntima y continuamente era dado al ejercicio de la oración, que es la fragua de la virtud, en donde se acrisola la santidad, y cuantos mayores empeños se hagan en ella, mayores frutos se cogerán en la vida. La de nuestro Venerable Padre fué un continuado ejercicio de esta virtud divina: tres horas eran las que tenía de distribución todos los días, las cuales terminaban á las seis de la mañana, mas no por eso dejaba el continuado ejercicio de la contemplación, de manera que el día entero lo pasaba embebido en Dios, y en la oración mental, de donde sacaba las demás virtudes con tan elevada perfección.

Con ese espíritu alentado, y su ardiente celo, andaha en los desiertos de los Llanos, arrostrando trabajos tan inmensos y excesivos, para dar la primera luz á aquellas gentes. teniendo que aprender sus lenguas dificultosas y bárbaras, y fundar los pueblos de Pauto, Chita, Morcote y sus agregados que son de los mejores que tiene este Reino en esas comarcas.

Aun cuando muchas materias filosóficas y teológicas le eran familiares, en la teología moral fué eminente. Sus resoluciones y pareceres fueron siempre atendidos y aplaudidos, aun de nuestros

mismos maestros.

Fué Rector varias veces del Colegio de Mérida, y lo hubiera sido de otros muchos, sin un achaque del que padeció muchos años y del cual sólo en el temperamento de Mérida encontraba alivio. De allí lo sacó la obediencia, con ocasión de la fundación de nuestro Colegio en la ciudad de Santo Domingo, en la Isla española. Parecióle al Padre Provincial que para intentar nuevas fundaciones era necesario echar mano de hombres de relevantes prendas, de espírtiu ardiente y de sabiduría conocida, y como

todo junto se hallaba en alto grado en el Padre Domingo, le propuso si quería ir á la Isla española, dejándolo á su voluntad; pero la sola insinuación le bastó para cerrar los ojos y atropellar con el conocido impedimento de sus muchos años, de sus achaques continuos y su salud delicada. En nada de eso hizo reparo sino únicamente de obedecer con toda puntualidad, y partió, sirviendo en la isla de Santo Domingo de objeto de veneración de toda clase de gentes, y acreditando á la Compañía con sus actos de fervor. Allí obtuvo el nombramiento de Roma para Provincial de esta Provincia, y cuando estaba preparándose para emprender viaje, quiso Dios que lo hiciese para la gloria, mandándole un accidente que le quitó la vida, el 29 de Septiembre de 1662, á la edad de 72 años, 56 de ser Jesuíta y 40 de profeso.

CAPÍTULO XX

VIDA Y MUERTE DEL PADRE JOSÉ DADEY, UNO DE LOS PRIMEROS FUNDADORES DEL PUEBLO DE MORCOTE.

El venerable Padre José Dadey fué uno de los primeros fundadores de nuestro Colegio de Santa-Fe, á donde lo trajo Dios para gloria suya y bien de las almas, el año de 1604. Nació en la deliciosa Italia en la ciudad de Mondovi, Estado de Milán, de padres muy nobles. El amor y estimación que tuvo á nuestra Compañía se conoció muy bien por los imposibles que venció para entrar en ella. Sus padres y nobles deudos sintieron profundamente su separación, porque con ella se cortaban esperanzas bien fundadas de aumentos temporales y honras terrenas, que tanto se apetecen en el mundo. Y como á éstas y á pretensiones humanas tiene cerradas las puertas la Compañía, quisieron sacar de ella á nuestro José, para lo cual no perdieron diligencia ni estratagema' alguna, hasta llegar á pedir judicialmente que se pusiese en libertad al muchacho. Para examinar si había alguna violencia nuestra ó puerilidad suya lo entregó la Compañía á sus padres, quienes creyeron asegurar su victoria por ser la batalla con un niño.

Mas el valiente José se mostró como varón consumado en la lucha tan gloriosa que sostuvo; asestáronle toda la artillería de persuasiones, pero como él estaba amurallado en el amor á Dios, estuvo invencible, y les habló con tanto fervor, mostrando tan gran firmeza en sus gloriosos designios, que sus padres tuvieron que entregarlo otra vez á la Compañía, quedando él sumamente gustoso de verse en su tan deseada gloria.

Después de hechos ya los votos de la Religión, tuvo otro combate riguroso y no de menor peligro, y fué el caso que tenía

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