testan á los Francos, y no se puede estar en Damasco con trage europeo. Este fanatismo de los Damascenos es fomentado por sus conexiones con la Meca: su ciudad, dicen éstos, es santa, porque es la puerta de la Kiabé: en efecto, en Damasco se jun-tan todos los peregrinos del norte del Asia, como en el Cairo los del Africa. Todos los años su número asciende desde treinta hasta cincuenta mil: algunos vienen quatro ó cinco meses antes, y los mas no llegan hasta el fin del ramazzan. Entonces Damasco parece el lugar de una gran feria; no se ve mas que estrangeros de todos los paises de la Turquia y aun de la Persia: todo está lleno de camellos, caballos y mercaderias. Des pues de algunos dias de preparacion, toda esta multitud se pone confusamente en marcha, y caminando por la frontera del desierto, llega en quarenta dias á la Meca para la fiesta del bairam. Como esta caravana atraviesa por los paises de varias tribus Arabes independientes, ha sido preciso formar tratados con los Beduinos, pagarles ciertos derechos, y tomarlos por guias. Muchas veces hay disputas entre los xeques por esta causa, de las quales se aprovecha el baxá para hacer mas barato el ajuste: ordinariamente se dá la preferencia á la tribu de Sardié, que tiene sus aduares al sur de Damasco á lo largo del Horan: el baxá envia 1 al xeque preferido una porcion de armas, una tienda y una peliza, para darle á entender que le elige por xefe de la conduccion de la caravana. Desde este punto el xe que está encargado de suministrar camellos • á un precio fixo, y los saca de su tribu ó de las aliadas, mediante un alquiler concertado: no le abonan ningun perjuicio, y toda pérdida accidental es de su cuenta y cargo. Regularmente perecen diez mil camellos cada año, lo qual hace un objeto de consumo muy ventajoso para los Arabes. No creais que el único motivo de tantos gastos y fatigas es la devocion á Mahoma: el interes pecuniario es el principal movil de tanto aparato. La caravana es un medio para hacer un comercio muy considerable: casi todos los peregrinos hacen de esta romeria un objeto de especulacion mercantil: quando salen de sus paises van cargados de géneros, que despachan en el camino : el oro que de estas ventas sacan, junto con el que traen de sus casas, va á parar á la Meca, donde lo emplean en muselinas é indianas de Malabar y de Bengala, en chales de Cachemira, aloes de Tunquin, diamantes de Golconda, perlas de Bahrém, alguna pimienta, y mucho café del Yemen. Algunas veces los Arabes del desierto dexan burladas todas las esperanzas de estos mercaderes, robando la caravana; pero lo mas regulares, que llegue a salvamento, y entonces las ganancias son muy crecidas. En todo caso quedan recompensados de sus fatigas con la qualidad que adquieren para ser venerados por hadji, ó peregrinos, y por el placer de contar á sus paisanos las maravillas de la kiabe, ó casa de la Meca, y del monte Arafat, hablando con el mayor énfasis del número de los peregrinos, de la infinidad de víctimas sacrificadas en la fiesta del bairam, de los trabajos padecidos, del horrible aspecto de los Beduinos, de los desiertos áridos y sin agua, del sepulcro de Mahoma en Medina &c. Estas relaciones producen el efecto ordinario, es decir, que excitan el deseo y el entusiasmo de los oyentes. Esta admiracion pasagera no impide el concepto poco favorable que se tiene de estos peregrinos: los Arabes dicen como en proverbio : no te fies de tu vecino, si ha hecho un hadji; pero si ha hecho dos, mudate á otra parte. En efecto la experiencia ha demostrado, que la mayor parte de los peregrinos de la Meca son los hombres mas pérfidos é insolentes, Por medio de esta caravana Damasco es el centro de una gran circulacion de comercio: por Alepo tiene comunicacion con la Armenia, la Natolia, el Diarbekir y la Persia. Envia al Cairo caravanas: recibe mercaderias de Constantinopla, y de Europa por Seide y Berito. Lo que se consume en su recinto se paga con las telas de seda y de algodon, de que se fabrica gran cantidad y con primor, con las frutas secas de su territorio, y los dulces de rosa, melocoton &c. de que se hace gran consumo en la Turquia: de paso queda mucho dinero en la ciudad, ya por los derechos de aduana, ya por lo que ganan los mercaderes por su corretage. La existencia de este comercio en estos paises es de la mas remota antigüedad: ha seguido varios caminos segun las circunstancias de los gobiernos y de los lugares, y siempre ha producido una opulencia, cuyos rastros han sobrevivido á su ruina. El pachalik de que voy hablando, ofrece en este género un monumento de los mas notables; hablo de Palmyra, tan famosa en la tercera edad de Roma por el papel brillante que hizo en las guerras de los Parthos y de los Romanos, por la fortuna de Odenato y de Zenobia, y por su ruina en tiempo de Aureliano. Despues de esta época su nombre habia dexado una buena memoria en los anales del mundo, pero no era mas que una memoria, y por carecer de noticias exactas no se tenia de ella mas que una idea confusa. Apenas se tenia noticia de ella en Europa, quando á fines del siglo XVII unos comerciantes Ingleses de Alepo oyendo á los Beduinos ponderar las inmensas ruinas que se hallaban enel desierto, resolvieron exâminarlas por sí mismos. La primera tentativa en 1678 no fue feliz; los Arabes los despojaron completamente, y se vieron precisados á volverse sin haber visto nada. Repitieron la expedicion en 1691, y lograron ver los monumentos indicados, Su relacion publicada en las Transacciones filosóficas tuvo muchos impugnadores: no podian concebir algunos críticos, que en un pais tan apartado de toda habitacion hubiese podido existir una ciudad tan magnífica, como se inferia por los diseños de sus ruinas; pero despues que el caballero Dawkins publicó en 1753 los planos que él mismo habia levantado en aquellos parages el año de 1751, no ha quedado ya ninguna duda, y ha sido preciso confesar, que la antigüedad no ha dexado cosa comparable con la magnificencia de las ruinas de Palmyra, ni en la Grecia, ni en la Italia. Voy a hacer un breve extracto de la relacion que publicó Mr. Wood, asociado y redactor del viage de Dawkins. "Despues de haber sabido en Damasco que Tadmur ó Palmyra dependia de un agá residente en Hassiá, pasamos en quatro dias á esta aldea, situada en el desierto en el camino de Damasco á Alepo. El agá nos recibió con la mayor hospitalidad, y aunque estrañó mucho nuestra curiosidad, nos dió todas las instrucciones necesarias para satisfacerla. Partimos de Hassiá con una escolta |