CARTA XXXIV. Caracter y costumbres de los Siros. De todos los objetos de observacion que pueden presentarse á un viagero en qualquier pais, el mas importante es sin duda el caracter y costumbres de sus habitantes, pero al mismo tiempo es el mas dificil. Es mas arduo de lo que se piensa, el penetrar los resortes que en los hombres producen aquellas acciones habituales, que llamamos costumbres, y aquella disposicion constante de animo, conocida con el nombre de caracter. Una serie de hechos nada enseña: lo que se necesita saber es la causa por qué los hombres obran de este ó de aquel modo, en tales circunstancias &c., y así se aprende á conocer al hombre. Quando un Europeo llega á Siria, y lo mismo sucede en qualquier otro pais de Oriente, lo que mas le suspende en el exterior de sus habitantes, es la oposicion casi total de sus usos con los nuestros; parece que se ha hecho con estudio un contraste tan notable entre los Asiáticos y los Europeos. Nosotros usamos unos vestidos cortos y estrechos; ellos largos y anchos: nosotros dexamos crecer el cabello, y nos rapamos la barba; ellos dexan crecer la barba, y se rapan la cabeza : entre nosotros es señal de respeto descubrirse la cabeza, entre ellos la cabeza descubierta es indicio de locura: nosotros pasamos la mayor parte de la vida en pie, ellos sentados: nosotros comemos sentados en sillas, ellos en el suelo. Este contraste pudiera extenderse desde las cosas mas importantes hasta las mas despreciables. Otra de las cosas que mas se estrañan al ver á los Orientales es su as pecto devoto, y sus palabras, que parece no piensan sino en Dios: siempre llevan el rosario en la mano: no se les oye mas que exclamaciones enfáticas. Toda esta devocion aparente, hija del orgullo y acompañada de la mas crasa ignorancia, no es mas que una supersticion fanática, teniéndose á sí mismos por los únicos fieles, y á los demas hombres por impíos y enemigos de Dios: cada acto de profesion de fé, la qual repiten á cada momento, no es mas que un insulto contra los Christianos. Es tambien muy notable en los Orientales aquel aspecto grave y flemático que ostentan en todas sus acciones y palabras: siempre se les ve serios, rara vez rien, y les parece locura la alegria habitual de algunos Europeos. Hablan con mucho reposo, sin apresurarse, ni gesticular: escuchan sin interrumpir, y pasan dias enteros sin hablar una palabra. Quando andan, es con mucho sosiego, y solamente por algun negocio, estrañando mucho vernos andar arriba y abaxo sin mas objeto que pasear. Pasan dias enteros sentados en el suelo, con las piernas cruzadas, fumando en su pipa, y como absortos en profundas meditaciones: parece que todo movimiento les es doloroso, y que semejantes á los Indianos consideran la inaccion como uno de los constitutivos de la felicidad. La comparacion de nuestro estado civil y doméstico con el de los Orientales contribuye para explicar la causa de esta inaccion y melancolía, que es su caracter general. Entre nosotros una de las causas de la alegria y buen humor es la mesa y el uso del vino; entre los Orientales no se conocen estas dos diversiones: un banquete acarrearia una avania, y el vino un castigo severo, porque es muy zelosa la policía en hacer observar los preceptos del alcoran. Otra de las fuentes del buen humor entre los Europeos es el trato decente entre los dos sexôs: los hombres procuran agradar á las mugeres, y para conseguirlo, el medio infalible es divertirlas con chistes y gracejo. De este modo los Europeos adquieren un hábito de estar de buen humor, que se ha hecho ya con el tiempo una especie de caracter. En Asia, al contrario, las mugeres estan absolutamente separadas de la sociedad de los hombres : siempre encer radas en su harem no comunican sino con su marido, su padre, su hermano, y esto muy poco, porque los hombres desprecian altamente á las mugeres, y ellas no tienen prendas para hacer amable su trato. Aun las que salen á la calle, van cubiertas con un velo, y no se atreven á hablar á un hombre, aunque sea por algun asunto importante: se tiene por indecente el mirarlas con atencion, y los hombres se apartan para dexarlas pasar, como si fuesen una cosa contagiosa. Quizá querreis saber, Señora , quál es la causa de este desprecio tan injusto de parte de los Orientales para con vuestro sexô. No es otra, que la que produce todos los males de estos infelices paises, su absurda religion. En efecto, aquel Mahoma, tan desenfrenado en la torpeza, no ha hecho á las mugeres el favor de considerarlas en su alcoran como una porcion de la especie humana. No hace mencion de ellas ni para las prácticas de su religion, ni para los premios de la otra vida, y es un problema entre los musulmanes, si las mugeres tienen alma. El gobierno turco las trata en consecuencia con el mayor rigor é injusticia: las priva de toda propiedad de bienes raices, y las despoja de toda libertad personal en tales términos, que siem. pre estan dependientes ó del padre, ó del marido, ó de algun pariente. Este estado de las mugeres entre los Orientales causa en las costumbres varios contrastes con las nuestras. La circunspeccion de los hombres en esta parte llega á tal extremo, que jamas hablan de mugeres, y seria un insulto el preguntarles por la salud de sus esposas. Es preciso haberse ya familiarizado mucho con ellos para tratar de este punto; y entonces se escandalizan mucho, quando se les dice lo que pasa en Europa con las mugeres. No pueden concebir cómo se permite á éstas andar por las calles con el rostro descubierto, pues para ellos es esta la señal de la mas infame prostitucion: no pueden persuadirse, que los hombres esten sentados en conversacion con las mugeres, sin arrojarse á los mayores excesos. Esta admiracion nos indica el concepto que tienen de las suyas, y dá á entender, que no tienen idea del honor, del pudor, ni de lo que propiamente se llama amor. Pero no creais que estas mugeres tan guardadas y zeladas sean por eso mas recatadas y honestas; todo lo contrario: la privacion, la falta de honor y de buena educacion las precipitan en todos los desordenes. Los cómplices de sus excesos deben ser muy recatados, porque la menor indiscrecion les costaria la vida, y muchas veces las mismas mugeres son las que castigan sus faltas de secreto con el puñal, el veneno, ó la pistola. Asique, todas las precauciones de los maridos orientales no |