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Las noticias que adquirí acerca de otros paises de Africa, me determinaron á emprender un viage para descubrir los vestigios del templo de Júpiter Ammon, tan célebre en la antigüedad, y principalmente por haberlo visitado Alexandro el grande. Busqué un intérprete, y me ajusté con unos Arabes, que solian traer dátiles y otras mercaderias á Egipto desde Siva, ciudad pequeña al occidente de Alexandria.

Luego que los Arabes, que habian de

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acompañarme, concluyeron sus negocios, nos pusimos en camino: prefirieron marchar por la costa del mar, porque los camellos haIlan mas facilmente pasto en aquellos parages, que si fuesen por el camino derecho; y yo tuve mucho gusto en ir por aquí, por haber sido éste el camino que llevó Alexandro con su exercito. El primer dia no anduvimos mas que unas ocho millas geográficas, y sin embargo descubrimos gran número de cimientos de antiguos edificios, tan arruinados, que no pude reconocer lo que habian sido. Seguimos por espacio de tres dias la costa del mar, sin perderlo de vista: esta costa es llana, y en saliendo de las cercanias de Alexandria, donde hay algunos peñascos, se encuentra un terreno igual y arenoso. La vista fatigada de contemplar aquel terreno esteril, se recrea descubriendo algunos parages cubiertos de verdura, principalmente en primavera ; y aunque la yerba se reduce á varias especies de kalis, basta para los camellos: por lo que hace á los caballos, teniamos que llevar paja y cebada para alimentarlos. Los Orientales preparan varias especies de carnes para los largos viages: para evitar el inconveniente de la carne salada, usan de manteca de vacas clarificada, la qual puede conservarse por muchos años, y la traen de la costa occidental de Berberia.

En casi todos los parages donde hicimos alto, vimos animales de la especie que Buffon llama gerbos, tortugas, lagartos, y algunas culebras. Habia tambien gran cantidad de caracoles pegados á las yerbas espinosas que pacian nuestros camellos, y los Arabes los comian con gusto. No vimos mas aves que las marinas. Junto á algunos manantiales encontramos conejos; vimos tambien rastros de gazelas y de abestruces. Todos los dias tuvimos alguna lluvia, y nos incomodaba mucho un viento frio, que corria de N. O. Algunos aduares de Beduinos apacentaban sus ganados de cabras, obejas y asnos en las cercanias del lago Mareotis, que al presente está seco: los que eran amigos de mis conductores nos recibieron con la mayor hospitalidad, regalándonos leche, dátiles y pan reciente. En otro aduar quisieron hacernos pagar una contribucion; pero como no tenian bastantes fuerzas para usar de violencia, no quisimos darles nada.

Al cabo de ocho dias llegamos á Siva: desde la costa del mar hasta esta ciudad el camino es arenoso y enteramente esteril; y en algunas partes el terreno estaba cubierto de una costra de sal. La situacion de Siva corresponde exactamente á las ideas que se tienen de las Oases, que son como unas islas en medio de un desierto, es decir unos parages en que hay agua, y se crian al

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gunos árboles y plantas: su territorio es poco extenso, pero fertil, y rodeado de un desierto. Despues de haber caminado media hora por entre palmas, entramos en la ciudad que dá su nombre á este distrito. Apeámonos, segun la costumbre del pais, en el misjed, esto es, la plaza en que se juntan á orar: al lado de esta plaza habia un sepulcro de un santon ó morabito. Al punto los xeques de la ciudad vinieron con el aspecto grave y sencillo que tienen ordinariamente los Arabes, á darnos la bienvenida, y nos conduxeron á un alojamiento, que aunque poco cómodo, era el mejor que tenian. Despues nos traxeron un gran plato de arroz y de carne cocida, y los xeques estuvieron presentes mientras comimos. Debo advertir aquí, que mis compañeros de viage, temiendo que un Franco seria mal recibido, dixeron que yo era Mameluco: pero luego que llegó la hora de la oracion, aquella gente supersticiosa viendo que no me juntaba con ellos para orar, sospecharon que yo no era Mahometano, y al dia siguiente mi intérprete tuvo que confesar la verdad. Los xeques estrañaron mucho que un Christiano hubiese hecho tantos gastos, y se hubiese expuesto á tantos peligros para internarse tanto en el pais, sin llevar ningun objeto aparente de interés; pero todos, á excepcion de uno solo, se prestaban á una recon

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