Imágenes de páginas
PDF
EPUB

echó fuera de la plaza, desjarretándolos, á los caballos que no podía mantener. Y para juntar á las demostraciones militares la solemnidad de las ceremonias religiosas, cuando la defensa estuvo organizada, se dirigió con su estado mayor á la iglesia Matriz, y allí con gran rendimiento en el altar de S. Miguel, resignó el mando « en manos de este príncipe de los ejércitos de la gloria, bajo cuyas órdenes iba á combatir desde aquel día como su teniente. »

Entre tanto Salcedo, abierta la trinchera, y en posesión de la isla de S. Gabriel, donde había erigido una batería, comenzó á destruir los suburbios de los sitiados, en los cuales se ubicaban dos capillas cuyos materiales empleó en la construcción de edificios militares. Enojáronse mucho los de la plaza con este acto que reputaron sacrílego, y creyeron con su Gobernador que él acarrearía sobre el enemigo la venganza del cielo. Alentado el sitiador por el espanto que suponía haber infundido sobre los portugueses, les intimó rendición en 10 de Diciembre; á lo que replicó Vasconcellos que antes de contestar derechamente quería saber si entre Portugal y España se habían roto las hostilidades, ó cuando no, si el Gobernador de Buenos Aires tenía órdenes para romperlas contra él. Salcedo contestó á esto que no acostumbraba á comunicar las instrucciones que recibía de su soberano; y en la noche siguiente se preparó á asaltar la plaza que ya tenía una brecha practicable. Marchando sobre ella fué sentido, y una bala del fuerte principal que se introdujo en el centro de la columna de ataque, causándole muchos muertos y heridos, le hizo desistir del plan. De ahí para adelante, no ensayó otra hostilidad que cañoneos continuos contra la plaza, dando tiempo á los sitiados á que se rehi

cieran con más de 1000 hombres que les trajeron de refuerzo los contingentes enviados de Río Janeiro, Bahía y Pernambuco; por temor de los cuales abandonó Salcedo la isla de S. Gabriel clavando la artillería, y levantó su campo situándose á 3 millas de la plaza, después de pérdidas sensibles, entre ellas la de su hijo invalidado, y las de su sargento mayor y el misionero jesuíta Werle, muertos (1).

La flotilla española que mandaba D. Nicolás Giraldín, pudiera haber prestado buenos servicios á los sitiadores, si una dirección más acertada hubiese hecho proficuas sus operaciones. Pero fué harto mísera su conducta, dejando que la plaza se abasteciera de tropas y vituallas, cuando en realidad estaba perdida si no las hubiera obtenido. Ni Salcedo ni Giraldín hicieron cosa que valiera para evitar estos socorros, preocupados en mantener vivas querellas por cuestiones de mando; concluyendo de esta suerte, porque entre si el uno obedecía las órdenes del otro, quedase el tránsito del río por los portugueses. Aprovecharon éstos la ocasión, y despachando una escuadrilla de 10 velas sobre la Ensenada de Barragán, hubieron de apresar las fragatas Armiena y San Esteban, á no haber sido por el vecindario de Buenos Aires, que se opuso á tiempo. Así prosiguieron laxamente las operaciones, insumiéndose un año entero sin fruto, en la tentativa de tomar la Colonia.

Los portugueses, sin embargo, no estaban preparados suficientemente para realizar los proyectos que maduraba su astuta política, así es que buscaron medios de aletargar á la Corte de Madrid entrando en conferencias de paz.

(1) Southey, Historia do Brazil; v, XXXVI.

[ocr errors]

Querían sustraerse á la vigilancia del ejército sitiador de Colonia, que, aun cuando mal dirigido, siempre les obligaba á estancar recursos militares poderosos, deteniéndoles en un campo de acción lejano del objetivo de sus miras. Buscaron, pues, el arrimo de una mediación diplomática, y poniendo de su parte á Francia, Inglaterra y Holanda, consiguieron que se ajustara en París, hacia el año 1737, un armisticio por el que cesaban las hostilidades. Convino la Corte de Madrid en acceder á lo que se le proponía, asustada por la duración de la guerra, y se firmaron los preliminares que debían conducir á un tratado de paz. Establecíase claramente en el pacto de armisticio, que verificada la cesación de hostilidades, se mantendrían las cosas en el estado en que se hallasen al recibo de las órdenes, mientras convinieran ambos beligerantes, los demás artículos del tratado definitivo. Conocidas que fueron estas cláusulas por Salcedo, paró las hostilidades, y adormeciéndose en la creencia de haber conquistado la paz, no dió muestras de prestar la menor atención al enemigo.

Entonces los portugueses comenzaron á poner en ejecución la parte complementaria del plan que perseguían. Desde luego, y por orden de la Corte de Lisboa, fortificaron con nueva artillería la Colonia. En seguida fué despachado el sargento mayor José Silva Pácz desde Colonia por la vía fluvial, munido de artillería correspondiente y con órdenes para levantar dos regimientos de caballería, y apoderarse con todo ello del Río-grande. No encontró este oficial ningún inconveniente á sus miras: desguarnecidos los puntos estratégicos por el retiro de las tropas, adormecida la vigilancia de Salcedo y menospreciada toda previsión, Silva Páez se apoderó del Río-grande con 60 leguas

de territorio y ocupó la sierra de San Miguel, construyendo en ella un fuerte con seis piezas de artillería y dificultando el camino para detener el paso de las tropas españolas, siquiera deseasen disputarle su nueva conquista. Mas no era Salcedo hombre de entrar en semejante disputa, como lo mostró seguidamente. En vez de oponer una resistencia enérgica á tan insólita violación del armisticio, se conformó con protestar de la conducta de Silva Páez, el cual debió reir grandemente de un enemigo tan apocado de ánimos como escaso de penetración política.

Entonces, queriendo urdir Salcedo alguna intriga que le dejara mejor conceptuado de lo que iba á aparecer, discurrió atacar á los portugueses por mano ajena y como de propósito casual. Desde antes del armisticio habían sido licenciados por él gran parte de los guaranís que sitiaban la Colonia, lo que dió algún respiro á las Reducciones. Contando, pues, con ello, escribió al Provincial de las del Uruguay en 29 de Enero de 1738, proponiéndole un medio tan poco razonable como abocado á peligros. Le decía que sin aparentar órdenes de él, rompiera la guerra contra los portugueses, poniéndose personalmente con sus curas á la cabeza de los indios. Que hiciera la mayor recluta posible de gente, y embistiera las posesiones enemigas sin demora, porque el tiempo que se perdiese consolidaría el poder de los contrarios sobre los territorios recientemente úsurpados.

Era Provincial de las Misiones uruguayas el P. Bernardo Nusdorffer, jesuíta alemán, á quien iba dirigida esta misiva. La contestó en 15 de Abril desde S. Nicolás, aduciendo fuertes razones en oposición á su cumplimiento. Alegaba, en primer término, que el armisticio pactado com

prendía igualmente á las tropas regulares del Rey como á sus súbditos de las Reducciones, y que si éstos rompían de propia deliberación las hostilidades, á la vez de incurrir en desobediencia, separaban sus intereses de los de la Corona de España, y se exponían á ser atacados como independientes y sin esperanza de socorro. Decía también, que la falta de oficiales entendidos que dirigieran las operaciones militares, encontraría á los indios torpes para guerrear, puesto que la costumbre establecida era que siempre fueran á la guerra bajo la conducta de cabos españoles, que esta vez se les negaban. Ponía de manifiesto lo inconveniente de la estación para emprender campaña, lo hinchado de los ríos, la falta de caballos, la imposibilidad de obtener recursos de las Reducciones del Paraná, azotadas por la viruela, y la considerable provisión de elementos con que contaban los portugueses en Río-grande, contra los cuales era seguro que los indios « marcharían al matadero. » Por último, repudiaba el papel militar que se le quería asignar en esta función de guerra, con las siguientes palabras: « aunque yo ó cualquier otro de los misioneros mis súbditos tuviera la ciencia y práctica militar, y comprensión necesaria para tales cosas (que llanamente confieso que no la tengo ni aun los primeros principios), pongo en la comprensión de V. S. que no se compadece con el estado de sacerdote y religioso misionero el dar órdenes en circunstancias tales que se ha de seguir efusión de sangre.» (1) Frustrado el plan de Salcedo con esta réplica, se dejó estar tranquilo, abandonando toda veleidad de acción. De seguro que Zavala habría procedido de otro modo.

(1) No 2 en los D. de P.

« AnteriorContinuar »