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plana mayor de este cuerpo constaba de Mordeille, comandante sin sueldo; D. Francisco Fournier, sargento mayor; D. Indalecio García, ayudante mayor; D. Juan Zufriategui y D. José Guerra, ayudantes, y D. Vicente Figueroa, abanderado. El mando de las compañías se dividía así: Granaderos, capitán D. José Patricio Beldón, teniente D. José Santos Irigoyen;-1.: capitán D. Luis González Vallejo, teniente D. Martín Tejera;--- 2.a: capitán D. José Bartolomé de Larreta, teniente D. Gregorio Villamil;—3.a: capitán D. Renato Simoni,, teniente D. Miguel Buitrón; 4.": capitán D. Manuel de Larragoiti, teniente D. Jerónimo Bianqui;-5.": capitán Luis de la Robla, teniente. D. Ramón García de Puga; - compañía distinguida, y escolta de bandera, capitán sin sueldo D. Patricio Meifrén, teniente D. Manuel Medina; 6. compañía, capitán D. Pablo Colombo, teniente D. Miguel Espina (1).

Mientras esta organización para la defensa interna se verificaba con tan súbita eficacia, perfeccionaba Ruiz Huidobro sus medidas para precaver cualquier desembarco del enemigo en los alrededores. Al efecto, por la parte de mar, estableció dos líneas : la primera, compuesta de 5 buques acoderados y artillados por cañones de á 18 y 24 en las proas, cubría sus flancos con las baterías de la isla de Ratas y S. Francisco; y la segunda, compuesta de una avanzada de 12 cañoneras, debía replegarse en caso necesario, por entre los claros de la primera. Á la parte de tierra, tenía establecido desde Junio, un campo volante á órdenes del brigadier sub-inspector de ingenieros D. Bernardo Lecocq, quien con 1,000 hombres de caballería y

(1) L. C. de Monterideo.- Expediente de servicios (citado).

un tren de artillería ligera, circundaba la ciudad. El capitán de ejército D. Bernardo Suárez, oficial distinguido del cual no había querido desprenderse Ruiz Huidobro durante los pasados conflictos, negándole permiso para formar en las filas de los reconquistadores, fué encargado de la provisión y mantenimiento de caballadas.

Una nota discordante del entusiasmo general se produjo en aquellos momentos, llenando de indignación á todos. Cupo á la marina de guerra, cuya arrogancia había subido de punto después de sus buenos servicios en la reconquista, ser motivo de esa explosión. El caso fué, que habiéndose desprendido de la línea de bloqueo una corbeta enemiga para hacer reconocimientos en el puerto, repentinamente se encontró inmovilizada casi á tiro de cañón de las baterías de tierra, por el cambio de viento que produjo una gran calma. Aprestáronse inmediatamente 15 cañoneras y 6 lanchas á remo para apoderarse de la corbeta, según lo ofrecían los oficiales de marina. El vecindario se aglomeró sobre las azoteas y las costas para presenciar aquel combate inesperado. Tres horas duró el fuego, sin que las cañoneras se atrevieran á hacer un avance decisivo, dando tiempo á que los botes de la escuadra inglesa viniesen en socorro de la corbeta, sacándola á remolque en medio de estrepitosos hurras! Los marineros de línea volvieron á puerto, siendo recibidos por la multitud con gritos injuriosos y pedradas. Desde ese día, cayó en gran descrédito la escuadrilla.

Entre tanto, había llegado el marqués de Sobremonte en los primeros días de Octubre á la ciudad. Fué recibido con los honores de su rango; pero se notó que era puramente oficial y obligada aquella ostentación. Apenas se

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mostró al público en aire de paseo, encontró por todas partes la hostilidad ó el menosprecio. Durante la primera excursión que hizo por las calles, seguíanle algunos grupos gritando: ¡abajo los traidores! Cuando inspeccionó las fortificaciones de la ciudadela, varias turbas de muchachos le decían á voces y en tono burlesco: ¡avanza! ¡avanza! Sin embargo, él no hizo caudal de aquella oposición, y desde luego anunció á Ruiz Huidobro que se encargaba de la defensa de la Plaza, tomando además la dirección inmediata de las fuerzas situadas en el campo volante. Escribió á Liniers pidiéndole la devolución de las tropas de línea y artilleros de Agustini, que aquél había conservado consigo, y además las fuerzas sutiles existentes en el puerto de Buenos Aires; á lo que accedió Liniers remitiendo los soldados, pero negándose á hacer lo mismo con los buques, por alegar la estricta necesidad de que le eran. Como D. Miguel Vilardebó se ofreciese á traer de Córdoba los caudales públicos que fuesen necesarios para la defensa, el Virrey autorizó ese arbitrio, comisionándole al efecto. El enviado cumplió su cometido á plena satisfacción, volviendo con 300,000 pesos, sobre los cuales renunció la comisión de 3,000 que debía corresponderle.

Con todo, era imposible engañarse sobre los resultados funestos que la intromisión del marqués iba á producir en la defensa de la plaza. Ruiz Huidobro fué el primero en discernirlo, y sea que desease eludir responsabilidades, sea que aspirase á resolver la situación provocando un conflicto, anunció el designio de retirarse al campo durante un par de meses, para reponer su quebrantada salud. Sabida la resolución del Gobernador, una masa de pueblo, donde estaban representadas todas las clases y gremios de la so

ciedad, se presentó á pedirle que desistiera del intento, prometiéndole á la vez morir á sus órdenes contra el enemigo, como si presintiera que la causa de su proyectada ausencia obedeciese al temor de hacer un papel militar desairado. Pocos días después amanecieron las paredes de la ciudad plagadas de pasquines, protestando contra la ingerencia del Virrey en la dirección de la guerra, y pidiendo que se marchase. Semejante manifestación dió pie al Cabildo para reunirse y adoptar un temperamento que satisficiese en algo las miras del pueblo. Después de un largo debate, el cuerpo municipal nombró de su seno una comisión destinada á aproximarse al Virrey, para manifestarle, que en el estado de ánimo del vecindario, era imposible contener la agitación pública, si él no se retiraba de la ciudad. El Virrey contestó que sólo abandonaría la ciudad « muerto ó por la fuerza »; afirmación que debía desmentir de allí á poco, fugándose vivo y sano de en medio del peligro.

El Cabildo se dió por satisfecho con la réplica del Virrey, perdiendo la oportunidad de salvar á Montevideo, como había salvado antes á Buenos Aires con su resolución de 18 de Julio, que investía á Ruiz Huidobro de facultades amplias. Si en la actualidad hubiera adoptido un temperamento análogo, despidiendo al Virrey, único y desprestigiado obstáculo para una defensa victoriosa, los ingleses no habrían tremolado su bandera sobre las murallas que franquearon á costa de tanta sangre. Tuvo miedo á la nota de insurrecto en que acababa de caer su homónimo de la otra orilla, sin acordarse que él mismo había sido predecesor y maestro, pues desde el 18 de Julio tenía adquirida con creces idéntica nota. De no haberle

favorecido entonces la victoria, todos hubieran reclamado contra el estímulo que diera á Ruiz Huidobro para desobedecer al Virrey, y la nulidad de éste habría encontrado una justificación imponente, demostrándose traicionado en la eficacia de sus planes militares. Si el 18 de Julio, sin otro recurso que el apoyo de la opinión, se había atrevido el Cabildo á tanto, ¿cómo disculpar ahora su pusilanimidad, cuando la sanción del éxito en lo pasado, el entusiasmo popular presente y la oculta benevolencia del Gobernador le obligaban á repetir aquella medida de salvación común?

Popham, entre tanto, no permanecía ocioso, pues á la espera de refuerzos que debían llegarle del Cabo, bloqueaba el litoral comprendido entre Montevideo é Higueritas, dificultando mucho las comunicaciones de la ciudad con el exterior. Á últimos de Octubre, le empezaron á llegar dichos refuerzos, incorporándosele el teniente coronel Juan Jaime Backhouse con 1,400 hombres. Alentado por tan próspero suceso, que aumentaba sus tropas y sus naves, Popham decidió atacar la ciudad. El día 28 de Octubre se presentó con todos sus barcos hacia la parte de atrás del Cerro, donde Ruiz Huidobro había colocado cuerpo de milicias de Navia bien sostenido, con el fin de impedir un desembarco posible. Cruzóse algún fuego entre los ingleses y las milicias; pero viendo Popham que estaba resguardado aquel punto, base de su proyectada operación, se hizo á la vela de allí, entrando con toda la escuadra al puerto. Entonces tomó por objetivo de su ataque las baterías de la costa Sur, sobre las cuales rompió un fuego muy recio. Contestaron las baterías con buen orden Y excelente resultado, apagando los fuegos del inglés después de tres horas de combate. Viendo frustrada su

el

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