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ciones más civilizadas, se hicieron sentir en las discusiones referentes á la organización de los poderes, á la formación de las leyes, etc.; siendo de lamentarse que los constituyentes, deslumbrados por el asombroso desarrollo material de los Estados Unidos, se dedicaran de preferencia á copiar sin el discernimiento debido, las instituciones de esa República; descuidando el estudio del desarrollo histórico de nuestro país y la investigación de nuestras necesidades, en vista de las condiciones en que el pueblo se encontraba. No obstante esos errores, el espectáculo de nuestros legisladores, dedicándose á su trascendental obra, con un patriotismo y una tranquilidad estoica incomparables, en medio del estruendo de los sangrientos combates, de las asechanzas de los conspiradores y de las amenazas de los fanáticos, no puede menos de causar nuestra admiración y respeto.

Por fin concluyó el Congreso sus trabajos, y la Constitución precedida de un manifiesto á la nación fué proclamada el día 5 de Febrero de 1857. Haciendo presente al pueblo las conquistas políticas que las nuevas leyes fundamentales implicaban, el referido manifiesto decía:

"La igualdad será de hoy más la gran ley en la República; no habrá más mérito que el de las virtudes; no manchará el territorio nacional la esclavitud, oprobio de la historia humana: el domicilio será sagrado; la propiedad inviolable; el trabajo y la industria libres; la manifestación del pensamiento sin más trabas que el respeto á la moral, á la paz pública y á ́la vida privada; el tránsito, el movimiento, sin dificultades; el comercio, la agricultura, sin obstáculos, los negocios del Estado examinados por los ciudadanos todos: no habrá leyes retroactivas, ni monopolios, ni prisiones arbitrarias, ni jueces especiales, ni confiscación de bienes, ni penas infamantes, ni se pagará por la justicia, ni se violará la correspondencia y en México para su gloria ante Dios y ante el mundo será una verdad práctica la inviolabilidad de la vida humana, luego que con el sistema penitenciario pueda alcanzarse el arrepentimiento y la rehabilitación moral del hombre que el crímen extra vía."

"Tales son, conciudadanos, las garantías que el Congreso creyó deber asegurar en la Constitución, para hacer efectiva la igualdad, para no conculcar ningún derecho, para que las instituciones desciendan solícitas y bien hechoras hasta las clases más desvalidas y desgraciadas, á sacarlas de su abatimiento, á llevarles la luz de la verdad, á vivificarlas con el conocimiento de sus derechos. Así despertará su espíritu, que aletargó la servidumbre; así se estimulará su actividad, que paralizó la abyección; así entrarán en la comunión social, y dejando de ser ilotas miserables; redimidas, emancipadas, traerán nueva savia, nueva fuerza á la República."

CAPITULO IV.

LA CONSTITUCION DE 1857.

La época histórica que comenzó con el Plan de Ayutla y que terminó con la consumación de los actos de justicia nacional en el Cerro de las Campanas nos presentan al pueblo mexicano en la más terrible de las crisis políticas, que había atravesado desde que hubo conquistado su independencia. Fué la época de transición, en que un régimen gastado y degenerado se hundía, para hacer lugar á una nueva generación política, emprendedora y vigorosa, pero que aun no había descubierto mas que vagamente las condiciones de su nueva existencia; época de contrastes inconciliables, de utopías irrealizables, de odios, crímenes, destrucción y sangre.

En tal estado de la sociedad era la solución del problema ante la cual se encontraban nuestros constituyentes en el año de 1856, no solamente difícil, sino absolutamente imposible.

Aun abstrayendo del hecho que la formación de una nueva Constitución que se adapte eficazmente á todas las necesidades de un pueblo civilizado ha resultado ser obra superior al ingenio de un hombre y aún al de una asamblea, hay que tener en cuenta, que en el caso á que nos referimos, faltaban las condiciones necesarias para que la obra pudiera tener un éxito verdaderamente satisfactorio. Ya sea que consideremos las Constituciones políticas desde el punto de vista de su desarrollo histórico, como una serie de pactos entre los poderes que constituyen el Gobierno de la nación; poderes que eran

en siglos pasados el Monarca, la Iglesia, la Nobleza y la Burguesía, y que hoy son en realidad los partidos políticos organizados; ó ya sea que consideremos esas Constituciones desde el punto de vista de la ficción del contrato social, ideada por Juan Jacobo Rousseau, siempre resulta que tienen el carácter de un pacto ó transacción, ó sea un campo neutral á que todos los partidos tienen acceso y donde se discuten pacíficamente las cuestiones para evitar el que se recurra á la fuerza de las armas. Cuando los partidos están organizados y dispuestos á entrar en tratos y que, como consecuencia natural, la nación se encuentra en paz, es posible con la calma necesaria, llevar á efecto una obra medianamente aceptable; pero cuando, como en México hace medio siglo, las pasiones han llegado á un estado de exaltación extremo, y no se encuentra base alguna para una transacción, entonces tiene que prevalecer indefectiblemente la fuerza bruta y el régimen constitucional es imposible. Sobreviene entonces, con el triunfo de uno de los partidos, una dictadura más o menos disimulada y el retraimiento de los vencidos, hasta que éstos, convencidos de su impotencia, modifiquen sus principios y acepten la lucha pacífica en el terreno que sus contrarios ofrez

can.

A esa triste perspectiva de que la situación política trajera irremediablemente consigo la necesidad de pasar por una época de violencias, antes de poder establecer una paz duradera, se agregaban en México, al procurar dar á la nación una organización adecuada, muchas otras dificultades, que tenían su origen en la falta de unidad étnica del pueblo, en la ignorancia de las masas y en la pésima repartición de la propiedad. A la verdad que si se toma en consideración la enormidad de todos esos problemas, que se presentaban á nuestros hombres de Estado, de lo que hay que admirarse no es por cierto de la lentitud con que esos problemas se han ido resolviendo, sino de que la nación no sucumbiera frente á tantas dificultades, y que al fin se haya logrado establecer un gobierno civilizado y progresista. Los escritores extranjeros que para denigrarnos comparan nuestra situación polí

tica y económica con la de los Estados Unidos, demuestran claramente que no conocen nuestro país ni nuestra historia, ó que no tienen idea de lo que son las leyes sociológicas que determinan el desarrollo de las naciones.

Sin duda alguna, tenemos los mexicanos motivos de enorgullecernos de nuestros constituyentes, pues aun cuando no lograran dar á la nación una organización práctica, y aun cuando no se atrevieron á decretar medidas radicales en cuestiones económicas, ni á proclamar la libertad de cultos, se adelantaron sin embargo á su época, estableciendo una serie de principios liberales, destinados á servir de base, para que las ge. neraciones siguientes fueran completando lo que ellos no habían podido llevar á efecto. El Congreso constituyente designó el camino que la nación debería seguir, y en ese sentido nos hemos movido constantemente desde entonces.

En aquella época en que el espíritu teocrático todavía pretendía imponer sus principios y su legislación, con todas las restricciones que implicaban, fué un gran progreso el elevar el edificio constitucional sobre bases puramente racionales y proclamar la absoluta soberanía del pueblo. "El pueblo mexicano reconoce que los derechos del hombre son la base y el objeto de las instituciones sociales," dice el artículo 1o de la Constitución. "En la República todos nacen libres; la enseñanza es libre; todo hombre es libre para abrazar la profesión, industria ó trabajo que le acomode, siendo útil y honesto; nadie puede ser obligado á prestar trabajos personales; la manifestación de ideas no puede ser objeto de ninguna inquisición judicial ó administrativa; es inviolable la libertad de escribir ó publicar escritos; es inviolable el derecho de asociarse pacíficamente, etc., etc.," son derechos consignados en nuestra Constitución, de los cuales no todos se habían generalizado aún en el mundo civilizado, cuando en México fueron promulgados.

No tan dignas de encomio como esas disposiciones que tratan de los derechos del hombre, son las que se consignaron entonces en nuestra Carta fundamental, para dar satisfacción á los intereses económicos de la nación y que están contenidos en los artículos 27 y 28, que dicen así:

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