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de Beethoven, Fidelio, por la orquesta, dirigida por Félix Sauvinet. II. A. Coro á voces solas, de Beethoven, La Gloria de Dios en la Naturaleza. B. Coro para voces solas de la ópera de Mozart, Idomeneo, cantado por el Orfeón Alemán, dirigido por Germán Laue. III. Gran sonata para piano ejecutada á cuatro manos por Tomás León y Félix Sauvinet. IV. Primer coro final del Oratorio de Haydn, La Creación. -Segunda parte: I. Quinta sinfonía de Beethoven en do menor (op. 67), ejecutada por la orquesta, dirigida por Melesio Morales. II. Coro final. Alleluya del Oratorio de Hændel, El Mesías.

Los coros, en que tomaron parte señoras y caballeros de la primera sociedad mexicana, se formaron de setenta y un soprani, treinta y cinco altı, ciento dos tenores, noventa y cuatro bajos; total, trescientas dos voces; la orquesta la formaron ochenta y siete profesores.

Los precios fueron, en palcos, treinta y dos pesos; en lunetas, cuatro. Aquella artística solemnidad, consagrada á la admiración de las bellezas que encierran las producciones de los grandes maestros clásicos, en poco estuvo que no hubiera podido tener lugar, por haberse enfermado gravemente la distinguida y virtuosa Sra. Da Margarita Maza de Juárez, esposa del Presidente de la República, en los momentos de verificarse la primera función de las dos anunciadas. La premura del tiempo hizo que no pudiese suspenderse la de la noche del 29, que dejó muy complacidos á los inteligentes, pues coros, orquesta y solistas, estuvieron verdaderamente felices.

Pero como la enfermedad de la ilustre dama, revistió alarmantes caracteres en esa misma noche, la Comisión de festivales dispuso suspender el segundo concierto, que no vino á verificarse sino en la noche del 18 de Enero del siguiente año de 1871.

En ambas funciones, el más brillante éxito artístico coronó los afanes de los organizadores del festival, y de los profesores y aficionados que en él tomaron parte, y con justicia pudo felicitarse de ello la Sociedad Filarmónica Mexicana, tan mal aconsejadamente destruída algunos años después por un Ministro que se preciaba de literato, que le tomó odio y mala voluntad, sólo y únicamente por lo muy protegida que había sido por D. Sebastián Lerdo de Tejada y D. José María Iglesias, jefes de causas políticas vencidas por aquélla que, al triunfar, llamó al Ministerio al literato al cual aludo, y fué D. Ignacio Ramírez, más conocido por El Nigromante.

CAPITULO X

1871

El fracaso de la Compañía de Amalia Gómez y el poco buen resultado que en Morelia tuvo Eduardo González, trajeron de nuevo á México á este simpático artista, que tomó el Gran Teatro Nacional, anunciándose con la siguiente Compañía: Actrices, María Mayora, Concepción Méndez, Amelia Estrella, Rosa Flores, María de Jesús Servín, Concepción Padilla, Rosario Muñoz, Rosario Estévez, Josefa Ramírez, Piedad Flores: Actores, Eduardo González, Manuel Serrano, Angel Padilla, Joaquín Fernández, José Serrallonga, Manuel Estrada, Carlos Neto, Felipe Quintana, Jesús Morales, Feliciano Ortega, Federico Alonso, José Oropeza, José Peñúñuri.-Los precios por abono de seis funciones fueron en palcos veinte pesos y en lunetas dos pesos cuatro reales. Esa compañía dió su primera función el domingo 1o de Enero de 1871, bajo el siguiente programa: Himno á las Artes, cantado por Adela Maza y Pánfilo Cabrera; Poesía á México, leída por Eduardo González; la comedia en tres actos Los hijos de Adán.

Al día siguiente de haber dado principio á sus trabajos, Eduardo González, para quien el nuevo año iba á ser terrible, experimentó el primer golpe con la retirada de diversas familias que habríanle favorecido, y en las que sembró el duelo y el luto la sensible muerte de una señora distinguidísima, más que por su elevada posición social, por sus virtudes y méritos de toda especie: me refiero al fallecimiento de Da Margarita Maza de Juárez, esposa del Presidente de la República.

Aun sin este contratiempo no hubiese podido Eduardo González prometerse gran cosa de la temporada: su compañía era en extremo débil é incompleta, yaunque numerosa, pocos artistas de algún mérito contaba. La situación de la cosa pública se agravaba más á cada instante: las ambiciones de los unos, el deseo de ver respetadas las prácticas democráticas en los otros, se habían pronunciado contra la reelección del benemérito D. Benito Juárez, que ya como Presidente interino, ya como Presidente constitucional, venía ejerciendo la Primera Magistratura desde el 11 de Enero de 1857. Su Ministro D. Sebastián Lerdo de Tejada había dimitido la cartera para lu

char con más desembarazo por su propia candidatura, contra la de su jefe y amigo; los partidarios del Gral. D. Porfirio Díaz tampoco se daban al reposo, y todo hacía temer que pronto se hiciera general la revolución que en distintas y diversas localidades había surgido, ó se preparaba á surgir. El pago á los empleados andaba mal, los negocios muy paralizados, y la inquietud y la pobreza habían penetrado en numerosos hogares.

El público que quería y podía divertirse no era tan numeroso que bastase á sostener el Teatro Nacional, estando abiertos el Principal con la Compañía del habilísimo empresario Joaquín Moreno, y el de Iturbide con su prestidigitador Morey, sus rifas de mercería y comestibles, y sus representaciones de La Noche más venturosa, Miguely Luzbel pastores, El Buen Ladrón, San Felipe de Jesús, y otras seducciones para público de tardes y de á peseta; el de Hidalgo con sus pretensiones de ser el refugio último del arte dramático y sus finales de zarzuela y entusiasta can-cán, y el llamado de América que arrastraba con los viejos verdes y los jóvenes disolutos.

A todos estos enemigos había de unir González en su contra el mismo Teatro Nacional, el peor de todos para empresas de pocos recursos: éstas empezaban por tener que entregar al Ayuntamiento los tres palcos de su propiedad, que muchas veces eran vendidos en el mismo pórtico del teatro, con detrimento del buen nombre de la Corporación y con perjuicio de la Empresa: la licencia costaba seis pesos por función, y veinte pesos por cada serie de abonos. Los gastos diarios eran: alumbrado, treinta y dos pesos; maquinista, veinticinco; guardarropa, veinticuatro; orquesta, veintisiete; casa, treinta; imprenta, diez pesos cincuenta centavos, porteros, doce setenta y cinco; velas para los actores, tres; conserje y limpieza, cuatro; alquiler de sillas, dos; alquiler de cojines, medio real por cada luneta vendida. En los domingos, por cada función se pagaban cincuenta pesos de alquiler de casa. Se entiende que estos gastos eran por función común y corriente de Compañía dramática, que son las más económicas.

El malestar, la división y las enemistades que reinaban por donde quiera, cayeron á su vez sobre la bohemia literaria, según llamábase la fraternal agrupación de escritores mexicanos que hasta allí sólo había tenido por enemigo á la más torpe envidia. A mediados de Enero, un señor Simón D. Garcia, publicó en el periódico que se llamaba El Mensajero, una severísima crítica de nuestros teatros y de nuestra literatura dramática, que sin ser ni racional ni justa lastimaba duramente á cuantos sin pretensiones y sin más recompensa que el aplauso bondadoso, habían hasta allí hecho sus ensayos en ese difícil género literario. Aquel brusco ataque en que no escaseaban ni sensatas ideas, ni un estilo graciosamente irónico, ni una forma literariamente correcta, aunque el autor se hacía pasar por un humilde

labriego, hizo que se quisiese conocer la mano que habíalo escrito, y no tardó en descubrirse que el Simón D. García era el pseudónimo tras el que insidiosamente se ocultaba uno de los mismos bohemios, justamente acreditado poeta. El ataque dolió pues, á los censurados, no por el ataque mismo, sino porque procedía de un amigo y camarada que pudo haber ejercido su crítica en el seno de la intimidad, en reuniones que diariamente venían celebrándose en la casa del Maestro Altamirano, centro que entonces existía y siguió largos meses existiendo, con general agrado y general aprovechamiento de todos los concurrentes.

Ciertamente que ni entonces había, ni aun lo hay al presente, un verdadero cuerpo de teatro mexicano, que se marque ni por el valor de las obras ni por su influencia en tal género de literatura: nuestra humilde reseña de la historia del teatro entre nosotros, no ha pretendido ciertamente probar lo contrario. Pero antes de condenar á un ofensivo desdén los nombres de nuestros autores, estúdiese con imparcialidad el medio en que vivieron y produjeron.

Lo primero que les ha faltado y les falta es la emulación, la pasión del alma que excita á imitar y aun á exceder los méritos de los otros. Quien entre nosotros procura señalarse en algo noble y digno, no encuentra, no digo ya quien lo anime y aplauda, pero ni tampoco quien le espolee á adelantar y perfeccionarse, creando obras semejantes en que le exceda ó aventaje. Aquí sólo abundan los críticos y los censores, entendiéndose por crítica y censura el afán, el ansia, el furioso empeño de producir juicios desfavorables, no el juzgar según las reglas de la crítica, que si tal nombre pretende no debe desconocer ni el espíritu ni la naturaleza de la época que ha producido las obras que ha de examinar. Entre nosotros casi es regla general que quien se dedica á la crítica, nada ha producido ó puede producir en el género que critica. Aquí el crítico se distingue por lo acerbo de la censura, por lo ofensivo de sus desahogos, nunca por la inflexible lógica con que aplique reglas y leyes que desconoce: eso no debe llamarse crítica sino impertinencia, y es causa de que la censura entre nosotros no pueda envanecerse de haber producido jamás bien alguno, ni dado celebridad honrosa á ninguno de los que han creído ejercerla. No defiendo á los autores dramáticos que en México hayan existido, pues ni mi obra puede presumir de críticas ni de filosofías, ni yo me estimo capaz de más que lo poco que hago en ella; pero sí creo que todos esos autores que sin aliciente y sin esperanza de él, han escrito en México, donde el cultivo de las bellas letras tiene que ser asunto de ratos desocupados, gustosos se dejarán arrastrar por el desdén de los críticos, si con sus cuerpos pueden, colmando el abismo, allanar la senda que traigan los genios que aun no se anuncian. Pasando por alto, pues no dió resultado alguno, la Asociación Dra

mática instalada el lunes 30 de Enero por Eduardo González con el concurso de varios literatos y actores, diré que el jueves 2 de Febrero se presentó en el Gran Teatro la joven actriz mexicana Concepción Padilla á declamar La Sibila Azteca, composición de Justo Sierra. De ese estreno, dijo El Siglo: "No es ni puede ser una actriz completa, pero se advierten en ella buenas disposiciones que la harán obtener muchos triunfos: el público estuvo más sensato que galante, pues no aplaudió sino cuando la Srita. Padilla ganó su voto de aprobación, declamando un trozo con mucha propiedad; la composición del Sr. Sierra dió ocasión á la joven actriz para lucir su talento. Ese estreno y el de Don Quijote en la venta encantada, ópera en tres actos de Miguel Planas, compuesta sobre un libreto original de A. García, repetida en la tarde del 12 y en la noche del 14, ésta á beneficio del autor, fueron las novedades únicas de esos meses en lo relativo á espectáculos.

Eduardo González y su Compañía no salieron de las ya trilladas comedias Libertad en la cadena, El jugador de manos, La cosecha, La bola de nieve, Una nube de verano, A caza de divorcios y otras así, únicas al alcance de su incompleto cuadro. En el Principal la zarzuela de Moreno repetía El juramento, Catalina, Los diamantes, Marina, Cefiro y Flora, El relámpago y otras tan comunes como éstas.

Uno y otro teatro animáronse, sin embargo, mucho en plena Cuaresma, el Nacional y González con el drama en seis actos El Redentor del Mundo, y el Principal y Moreno con La Gran Duquesa de Gerolstein. En fines de Febrero, Moreno había contratado á Amalia Gómez y á su hermana Concha, guapa española de mucha gracia y altamente simpática. Con ese esfuerzo pudo el experto empresario, sin detenerse en gasto de trajes, muebles y decoraciones, poner en escena la famosa Gran Duquesa, cantada por su Compañía y por primera vez en México, la noche del jueves 16 de Marzo, con un éxito y un alboroto positivamente extraordinarios: sus repeticiones, que llegaron á ser infinitas, fueron durante muchos meses una mina de pesos acuñados para el habilísimo empresario, y un semillero de triunfos para Amalia Gómez, Loza, Poyo, Areu, que dejaron imperecedera memoria en la protagonista, el General Bum-Bum, Fritz, y el Principe Polk.

No fueron menores las entradas que Eduardo González hizo con El Redentor, estrenado el 19 del citado mes con los agregados del Stabat Mater de Rossini y el Gloria de Rossi, cantados por los coros de la ópera. Eduardo González explotó este drama sacro cuanto pudo, y debe decirse que él estuvo felicísimo en la personificación del papel del Salvador, y que presentó la obra con un tacto y un buen gusto ejemplares. No es posible imaginarse cuánto González hubiese multiplicado las repeticiones de El Redentor, si no hubiérase vis

R. H. T.-T. III. -14

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