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Pogliani poseer "una voz de barítono que maravillará y entusiasmará al Nuevo Mundo, como ha maravillado y entusiasmado al Antiguo." Siguiendo siempre al autorizado periódico italiano, diremos que á su juicio, la Gianolli era una prima donna de magníficos medios vocales; Frapolli un tenor muy reputado en España y en Italia; Villani un barítono de cuyo éxito eran garantía más de dos años de continuos triunfos en el teatro Carlo Felice de Génova; Eugenio Barberat un bajo profundo muy aplaudido en el Regio de Turín, y en la Scala de Milán; Bonafous un bajo cómico reputado como de lo mejor en su género; la Boni una de las mejores discípulas de la Escuela de baile de Milán, muy querida en la Pérgolla de Florencia y en el Carlo Felice; Contrucci uno de los mejores directores y concertadores de Italia; la Giacomini una verdadera arpista, y Vogri un distinguido maestro.

Con tales antecedentes, el público de México acudió con empeño á abonarse, y en la noche del estreno llenó de bote en bote el teatro. Por desgracia la Vogri pareció demasiado rolliza y pasada, y se encontró que su voz, aunque extensa y voluminosa, era de timbre desagradable: las pocas veces que en Leonor ofreció ocasión para que se la aplaudiese, cierta parte del público, poco galante, impuso silencio con impertinente ceceo, y la artista acabó de descomponerse. A Celada no se le aplaudió la serenata que cantó entre bastidores, y en el tercer acto el ansiado do de pecho resultó un informe sonido gutural. La Pizzani no estaba en voz é hizo un fiasco tremendo, tanto que al día siguiente la artista dirigió una carta á Angela Peralta, proponiéndole la rescisión de su contrato. El único que en aquel desventurado Trovador estuvo bien, fué Enrique Pogliani, cuya buena voz, excelente emisión y distiguidas maneras agradaron en extremo y merecieron aplauso.

En la noche del 22, para segunda de abono, fué cantado Ruy Blas por Villani y Frapolli y la Gianolli y la Pizzani, con un éxito magníficamente bueno. Villani, que en su juventud fúé un distinguido tenor de la Compañía del célebre Fraschini, era entonces un excelente barítono, cuya voz admirable era realzada por la completa posesión de todos los secretos del arte y las más brillantes entereza y se· guridad en el dominio de las tablas; el tenor Frapolli gustó mucho por su voz agradable, simpática presencia y conocimiento de la escena. La Gianolli no dejó satisfecho al público, pues aunque su voz era buena, no sabía ni emitirla ni modularla, á lo que dicen los cronistas y revisteros. Carmen Pizzani, á quien Angela Peralta no admitió la rescisión del contrato, agradó sobre manera en Ruy Blas, obteniendo un triunfo de lo más completo y unánime en el papel de Casilda. La numerosa y escogida concurrencia quedó tan contenta del éxito del Ruy Blas, como decepcionada había quedado con el fiasco de El Trovador.

Para el jueves 24 se anunció Poluto con Augusto Celada; pero en el ensayo el tenor se sintió mal, tuvo miedo de que se repitiese el fracaso de la noche del estreno, y á última hora la Empresa anunció la repetición de Ruy Blas, que salió aún mejor que el 22. Para dar á Celada tiempo de reponerse, se dispuso para la noche del 26 la Traviata, que Angela Peralta cantó como artista concienzuda y suprema, y como Empresaria á quien importaba el aseguramiento del buen éxito del abono. Al presentarse la gran artista, acogiéronla nutridas salvas de aplausos, lluvia de flores y de ramilletes y derroche de versos; su voz fué, como siempre, un torrente de magnífica exhibición de todos los primores del canto que sin limitación poseía su órgano privilegiado.

Por fin, en la quinta función de abono del domingo 27, Augusto Celada pudo vindicarse y demostrar al público que eran justos y merecidos los elogios que de él hacían los periódicos italianos y habaneros. Recibido, como era natural, con cierta frialdad, llegó el segundo acto de Poluto y con él el sublime y famoso Credo que glorificó Enrique Tamberlick; el tenor Celada, desde el fondo de la escena hasta la boca del foro, sostuvo espléndidamente un sí natural, con tal brío, con tal facilidad, con tal fuerza, que el público-dice un cronista "encantado con aquel tour de force, con aquel grito colosal, que venció á la orquesta en todos sus sonidos, se volvió loco de placer y de entusiasmo é hizo presentarse al artista multitud de veces 'en el proscenio en medio de frenéticos bravos."

La Gianolli, siempre fría, siempre amanerada, siempre indiferente, se animó á su vez todo lo posible en ella, haciendo lucir su hermosa voz de soprano. Siguieron una muy buena repetición de Traviata, Un ballo in maschera, en que la Vogri y Celada volvieron á hacer fiasco; unos Puritanos magníficamente cantados por Angela Peralta, el bajo Barberat y el barítono Pogliani; una Norma que casi fué asesinada; otro espléndido Poliuto, en uno de cuyos intermedios se presentaron Adela Boni, que fué muy aplaudida, y Tranquilino Herrera, de quien el público se burló impíamente; una repetición extraordinaria de Puritanos; otro Ballo in maschera, y para duodécima y última del primer abono, un Rigoletto que valió un triunfo á todos los artistas y muy principalmente á Angela Peralta que, como es sabido, cantaba esa partitura maravillosamente bien.

Sin poderlo evitar y contra mi deseo, me he extendido demasiado y debo reservar para el capítulo siguiente la continuación de mi revista de esa temporada de ópera, diciendo, para no dejar nada atrasado, que el Teatro Arbeu continuó encantando á su público con sus zarzuelas españolas ó francesas, entre éstas Las cien virgenes, limpias hasta donde era posible, de escabrosidades. La Compañía de zarzuela del Principal, hubo de tocar retirada, y desde el 10 de Junio

sucediéronse allí con malísimo éxito, Galza, Muñoz, la Cañete y la Servín, con El sueño del malvado, Bruno el tejedor, y otras atrocidades por el estilo; la Compañía Infantil de Carmen y Guadalupe Unda, con la Gallina Cuega, El Barberillo y otras más antiguas ó inocentes. En Hidalgo lloraban las gentes sencillas con La plegaria de los náufragos, El verdugo de la Reina y Los pobres de Madrid; por último, en el Teatro de Nuevo México trabajaba en las tardes una llamada Compañia indica de variedades, á cincuenta centavos luneta y á doce el asiento de galería.

CAPITULO II

1877.

Los frecuentes fracasos y las repeticiones numerosas influyeron en que el segundo abono de la Opera, principiado el 14 de Junio de 1877 con Hernani, viese muy disminuída la brillante concurrencia del primero. La artista-empresaria, digna de mejor suerte, no por eso desmayó y después de un Rigoletto, un Trovador, un Ruy Blas y otro Hernani, puso en escena con mucho lujo, buen gusto y perfección la gran ópera de Meyerbeer La Africana, para sexta función del segundo abono y en la noche del 26.

La Vogri en Selika, Villani en Nelusko, la Gianolli en Inés, y Celada en Vasco de Gama, estuvieron muy bien, especialmente los dos primeros, y sobre todo el magnífico Villani, siempre sublime en la escena, siempre maestro en el canto, siempre artista en sus más mínimos detalles. A pesar de todo, la gran ópera de Meyerbeer no aumentó la concurrencia, aunque la empresaria, para darla mejor á gustar, la ofreció en la noche del 5 de Julio en función extraordinaria, de obsequio para los abonados. Injusto fué el poco éxito, porque la obra es grandiosa; estuvo, lo repito, muy bien puesta en decoraciones y trajes, y fué cantada bastante bien, mucho, muchísimo mejor que en otras épocas y por otros artistas.

Dióse el 7 de Julio el beneficio de la Gianolli con Maria de Rohan; repetida el 11; se cantó el 8 Lucrecia Borgia; siguió el 12 el beneficio de Pogliani con el Trovador, varias piezas de Don Carlos, Marino Faliero, Don Sebastián y el terceto ó trío de Guillermo Tell por Celada, Pogliani y Sbordoni; y para duodécima y última del segundo abono se estrenó en 14 de Julio con mucho aparato y propiedad Gino Cor

sini, obra del Maestro Melesio Morales, con la cual también dió principio el tercer abono en la noche del 15: el Maestro mexicano fué muy aplaudido y celebrado por su nueva ópera; pero por desgracia, y tal vez porque no fué bien comprendida, en nada aumentó el público, y la digna y patriota empresaria vió con el último estreno acrecer sensiblemente sus pérdidas. Para segunda función del tercero repitió La Africana y la noche del 19 cantó por primera vez en la temporada, el delicioso Fausto de Gounod. En su beneficio dió Villani en la noche del 21 El Barbero de Sevilla, cantando en un entreacto una aria de Matias Corvino, Rey de Hungría, y bailando la Boni la Charmeusse. Diéronse el 22, en la tarde, Gino Corsini, y en la noche Un ballo in maschera, y en sucesivas funciones Ruy Blas, El Barbero, Fausto; el 4 de Agosto en extraordinaria y á favor de Melesio Morales, el Gino Corsini; Maria de Rohan, Favorita; el 9, á beneficio de la Boni y la arpista la Giaccomini, se cantaron dos actos de La Africana, y uno de Maria de Rohan; la Boni bailó el gran paso cosmopolita y la Giacomini tocó con maestría en el arpa unas variaciones sobre Poliuto y otras sobre Marino Faliero. Fueron cantadas en otra funció Las Visperas sicilianas, de Verdi, y en la duodécima y última del tercer abono se puso en escena Ione de Petrella, que alcanzó un malísimo desempeño, haciendo exclamar á Rafael Franco, en una de sus graciosas revistas en verso, firmadas con su pseudónimo de Nelusko:

"Quiso nuestra mala suerte,

que á todo se sobrepone,

que viésemos de la Ione

el sacrificio y la muerte.

"Fué àquello una tempestad
de notas y de berridos

que vagaban confundidos
flotando en la inmensidad.

"La Gianolli, hado cruel,
vestida como Dios sabe,
no acertaba con la clave
de su difícil papel.

"Sbricia que nunca acierta, nos dejó el alma cautiva.... aquel que hizo un Alma-Viva y resultó un alma muerta.

"¡Qué Glauco nos hizo el hombre !

¡ qué vigor en aquel ser!

¡ si aquello era de correr,

si aquello no tuvo nombre !

"Y la Natali, ¡ Dios Santo! que es fácil que se derrita.... hizo una esclava.... bonita, pero ¡ qué canto! ¡ qué canto!

"Ya á Fanny no queda algo de aquella voz tan galana que se le escapó en la Habana, y.... suéltele usted un galgo.

"Todo así, por el estilo, y con dislates de sobra se vió en escena la obra,

y nosotros.... en un hilo.

"Ione se apretaba el pecho y el largo cuello extendía; Glauco chillaba, y veía las telarañas del techo.

"Nidia cerraba los ojos

y sus brazos ostentaba; parecía cuando andaba

que andaba pisando abrojos.

"¡Qué tormentos! ¡qué sudores!

¡qué penas y qué bochornos!

Ni doblando el Cabo de Hornos

se pasan más sinsabores.

"En las escenas postreras á Glauco echan los artistas en garras de las coristas.... quiero decir.... de las fieras.

"Era un castigo cruel aunque muy bien merecido: creyendo verlo comido llorábamos ya por él,

R. H. T.-T. III.-34

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