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CAPITULO V

1879.-1880.

Libre de la competencia del gran actor español, emprendió con nuevos bríos sus trabajos la Compañía de Enrique Guasp, que en 23 de Julio del año de 1879 cuyos sucesos teatrales reseñamos, había estrenado con muy justo y merecido éxito el notabilísimo drama El Paraiso de Milton, de los distinguidos autores españoles Retes y Echeverría. Enrique Guasp hizo del papel de Milton una verdadera creación, alcanzando uno de los más legítimos triunfos de su laboriosa y ameritada carrera artística.

El 15 del mismo Julio anunció en el de Arbeu sus trabajos una "Compañía Bufo-Francesa, dirigida por Constant Lecuyer," formada con restos de la muy notable de Paul Alhaiza, que habíase fraccionado en Puebla. Constant Lecuyer dió en la susodicha fecha principio á sus funciones, con una extraordinaria y á beneficio de la Sociedad de auxilios mutuos franco-suizo-belga, en que puso Bebé, comedia en tres actos de Najac y Hennequin, desempeñada por la Edant, la Deidet, la Lafontaine, la Vandame y la Julien, y por Leonard, Julien, Lecuyer, Grether, Diebolt y Renet. A la comedia siguió un concierto, en que tomaron parte Lubet, Laugier, Pancho Ortega, Rivas, Guichenné, Rosina Stani, y varios de los artistas ya nombrados al hablar del reparto de Bebé. La concurrencia, no muy numerosa y compuesta en su mayoría de franceses, reía grandemente con los chistes de aquel reducido cuadro, felicísimo en comedias como Le moulin joli que agradó en estremo, y muchos apropósitos y vaudevilles que no creo en modo alguno de interés citar aquí. Con el cuadro de Lecuyer siguió alternando durante varias funciones la Compañía de Zarzuela de Moreno, con sus Campanas de Carrión, Vi da Parisiense y Anillo de hierro, infinito número de veces repetido con grande gusto del público, que pronto se apoderó de las principales melodías hasta hacer de ellas el caballo de batalla de mil y un aficionados.

Antes de pasar adelante, citaré con merecido elogio una función que en Arbeu dió en la noche del 21 de Julio la simpática Sociedad Carlos Escudero, á beneficio del Asilo de Mendigos, que el 23 de Junio anterior acababa de fundar el nunca bien admirado filántropo, y

bueno y virtuoso D. Francisco Díaz de León, con la mínima cantidad de veintinueve pesos que importaron los primeros donativos. La ameritada Sociedad de jóvenes aficionados, primera agrupación que llevó su óbolo á la mesa de los pobres puesta por el insigne Díaz de León, representó el drama Un Beso, escrito por su distinguido fundador, con el siguiente reparto: Genoveva, Luz Urbina; Eugenia, Dolores Tovar; Pablo, Pedro Solórzano; Luis, Manuel Ibarra; Ramón, Aurelio Horta: puso después en escena la comedia de Blasco y Ramos Carrión Levantar muertos, en la que tomaron parte los ya citados y Gabriela O. de Peralta, María Argumosa, M. Flores y P. Valdés. Desgraciadamente, el público egoísta concurrió en escaso número á esa lucida función, que sólo produjo á beneficio del Asilo ciento sesenta y dos pesos setenta y nueve centavos.

El 7 de Agosto se presentó en el Teatro Gorostiza, antes Salón de la Sociedad Netzahualcóyotl, un distinguido pianista extranjero, Mr. Alberto Frenchel, notable, porque á la brillantez de la ejecución unía, cosa poco común en profesores concertistas, poesía, dulzura, y sentimiento. Su esposa cantó con mucho gusto una romanza de Lucrecia Borgia, y contribuyeron á dar variedad al concierto los Sres. Morán y Guichenné.

En el Nacional dió en la noche del domingo 10 de Agosto, con asistencia del Presidente de la República, una función cuyos productos destinó al pago de la Deuda americana, el prestidigitador mexicano Ricardo Vargas.

El más notable de los espectáculos de ese mes fué el que el viernes 29 del mismo Agosto se dió en el Principal, dedicado á reunir fondos para que la distinguidísima artista Matilde Thomas pudiese perfeccionar sus estudios en Europa: Concha y Magdalena Padilla, Matilde Navarro, Enrique Guasp, Alonso, Morales, Suárez, Cisneros, Servín, Valladares y Monteleón, desempeñaron la comedia en dos actos Las niñas del entresuelo, y en el primer intermedio Bonhivers cantó Les rameaux, de Faure; Angela Peralta su precioso vals Lejos de ti; Enrique Testa una romanza; la Thomas y Bonhivers un dúo de Mignon; Bonhivers el rondó de Les Cloches de Corneville; la Thomas, la deliciosa Serenata de Braga, acompañada en el violoncello por Guichenné; y Angela Peralta y Enrique Testa un dúo de Sonámbula. Poco después salió para Europa Matilde Thomas, tan querida y celebrada en México, en cuyo teatro Principal creó y nos dió á conocer la deliciosa Mignón. Artista principiante pero ya eminentísima, habría sin duda alguna llegado á ser estrella de primera magnitud en el mundo del arte, pues para ello tenía méritos y cualidades de primer orden, según lo probó aquí, donde, lo repetimos, hizo su primera campaña teatral, pues al venir con Alhaiza apenas acababa de salir del Conservatorio de París. Desgraciadamente su des

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tino lo dispuso de otro modo, y Matilde Thomas ni siquiera logró llevar á Europa los laureles conquistados en América. La insigne y joven artista contrajo, al emprender su regreso, la horrible enfermedad del vómito, y de ella murió casi niña y en los umbrales de un porvenir que tan glorioso pudo haber sido. ¡Pobre artista! ¡Pérfida enfermedad!

En 30 de Agosto y en el Teatro Nacional, la insigne Angela Peralta inauguró una pequeña temporada de ópera italiana, cantando en primera de abono Traviata. Formaban su Compañía Fanny Natali, Marietta Pagliari, Enrique Testa, el barítono Luigi Contini, el segundo tenor Eduardo Rendón, Rafael Quesada y el bajo Giovanni Reina; Francesco Rosa fué el Maestro director. La Empresa anunció que esperaba le llegasen próximamente algunos artistas de la Habana, Nueva York é Italia. Los precios por abono de ocho funciones, fueron setenta pesos en palcos y nueve en luneta. A Traviata siguieron Marta, El Barbero, Linda, Crispino, Esmeralda, de Fabio Campana, estrenada el 24 de Setiembre en la sexta de abono; Norma, para beneficio de la Peralta, corriendo el Polión á cargo del tenor español José Grau; y diversas repeticiones de Esmeralda. El éxito de aquella cortísima temporada fué malísimo; el teatro casi estaba vacío y la eminente Angela Peralta llegó á enfermarse de angustia, y del exceso de trabajo en que hubo de meterse para impedir que sus caducos y gastadísimos pensionistas echaran á rodar las óperas: si el desempeño de la mayor parte no fué silbado, se debió casi exclusivamente á la manera admirable con que Angela cantaba en ellas su parte: en esa época, sólo el bajo Giovanni Reina ayudó á nuestra célebre artista, siendo el único digno de cantar á su lado. Testa y la Natali no eran ya ni pálida sombra de lo que en algún tiempo habían sido. La ópera Esmeralda no agradó ni tenía méritos para agradar.

El suceso teatral del último tercio de 1879, fué el simultáneo estreno en el Principal y en Arbeu, verificado el 6 de Setiembre, de la obra de gran espectáculo La vuelta al mundo en ochenta días. El libreto de esta obra puesta en escena en Arbeu por la Compañía de Constant Lecuyer, fué el mismo que para el teatro de La Porte de Saint Martin formó Julio Verne asociado con Mr. Ennery: para dar interés al arreglo de la novela celebérrima, los autores introdujeron en él episodios como el de la gruta de las culebras que falta en aquella, y personajes como el americano Coriscán, de la única y exclusiva invención de Ennery: Coriscán cambia absolutamente la mayor parte de las situaciones que figuran en la relación de Julio Verne: al recurrirse á sus novelas para fundar en ellas obras de espectáculo escénico, no se pretendió, ni mucho menos, convertir en cátedral científica el teatro, sino dar descanso á la fatigada inventiva de los escritores de comedias de magia, que casi nada nuevo producían ya.

El viaje á la luna, estrenado en París en 1875, todavía se separa más de la novela de Verne y de la verdad científica; los personajes, muy diversos de los del Gun-Club, llegan á penetrar en la luna, poblada de fantásticos é inverosímiles habitantes, y regresan á la tierra de un modo más imposible todavía.

El libreto del arreglo español puesto en el Principal, era obra de Larra, que no contando con el permiso de los autores franceses se vió precisado á hacer en él una simple imitación de la obra de aque llos, separándose cuanto pudo del original para no incurrir en los casos de penalidad que enumera el tratado de propiedad literaria entre España y Francia. Por no tenerse esto presente, fué en México muy censurado el arreglo de Larra por los críticos de la prensa; pero en cambio, el público gozó y rió con el libreto español, salpicado de chistes y burlas, como no pudo hacerlo con el original representado en Arbeu. Además, la obra estuvo presentada por Lecuyer muy inferiormente á como la presentó Guasp en el Principal. En éste, el pintor Jesús Herrera, el maquinista Botello y el sastre Castro se excedieron á sí mismos y á cuanto de ellos se esperaba, y presentaron decoraciones, trastos y trajes de mucho mérito y de mucha vista. Valladares estuvo felicísimo en su papel de curro Eguia; Apolonio Morales, magnífico en el policia; no menos acertado fué Francisco Alonso, que venido á México con el último cuadro de D. José Valero dejó la Compañía del gran actor y entró á formar parte de la de Guasp, conquistando en ella muchos aplausos por su buena escuela, adquirida bajo la dirección de su primer maestro Manuel Catalina; Guasp, en el tipo del susceptible yankee; Magdalena Padilla, en la Ori; Matilde Navarro, en la chula; y Cisneros, Cendejas y Suárez, en sus respectivos papeles, merecieron justísimo elogio, y no fué menos oportuno en sus chistes el estudioso Pedro Servín. La obra se repitió infinito número de veces, casi siempre á teatro lleno, con gran resultado para el empresario D. José Bustillos.

No creo deber detenerme en hacer la crónica de las obras representadas por Guasp en el Principal, entre las que se señalaron los éxitos de Los grandes titulos, Específico moral, Los hijos de Adán, El Paraiso de Milton, Salvarse en una tabla, El Doctor Drógenes, Iris de Paz, Llovido del cielo, El bastón y el sombrero, Levantar muertos, Los dulces de la boda, Los Fourchambault, estrenada el 18 de Setiembre, Una tarde de Noche Buena, Luchas heroicas, El ángel milagroso, con nuevas decoraciones y lujoso vestuario, Lo que está de Dios y otras muchas. De estrenos de obras mexicanas, debo mencionar el del drama en tres actos y en verso, original de Ignacio Herrera de León, con el título de Entre dos deberes, muy aplaudido en Arbeu en la noche del 18 de Octubre, y el de otro drama también, debido á Peón Contreras, intitulado Vivo ó muerto, puesto en escena en el Principal, á beneficio

de Enrique Guasp, en la noche del sábado 15 de Noviembre. El poeta y sus intérpretes fueron llamados á las tablas al final de cada uno de los actos y colmados de nutridos aplausos. En otros beneficios se repitieron El Otro, de Mateos, y Hasta el Cielo, de Peón Contreras. En Arbeu tuvo gran éxito una traducción de La Marjolame; en el Nacional, siguiendo siempre las profanaciones de la escena del Gran Teatro, se presentó á fines de Octubre el profesor Bardou con sus acróbatas, fieras y reptiles, y al finalizar el año Guasp y su Compañía se ausentaron del Principal, que fué ocupado por una bastante mediana Compañía de zarzuela por tandas, en la que figuraron Valladares, Oropeza, la Mendoza, la Maza, Cabrera, la Arvide y otros. En Arbeu siguieron manteniéndose Villalonga, la Montañés, la Pla, Castro, la Carmona, Arcaraz é Iglesias. Con el Principal y con Arbeu compartían el favor del público amigo de lo barato, el teatrillo de Novedades en el ex-Seminario, y una multitud de jacalones en el atrio de Catedral y en las calles del Factor y de las Escalerillas.

La primera novedad del año de 1880 en lo referente á teatros, fué la del arreglo y composturas del Nacional. De sus mejoras y reformas hacían tantos elogios los interesados en su explotación, que cualquiera hubiera podido creer que la Grande Opera de París iba á quedar oscurecida ante la magnificencia del recompuesto edificio de la calle de Vergara. La realidad no pudo ser más desconsoladora. Las mejoras en cuestión fueron las siguientes: se descubrió la piedra de la columnata exterior; se pintaron, imitando cantería, el pórtico y el vestíbulo; se dió una mano de color á los corredores y puertas; se repusieron las varillas doradas de los techos; se sustituyeron los macizos antepechos de los palcos con sencillas barandillas de hierro dorado; se refrescó el cielo raso, y se empapelaron las paredes de la sala. Todas estas obras podrán llamarse de aseo, pero no de ornato en la verdadera acepción de la palabra La de mayor importancia fué la de la introducción del gas hidrógeno, y aun así, los aparatos en que debería arder eran de una sencillez, de un mal gusto y de una impropiedad, de lo más absoluto. En el escenario se asearon, hasta cierto punto, los infames cuartuchos de los artistas, pero no se tocó á las decoraciones, que continuaron presentando deplorable aspecto. Púsose por último en obra, un telón de embocadura para los entreactos, que debió representar un Mercurio colosal distribuyendo anuncios de casas de comercio: la idea no podía ser de peor gusto ni más impropia: en ningún primer teatro pueden consentirse esos telones de anuncios, en los que suelen leerse noticias de medicamentos que hacen ruborizarse á cualquier persona decente.

Tocó estrenar todas estas maravillas á la Compañía de Opera Italiana de Angela Peralta, formada por el maestro Rosa, siendo los precios de abono de doce funciones, cuento diez pesos en palcos, y diez

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