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parados llevaban y hacerle sus felicitaciones, y esto acabó por hacer imposible que Múgica dominase su emoción, y todo concluyó tan mal como había principiado. Sin la buena disposición en que el público se encontraba, sin los heroicos esfuerzos de Pogliani, que estuvo admirable, y de la Bassi que le secundó felizmente, aquella representación de Hernanı habría sido una catástrofe.

En el próximo capítulo continuaremos hablando de la Compañía de Napoleón Sieni, inteligente empresario que por segunda vez nos visitaba.

CAPITULO XVIII

1885.

Las fiestas con que en Setiembre de 1885 se conmemoró el aniversario del primer grito de Independencia, estuvieron muy lucidas y animadas por ia gran cantidad de forasteros que visitaron la Capital, atraídos por el precio económico de los trenes especiales, y por lo mucho que se había dicho de los lujosos carros que habían de figurar en la procesión cívica, escoltados por comparsas propia y lujosamente vestidas. Merecieron realmente elogios y aplausos la carroza del Comercro, la de la Paz, la de la Colonia Francesa, representando á las dos Repúblicas; la del Antiguo México, que imitaba un teocalli azteca, y la de los héroes insurgentes. Con la abundancia de forasteros todos los teatros realizaron buenos productos, el Principal con La Paloma Azul, La Vuelta al Mundo y las suertes del Conde Patrizzio; el de Arbeu, con el variado trabajo de la Compañía de Francisco Solórzano, separado del Principal, y Ricardo López, bien secundado por las simpáticas actrices Emilia Calvo y Emilia Toscano, en combinación con la excelente Orquesta Típica, dirigida por Carlos Curti. También fué muy visitado el Seudo-gran Museo Zoológico de los Hermanos Orrin en la Plaza de Santo Domingo.

La Opera Sieni prosiguió en su buena fortuna, aunque no sin algún contratiempo, como el de La Africana, que casi rodó en la noche del 23 de Setiembre por hallarse Pizzorni indispuesto según unos, y disgustado según otros. Díjose que las ovaciones á alguna prima donna le tenían de mal humor: así lo hizo saber El Siglo Diez y Nueve, periódico amigo de la Empresa. Pero vino la repetición de la gran obra de Meyerbeer, y el fracaso del 23 se mudó en un ruido

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so triunfo para Pizzorni, la Gini, la De Vere y Pogliani y Mancini. El gran concertante del tercer acto les valió varias llamadas á la escena entre atronadores aplausos. Igual éxito obtuvo el dúo del tenor y de la soprano en el cuarto acto, que interpretaron á la perfección Pizzorni y la Gini. Pogliani se portó en toda la obra como gran actor y cantante. En esos días, el Presidente de la República, "atentos los beneficios civilizadores que á la cultura de la Capital resultaban de la existencia en ella de una Compañía de Opera, la que por lo mismo merecía cierta protección de parte del Gobierno," se sirvió conceder al empresario la exención del, impuesto municipal y su recargo, durante la temporada. Así se lo comunicó en oficio de 23 de Setiembre, dirigido á D. José J. Moreno, el Ministro de Gobernación D. Manuel Romero Rubio.

Suceso notable fué en la noche del sábado 3 de Octubre la representación de Traviata, porque en ella se presentó por primera vez en un teatro público el joven Adrián Guichenné en el papel de Alfredo, al lado de la bella é inspirada Clementina De Vere y del gran artista Quintilli Leoni. Era entonces el nuevo tenor un joven de veintitrés años apenas, alto, delgado y de facciones finas y correctas. Su padre D. Gustavo Guichenné, ya numerosas veces nombrado en estos capítulos, era uno de los más distinguidos apóstoles de la música clásica, á la que semanariamente dedicaba amenísimas sesiones, con el concurso de profesores de tanto mérito como José Rivas, Luis G. Morán, Agustín Manríquez, Fernando Domec, Félix Sauvinet, Gustavo Fischer, Federico Jens y Agustín Leffman.

Hijo de artistas y viviendo entre artistas, fácil se manifestó en Adrián la vocación para el arte: los primeros estudios hízolos con éxito y aprovechamiento, y pronto se distinguió en el piano y en el violín, y fué uno de los mejores discípulos del Conservatorio. En el estudio del canto tuvo por maestro y director al muy distinguido Constant Hayet, en el examen respectivo mereció una mención honorífica extraordinaria, y el Supremo Gobierno le otorgó una pensión para que pasase á Europa á concluir sus estudios. Antes de resolverse á emprender su viaje, solicitó las lecciones ó los consejos de Enrique Testa, Capoul, Turnier, Lestellier y Gianini, tomando de todos ellos algo bueno. Para ensayarse en la carrera artística, para adquirir un voto público que le animase para emprenderla ó de una vez le quitase sus ilusiones si eran falsas, acudió á los empresarios Sieni y Moreno, y después de hacerse oir por los artistas de su cuadro de ópera, resolvió, con la aprobación de todos, presentarse en el papel de Alfredo en Traviata, en la fecha que ha poco apunté. El éxito fué notable, espléndido el triunfo; el público del Gran Teatro dispensó una ruidosa y entusiasta ovación al joven tenor, que ni era ni se presentaba como un artista, pero que hizo ver que tenía cualidades para

serlo. ¿Confirmaría el tiempo aquel juicio? La respuesta quedó reservada al porvenir.

Para primera función del segundo abono, en la noche del 14 de Octubre, estrenó la Compañía Sieni la hermosa partitura del maestro Ponchielli, Gioconda, que alcanzó del numeroso y selecto público la más completa aprobación, por la obra misma y por su desempeño por todos los artistas, á quienes tributó atronadores aplausos. Elisa Bassi y Adela Gini, nada dejaron que desear, habiendo cantado magistralmente el dúo del segundo acto, que mereció los honores de la repetición. Igualmente bien cantaron Pogliani, Pizzorni y Mancini, y la Pieri que interpretó de modo admirable el papel de la ciega. En el último acto la Gini confirmó su fama de gran artista dramática y obtuvo muy merecida ovación. Las nuevas decoraciones fueron todas muy buenas, particularmente las del tercero y cuarto actos. El vestuario y el atrezzo se hicieron notar por su elegancia y por su propiedad. La obra de Ponchielli produjo tantos llenos como representaciones tuvo, ya en abono, ya en extraordinarias, y con ella dió su beneficio Adela Gini el jueves 22 del citado Octubre, ante una,entusiasta concurrencia que la saludó con nutrida salva de aplausos, á la vez que la orquesta y las bandas militares ensordecían la sala con sus dianas.

Innecesario parece decir cuán bien desempeñió en esa noche su papel Adela Gini, y cuánto se le aplaudiría y cuántas veces fué llamada á la escena. El entusiasmo de los concurrentes creció cuando la beneficiada, en traje de carácter, cantó la canción andaluza del maestro Barbieri, Lo que está de Dios, que se vió obligada á repetir. Renováronse las dianas, el escenario quedó alfombrado de ramos y de flores sueltas, y se le ofrecieron multitud de coronas y de obsequios, algunos de mucho valor. Mas no faltó un desagradable incidente: de tiempo atrás se sabía que la Bassi y la Gini estaban entre sí disgustadas por rivalidades artísticas, fomentadas con poca prudencia por sus respectivos partidarios, y con suprema injusticia por los de la Bassi, que no podía, en modo alguno, compararse en méritos con los méritos de Adela Gini.

En el famoso dúo de Gioconda, en que las dos artistas aparecían, por exigirlo así la obra, enconadísimas rivales, habíase echado de ver más de una vez con cuánto trabajo la una se inclinaba ante la otra, cuando la situación dramática lo mandaba, y con cuánto imperio ésta le imponía á aquella esa humillación. En la noche del beneficio, y en el susodicho dúo, cuando á los pies de la agraciada llovían los ramilletes, un entusiasta de la Bassi hizo llegar á manos de ella uno que especialmente le dedicaba y le fué presentado por uno de los individuos de la orquesta: la Bassi indicó á la Gini que lo tomase, como desdeffando el aceptar sólo uno cuando tantos recogía su rival.

La Gini contestó negativamente, indicándole que pues á la Bassi era especialmente ofrecido, la Gini no debía tomarlo. La imprudente segunda soprano le tomó entonces con marcado enojo, y en vez de conservarlo se lo tiró á la primera con manifiesto desdén: "esa acción indigna-dijo El Siglo-fué ejecutada con gran cólera por la Bassi, y con ello dió á conocer la envidia que tenía por la ovación de que era objeto Adela Gini, y á la cual era acreedora por su verdadero mérito artístico: el público, como era natural, al verse ofendido, se molestó extraordinariamente y puede estar segura la Bassi de que sólo por pura deferencia no fué silbada como merecía: la Bassi debía guardar sus rencores para otro lugar, y nunca ante una concurrencia respetable, máxime cuando ésta le ha guardado todo género de consideraciones." Por lo que esto pudiera perjudicarla, la Bassi dió, por medio de los periódicos una satisfacción al público, y en la siguiente representación de Gioconda, al concluir el célebre dúo, que las dos rivales cantaron siempre admirablemente, y al dar las gracias á la concurrencia que las aclamaba, la Bassi abrazó á la Gini y ésta la besó en la frente.

Concurridísimo y muy brillante estuvo, en la noche del 29, el beneficio de Clementina De Vere con Rigoletto. En él tomó parte Adrián Guichenné, que no estuvo en el Duque tan feliz como en el Alfredo de Traviata, y en el Fernando de Favorita, cantada el 20 anterior con la Pieri, Quintilli Leoni y Mancini: Adrián Guichenné cantó de un modo notable la romanza Spirto gentile, mereciendo los honores de la repetición. En función extraordinaria, y en la noche del 5 de Noviembre, se verificó el beneficio de Elisa Bassi con Traviata: la beneficiada cantó también la cavatina de Norma, que le valió repetidas llamadas á la escena; sus amigos la colmaron de regalos, algunos de subido valor, y la colonia española le envió hermosa corona cubierta de monedas de oro. En las funciones décima y undécima del segundo abono, la De Vere, la Gini y Pizzorni fueron aclamadísimos en Los Hugonotes, que cantaron bien, ellos y toda la Compañía. El viernes 20 dió su beneficio Adrián Guichenné con el Fausto, de Gounod, obteniendo un lleno completísimo y una entusiasta y cariñosa acogida. La obra era demasiado difícil para un artista que principiaba su carrera, y, además, la ovación de que fué objeto en el primer acto le conmovió al extremo de quitarle todo el dominio sobre sí mismo en un papel en que tanto lo hubiese necesitado. No obstante, después del aria del tercer acto recibió muchos aplausos y se le ofrecieron diversos obsequios, entre ellos una corona magnífica con muchas monedas de oro que le regaló el Presidente de la República, Gral. D. Porfirio Díaz; otra más pequeña, y también con monedas de oro, cbsequio del Ayuntamiento, y una multitud de alhajas. Federico Jens recitó una composición poética que fué muy aplaudida. En el Faus

to Clementina De Vere y Enrique Pogliani estuvieron magníficos en sus respectivos papeles.

Pero concluyamos con nuestra revista de aquella temporada muy fructífera para Sieni. El 28 fué el beneficio del maestro D'Alessio con Hugonotes, y varios intermedios en los cuales el violinista Figueroa tocó, muy bien tocada, una fantasía de Wienauski, la orquesta ejecutó la obertura de Maria Ribera ópera de D'Alessio, y la Banda de Ingenieros el valse Recuerdos de México, composición de Cabalini. El 29 y como obsequio á los abonados, se cantó Rigoletto, para despedida de la De Vere, Guichenné y Quintilli Leoni, y el lunes 30 Gioconda para último adiós de la Gini, la Bassi, la Pieri, Pizzorni, Pogliani y Mancini. Hubo aún una función más extraordinaria, á beneficio del artista mexicano Múgica, cantándose en ella el cuarto acto de Fausto y los tres de Lucrecia Borgia. Tres meses y diez días sostuvo aquella temporada Napoleón Sieni, que antes de mostrarse entendido empresario había sido artista cantante muy elogiado por la prensa italiana.

Poco, bien poco notable, ofrecían los demás teatros en esos días y en los meses siguientes. El de Arbeu con sus dos directores Francisco Solórzano y Ricardo López, hacía cuanto á su alcance estaba para atraerse público, ya asociándose con el prestidigitador inglés Richard Hume, que malas lenguas dijeron ser un mal suertista disfrazado con barbas y peluca rubias, ya variando cuanto le era posible el trabajo y estrenando con frecuencia obras escritas ó traducidas por autores mexicanos. Entre dichos estrenos fué notabilísimo el de un monólogo del insigne Juan de Dios Peza, que lo tituló: Escribiendo un drama. El gran poeta, el poeta verdaderamente americano, porque no sólo su patria sino todo el continente de Colón lee y se recrea con sus versos, como no lee ni se recrea con ningunos otros, al menos en el mismo grado que con los suyos, obtuvo en la representación de ese monólogo un triunfo ruidoso, tan ruidoso como lo han sido siempre los suyos, desde que, contando apenas diez y seis años de edad, hizo por primera vez oir en público sus versos; tan ruidoso como los que alcanzó en España conquistando el aplauso y el elogio de los grandes literatos de la Península, de cuyo entusiasmo por Peza tuve la satisfacción de ser testigo. El éxito de Escribiendo un drama autorizó á Juan de Dios Peza para decir con el Luis de su monólogo.

"¡Ah! ¡qué noche! cuán ufano

me quedé! ¡ cuán satisfecho!
¡ cuánto apretón en el pecho!

¡ cuánto apretón en la mano!

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